Mi amado las montañas Espiritualidad ecológica: Con Job, San Pablo y San Juan de la Cruz

   La ecología es tema de ciencia y política, de economía  y de ascética, de estética y moral..., pero también de espiritualidad, como la Iglesia Católica está poniendo de relieve estos días (del 1 de septiembre al 4 de octubre) en todo el mundo, recordando y actualizando la la Carta Magna del Papa Francisco: Laudato sí. 

 https://www.youtube.com/watch?v=DJ6lTMv8IMA&feature=youtu.be&fbclid=IwAR2C76rT6czoVtDdu-wJaeMBZlI2p8pZx-nFo0hBIUOdoeOaehgCEkqa8oE

Entre los rasgos de la espiritualidad ecológica hay tres: (a) La admiración ante el mundo y la vida, representada por el Dios que pide a Job que confíe en su vida y en la vida de los animales. (2) La esperanza, destacada por Pablo en Rom 8, donde habla de la creación ansiosa, en dolores de parto, aguardando la manifestación de los hijos de Dios. (3) El amor, puesto de relieve por Juan de la Cruz, cuando canta y dice “mi Amado, las montañas…”.

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JOB: ADMIRACIÓN. DIOS Y EL CUIDADO DE LOS ANIMALES

 Job ha pedido a Dios que le demuestre su existencia, y nosotros podíamos esperar razones o argumentos, como las vías de Santo Tomás o de otros grandes filósofos de occidente. Pero Dios no le da razones, sino que le dice: “Mira los animales, mira el onagro y avestruz, mira la gacela y el halcón, el rinoceronte y el cocodrilo”.

La providencia de Dios está representada por el ancho mundo de los animales, que acompañan al hombre en su camino sobre el mundo, como sabía y decía ya Gen 2. Este Dios de los animales puede ser un signo valioso en estos tiempos de coronavirus: Escuchar nuestro inconsciente, volver a la armonía con la naturaleza animal.   

Publiqué hace todavía poco tiempo un larga Teodicea (Sígueme, Salamanca 2013) y no pensé justificar la existencia de Dios desde (con) los animales (como onagros pastando o los avestruces corriendo por las estepas...). Pero después, a comienzos de este año del coronavirus, comentando el libro de Job (Lectura de Job, San Pablo 2020) he descubierto la razón de Dios, vinculada a los onagros, avestruces y a los otros animales.

Job le pide a Dios que justifique su vida y obra, pero Dios le responde hablándole de sus animales, recordándole así sus raíces comunes con la leona, el cuervo y la gacela, el halcón y ña águila, el onagro, antílope, avestruz y caballo)  con el posible unicornio, para citar al fin aquellos que parecen más inmensos y temerosos (behemot/rinoceronte y leviatán/cocodrilo (38, 39‒39, 30).  No es fácil precisar el sentido concreto de esos animales, pero el mismo texto son ofreciendo claves para ello. Pero todos ellos están ahí, valen por sí mismos, como objeto de enseñanza y admiración.

Tiempo de la Creación archivos - Laicos

Leona, cuervo, gacela (38, 39‒ 40, 1‒4). Son animales que protegen de diversas formas a su prole (como Dios hace con los hombres). La leona es feroz, pero sustenta cuidadosamente a sus cachorros, sea con la carne que el león macho le trae, o con la que ella misma consigue, enseñándoles al mismo tiempo a cazar. Dios mismo ofrece alimento al cuervo de mal agüero para sus polluelos y protege en su preñez y nacimiento a las gacelas de las rocas y desiertos.  Estos animales (león, cuervo, gacela) son testigos de Dios, que les enseña cómo alimentar a sus crías. No sirven a los hombres ni les enriquecen (como bueyes, ovejas, cabras y palomas), no se domestican, ni se emplean en los sacrificios y, sin embargo, son objeto del cuidado de Dios, que les protege y alimenta (cf. Sal 104. 136.145); de esa forma son ejemplo de la generosidad y cuidado de Dios para los hombres (por encima de la pura utilidad).

