Todos somos Iglesia, ministros del ( Hijo del) Hombre.

Introducciòn
Iglesia viene del griego ekklesía (derivado de ek-kaleô: llamar de) y significa el grupo o colectividad de los que han sido llamados, es decir de los con-vocados. Originariamente significa la asamblea de los hombres libres, con derecho a voto, que han sido convocados para decidir y dirigir los asuntos de una determinada colectividad o ciudad, como aparece en Hech 19, 32-39. Se trata, por tanto, de una denominación profana, bien conocida en el mundo político griego y helenista. Pero el Nuevo Testamento la utiliza en un sentido religioso y escatológico por referirse a la comunidad de aquellos a los que Dios ha convocado para formar su pueblo “escatológico”, depositario de las promesas finales, el Qahal de Dios, término hebreo con el que se evocaba la comunidad religiosa y social de Israel en los tiempos antiguos de su historia (éxodo, camino por el desierto), una comunidad reunida en torno al tabernáculo sagrado, para entrar en la tierra prometida.
En esa línea, los primeros cristianos de Jerusalén se llamaron a sí mismos “el Qahal” de Dios (destinado a recibir la herencia del Reino de Dios, que Jesús había proclamado). Ese término podía traducirse también por “sinagôgê” o sinagoga (reunión); pero los primeros cristianos de lengua griega prefirieron llamarse a sí mismos Iglesia de Dios, no “sinagoga de Dios”, por razones que no han sido del todo aclaradas. Ello se ha debido quizá al hecho de que “sinagoga” es un término que se aplica mejor a las “varias” sinagogas o reuniones (propias del judaísmo rabínico), mientras que la palabra Iglesia evoca sobre todo “la única comunidad final de los convocados por Dios” (en este caso por Cristo), para heredar el reino mesiánico.
Sea como fuere, .los primeros cristianos helenistas emplearon ese término, que no les separó de los “hebreos” (cf. Hech 6-7), sino que unos y otros se sintieron beneficiarios y herederos de la única qahal-ekklesia de Dios, la comunidad final, portadora de la salvación escatológica. Nació de esa forma la Iglesia, es decir, la Sinagoga Escatológica, que había sido preparada por Jesús al anunciar el Reino de Dios y al convocar a unas personas (apóstoles, discípulos y amigos, varones y mujeres) para prepararlo y recibirlo. A través de la experiencia de la resurrección, por las que “vieron a Jesús”, que estaba vivo, de un modo distinto, tras su crucifixión, los discípulos de Jesús se descubrieron y se organizaron a sí mismos como Iglesia”, es decir, como asamblea o comunidad de aquellos a los que Dios llamaba como portadores de su designio de salvación. En ese sentido decimos que la Iglesia surgió tras la pascua, en la comunidad concreta de los creyentes de Jerusalén, que esperaban la próxima vuelta de Jesús, para cumplir su mensaje e instaurar el Reino de Dios. Pero esa primera Iglesia se empezó a expandir y se dividió en muchas Iglesias o comunidades concretas que seguían formando la única Ekklesia o comunidad mesiánica de Dios.
1. Punto de partida: Jesús, la Iglesia es Una. En contra de quienes inician el tema de la Iglesia tras la pascua (como invento de algunos cristianos especiales como Pablo), estoy convencido de que ella se funda en la vida de Jesús, el primero de todos los ministros, "pastor y obispo de nuestra vidas" (1 Pedro 2, 25), siervo de Dios y salvador de los humanos por su forma de vivir y ofrecer perdón a los excluidos del sistema. No ha traído títulos, encargos exteriores, ordenaciones legales, ni documentaciones que acreditan su autoridad. Simplemente “ha sido y es”: así actúa, en gratuidad y comunión; no se enfrenta al sistema con métodos y formas de sistema (nueva economía impositiva, más intenso servicio militar o burocracia), sino con pura humanidad. No ha necesitado nada: desnudo vino de todo lo que son poderes del sistema; desnudo pudo revelar y realizar lo que es más alto, el proyecto y camino de la humanidad, viviendo y muriendo en amor hacia los otros. Por eso decimos que la Iglesia es Una: es la Iglesia de Jesús, el enviado definitivo de Dios, no en oposición a otros enviados y/o profetas, sino en comunión con ellos, para reunir a la Humanidad en el amor y en la vida.
