XIV Congreso de los legionarios sobre Diablo y Exorcismos Exorcismo y diablo en Roma, la perspectiva de Jesús

Belcebú/Diablo yMammón/dinero, parientes carnales

Muchos cristianos actuales (incluso eclesiásticos) quisieran que Jesús no hubiera sido exorcista, o interpretan sus milagros de un modo folclórico, sin entrar en la raíz de los problemas. Pero es posible que los equivocados seamos nosotros, que no nos atrevemos a mirar la raíz social de los demonios

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EXORCISMO Y DIABLO EN ROMA,  LA APORTACIÓN DE JESÚS

Diversos medios y entre ellos RD.org anunciaron con lujo de detalles que el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, de los Legionarios de Cristo, está celebrando en Roma un máximo congreso (7‒11 mayo 2019) en torno a las posesiones demoníacas,  con el testimonio de exorcistas y expertos de varias parte del mundo.

Es el XIV Congreso sobre el tema, con casi 300 “alumnos”, de 42 países (clérigos y monjas, con laicos médicos, psiquiatras y docentes), a 400 “módicos” euros por cabeza, incluida comida (no viaje ni estancia), con  enseñanza de “especialistas”  e interesados, en un clima militante de “lucha” contra el Diablo (al que Jesús llamaba Belcebú).  

El tema es espinoso y peligroso, como como sabía Jesús (y deben saber nuestros expertos), pues el Diablo‒Belcebú es perito en ocultarse, para manifestarse donde menos se le espera. Como dice la Biblia, a Jesús le mataron precisamente por su forma de liberar a los endemoniados… y de oponerse a los poderes demoníacos, centrados en Belzebú y vinculados con Mammón, que es el “dinero absolutizado”.  

La relación (casi identidad) entre Mammón/Dinero y Belzebú/Diablo es uno de los ejes de la vida y mensaje de Jesús, y por precisar el tema hubiera asistido gustosamente al Congreso de los Legionarios de Roma…, pero el coste del evento (todo incluido) sobrepasa nuestras sufridas posibilidades. Pero quiero aprovechar esta ocasión para exponer mi visión del tema, expuesta en Dios y el dinero. La economía en la Biblia, Sal Terrae, Santander 2019

He dedicado al tema también otros trabajos, incluidos en Historia de Jesús, Gran diccionario de la Biblia y Evangelio de Marcos. Desde ese fondo, como sencilla aportación al Gran Congreso de los Legionarios sobre el Diablo y los Exorcismos quiero ofrecer estas palabras sobre Diablo y Exorcismos en la vida y obra de Jesús (con Mammón de fondo).

 JESÚS CONTRA SATÁN/BELCEBÚ (Y CONTRA MAMMÓN)

Jesús condensó su proyecto en esos dos motivos (Belcebú y Mammón) que enmarcan por contraste el sentido de su Reino. No fue rabino de profesión, sino hombre ocupado en temas de trabajo y vida, desde el margen de Israel, en Galilea, un tekton o artesano (cf. Mc 6, 3), en la línea de Amós y de los profetas del principio de Israel. Pero fue un “exorcista” famoso y distinto (y por serlo le mataron), y vinculó de un modo sorprendente (pero lógico) al Diablo con el Dinero (a Belcebú con Mammón).  

Tras su bautismo en el Jordán, con Juan Bautista, y su experiencia de Dios como Padre (cf. Mc 1, 9‒11 par.), Jesús pasó a Galilea donde anunció y preparó la llegada del Reino  de Dios, descubriendo que su Dios no era derribar con guerra a los imperios, sino crear un pueblo mesiánico, que no se centrara en la pureza del Templo, en un tipo de Ley nacional o Dinero (Mammón), sino en la liberación de los campesinos pobres, amenazados por Satán, en Galilea. Desde ese fondo empezó a caminar con ellos y a liberarles de su mal, sin necesidad de pactar con Roma, ni de crear un pueblo separado como habían querido los redactores del Pentateuco.

  No se levantó en armas contra ningún imperio, sino contra el poder diabólico que actúa en todos los pueblos y destruye a los hombres. Ese Satán recibió el nombre popular de Belcebú, manifestándose en un nivel más hondo y terrible en los enfermos, impedidos y posesos de su entorno campesino, a los que Jesús acogía y sanaba. No buscaba, en principio, la destrucción de Roma ni el triunfo de los celotas judíos, sino la curación de los enfermos y/o posesos.