Onagro, antílope, avestruz… (Job 40, 5‒18). La generosidad de Dios que alimenta incluso a los seres que parecen menos necesarios, ha de ser ejemplo para Job, a quien Dios pide, indirectamente, que acepte su vida (aunque parezca inútil y enferma) como signo de la presencia multiforme de Dios, como muestra el onagro. El asno ha sido de los primeros animales domesticados, compañero del hombre en el trabajo. Pero Dios no habla de asnos domesticados, sino de onagros (asnos salvajes, pere’), animales duros e independiente (aunque moviéndose en manadas), en tierras casi desérticas. Como el onagro y el antílope/unicornio, que no sirven para ser domados, ni para trabajar o ser sacrificados en el templo, tampoco la avestruz es útil, pero es muy significativa. Este Dios de Job no está aludiendo aquí a los animales domesticados para comida, el trabajo o templo, sino a los más extraños y distintos, que no trabajan, ni se comen, ni se sacrifican, pero que son importantes para Dios, para enseñanza de Job.

DETALLE DEL GRAN PANEL CON LA CACERIA DE ONAGROS SITUADO EN LA PARED  OCCIDENTAL DEL GRAN SALON - SIGLO VIII - PINTURA OMEYA. Location: CASTILLO  Stock Photo - Alamy

Conforme a la visión de sacerdotes y sabios judíos, las avestruces no deberían existir, y por eso son impuras; pero el Dios de Job pasa por alto su impureza ritual, y valora su carácter extraño, su independencia y velocidad. En el tiempo en que se escribió el libro de Job existían en el entorno de Israel bandadas o “rebaños” de avestruces, suscitando la admiración de su autor, que nos ha ofrecido este precioso retrato, diciendo que, aunque parece que carecen de un tipo de sabiduría convencional (abandonan sus huevos), son, sin embargo, objeto de la admiración de Dios,

Behemot y Leviatán (4, 15‒41, 26). Estos dos últimos animales de la serie tienen rasgos míticos; son, al mismo tiempo, peligrosos y admirables, un signo muy alto de la armonía discordante de un mundo habitado por vivientes (animales) fascinantes que debemos respetar, pues de lo contrario podemos destruirnos. Es como si Dios dijera a Job: “Yo podría haber hecho un mundo sin estos vivientes pavorosos, más feroces que el león, más audaces que las gacelas, más extraños que el avestruz y el onagro, más excelsos que el halcón y el águila. Pero he querido crearlos, como signo de un poder y de una vida que desborda toda inteligencia”.

Significativamente, éstos dos vivientes más extraños y lejanos, casi imaginarios, pueden identificarse de algún modo con el hipopótamo y el cocodrilo de las márgenes del Nilo. Dios los ha creado, haciendo así que el mundo sea con ellos más insólito y chocante, pero también más rico de vida, de aventura y riesgo, y así le dice a Job que considere: Mira a Behemot (40, 15), ¿podrás pescar a Leviatán? (40, 25). Sin duda, Dios podría haber hecho praderas sin Behemot, ríos sin Leviatán, pero: ¿Sería ello mejor? ¿Merecería la pena? Job tiene que pensarlo, antes de ponerse a criticar a Dios.

LOS CAMINOS ADVERSOS DE DIOS

Estos animales, tal como Dios los describe (y en el lugar en que lo hace) pertenecen al tesoro de la literatura y pensamiento de occidente, y así los ha visto y descrito Th. Hobbes tanto en Leviatan (1661, sobre el poder) como en Behemot (1681, sobre la economía), concibiéndolos como vivientes peligrosos, pero que están ahí, surgidos de la mano de Dios, aunque en forma político‒económica han sido creados por los hombres, entre (o sobre) quienes ellos se elevan. Son signo de admiración y riqueza del mundo, pero si utilizamos mal su “signo” podemos destruirnos, como está haciendo ahora (2020) una humanidad que se destruye a sí mismo destruyendo su mundo.

