Espíritu Santo, autoridad cristiana
Sigue la semana de Pentecostés y quiero dedicar unas reflexiones sobre los “ministerios” que provienen del Espíritu y expresan en el mundo su presencia. Hablaré, por tanto, de la “autoridad cristiana” y en especial de aquellos que ejercen funciones de animación y arbitraje en la iglesia
| X. Pikaza

Introducción
Conforme a una visión muy extendida del protestantismo, Dios ofrece su Espíritu a los fieles para que lean e interpreten de manera piadosa y salvadora la Escritura de Dios.
Conforme a otra visión extendida del catolicismo, Dios habría dado su Espíritu al Papa y a los obispos, para que actúen en su nombre (en nombre de Dios) y digan a los otros lo que tienen que hacer. En este blog he venido tratando en diversas ocasiones del origen y sentido de los ministerios cristianos. Continuando en esa línea ofreceré hoy algunas reflexiones básicas sobre los ministerios.
- La primera autoridad cristiana es el carisma,
es decir, la creatividad personal de los creyentes, como Pablo ha desarrollado en 1 Cor 12-14 y Juan en todo su evangelio y en sus cartas. Esa autoridad se encuentra vinculada al testimonio y creatividad de aquellos que enriquecen a a los demás, abriendo para ellos un camino de seguimiento y maduración. Esta autoridad se avala por sí misma: no tiene que imponerse, se ofrece; no se consigue por razones o por votos, se expresa y justifica por sí misma.
En esta perspectiva se sitúa la autoridad de los grandes creadores espirituales como Jesús o Mahoma, lo mismo que los fundadores de las órdenes y movimientos religiosos. La fuerza de esta autoridad reside en el ejemplo y prestigio de aquellos que se han presentado ante los demás como hombres o mujeres de Espíritu, capaces de mantenerse en diálogo con lo divino. Esta es la autoridad que define el estado naciente de una institución o grupo. De algún modo, ella perdura a través de las instituciones ya formadas (iglesias constituidas), aunque pierde la importancia que solía tener en su principio, pues las iglesias tienden a convertirse en administradoras de un carisma ya codificado y funcionalizado.
2. El carisma de la autoridad tiende a estabilizarse en formas y estructuras de poder delegado,
a través de los funcionarios o administradores que organizan la vida del grupo conforme a unas leyes aceptadas en principio por todos. Así se pasa de los fundadores carismáticos a los funcionarios eficientes cuya tarea no consiste en crear carisma (recibir nuevo Espíritu) sino en administrar la vida de aquellos que están reunidos en nombre de ese carisma.
Estos superiores delegados (administradores) no ejercen autoridad por sí mismos ni pueden apelar a una inspiración más alta del Espíritu. Son representantes de un conjunto social que les ha dado unas tareas que tienden a burocratizarse; son ejecutores de una ley que pertenece a todos (que ellos no han creado ni pueden ejercer a capricho); son gestores de un conjunto social al que deben dar cuenta de su tarea.
Normalmente, para mantener su prestigio y mantenerse, estos administradores tienden a convertirse en "jerarcas", es decir, en autoridad sagrada. Para ello sacralizan su poder, afirmando que ellos han recibido la garantía del Espíritu divino.
3. La iglesia tiene que vincular autoridad carismática y poder administrativo.
Eso significa que los cristianos, superando el riesgo de burocratización (institucionalización) de sus miembros, deben volver siempre "a las fuentes de inspiración de su vida", es decir, al manantial carismático de Jesús y de los cristianos primitivos.
Desde ese fondo debemos superar dos riesgos, el de una búsqueda puramente carismática del Espíritu, sin apoyo en la realidad concreta de sus miembros, y el de una institucionalización pura de la vida eclesial. Así podemos situarnos entres los dos “extremos” deñ "espíritu" cristiano , el carisma puro y la pura administración.
4. El carisma puro del Espíritu,
entendido en línea de pura espontaneidad creadora, sin ninguna forma de organización, no existe en realidad, sino que es como "límite" hacia el que tiende los cristianos. No se puede hablar de un puro estado naciente, en el que no habría todavía instituciones, pues tan pronto como el grupo ha nacido y/o se ha organizado en cuanto tal necesita realizar tareas administrativas: se dividen funciones, se reparten encargos etc.
Lo que llamamos el Espíritu Santo del "estado naciente" de la iglesia (de las primeras comunidades galileas o de Jerusalén) se expresa desde el principio a través de ciertas funciones del grupo (vinculadas a misioneros y profetas ambulantes, a maestros y presidentes de las comunidades).