 Estaba convencido de que el responsable final de la opresión y muerte no era en primer lugar un poder externo, objetivado en instituciones militares (Roma) o socio‒políticas (ciudades helenistas y poderes herodianos), sino la realidad más honda del mal, que impone su amenaza sobre el conjunto de la humanidad (aunque actúe de un modo especial en templos e imperios). Supo que el enemigo se hallaba dentro de los hombres (tendía a poseerles), y así pensó que debía luchar, con el Poder de Dios, en contra de ese enemigo, para sanar a los hombres de su enfermedad‒demonio, haciéndoles capaces de vivir en comunión de vida y esperanza.

 Cuando hoy (año 2020) decimos que “no hay demonios” o que los exorcismos de Jesús eran gestos ilusorios (sin poder para cambiar la realidad), y sus curaciones sólo “excitaciones” psicosomáticas externas, no aclaramos las cosas, sino que ocultamos el problema de la “iniquidad” que se enquista en las instituciones y destruye a las personas. Es posible que no existan “demonios personales” en sentido ontológico (el demonio es lo opuesto a la persona), pero es evidente que lo demoníaco existe y constituye la amenaza mayor dela humanidad.

El demonio que la tradición israelita personificaba en el Diablo (Satán, Belzebú), y que a juicio de esa tradición actuaba en los imperios enemigos de Israel (como supone Daniel y el Apocalipsis), es la expresión de un mal objetivado, que se expresa en la destrucción de las personas, no sólo en instituciones y formas de vida exteriores, sino en hombres o mujeres dominados por un tipo de “maldad demoníaca”, interior y exterior, que se descarga y manifiesta en los individuos y grupos más débiles de la cadena humana, suscitando diversas formas de perturbación. En esa línea, el problema de fondo no es sólo la “locura” de algunos enfermos aislados, sino la del conjunto social.

Ciertamente, la “locura” (en sentido extenso) tiene otros elementos de tipo orgánico y biográfico, pero en su fondo late un problema de poder y comunicación, que en aquel tiempo se entendía de un modo religioso positivo o negativo (vinculado a Dios o a lo diabólico). Pues bien, en ese problema de fondo se introdujo Jesús, que no había venido a cambiar con violencia las instituciones (Roma, reinos vasallos, ciudades galileas), sino a curar a los “posesos” (dominados) por instituciones y poderes diabólicos, a través de una terapia de resistencia y transformación social[1]

  1. Jesús exorcista, revelación mesiánica

Según Marcos, Jesús fue expulsando demonios con prisa, con rabia, como si luchara contra personajes invisibles, de tipo muy hondo, que otros no logramos ver (sólo vemos locura, opresión social, destrucción humana). Muchos exegetas e intérpretes tiendan a silenciar este elemento de su vida, que parece haberse vuelto secundario en un cristianismo posterior (quizá desde Pablo), de forma que Jesús se eleva ante muchos hombres actuales, como un raro chamán (hechicero), diciendo cosas y haciendo gestos que resultan anticuados, pues tendemos a resolver los temas con fármacos y psiquiátricos.

Muchos cristianos actuales (incluso eclesiásticos) quisieran que Jesús no hubiera sido exorcista, o interpretan sus milagros de un modo folclórico, sin entrar en la raíz de los problemas. Pero es posible que los equivocados seamos nosotros, que no nos atrevemos a mirar la raíz social de los demonios, ni su realidad en la vida de los hombres, ni la posibilidad de una “terapia”, desde los eslabones más débiles (posesos de diverso tipo), a los que en el fondo seguimos expulsando de la buena sociedad. Pues bien, en contra de eso, Jesús descubrió en ellos la gloria de Dios, y se sintió enviado para liberarles, empezando así su tarea de Reino.