ROM 8, ESPERANZA: EL DIOS QUE GIME EN EL MUNDO

            Mientras vivimos en el mundo nos hallamos sometidos a su vanidad muerte (mataiotês: 8, 20). Pero en realidad somos ya libres, pues hemos recibido el Espíritu de Dios, siendo sus hijos, de forma que podemos clamar: ¡Abba, Padre! Éste es el signo de nuestro itinerario pascual, desde el “pasado” de la resurrección de Cristo hasta su pleno despliegue en el final de nuestra vida en plena libertad, sabiendo que nada ni nadie podrá romper nuestra esperanza, impedir nuestro futuro, apagar nuestro amor. Con esa certeza, desde el cautiverio presente, gime Pablo y espera diciendo.

18 Pues considero que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de compararse a la gloria que nos ha de ser revelada. 19 Porque el anhelo de la creación aguarda ansiosamente la revelación de los hijos de Dios. 20Pues la creación fue sometida a vanidad, no queriéndolo, sino por causa de aquel que la sometió, en esperanza; 21 porque la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción, para la libertad de la gloria de los hijos de Dios. 22 Pues sabemos que la creación entera gime y sufre hasta ahora dolores de parto. 23 Y no sólo ella (la creación), sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior, esperando ansiosos la filiación (huiothesia), la redención de nuestro cuerpo. 24 Pues en esperanza hemos sido salvados, pero la esperanza que ve no es esperanza, pues ¿cómo esperar lo que vemos? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. 26 Y así, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede con gemidos indecibles; 27 y aquel que escudriña los corazones conoce el sentir del Espíritu, pues intercede por los santos, según Dios (Rom 8, 18-27).

El Jardín de las Delicias o el Paraíso Perdido – hebearte

             Pablo interpreta así la creación, desde Gen 1‒11, como itinerario de dolor y esperanza, partiendo de Jesús que asume la debilidad de los hombres, que esperan la filiación:

Aguardamos la filiación (huiothesia), ser hijos de Dios (cf. Gal 4, 5; Rom 8, 23). Éramos siervos, arrojados sobre el mundo, dominados por la muerte; pero el Espíritu de Cristo nos ha elevado y nos ha hecho hijos, caminando en (con) Jesús hacia la pascua de la vida, que es Dios.

Esa filiación es redención (apolytrôsis) de nuestro cuerpo (sôma), como transformación completa. Nuestro mismo ser es según eso un camino esperanza (corporal, personal, comunitaria), pues buscamos (anhelamos) nuestra plenitud y el Espíritu de Dios la busca y colabora, intercediendo por nosotros.

 En un plano somos un cuerpo de muerte, fragilidad y enfrentamiento, pero esperamos y buscamos la redención completa (Rom 8, 23), que nuestra vida quede llena del Espíritu, abierta al conocimiento pleno de la Vida. En el lugar en el que un tipo de judaísmo tendía a colocar la Ley, como estructura social (nacional) de sumisión a Dios, ha situado Pablo el impulso del Espíritu, que es principio de esperanza y redención de nuestro cuerpo. Estábamos sometidos a la Ley del pecado (cf. Rom 1-7, cf. cap. 18), pero…

Cuando escribe estas palabras, Pablo está programando su misión final de mensajero de Jesús, que ha de llevarle de Oriente, por Roma, hasta Occidente (España). Sabe que un tipo de historia termina, pues el Resucitado viene, y así quiere pregonarlo él (Pablo), anunciando y preparando por doquier la salvación (cf. Rom 15, 22-33). Pero no está sólo, pues le asiste y fortalece Dios‒Espíritu, en un mundo sufriente, en dolores de parto.