2. Principio apostólico. El Credo Niceno-Constantinopolitano confiesa que la Iglesia es apostólica: Está fundada en la fe y misión de aquellos a quienes Jesús ha llamado y enviado, en el transcurso de su vida y tras su muerte, por experiencia pascual. En sentido restringido llevan ese nombre los enviados y misioneros de la primera generación cristiana, donde se incluyen mujeres y parientes con los once (cf. Hech 1, 13-14) o los testigos a que alude Pablo en 1Cor 15, 3-9 (Pedro, los Doce, apóstoles, Santiago, muchedumbre de hermanos...). Pero en ese principio apostólico se incluyen los hombres y mujeres que asumieron la tarea de Jesús y crearon Iglesia (comunidades mesiánicas), entre ellos, de un modo especial, María Magdalena y otras mujeres. Los cristianos posteriores somos herederos de aquellos primeros creyentes y enviados, que aceptaron el testimonio de Jesús, tanto en Galilea (profetas itinerantes) como en Jerusalén. No podemos ni queremos crear una iglesia nueva, pues la iglesia está fundada en ellos y en ellas, para siempre: su fe sigue siendo digna de fe para nosotros, sobre su base seguimos construyendo. Por eso somos iglesia apostólica: la Iglesia de Magdalena y de Pedro, de Salomé y de Pablo.
3. De los Doce a los obispo, la Iglesia es Santa. Originalmente, los Doce y los Primeros cristianos de Jerusalén y de Galilea fueron testigos del mensaje israelita de Jesús en y seguían esperando la venida del Mesías pascual. Pero el mismo despliegue del Espíritu Santo (la presencia de Dios en la historia) cambió su modelo de iglesia (de parusía jerosolimitana, israelita), de manera que fueron su mensaje y su vida se abrió también a los gentiles, de manera que lo que ellos y ellas hicieron se fue expandiendo fuera de Israel. En ese proceso, los Doce han cobrado una importancia simbólica especial, de manera que, la iglesia posterior ha creado la hermosísima "leyenda" de sus Doce primeros jerarcas (=obispos), iniciadores del Colegio Episcopal. Pero, en sentido histórico estricto, ni los Doce fueron históricamente obispos, ni los obispos posteriores son sin más sus sucesores. En el comienzo de la Iglesia están ellos (los Doce), pero con ellos otros muchos cristianos y cristianas que abrieron el mensaje y camino de Jesús fuera del entorno israelita, impulsados por una inspiración de Dios que llamamos Espíritu Santo. Por eso decimos que la Iglesia es Santa.. De todas maneras, en un sentido se puede seguir manteniendo ese modelo: el simbolismo y tarea de los Doce discípulos israelitas (Doce Tribus), convertidos luego en signo de misión universal (todos somos Israel, todos formamos la dos Tribus de Dios), pervive en los enviados posteriores y de un modo especial en los obispos.