  1. El tema de los exorcismos.

Los que pretenden mutilar ese elemento, como si fuera un residuo mitológico, destruyen el mensaje de Jesús. Ciertamente, en un plano, la llamada posesión diabólica es una enfermedad que necesita atención médica (psicológica). Pero en otro ella (la vida dominada por poderes de opresión y ruptura humana) es un “pecado diabólico”, aunque no de los enfermos, sino de aquellos hombres y mujeres (e instituciones) que utilizan a los posesos y enfermos, descargando en ellos su violencia. Pues bien, de un modo paradójico, precisamente aquellos mismos oprimidos, que solían aparecer como una prueba palpable de la lejanía y/o castigo de Dios, vinieron a presentarse ante Jesús como lugar privilegiado de su acción, como indican varios textos de Marcos:

‒ 1, 21-28: El impuro de la sinagoga, lugar en el que actúa en especial el Diablo.

‒ 1, 32. 39; 3, 1: Sumarios, textos que resumen la acción de Jesús en sus exorcismos.

‒ 1, 40-45: El leproso expulsado en el campo al que Jesús limpia al “tocarle”.

‒ 5, 1-20: El “legionario” de Gerasa, poseído por un espíritu impuro (legión romana).

‒ 5, 21-43: Dos mujeres con impureza vinculada a su “condición” femenina..

‒ 7, 24-30: Niña pagana con demonio vinculado a su condición pagana.

‒ 9, 14-29: Niño lunático, con un espíritu mudo (9, 25).

El Diablo/Belcebú aparece así como opresión más honda, “aquel” (=aquello) que “posee”, coloniza a los hombres, les oprime y destruye, como parásito radical (¡el más peligroso de la vida humana!), y por saber eso, y para liberar a los posesos (no-hombres, no libres) formó Jesús un grupo de discípulos con poder para proclamar el evangelio, expulsando demonios, es decir, liberando a hombres y mujeres (Mc 3, 13-15). No trabajó en solitario, sino que creó un grupo de exorcistas, para que compartieran su gesto de Reino, al servicio de la libertad y de la comunión humana[2].

En el fondo del tema subyace el motivo de la “pureza” que viene definiendo la identidad de Israel desde la restauración judía (VI‒V a.C.).  Pues bien, Jesús identifica la “pureza” con la libertad y salud, descubriendo que una sociedad y religión, como la de entonces en Galilea era del diablo, no de Dios, y, para superar esa situación, preparando la llegada del Reino, él empezó a liberar a los “posesos” y curar a los enfermos, para que pudieran comunicarse en libertad, trasformando, al mismo tiempo, a la misma sociedad, para que surgiera un Israel distinto, en el que Dios se revela precisamente en los enfermos/posesos y en aquellos que les acogen y curan[3].

  1. El sentido de los exorcismos.

Por envío de Dios y por acción mesiánica, Jesús se ha introducido en el campo de contradicción y destrucción de los más pobres, descubriendo a Dios y realizando en ellos su obra, a diferencia de los esenios de Qumrán que interpretaban su proyecto desde la perspectiva de la lucha contra los poderes que oprimían y oprimen a Israel en cuanto tal, como muestra el Rollo de la Guerra (1QM: Milhama) y ratifica la Regla de la Comunidad donde se manda: «amar a todos los hijos de la luz y odiar a todos los hijos de las tinieblas» (cf. 1QS 3-4).

‒ El exorcismo de Qumránera la guerra, dirigida por sacerdotes, que marcan y sancionan los procesos divino‒militares, contra los enemigos del pueblo. Por eso no pueden combatir en ella los impuros, enfermos o manchados, pues la gran Batalla (el exorcismo radical) será una lucha de “hombres de valor” (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas), sin lugar para los «contaminados, paralíticos, ciegos, sordos, mudos... porque los ángeles de la santidad están entre ellos» (Regla de la Congregación, 1QSa 2, 1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). Sólo en la asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesías, Hijo de Dios (1QSa 2, 12-22).

Jesús realiza sus exorcismos al servicio de los excluidos, es decir, de los impuros y enfermos, a quienes acoge en su proyecto y camino de Reino. Lógicamente, esos exorcismos resultan escandalosos y contrarios a un tipo reino de Dios para los escribas que “vienen de Jerusalén”, con los parientes de Jesús (Mc 3, 20-35), que dictaminan y dicen: «Tiene a Belcebú y con el poder del Príncipe de los demonios expulsa a los demonios» o está fuera de sí» (Mc 3, 22; cf. Mt 12 22-32; Lc 11, 14-23; 12, 10), pues “curando” a los posesos y acogiendo a los marginados, Jesús pone en riesgo la sacralidad de Israel, que se mantiene expulsando o encerrando a posesos e impuros.