Notas para las homilías del Tiempo de la Creación 2020 - Comisión Diocesana  Ecología Integral

 Hemos recibido las primicias de Dios‒Espíritu y clamamos Abba-Padre, aunque seguimos encerrados en el dolor del mundo, aguardando la manifestación completa de nuestra esperanza, la filiación (huiothesia), pues somos ya con Jesús hijos de Dios, sabiendo que Dios se manifestará ya plenamente como Padre, liberándonos de la cárcel (orfandad y destierro) del mundo. Nos hallamos, según eso, inmersos en el despliegue del Espíritu de Dios, como hijos suyos, y en esa línea la confesión central de nuestra fe (¡Dios ha resucitado a Jesús, somos en él!), se hace principio de un camino de oración (filiación) que debemos asumir y recorrer, hasta alcanzar la redención completa en el Espíritu.

 ‒ La creación aguarda ansiosamente larevelación de los hijos de Dios (8, 18‒21). Como buen judío, Pablo vincula su suerte a la de la creación (esto es, al mundo, que no es sólo creación de Dios, sino espacio y entorno de vida del hombre. Entendida así, la creación (el mundo) no es un cosmos, suficiente en sí y divino, como en la cultura griega), sino que está vinculada al hombre, de tal forma que comparte sus dolores y esperanzas. Conforme a una visión bien extendida en el judaísmo de su tiempo, en la línea de una lectura antropológica de Gen 1‒3, Pablo supone que la creación forma parte de la historia de los hombres, de forma que el sufrimiento de los hombres está vinculado al sufrimiento, al dolor, de la misma creación.

    Ésta es una visión que puede tener elementos “míticos”, pero que en el fondo es profundamente luminosa, pues traza una simbiosis entre la historia del mundo y de los hombres, como supone la historia de Adán, a quien se le dice que por su culpa la tierra producirá zarzas y espinas (Gen 3, 18), y sobre todo la historia del diluvio, que Gen 6‒8 presenta como resultado del pecado de los hombres. El “sufrimiento” del mundo está profundamente vinculado con el “pecado” de los hombres por quienes padece. Pablo supone, según eso, que la misma creación de Dios tiene una especie de “alma” sufriente, que padece y espera por causa de los hombres.

Pues la creación fue sometida a vanidad (mataiotês), no queriéndolo, sino por causa de aquel que la sometió, en esperanza…, en dolores de parto (8, 21‒22). Pablo retoma aquí el motivo básico del libro del libro del Eclesiastés (Qohelet): “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Pero lo interpreta desde la perspectiva del “pecado de los hombres”, es decir, del desbordamiento de sus deseos de violencia (en la línea de Rom 7, 7). En vez de no “desear” de forma idolátrica, egoísta y violenta, los hombres se han lanzado en una carrera loca de deseos, en una línea que conduce a la destrucción del mundo.

            Esta situación de dolor y esperanza de los hombres, se expresa no solamente en ellos, sino en la misma creación, que Dios ha preparado como espacio y reflejo de su vida para ellos. Esa creación (ktisis) no es un cosmos autosuficiente, sino expresión y contexto de la obra de Dios y de la vida de los hombres. Eso significa que no se puede hablar de salvación sin creación, en contra de la gnosis, que separa a los hombres de la creación, condenando de esa forma a la creación, en ámbito de muerte. Conforme a la visión de Pablo, la salvación no consiste en “salir” de la creación (en abandonar la materia), sino en transformarla en línea de libertad.

            Pablo escucha en esa línea el gemido de la creación, que no acaba de nacer de verdad y sufre en dolores de parto, una creación en la que nosotros, los hombres, estamos implicados en el surgimiento y despliegue de la creación. Dios no nos ha introducido en un mundo “ya hecho” (en un cosmos acabado en sí mismo), sino que nos crea colaborando con nosotros, en una “creación” que es nuestra siendo suya, de una creación de la que dependemos, sabiendo que ella depende al mismo tiempo de nosotros.  “creando al mismo tiempo”.