5. Por otra parte, la pura institución,
entendido como triunfo de la burocracia administrativa, resulta imposible dentro de la iglesia. Por eso decimos que la autoridad eclesiástica (lo que se ha llamado jerarquía) tiene que volver incesantemente a las raíces carismáticas de la iglesia (a la experiencia pascual, a la visión de Pentecostés) para realizar sus tareas. Eso significa que la misma institución participa de la libertad y creatividad carismática del origen de la iglesia; ella se mantiene siempre en estado naciente.
Esta dialéctica entre carisma e institución está en la base del cristianismo y de cada uno de los grandes movimientos religiosos intracristianos. El puro carisma se diluye pronto y pierde su capacidad creadora a no ser que se organice a través de instituciones encargadas de expresarlo y expandirlo (en cauces de administración y poder). Pero si las instituciones pierden su autoridad carismática y se convierten en puras administradores de poder se vuelven fósiles sin alma[1].
6. La verdadera autoridad pertenece al carisma:
es la capacidad creadora del amor, que libera a los humanos de la fatalidad cósmica y del miedo a la muerte y les vincula en una tarea creativa, gozosamente asumida. En ese sentido, los religiosos queremos o ser obedientes a la llamada carismática de Jesús y de nuestros fundadores religiosos; sólo a ese nivel funda y recibe su sentido la auténtica obediencia. Si pierde este principio ella se vuelve cadáver.
Por su distancia respecto al origen (que es siempre el amor creador) y por exigencias de la organización, autoridad debe expresarse a través de unas mediaciones funcionales y administrativas, vinculadas a la trama del poder, que pertenecen a la estructura de la vida social y deben ponerse al servicio del carisma. Recordemos que un carisma sin institución pierde pronto su sentido y se diluye en la impotencia o en cien manifestaciones a menudo contradictorias.

7. El primer poder es por tanto el no-poder
En la iglesia el “poder” no lo poseen los sacerdotes (pues no hay en ella sacerdotes el en sentido estricto del término; el único sacerdote es Dios-Jesús), ni los ancianos o presbíteros como tales (pues el evangelio rompe la estructura social y nacional judía, no crea un pueblo donde mandan los ancianos en cuanto representantes de la tradición). Tampoco hay en la iglesia escribas en cuanto portadores de una ley nacional que ellos controlan y fijan, tal como ha venido a expresarse por la Misna.
La autoridad de la iglesia se funda solamente en Cristo que anuncia el reino y ofrece su vida por los hombres. Cesan ante él todas las formas de poder antiguo, de manera que, en su origen, los cristianos vienen a expresarse como pueblo carismático, que vive de la autoridad de Jesús, sin necesidad de fijar poderes especiales (burocráticos, institucionales).
Los documentos esenciales del Nuevo Testamento ofrecen el testimonio admirable de una iglesia llena de autoridad (que va a extenderse pronto en todas direcciones) pero carente de poder económico y administrativo. Recordemos en esta línea el evangelio de Mc (e incluso el de Mt), donde aparece una riquísima comunidad cristiana, llena de autoridad evangélica, sin poderes institucionales. Recordemos al mismo Pablo auténtico, sin más autoridad que la experiencia de Jesús y el evangelio.
Sobre esa base de autoridad carismática sin poder ha de asentarse una y otra vez la iglesia cristiana. Si en un momento determinado ella lo olvida y se define en función de las diversas formas de poder que han brotado en tiempos posteriores (por imperativo social, no por evangelio), ella pierde su base cristiana. Pero, como ya hemos dicho, toda autoridad tiende a explicitarse en formas de poder y así ha pasado en la iglesia cristiana.
8 La misma autoridad crismática suscita unos ministerios (unos poderes, en sentido relativo).
Así lo saben ya los los libros sapienciales judíos (cf. Sab 6) al decir que toda poder viene de Dios. Frente a un "demonismo" antimundano que condena toda forma de poder como perversa, el AT nos recuerda que la autoridad de Dios (principio salvador) viene a expresarse a través de unas estructuras de poder. En esa línea se mantiene Rom 13 cuando afirma que el poder es signo de Dios sobre la tierra. La misma autoridad de Cristo se exprese en tipo poderes de carácter administrativo dentro de la iglesia, no para negar el carisma sino para expresarlo sobre el mundo. En esta perspectiva han de asumirse como necesarios los ministerios eclesiales, en las diversas formas que han ido tomando (y/o deben tomar) a lo largo de la historia.
Pero todo “poder” resulta peligroso... si se busca a sí mismo y se toma como principio de vida de la iglesia, según indica ya en el mismo Antiguo Testamento la fábula del árbol coronado en Jc 9, 7-15 : el rey tiende a mostrarse como parásito que vive a costa de los demás, como la zarza que es el árbol menos provechoso y chupa la savia de los árboles buenos para imponerse sobre ellos. En esa línea, el AT abre un camino de "utopía", de búsqueda de autoridad que no sea opresora, tanto en plano profético como mesiánico y legal (de escribas). En esta perspectiva debe mantenerse vigilante el cristianismo, afirmando siempre la autoridad creadora de Jesús y superando las formas de poder que puedan desvirtuar o destruir ese tipo de autoridad evangélica[2].