Los escribas piensan que Jesús derriba el muro de seguridad que la Ley había trazado entre puros e impuros, y por eso le acusan diciendo que, bajo capa de bien (ayudando externamente a unos posesos), él arruina o destruye la unidad sagrada del pueblo (la casa buena de Dios), entregando al conjunto de Israel en manos del Diablo, pues, con la Ley en la mano, la sociedad debería expulsar y controlar (=encarcelar) con violencia legítima a los endemoniados, para mantener el orden del sistema.

Ése es el fondo un tema de política religiosa, esto es, de poder, y en esa línea los escribas oficiales piensan que se deben mantener las instituciones legales, separando a los impuros de los puros. Jesús, en cambio, afirma que esa ley de pureza que “fariseos y herodianos” (cf. Mc 2, 6) quieren imponer en Galilea es contraria a la verdad y libertad del hombre. Lógicamente, los escribas contraatacan yacusan a Jesús de estar poseído por Belcebú, de ser un subversivo:

‒ Tiene a Belcebú.

‒ Expulsa a los demonios con el poder del Príncipe de los demonios (Mc 3, 22).

Esos escriban suponen que, conforme al Pentateuco, los “buenos” exorcistas han de avalar y ratificar el poder de las instituciones sagradas (del poder económico y religioso del templo, aliado al Imperio de Roma). Jesús, en cambio, apela al Reino de Dios:

 “Si yo expulso a los demonios con el espíritu (pneuma) de Dios,

el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Mt 12, 28).

Por encima de un tipo de ley al servicio de los llamados “puros”, Jesús apela al Espíritu de Dios, esto es, al Reino (Lc 11, 20 pone dedo de Dios, en vez de Espíritu, pero con el sentido es el mismo, en una línea de acción liberadora: cf. Ex 8, 19; 11, 20). Los escribas le han acusado diciendo que actúa con el poder de Belcebú. Jesús responde apelando al aliento/dedo de Dios, presentándose así como representante suyo, vencedor de Satán.

Los escribas “ven” a Satanás allí donde se “rompe” o niega su ley, y en esa línea condenan a Jesús. Jesús, en cambio, le descubre allí donde posesos, impuros y pobres se encuentran expulsados y oprimidos, mientras que Dios actúa con su “dedo” (espíritu), de forma liberadora. Jesús ha cambiado así el centro de “gravedad” de la revelación de Dios, que no se expresa (no se centra) en la santidad del pueblo, sino en la vida, salud y libertad de los posesos.

‒ Los escribas necesitan mantener su Ley (seguridad y santidad), y para ello tienen que expulsar a los disidentes y sentirse así seguros, resguardados, al interior de un pueblo separado, que pacta con Roma (como pactaron los redactores del Pentateuco con Persia). De esa forma, ellos colocan su estructura de grupo por encima de la “curación” de los endemoniados (de los pobres, campesinos, artesanos y prescindibles de Galilea).

‒ Jesús, en cambio, descubre la vida de Dios en esos endemoniados; por eso, no puede aceptar la autoridad de los escribas que, a su juicio, terminan siendo aliados de Satán, mientras sus discípulos vencen y expulsan a Satán, como el mismo Jesús responde cuando vienen a contarlo lo que han hecho: “He visto a Satanás caer del cielo como un relámpago…” (Lc 10, 18)[4].

  1. Jesús y los escribas. Una disputa de Ley

Los escribas aceptan el valor relativo de los exorcismos (pues liberan a unos hombres concretos), pero añaden que, al obrar así, Jesús destruye el mayor de los valores, que es la Ley del Pentateuco. Eso significa, según ellos, que Jesús no ayuda a los posesos de verdad, según Dios, sino al servicio de Satán; les ayuda en un nivel externo, pero en realidad les destruye, como admiten sus mismos parientes, que vienen para agarrarle y llevarle a casa, pues opinan que (haciendo lo que hace) ha de estar loco (Mc 3, 20). De esa forma, según Marcos, los parientes siguen a los escribas, no a Jesús, afirmando que su conducta con los posesos destruye la identidad israelita; él es, por tanto, un hombre peligroso al que se debe sujetar porque es seguidor de Satán, no de Dios.