La creación espera y nosotros esperamos la “filiación” (8, 23‒25). No sólo la creación, sino nosotros, en ella, ansiosos la filiación (huiothesia), la redención de nuestro cuerpo.  No sólo la redención interior, de pensamiento, sino la de todo nuestro sôma, nuestro cuerpo personal y, sobre todo, social (eclesial), con toda la creación que forma nuestro cuerpo entero en Dios, que no es algo que tenemos, sino aquello somos en plenitud, en totalidad, como un haz de relaciones que se concretizan no sólo en la iglesia (que es nuestro cuerpo de/en Cristo, en forma de comunidad creyente), sino en la humanidad entera y en toda la creación. Esta es nuestra esperanza “activa”, gratuita, comprometida. Se trata, pues, de una transformación total de nuestra realidad creada, en Dios. 

El Espíritu intercede por nosotros (8, 26‒27), el mundo entero gime pidiendo nuestra liberación, que le liberemos de esta situación de muerte en que se encuentra. Esta esperanza creadora no es sólo nuestra, ni de la creación entera, sino del mismo Espíritu Santo, que forma la entraña y dimensión más honda de nuestra creación. El evangelio de Juan presenta a Jesús como gran intercesor, en la oración de despedida (Jn 14‒17). Pues bien, aquí el orante es el Espíritu Santo, que así aparece como el mismo Dios interior (de los creyentes) que intercede ante el Dios creador. Esa oración, asumida por el Espíritu (recordemos que Ap 22, 17 es también el mismo Espíritu el que ruega con/por nosotros), nos conduce hasta el centro del ser y obrar de Dios, pidiéndole que Jesús sea (se haga) primogénito (prôtotokos) de muchos hermanos (8, 29).

JUAN DE LA CRUZ, AMOR. EL CANTO DE LAS CRIATURAS

CELEBRAR EL JUBILEO POR LA TIERRA Y AL ESTILO PALAUTIANO

El Papa Francisco (Laudato si,  234) habla de la ecología “enamorada” de Juan de la Cruz, cuando dice “mi amado las montañas…” y comenta: «Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí» (Cántico Espiritual B, XIV-XV, 6-7).

  • Mi Amado las montañas,
  • los valles solitarios nemorosos,
  • las ínsulas extrañas,
  • los ríos sonorosos,
  • el silbo de los aires amorosos.

San Francisco de Asís había cantado, unas por una, las grandes criaturas, recibidas como hermanas (sol y luna, estrellas y elementos: tierra y agua, fuego y aire...). Más que hermanas, ellas son para San Juan de la Cruz expansiones y presencia del Amado. No hay ecología sin un enamoramiento de la vida, que se expresa en forma de amor hacia los otros.

 Dice la esposa que todas estas cosas (montañas, valles...)es su Amado en sí y lo es para ella, porque en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos,siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho que dijo San Francisco, es a saber: ¡Dios mío y todas las cosas!.

La primavera simbólica de Juan de la Cruz - ppt descargar

            Ciertamente, la ecología es un tema político y económico, científico y social… Pero es en el fondo un tema de amor. El mundo entero tiene que ser un regalo de amor… Un don que se da y comparte gratuitamente, sabiendo que cuanto más doy y comparto más tengo. Se trata, como he dicho, de cambiar de chip mental y social, sabiendo que sólo se disfruta de verdad cuando se regala y se comparte. Sólo mirado con los ojos del amado el mundo es don, es gracia, es alegría.

                        Estos cinco elementos (montes, valles, islas, ríos, silbido del aire) no son referencia al Amado, sino el mismo Amado, que es montes y valles... Ellos son el Todo, un Amado que se vuelve cosmos, siendo al mismo tiempo trascendente e infinito. Ésta es la ecología del amor

 - Elección de elementos. San Francisco había sido más tradicional, citando, con el sol, luna y estrellas, las cuatro esencias o elementos básicos: tierra y agua, aire y fuego. SJC ha prescindido de los astros y del fuego (que aparece sólo en CB 39) y ha destacado algunos rasgos importantes de tierra, agua y aire, construyendo un universo simbólico de gran densidad que contrapone montes y valles, islas y ríos, para insistir finalmente en el silbo del viento, que volveremos a escuchar en CB 39. Pues bien, ese universo simbólico “es”; no es un camino que lleva a Dios, sino el mismo revelándose en su belleza y misterio.

