Iglesia y Alianza de civilizaciones 1: Punto de partida

Ayer presenté y comenté los modelos de Iglesia que había propuesto R. Díaz-Salazar (Iglesia-Roca, Iglesia-Secta, Iglesia-Fermento), desde la perspectiva social y política del Estado español. La Iglesia oficial de España aceptó y bendijo hace pocos decenios el proyecto nacional-católico (dictatorial) del franquismo. Esa Iglesia muestra actualmente muchas reticencias ante el proyecto de alianza de civilizaciones del gobierno socialista. Como ayuda para pensar sobre el tema quiero ofrecer cuatro posts sobre la Iglesia y la Alianza de civilizaciones.

Un tema complejo: el hombre como alianza o como ser de jerarquía

La misma aceptación del lema (Alianza de Civilizaciones) exige un cambio de mentalidad, no sólo en la visión del Estado español, sino en cierto catolicismo tradicional, que se tomaba como “Religión Verdadera”, a la que todos deben convertirse. En aquella línea, como cabeza de la Iglesia, el Papa no tenía que “aliarse” con nadie, sino que podía y debía ejercer su autoridad no sólo sobre los cristianos, sino, de un modo indirecto, sobre todos los hombres; por eso, debía rechazar cualquier alianza de fondo (no de estrategia) con otras religiones, pues ello suponía un reconocimiento de la verdad ajena y una negación de la propia. Por el contrario, una Iglesia de Alianza, entendida como comunión (comunión de comuniones), que resulta más fiel a la inspiración bíblica y que ha sido propuesta, aunque con vacilaciones, por el Concilio Vaticano II, puede y debe ofrecer su propuesta en el contexto de una Alianza de Civilizaciones.
Ciertamente, el Gobierno del España habla de una Alianza de Civilizaciones, pero le cuesta aplicar su propuesta en el interior del Estado, tanto en un plano político como religioso, pues, a pesar de lo que se diga, sigue dominando una mentalidad jacobina de exclusión de las identidad y las diferencias nacionales, sociales y religiosas; además, el estado español está inmerso en un sistema capitalista, que no sabe de alianzas; por eso, tendrá que cambiar mucho si quiere seguir manteniendo el lema.
Un catolicismo de unificación jerárquica, vinculado a un tipo de filosofía griega, tendía a identificar la verdad con el bien y con el mismo ser, que debía aceptarse de un modo absoluto, sin que fuera posible una alianza con otras verdades (pues no las había). En ese plano, alianzas se tomaban como signo de relativismo o falsedad, pues las verdades “son”, no se deciden por tanteo o pacto. Lógicamente, la Iglesia oficial no ha tenido vocación de alianza, sino de sometimiento a una verdad entendida de modo jerárquico.
Desde ese fondo “ontológico”, en clave religiosa (fácilmente aplicable a lo político), se ha dicho que “fuera de la Iglesia y religión católica no existe salvación”, pues sólo ella es verdadera y las demás son falsas. Por eso, las naciones católicas tenían el derecho y deber de extenderse sobre mundo, para expandir la religión verdadera. En ese contexto, lo más que se podía aceptar es una “tolerancia” en relación con países paganos y con grupos no cristianos dentro de la propia nación. Para evitar un mal mayor se toleraba, con ciertas condiciones, la existencia de agrupaciones religiosas diferentes, siempre que no fueran amenaza para el grupo “verdadero” (el cristianismo).