Esta opinión de los familiares (y de los escribas que vienen de Jerusalén) ha de situarse al comienzo de la tradición evangélica, pues la iglesia posterior, que ha concedido un lugar tan importante a Santiago y que sabe honrar a María, madre de Jesús, no habría inventado la acusación de los familiares que tomaban a Jesús como activista antijudío, “infiltrado de Satán”, como dicen los escribas de Jerusalén (=judaísmo legal) que le acusaba de «tener a Belcebú» y de «expulsar a los demonios con el poder del Príncipe de los demonios» (Mc 3, 22), una acusación que se repite en Mt 10, 25.

 Es difícil precisar con más exactitud el fondo histórico y los rasgos más exactos de esa “acusación satánica”, pero es sin duda muy antigua, como muestra el hecho de que se cite en este contexto a Belcebú, un nombre popular semita (como Mammón, diablo del dinero: Mt 6, 24), poco conocido en otras fuentes de aquel tiempo y que resulta incognoscible (carece de sentido) en un mundo posterior, de cultura helenista. Conforme a la interpretación de Mateo (12, 24) y Lucas (11, 15), Belcebú es el mismo Satán, de manera que, al presentar a Jesús como servidor suyo, esos escribas le definen como emisario (encarnación) del mismo Diablo (Mt 10, 24), alguien que actúa en su nombre y con su fuerza (Mt 12, 24; Lc 11, 15). Según eso, sus adversarios presentan a Jesús como servidor del Diablo, no como enviado de Dios, sino como profeta perverso (en la línea de los profetas de Baal contra los que lucho en su tiempo Elías, cf. cap. 5). Este pasaje nos sitúa así ante una disputa de interpretaciones, ante dos formas de entender y aplicar la teología bíblica[5].

Razón de los escribas. Ellos saben que Satán puede presentarse como ángel de luz (cf. 2 Cor 11, 14), actuando así por medio de Jesús, expulsando a unos demonios menos peligros, pero suscitando un mal mucho más grande, pues destruyen la identidad sagrada de Israel. Su victoria sobre unos demonios se compensa con una derrota mayor. Como todo rey astuto, Satán puede perder unos soldados secundarios para así ganar su guerra.

‒ Supra‒razón de Jesús. En su línea, los escribas tienen parte de razón: La acción de Jesús como exorcista popular, al servicio de enfermos marginales y pobres, puede poner en riesgo la estructura religiosa de Israel. Ciertamente, en un sentido, Jesús busca y logra el bien de algunos necesitados (excluidos y posesos), pero lo hace actuando en contra de la Ley israelita. Éste es el escándalo de Jesús, eso que podemos llamar su supra‒razón: Él pone la curación de enfermos y posesos por encima de un tipo de y no a la inversa.

 Nos hallamos pues ante dos interpretaciones de la teología bíblica. (a) Los judíos rabínicos optan por la identidad nacional, conforme a un tipo de Ley Sagrada del pueblo, de forma que todo lo que va en contra de ella les parece demoníaco. (b) En contra de eso, Jesús y sus seguidores buscan y promueven un judaísmo abierto a los excluidos e impuros, superando de esa forma las fronteras de un Israel particular, en línea de universalismo humano. De esta forma, por encima de posibles retóricas de tipo legalista (y espiritualista), el evangelio nos lleva a la raíz de la vida, hasta el espacio donde viene a definirse Dios a favor de los más pobres, endemoniados-locos). Los que atacan a Jesús presentan Dios garantía de un orden social, expulsando a los posesos “peligrosos”; Jesús, en cambio, les acoge y cura, afirmando que el Reino ha comenzado allí donde él les libera[6].

  1. Ampliación teológica. Pecado contra el Espíritu Santo.

Según Jesús, el Diablo es aquel (aquello) que posee a los hombres (un poder vinculado a Mammón, el dinero) para destruirles, a través de la locura y de la enfermedad, el poder de lo inhumano que impide que los hombres vivan en plenitud. Por el contrario, el Espíritu es poder de libertad, en sentido personal y comunitario. En esa línea, Jesús tenía la certeza de estar realizando una (la) obra de Dios. Su mensaje en el sermón de la montaña, su manera de ofrecer perdón, superando barreras legales, su modo de curar y animar a los excluidos (cf. Mt 11, 2 ss.) muestran que Dios avalaba su mensaje, en oposición al Diablo[7].