4. Sacerdocio universal. La Iglesia es católica. Las grandes religiones de la actualidad (taoísmo, budismo, hinduismo, Islam...) han superado el sacerdocio antiguo de las religiones cósmicas y sacrificiales. El mismo judaísmo de la federación de sinagogas ha dejado de ser sacerdotal, no sólo por la destrucción del templo (70 d. C.), sino por evolución interna. En esa línea debemos afirmar que Jesús no ha sido sacerdote al modo antiguo, sino simplemente un ser humano (Hijo de humano). En un momento posterior, reinterpretando e invirtiendo el sentido de sacerdocio y sacrificio, la carta a los Hebreos ha podido presentarle como nuevo y único sacerdote, pero no en línea sacrificial (como realizador de sacrificios en el el templo israelita), sino en línea de pura humanidad: Jesus es sacerdote por su mismo “ser humano”, por la forma de amar y reunir a los hermanos, por la forma de vivir para los otros. En una perspectiva convergente, 1 Pedro y el Apocalipsis han aplicado esa nueva visión del sacerdocio a la Iglesia entera o al conjunto de los testigos de Jesús. Desde ese fondo, de un modo distinto, por el don de la vida, decimos que Jesús es Sacerdote y que con él son Sacerdotes todos los creyentes, de un modo católico o universal. Todos los cristianos somos sacerdotes, portadores de la misión sagrada de Jesús, que es la misión de la vida, el amor y despliegue de la vida, en comunión, unos al servicio de los otros. Por eso, los obispos y presbíteros no deberían llamarse sacerdotes en cuanto separados de los otros (por su ministerio), sino por el hecho de que son cristianos. Es mejor para ellos y para la iglesia que sean lo que son: supervisores y animadores de las comunidades que forman la “comunidad católica”, la humanidad del amor.
5. Carismas y ministerios. La misma falta de una institución sacerdotal hizo que la iglesia antigua expresara diversos ministerios mesiánicos, al servicio de la misión eclesial: apóstoles y profetas, carismáticos itinerantes y servidores comunitarios (diáconos), exorcistas y predicadores, taumaturgos y responsables de la acogida doméstica, ministros de las mesas y presidentes de comunidades, expertos en lenguajes extáticos e intérpretes de lenguas, simples creyentes y escribas etc. etc. Los diversos gestos y modelos de animación y carisma social han sido ensayados en la iglesia, en nombre de Jesús, como muestra todo el Nuevo Testamento, sin distinción entre varones y mujeres. Es claro que nadie había planificado esta abundancia, sino que ha brotado de un modo natural, como expresión de la vida de las comunidades. Pero Pablo y otros como él se han sentido obligados a organizar los ministerios y tareas (no a controlarlos), para que sirvan mejor al bien (=amor) de la comunidad (cf. 1Cor 12-14). Así debe suceder en nuestro tiempo. La institución oficial de la iglesia podrá "moderar" esos carismas y servicios, para bien del amor universal, pero no controlarlos de un modo uniformador y casi dictatorial, como suele hacerse ahora. Los ministerios de la Iglesia, de varones y mujeres, brotaron de la misma vida de la Iglesia y así deben seguir brotando ahora. Cada comunidad debe ser lugar el que surjan “presbíteros y obispos”, es decir, animadores y testigos, avalados por la comunidad, en comunión con el resto de las iglesias, que forman la única Comunidad Escatológica de Jesús.
6. Varones y mujeres. Ciertamente, como signo de los viejos patriarcas (=generadores) de Israel, los Doce han sido varones y así representan la nueva federación mesiánica de tribus de Israel. Pero ellos no han sido significativos como patriarcas, sino como creyentes y mensajeros de Jesús, de tal forma que su misión pueden realizarla por igual varones y mujeres. Así pasamos de la sociedad genealógica (dominada por el signo sexual masculino) a la iglesia fraterna, donde sólo cuenta el perdón y amor mutuo de varones y mujeres. Además, como testigos de la salvación del Israel nacional, los Doce fracasaron “triunfando”, es decir, abriendo su impulso mesiánico a todas las naciones, a través de un proceso misionero iniciado por los helenistas de Jerusalén (Hech 6-7) y asumido después, de un modo o de otro, por todas las iglesias, que constaban de varones y mujeres por igual, de judíos y gentiles, de esclavos y libres, todos con los mismos derechos y obligaciones (Gal 3, 28). Aunque después (por lo menos desde Pastorales), una línea de iglesia se haya vuelto patriarcal, ese patriarcalismo no responde al evangelio, de manear que la reducción del ministerio cristiano a los varones va en contra del proyecto original de Jesús y de Pablo. Este es, a mi juicio, un tema de hecho histórica y teológicamente ya resuelto, a pesar de cierto Magisterio: la mayoría de la iglesia sabe (por evangelio y experiencia antropológica) que la distinción ministerial de sexos carece de sentido y se mantiene sólo por inercia, miedo o deseo de poder de quienes ejercen actualmente los ministerios. Distinguir las funciones de la Iglesia por sexo es volver a una sacralidad cósmica (de género), vinculada una jerarquía ontológica no cristiana.