Historia reciente. Una Iglesia que no quería alianzas

En esa línea, por no citar otras “historias”, bastará que hablemos de la tradición hispana más reciente que sacralizó (con la ayuda de la Iglesia) la intolerancia activa y el rechazo de toda alianza de civilizaciones. Los cuarenta años de régimen franquista (1937-1977) estuvieron marcados por la imposición de “una religión y una patria…”. No podía haber alianzas con otros movimientos religiosos o sociales, pues la verdad no puede aliarse a la mentira, ni la buena religión a las religiones falsas (con cita sesgada de 2 Cor 6, 14-15). Por eso, el modelo de “unidad de España” era el que había surgido a través del rechazo de la coexistencia (siempre frágil) de las tres religiones y/o culturas (cristiana, musulmana, judía). Por eso, cuando algunos cardenales (como A. Cañizares) hablan de la unidad católica de España como bien moral están mintiendo, a no ser que sean ignorantes, pues esa unidad se logró por victoria, expulsión, inquisiciones y conquistas. Ciertamente, los que quisieron unir de esa manera España por imposición y no por alianza pueden tener sus valores (y los tuvieron entonces: en los siglos XV-XVII), pues las cosas política y palacio son tercas y lentas, pero no pueden presentarse como modelo de cristianos. Aquellos cristianos de entonces y algunos (¿muchos?) de ahora no creen en la alianza o convergencia creadora de contrarios o diferentes (judíos y griegos: Gal 3, 28), sino en la victoria de unos y la inquisición o limpieza étnica de otros, por mucho que protesten y digan lo contrario, presentándose como liberales.
Franco y sus políticos y obispos quisieron imponer de nuevo la “unidad nacional católica” y lo hicieron sin pactar, derrotando y dominando a los contrarios, a quienes tomaban, a la vez, como malos españoles (comunistas, separatistas etc.) y malos cristianos (masones, ateos, comunistas…). Sólo a partir del Concilio Vaticano II, con la declaración de la Libertad Religiosa (año 1965), a la que se habían opuesto con “razón” los obispos españoles, pues defendían lo que antes les había enseñado el Vaticano y el Concordato de 1953, se fueron creando condiciones para una posible de alianza de civilizaciones (culturas, religiones), sin pretensión de supremacía de una sobre otras. Está cambiando la política del Estado español, está cambiando la Iglesia. Quizá puede iniciarse un camino de alianzas.


Las dificultades de la alianza. El modelo absolutista


A pesar del camino recorrido, ese modelo de alianza está encontrando dificultades al aplicarse a la vida política y religiosa de España. (1) Quizá el gobierno socialista actual (año 2007), haya sido demasiado agresivo al enfrentarse con algunos símbolos eclesiásticos y demasiado vacilante al aceptar de hecho la pluralidad de grupos, naciones y/o culturas en el interior de España: habla de “pacto de civilizaciones” para la galería mundial, pero tiene dificultades en aceptar la realidad y función social de la iglesia española. (2) Por su parte, la iglesia oficial española tiene dificultad en entender y aceptar una “actitud de alianza”, de manera que sus documentos propugnan el retorno a un tipo de unidad e identidad católica de España, entendida como un bien moral e incluso religioso que puede y debe imponerse de algún modo al conjunto de la población. Sea como fuere, tema de la alianza como aceptación de los distintos y como cultura de diálogo social, religioso, económico no se encuentra aún resuelto, ni en línea de Gobierno ni de Iglesia.
El despliegue de un modelo de “alianza” implica grandes cambios, tanto en un plano político como religioso. Debemos recordar que ese modelo, que se ha venido aplicando de manera más intuitiva que sistemática, en el campo de las relaciones comerciales y políticas, ha sido formulado de manera clásica en la primera tradición judeo-cristiana (es decir, en la Biblia). Por eso, aunque los cristianos posteriores parezcan haberlo abandonado (al asumir la tradición ontológica helenista), pueden y deben recuperarlo, volviendo a sus raíces. Algo semejante ha de hacer no sólo el Gobierno de España, sino el socialismo en su conjunto, pues en general no ha buscado alianzas, sino que ha querido imponer una visión unitaria de la vida (en el plano cultural y económico). Por eso, la propuesta de un modelo pactista es una “buena noticia” y exige una actitud de cambio, tanto en el plano político como religioso.
El pensamiento político helenista (greco-romano) tendía a situarse en una línea ontológica y de esa forma interpretaba el mundo (la realidad) como un “todo unificado” con una verdad y una mentira, un centro y una periferia, con una jerarquía de valores que descienden desde lo más alto a lo más bajo. En esa línea, que de alguna manera ha culminado en Hegel y en Marx, muchos comunistas y/o socialistas han querido eliminar las “razones” distintas y autónomas, a favor de una razón única: así han querido eliminar las religiones particulares (para que sólo quede la religión de su “razón”); también han querido suprimir los “estados”… para que haya un solo Estado (evidentemente, el nuestro, occidental). Por eso, cuando el gobierno socialista de un país de tradición católica (como España) propugna una “alianza de civilizaciones”, con la venia del gobierno de un país mayoritariamente musulmán (como Turquía) estamos ante una “buena noticia”, una noticia de pluralidad pactada de razones, religiones y sociedades. Pero estamos, sobre todo, ante un largo camino, que exige un cambio de mentalidades y de prácticas sociales (sobre todo un cambio de modelo económico), para que pueda surgir un mundo de alianzas, donde todos “pueden comer” y todos se respetan, de manera que los hombres y mujeres de cada pueblo (USA o Somalia, España o Afganistán), tengan oportunidades semejantes de vida y cultura, de bienestar y desarrollo humano. Debemos pasar, según eso, de la mentalidad-imperio a la experiencia y práctica de una comunión y participación mundial de pueblos (por utilizar el lenguaje de la Conferencia del CELAM. en Puebla, México, el año 1979).