Desde aquí se distinguen los caminos.

(a) Los escribas luchan contra el diablo creando y cultivando estructuras de ley nacional, para proteger a los puros, expulsando o marginando a impuros y enfermos, bajo el poder de Satán.

(b) Jesús en cambio lucha ayudando, acogiendo y sanando a los impuros, aunque de esa forma pueda parecer que él se opone al espíritu profundo (y a la seguridad social) de los buenos israelitas, conforme a los principios del pacto de Dios. Ésta es la razón y el lugar de la controversia de Jesús con los escribas, sobre la identidad de Dios y su acción liberadora.

En esa línea, un tipo de escribas interpretan la acción de Jesús como diabólica porque, según ellos, destruye el pacto sagrado de Israel; Jesús, en cambio, se presenta como portador del Espíritu de Dios, para proclamar la llegada del Reino, al servicio de pobres, posesos y excluidos. Por eso, aquellos que rechazan su acción liberadora pecan en contra del Espíritu Santo, quedando sin perdón:

Se perdonarán a los hombres todos los pecados y blasfemias que blasfemen. Pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, es reo de pecado eterno: porque decían “tiene un Espíritu impuro” (Mc 3, 28-30)[8].

Este pasaje pertenece a la tradición antigua, y, aunque ha sido reelaborado por Marcos, nos sitúa ante los dos rasgos centrales de mensaje y obra de Jesús. (a) Por un lado, él identifica a Dios como fuente originaria de perdón: todo lo entiende, todo lo perdona, en línea de Reino. (b) Por otro lado afirma que aquellos que se oponen al perdón (al Espíritu de Dios), los que impiden que Dios acoja y cure a posesos y enfermos pecan contra el Espíritu Santo. Precisamente aquí se oponen los espíritus: el de Dios, poder de libertad en amor y perdón; y el del diablo, que es poder de opresión y muerte (rechazo del perdón).

Poniéndose en manos de Dios, como Jesús, los hombres alcanzan siempre perdón, pues Dios es gracia, por encima del talión, sobre todo juicio. Pero aquellos que rechazan su perdón (liberación de los pequeños y excluidos), corren el riesgo de perderse (no pudiendo ser perdonados). No es que Dios les condene, se condenan ellos, a pesar de Dios. Según eso, lo que “acontece” (está en juego) en Jesús es nada más y nada menos que el Reino, que se expresa en la expulsión de los demonios y en la liberación de los posesos[9]. Así aparecen contrapuestos los dos principios:

(a) El Espíritu Santo que es perdón-amor de Dios que actúa por la llamada universal de Jesús y su exorcismo.

(b) El pecado diabólico que consiste en rechazar la acción liberadora de Jesús y confundirle con el Diablo.

El pecado contra el Hijo del Hombre puede perdonarse, pues se centra en temas que pueden discutirse en un plano de principios, en un nivel más teórico si vale esa palabra. Por el contrario, el pecado contra el Espíritu Santo no tiene perdón porque aquel que lo comete se opone precisamente a la acción liberadora de Jesús a favor de los pobres.

Ésta es la crisis mesiánica: (a) Los que se oponen a los exorcismos de Jesús no le rechazan simplemente a él, sino que niegan y rechazan la obra del Espíritu de Dios, oponiéndose a su Reino, negándose a recibir así perdón de Dios. (b) Por el contrario los que los aceptan se abren al reino de Dios, entendido como gracia creadora y ayuda a los pequeños, en la línea Mt 25, 31-46: Tuve hambre y me disteis de comer, estuve exilado y me acogisteis, estuve poseído y rompisteis mis cadenas[10].