7. Una historia de los ministerio . A partir de finales del siglo II, la iglesia histórica de occidente ha desarrollado básicamente dos ministerios que en principio no tienen carácter sacerdotal: obispos y presbíteros. Ellos han realizado una función positiva, contribuyendo a que el mensaje de Jesús se extienda y afiance en el imperio romano y luego en todo el mundo. Pero el modelo de iglesia que ellos han representado ha entrado en crisis con el surgimiento del sistema neo-liberal. No es que debamos abandonar sin más, pero tenemos que enraizarlo otra vez en la tierra evangélica, para descubrir las nuevas potencialidades del mensaje de Jesús. No es fácil saber lo que será, pero podemos destacar nuevamente los tres ministerios (tria munera), que la tradición ha puesto de relieve: ministerio profético (proclamación de la palabra), de reino (servicio a los pobres) y de fiesta (celebración cristiana, eucaristía, cf. Vaticano II, Christus Dominus, 12-16). Es muy posible que deban mantenerse los dos o tres tipos de ministerios básicos (obispos, presbíteros, diáconos), pero deben recrearse desde la creatividad de las mismas comunidades. Son ellas las que deben “elegir” a sus ministros y confiarles la tarea de Jesús, en comunión con todas las iglesias, como decía en mi contribución de ayer.
8. Estados de excepción… Es claro que deben existir excepciones… (a) La primera y más importantes es la del “impulso misionero”. Lo que he dicho se aplica a las iglesias establecidas. Pero en los momentos en que la Iglesia se establece y crea… serán ministros de ella los apóstoles, es decir, los fundadores de Iglesia… No puede haber en este momento elecciones de la comunidad, pues no hay todavía comunidad. Así aparece en las cartas de Pablo… Pero tan pronto como surge la comunidad es ella la que debe escoger a sus ministros, en comunión con el conjunto de las iglesias. (b) El segundo estado de excepción es el de la Iglesia católica actual, con la “dictadura” del Papado y el Vaticano… que ha tomado todos los poderes. Es evidente que ha realizado y puede realizar aún cierta función… pero su misión actual más importante es desaparecer de una manera creadora, para que vuelva a desplegarse, con toda su fuerza, el poder del evangelio, es decir, el impulso creador del Espíritu de Jesús, desde el interior de las mismas comunidades, por obra también de nuevos apóstoles.
Conclusión
Estas son algunas de las aportaciones y conclusiones de mi reflexión de los días anteriores. En perspectiva de evangelio sólo hay un Camino: ser coherentes y claros, desde la raíz del Cristo, con libertad creadora y gozo intenso, sin resolver los temas en clave de estructura. Posiblemente es conveniente (inevitable) que la gran institución clerical se derrumbe, pero no para alzar otra semejante (que todo cambie, para que todo siga igual, como suele decirse), sino para descubrir y expresar la novedad mesiánica. En ese contexto retorna la imagen de la destrucción del templo, que Jesús realizó al expulsar a los mercaderes, en el momento culminante de su camino: para que el reino llegue tiene que caer este templo, no por odio al templo, sino por amor de Dios y entrega a los pobres (Mc 11, 12-26 par).
Muchos afirman que aquella destrucción era conveniente, pues aquellos sacerdotes lo habían merecido: el sistema de la comunidad del templo estaba seco y debía nacer (ha nacido) algo distinto, tanto en plano nacional judío (federación de sinagogas, sin templo), como cristiano (federación de iglesias). Nosotros, en cambio, seríamos distintos: nada tiene que caer de nuestro templo. Pues bien, en contra de eso, pienso que nuestra situación es semejante, de manera que aquella imagen se nos vuelve luminosa ¿No será conveniente que caiga nuestro templo?