Como venimos diciendo, la autoridad (que es siempre fuente de amor) ha de expresarse en formas de poder (sobre todo económico y administrativo). Frente a un angelismo cristiano que rechaza todos los poderes en la iglesia debemos afirmar que ellos son necesarios (pero sólo en la medida en que expresan el sentido de la autoridad de Jesús). Desde es ta perspectiva puede y debe expresarse el sentido básico de la autoridad dentro de la iglesia.
9. Los ministerios del Espíritu. Testimonio de Pablo.
Pablo ha planteado con gran fuerza el tema de los servicios eclesiales, que brotan del mismo Espíritu, vinculado al único Kyrios y al único Dios. Así se fundan y expresan los diversos ministerios eclesiales, conforme a 1 Cor 12, 4-6:
*Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo.. La presencia del Espíritu se expresa como carisma, es decir, como don fundante o acción gratuita.
*Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Los ministerios o servicios aparecen vinculados al Señor, a quien todo el NT presenta como Servidor por excelencia.
* Hay diversidad de actuaciones, pero el Dios que obra todo en todos es el mismo. En este contexto, la presencia de Dios aparece en clave de acción creadora.
Pero lo que en ese pasaje aparece atribuido, al mismo tiempo, a Dios, al Kyrios y al Peuma aparece después vinculado solamente al Pneuma, es decir, al Espíritu Santo. Así continúa diciendo Pablo: a cada uno se le ha dado la manifestación del Espíritu para conveniencia (de todos). A uno se le concede, por medio o a través del Espíritu, del mismo Espíritu , una gracia especial o un tipo de servicio o ministerio (palabra, sabiduría, fe, curaciones, profecía...) para bien del conjunto de la iglesia (cf. 1 Cor 12, 7-13).
10. Conclusión. La autoridad es el Espíritu
Dentro de la estructura legal de un judaísmo de ley (legalista: ¡no todo judaísmo es legalista!), los ministerios aparecen reglamentados según ley, conforme a un esquema de herencia (de transmisión familiar) o de organización social. En contra de eso, desde la mejor fuente israelita, según Pablo, dentro de la iglesia, los diversos ministerios emergen y se expresan por la fuerza del mismo Espíritu. No se pueden estructurar desde fuera, ni se pueden imponer, sino que brotan conforme a la exigencia de la misma estructura y vida eclesial.
Todos los ministerios están al servicio del cuerpo, no de un cuerpo nacional judío (o de un cuerpo eclesiástico, bien estructurado según ley), sino del cuerpo mesiánico, fundado y expresado conforme a la gracia del Espíritu del Cristo, al servicio del conjunto de la comunidad y, de un modo especial, del conjunto de la humanidad. Por eso, la finalidad de la autoridad del Espíritu consiste en que no haya poder ni poderes…
Los ministerios cristianos están al servicio del “no poder”, es decir, del amor mutuo y de la expansión de la palabra… Desde aquí se pueden distinguir y precisar los ministerios:
Y en la iglesia, Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo {lugar,}profetas; en tercer {lugar,}maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad, ayudas, administraciones, {diversas}clases de lenguas... (1 Cor 12:28)
Hay, por tanto, ministerios, hay servicios eclesiales, pero brotan de la misma comunidad abierta al amor, en el Espíritu. Todos ellos se expresan y culminan en el único servicio del amor, como sabe 1 Cor 12, 31b-13,13. El carisma fundante (y en el fondo único) de toda vida cristiana (y evidentemente de sus diversas instituciones) es el amor, entendido como don gratuito y fuente de unión no impositiva entre los humanos (los miembros de un grupo).
Fundada en ese amor que brota del Espíritu, la iglesia de Jesús no ha desarrollado en principio ninguna autoridad específica distinta de aquella que posee y representa Jesús resucitado. Su autoridad es el amor común y al servicio de ese amor emergen diferentes ministerios.
Notas
[1] Sigue siendo clásico, en relación al conjunto de la iglesia, el libro de Leuba, Carisma e Institución, Sígueme, Salamanca 1974..
[2] Es significativo el que gran parte de la teología y comprensión de la autoridad dentro de la iglesia católica se inspire en principios de AT, no sólo en la visión de los ministerios (amplias parcelas de poder de sacerdotes y levitas se han aplicado a obispos y presbíteros, como desafortunadamente hace todavía el Ritual de Ordenaciones) sino sobre todo en el plano del poder civil. El NT parece más difícil de aplicarse. Por eso, en la visión de las naciones y poderes político/sociales, los cristianos han seguido utilizando en gran medida modelos regios (David) y sapienciales (sobre todo de Eclo y Sab) que pertenecen al AT.