[1] Además de “vidas” de Jesús, cf. M. Borg, Conflict, Holiness and Politics in the Teachings of Jesus, Mellen, New York-Toronto 1984; S. Davies, Jesus the Healer, SCM Press, London 1995; J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1975; M. Hull, Hellenistic Magic and the Synoptic Tradition (SBT 28), London 1974); H. C. Kee, Medicina, milagro y magia en tiempos del NT, Almendro Córdoba 1992; X. Pikaza, La historia de Jesús, Verbo Divino 2012; J. Pilch, Healing in the New Testament, Fortress, Minneapolis 2000; M. Smith, Jesús el mago, M. Roca, Barcelona 1988; G. Theissen, Miracle Stories of the Early Christian Tradition, Clark, Edinburgh 1983; G. H. Twelftree, Jesus the Exorcist, Mohr, Tübingen 1993; C. Wahlen, Jesus and the Impurity of Spirits in the Synoptic Gospels (WUNT 2.185) Tübingen 2004.

[2] Desde ese fondo podemos precisar tres rasgos del tema:

Las posesiones son un tipo de ruptura o distorsión que impide que unos hombres o mujeres puedan vivir en libertad y amar a los demás, desde sí mismos. Los exorcistas se oponen, según eso, a unos demonios “personales”, no porque los demonios sean personas, sino porque destruyen a las personas. En esa línea, los exorcismos son “terapias” de reconstrucción personal.

Las posesiones expresan un problema familiar, como en los casos en los que Jesús “cura” a los padres para así liberar a los hijos (cf. Mc 7, 24-30; 9, 14-29). En este contexto podemos hablar de demonios familiares, e insistir en el motivo de la “reconstrucción familiar” de Jesús, como centro de su compromiso mesiánico.

Los exorcismos responden a un problema político y social (Mc 3, 22 par.; cf. también Ap 13‒20). En el fondo ellos late, según eso, un tema de poder y “posesión”: ¿Quién es el fuerte y domina la “casa” del mundo? (Mc 3, 27 par). Los apocalípticos tendían a vincular a ese “fuerte” con los poderes imperiales (cf. Mc 5, 1‒20), pero Jesús insistió más en los demonios personales que en los imperiales. Cf. G. Theissen, ElMovimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005, 287.

[3] Entendidos así, los exorcismos nos sitúa en el centro de la vida de Jesús, vinculada a la liberación de los hombres y a la transformación de las sinagogas (y del mismo templo de Jerusalén), pues en su forma actual ellas corren el riesgo de ser instituciones dominadas por el diablo, como muestra el relato con el que comienzan las obras de Jesús según Mc 1, 21-26.

[4] Esa visión de Lc 10, 18 (Satanás ha perdido su poder, ha caído del cielo, es un “Diablo” derrotado) puede entenderse desde Ap 12, donde se supone que Satán, que había dominado desde el cielo la historia de los hombres, ha sido expulsado, arrojado a la tierra, donde se esfuerza por dominar a los hombres, pero sin lograrlo (cf. Ap 12, 1-6.9).

[5] Belcebú era un Dios filisteo de Ekron (2 Re 1,2 ss), y su nombre significa Señor de la Morada Celeste (del templo o del cielo). A través de una transposición normal, los judíos opuestos a la “idolatría” de los filisteos han dado a ese nombre el sentido de “señor de la basura” (o de las moscas), presentándole como «enemigo» del Dios verdadero, y llamándole finalmente Diablo. Cf. R. Bultmann, Geschichte der synoptischcn Tradition, Vandenhoeck, Göttingen 1970, 11-12, 94; W. Grundmann, Markus, Hauck, Berlin 1959, 82-83.

[6]Para un tipo de judíos rabínicos (y de cristianos actuales: año 2020) la religión sigue estando al servicio del sistema socio‒religioso, pues ella importa más que los pequeños intereses de los pobres (posesos, marginados). Frente a esa visión se ha situado Jesús poniendo al pobre, al expulsado y al poseso, en el centro de su cuidado. Más que el bien “legal” del pueblo separado le importa la salud y bienestar, la libertad y vida de los expulsan del sistema: los posesos y los locos. Esta polémica seguía viva en tiempo del evangelio de Juan, que recoge la acusación de aquellos que presentan a Jesús como loco, diciendo que tiene un «demonio» (Jn 7, 20; 8, 48.52; 10, 20). Según ellos, Jesús ha roto un tipo de “culto” oficial del templo (una Ley religiosa controlada por escribas y sacerdotes). Pero, cuando le acusan él responde: “No tengo un demonio, sino que doy honra a mi Padre”, es decir, abro un camino de liberación en nombre de Dios (Jn 8, 48). Eso significa que los verdaderos endemoniados, hijos de Satán, son aquellos que rechazan su acción liberadora (cf. Jn 8, 44). Una tradición judía posterior ha recogido esta polémica, afirmando (cf. Tosefta Hulin II, 22, 23), que Jesús ha realizado curaciones de tipo mágico, utilizando un tipo de brujería (magia) para seducir al pueblo, de forma que ha tenido que ser ajusticiado (cf. San h 43a).