¿Se puede entender el cristianismo como alianza?

La Iglesia católica (al menos desde el siglo XIV-XV, tras el rechazo de Marsilio de Padua y de los conciliaristas) ha defendido un modelo antipactual de religión y sociedad y lo ha hecho no sólo en contra de los grandes teóricos ilustrados de los siglos XVI-XVIII, sino también en contra de los apocalípticos judíos y cristianos (Daniel, Apocalipsis) que interpretaban el dominio de una “razón universal” como mentira y el imperio sagrado universal como satánico. Dan 7 y Ap 13 habían condenado todo totalitarismo político y religioso, social y cultural, diciendo que aquellos que quieren imponer su verdad no son de Dios, sino del Diablo. El Dios bíblico garantiza la pluralidad de pueblos y pide un espacio particular para Israel, no con el fin de que domine sobre el conjunto de los pueblos, sino para que sea signo de “alianza” pacífica entre ellos; por eso se opone a los dioses de los pueblos que quieren imponer su religión e imperio. Sólo en este contexto se puede hablar de un mesianismo israelita y proyectarlo hacia la meta de la historia.
Jesús de Nazaret ha interpretado y promovido ese mesianismo israelita desde los pobres y expulsados de la “globalización helenista” que se iba imponiendo en Galilea y que dejaba sin tierras ni posibilidades de existencia autónoma a muchos propietarios anteriores. De esa forma ha promovido entre ellos (entre los rechazados) una alternativa de humanidad (de comunicación), opuesta al proyecto imperial (universal) de César que quiso extender el orden romano por la fuerza. Ambos (César y Jesús), murieron asesinados, pero sus proyectos pervivieron y se acabaron vinculando modo y siguen siendo importantes para entender nuestra forma de vida en el mundo.
El judaísmo posterior mantuvo su rechazo contra el “todo” y de esa forma ha seguido siendo un pueblo particular y pacífico (a pesar de la durísima historia del Estado de Israel). Pero tanto el cristianismo como el Islam histórico, desde perspectivas distintas, manteniendo en teoría el valor de la pluralidad y alianza de pueblos, naciones y culturas, han buscado un tipo de integración mundial que está más cerca del modelo de los viejos imperios (y de la Roma del Cesar) que de sus propias tradiciones. Por eso es importante que la Iglesia Católica recupere sus raíces de alianza (y que lo haga también el Islam) y que el Gobierno de de Estados como España y Turquía propugne y defienda una “alianza de civilizaciones”, pensando especialmente en la relación entre cristianos y musulmanes. Es una buena ocasión para pensar críticamente, desde el punto de vista político y desde el cristiano. Dejamos, por ahora, a un lado la perspectiva del Islam, a quien mucho juzgan (probablemente sin razón) como enemigo de una política y religión de alianzas, para situarnos en perspectiva cristiana

Entre los últimos libros que conozco sobre el tema, A. Brasloff, Religion and Politics in Spain (1962-1996), Macmillan, London 1998; CEE, Moral política. Magisterio de la Conferencia Episcopal Española, EDICE, Madrid 2006; cf. R. Díaz-Salazar, El factor católico en la política española. Del nacionalcatolicismo al laicismo, PPC, Madrid 2006. Entre los documentos del episcopado español, para ilumiar el tema: Valoración moral del terrorismo en España (Noviembre 2002) y Orientaciones morales ante la situación actual de España (Noviembre 2006).
La historia de la política de alianzas y violencias y de la experiencia de no-violencia activa, especialmente en Israel y en el cristianismo, resulta mucho más compleja de lo que indico en el texto, como he mostrado, por ejemplo, en El Señor de los Ejércitos. Historia y Teología de la Guerra, PPC, Madrid 1997 y en Violencia y religión en la historia de Occidente, Tirant lo Blanch, Valencia 2006. En conjunto, pienso que la Iglesia debe recuperar el modelo de alianza de la Biblia. También el Estado ha de volver al modelo de “contrato”, retomando unas categorías clásicas (cf. Locke, Rousseau), para recrearlas en clave universal de alianza (alianza de alianzas), en línea cultural, económica y social, con la ayuda de las tradiciones religiosas.
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