Naturaleza para el amor. Este es un canto a la naturaleza, sin intervención humana. Aquí no hay ciudades ni plazas, no hay estados políticos ni pueblos. En un momento anterior (CB 3), SJC había aludido a los fuertes y fronteras, dejando abierta la amenaza de las divisiones y luchas sociales, la lucha de unos hombres contra otros. Es como si todas las restantes cosas hubieran quedado superadas y sólo contara el amor universal que vincula todo lo que existe, un amor que es Dios, unas realidades (montes, ríos…) que son Dios para los hombres.

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- Un silbo de amor. Todas las criaturas culminan en el aire hecho llamada de amor. En esa línea (adaptando un famoso título de K. Rahner, "Oyente de la palabra"),definimos al hombre como aquel que puede escuchar y acoger el silbo amoroso de Dios. Pastores, ganados y perros guardianes se comunican muchas veces por silbidos que sólo ellos entienden. También los enamorados en la noche silban y así se reconocen, de un modo personal, enviando sus mensajes. Pero sólo los enamorados de Dios escuchan el silbo de Dios (su llamada) en la voz del viento.

 La amante había dicho descubre tu hermosura (CB 11) y el Amado ha respondido, viniendo como ciervo vulnerado en el otero(CB 13). De esa forma, la amante recupera en el Amado todas las cosas, transfiguradas en amor, en un canto cósmico que vincula (identifica mundo y Dios). Hasta ahora, el mundo había ofrecido diversos perfiles de majadas y oteros (CB 2), montes y riberas (CB 3), bosques y espesuras (CB 4) donde podían rastrearse la huellas del Amado (CB 5). Pero ahora, el Amado/Dios se revela como Mundo (CB 14).

San Francisco había cantado, unas por una, las grandes criaturas, recibidas como hermanas (sol y luna, estrellas y elementos: tierra y agua, fuego y aire...). Más que hermanas, ellas son para SJC expansiones y presencia del Amado. No las separa, diciendo “amada montaña, amados valles”, sino que las une y vincula con el único Amado, pues el mismo Dios se identifica con ellas, un Dios que no es ya padre ni madre, ni siquiera creador, sino, sencillamente Amado (divino, humano), en cada una de las cosas: 

Dice la esposa que todas estas cosas (montañas, valles...) es su Amado en sí y lo es para ella, porque  en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos, siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho que dijo San Francisco, es a saber: ¡Dios mío y todas las cosas!.

De donde, por ser Dios todas las cosas al alma y el bien de todas ellas, se declara la comunicación de este exceso por la semejanza de la bondad de las cosas... Que, por cuanto en este caso se une el alma con Dios, siente ser todas las cosas Dios, según lo sintió San Juan, cuando dijo: Lo que fue hecho en Él era vida. Y así no se ha de entender que lo que aquí se dice que siente el alma es como ver las cosas en la Luz o las criaturas en Dios,sino que en aquella posesión siente serle todas las cosas Dios                                                                       (Jn 1, 4. Coment 14, 5).

               San Juan de la Cruz sabe que, en un sentido, las cosas no son Dios (ni un amado humano) y pocos han destacado como él la fragilidad y finitud del mundo. Pero, en otro sentido, vinculándose al Amado, el amante sabe o, mejor dicho, siente que todas son Dios para él, siendo el Amado. En el ámbito del conocimiento racional, ellas son diferentes del amado, en dura objetividad. Pero en contemplación de amor son hermanas, son el mismo Amado. Sólo quien ama descubre y sabe que, desbordando argumentos y razones, todas las cosas son Amado, pues en él existen y se hacen presentes (cf. Jn 1, 1-5; Col 1, 15-18).

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