[7] Cf. C. K. Barret, The Holy Spirit in the Gospel Tradition,SPCK, London 1970; y J. Klausner, Jesús de Nazaret, Paidós, Buenos Aires 1971, 369-376; J. I. Levine, The Rabbinic Class of Roman Palestine in Late Antiquity, Ben Zvi, Jerusalem 1989; T. W. Manson, The Sayings of Jesus, SCM, London 1971, 84-8; P. Sacchi, L'Apocalittica giudaica e la sua storia, Paideia, Brescia, 1990, 272-297; H. Schlier, Mächte und Gewalten nach dem NT, en Besinnung auf das NT, Herder, Freiburg 1964; G. Vermes, Jesús, el judío, Muchnik, Barcelona 1977, 63-87.

[8] El texto ha sido retomado y precisaso por Mt 12, 31-32 y Lc 12, 10. Cf. W. Grundmann, Mathhäus, Hauck, Berlin 1971, 329, 124; T. W. Manson, The Sayings of Jesús, SCM, London 1971, 86. Juicio textual en B. R. Metzger, A textual commentary on the Greck NT, London 1975, 154-56. Sobre el pecado contra el E. Santo, cf. M. E. Boring, “The Unforgivable sin Logion”: NT 18 (1976) 258-279; C. Colpe, Der Spruch von der Lästerung des Geister, en Fest. J. Jeremias, Göttingen 1970, 63-69; J. D. G. Dunn, El Espíritu Santo y Jesús, Sec. Trinitario, Salamanca 1975, 94-100.

[9] Los exorcismos no son algo preparatorio, sino la verdad del Reino que está viniendo (cf. Mt 12, 28), como muestra una variante posterior del Padrenuestro que en vez de “venga tu Reino” dice “venga tu Espíritu Santo sobre nosotros y nos purifique” (Lc 11, 2). El Espíritu Santo es la verdad del reino, la libertad purificadora y salvadora de Dios. Desde ese fondo se entiende el final, ya evocado, de la disputa de Jesús sobre la liberación de los posesos: “Pero quien blasfeme contra el Espíritu Santo (=quien no acepte su acción liberadora) no tendrá perdón...” (Mc 3, 28-30).

Ésta es la oposición fundamental. (a) Satán es lo que oprime y destruye al ser humano, haciéndole esclavo de sí mismo, de la conflictividad social y de la muerte. (b) El Espíritu, en cambio, es Presencia y Vida de Dios que actúa por el Reino (en curación, acogida, salud, esperanza), a favor de los humanos. Así ratifica y expresa Jesús la lucha escatológica del judaísmo (en especial de Qumrán): la batalla entre Satán-Espíritu perverso (con sus demonios) y el Espíritu de Dios (gracia universal). En esa línea, un tipo de Ley ayuda al pueblo en su conjunto (al sistema sacral), pero oprime a los más débiles y rechaza a los impuros, pecadores, diferentes. Por el contrario, según Jesús, Satán se esconde y actúa en (por) un tipo de sistema social y religioso que expulsa a pobres y enfermos. Cf. M. Trautmann, Zeichenhafte Handlungen Jesu, Echter, Würzburg 1980.

[10] En este contexto se sitúa la confesión mesiánica, que culmina en el Espíritu Santo, es decir, en la acción liberadora de Jesús, que se expresa en su forma de acoger a los expulsados y oprimidos. Por eso: “Cuando os entreguen, no penséis de antemano lo que habéis de contestar. Al contrario, decid aquello que os inspire en aquel momento: porque no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo (Mt 13, 11 par). Según eso, el Espíritu Santo, poder liberador de posesos y expulsados de sistema, viene a desvelarse como animador escatológico que alienta y sostiene a los que dan la vida por el reino. Frente al pecado escatológico (rechazar la liberación de Jesús), se desvela la gracia escatológica (liberación de posesos y excluídos).

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