Itinerario de Dios. Teodicea

He sido caso por treinta año profesor de Teodicea en la Universidad Pontificia de Salamanca. Ahora, pasado el tiempo de docencia, he querido recoger algunas impresiones y argumentos sobre el tema.

No es fácil hablar de Dios, sobre un mundo al parecer regido por leyes de violencia, con mucho mal e inmenso sufrimiento, un mundo done miles de hombres y mujeres gritan cada día: ¿Dónde estás, oh Dios? ¿Por qué nos has abandonado? (Sal 42; Mc 15, 35).

Muchas veces me han hecho, y yo me he hecho, esas preguntas y normalmente he confesado que no puedo demostrar que Dios existe, porque él nos sobrepasa y porque es grande el mal que nos hacemos unos a los otros, empeñando así nuestra visión de la verdad.

No puedo demostrar que existe y, sin embargo, estoy seguro de que está más cerca de mí que mi propia vida. Nunca le he encontrado cara a cara y, sin embargo, sé que todo lo que pienso, lo que siento y lo que hago es un milagro de su amor. Sé también que él es mi verdad más honda, el origen, el camino y la esperanza de mi vida, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como iré mostrando en este libro en que expongo las razones que me llevan a confesar su existencia, como fuente de gozo y apuesta a favor de la vida, en un mundo de dolor y de violencia. A continuación presento el índice y parte de la introducción. Buen día a todos.


CONTENIDO
Prólogo


I. DIOS, EL DESPERTAR HUMANO

1. Teodicea, defensa de Dios
2. Cuando el hombre despierta, lo numinoso
3. Dos modelos: Madre, padre
4. Tres espacios: Mundo, intimidad, historia


II. A FAVOR Y EN CONTRA, ARGUMENTOS DE DIOS

5. Primer motor. Tomás de Aquino
6. Sumo pensamiento. San Anselmo
7. Postulado de la voluntad. Kant
8. Primer sentimiento. Schleiermacher
9. Espíritu absoluto. Hegel
10. Proyección humana, opio del pueblo. Feuerbach y Marx
11. Una etapa pasada de la historia. A. Comte
12. Ser hombre, encrucijada de Dios. Nietzsche y Freud


III. SER HOMBRE, PRUEBA DE DIOS

13. Prueba de humanidad: en él vivimos, nos movemos y somos
14. Prueba de amor: nos busca y le busquemos
15. Prueba de acción: premoción y concurso
16. Prueba de libertad: dependencia e independencia
17. Prueba de historia: esperanza y fuente de liberación
18. Prueba de comunicación: el camino de la palabra


IV. SER DIOS, PARADOJA DEL HOMBRE

19. Infinito y aseidad: nadie le conoce y es el más conocido
20. Naturaleza y cultura: nos concibe y le concebimos
21. Tierra y simiente: nos engendra y le engendramos
22. Tradición y revelación: nos dice y le decimos
23. Trascendencia e inmanencia: nos contiene y le contenemos
24. Conclusión, camino abierto. La idolatría económica


PRÓLOGO (parte)


1

No cuento con ninguna razón milagrosa (extraordinaria), pero puedo ofrecer muchas razones más humildes aunque quizá más importantes, pues mi vida de estudio y trabajo me ha puesto en un lugar providencial para hablar de Dios. Yo me había preparado largos años en Exégesis de textos de la Biblia, y eso quise enseñar en Salamanca, pero los rectores de la Universidad me ofrecieron el Tratado de Dios (1973), y así tuve que dedicarme año tras año al estudio de Dios, para seguir enseñando esa materia con cierta dignidad, por más de tres decenios (hasta el 2003).

Fui afortunado pues pude aprender muchas cosas sobre Dios en la Facultad de Teología de la Iglesia de España, en contacto inmediato con cientos de alumnos y compañeros, llegando a tener cierta destreza en las cuestiones que parecían más candentes, al menos en sentido académico. El mismo oficio me obligó a escribir algunos libros de carácter docto para la docencia, pero no tuve ocasión de redactar una visión de conjunto con los contenidos principales de la asignatura, centrada siempre en Dios, en clave de filosofía (Teodicea), pero también de teología (Trinidad) y en perspectiva de vida interior (Espiritualidad).

Muchos años trabajé pues esos temas, pero no quise o no pude responder de una manera organizada y con cierto detalle a la pregunta del salmista: «¿Dónde está tu Dios?». Sólo ahora, jubilado ya y sin el apremio de la lección de cada día, he decidido elaborar el tema, recreando reflexiones y enseñanzas, con nuevas palabras, maduradas por el tiempo, en cada uno de los campos de mi rumbo docente (Teodicea, Trinidad, Espiritualidad), y así ofrezco mi trabajo por si hay otros que quieran retomar el camino y avanzar por este Itinerario, para conocer mejor aquello que decimos cuando hablamos de Dios, para pensar y creer, para orar y amar, aceptando y recreando, o matizando y rechazando esta visión que ofrezco de Dios y de su historia según la religión cristiana.

Desde ese fondo he presentado a Dios como Buena Nueva de esperanza y principio de libertad en este tiempo de riquezas sobrantes y de duro sufrimiento, que golpea especialmente a los pobres y expulsados de la buena sociedad del «dios» dominador, que sigue siendo, hoy como antaño, la Mamona que combatió Jesús de Nazaret. Más que un Dios enigma racional, me ha importado el Dios comprometido con los hombres, para caminar y liberar, y así me atrevo a trazar su itinerario de una forma práctica, desde una perspectiva cristiana, en diálogo y compromiso de fe gozosa al servicio del evangelio de la vida.


2

Este Itinerario puede recorrerse en dos sentidos. Por un lado analiza el camino de la mente (esto es, del hombre) que busca a su Dios hasta alcanzarle, como expuso de manera espléndida San Buenaventura, en su Itinerarium Mentis in Deum (Itinerario de la mente a Dios, 1259). Por otro lado intenta descubrir o, mejor dicho, entreabrir algo el camino de Dios, que se acerca a la mente y a la vida de los hombres a lo largo de la historia, y que lo hace de un modo especial, a través de Jesucristo, según la confesión cristiana, de la que tratará el siguiente libro (sobre la Trinidad).
Muchos afirman que estamos en un momento oscuro, que los caminos de Dios se han cerrado y que ya no transita por ellos casi nadie, sino sólo bandidos prepotentes, pues andamos agobiados y perplejos por cuestiones de opresión y de dinero, como sucedía en el tiempo de los jueces liberadores de la Biblia, cuando se hallaban cerrados los senderos del monte y del valle y casi nadie se atrevía a transitarlos (cf. Jue 5, 6). Pues bien, a pesar de ello, con la experiencia de casi medio siglo de intenso servicio a la teología y a la vida intelectual, dentro de una Iglesia que busca y quiere acoger la Palabra, pienso que estamos en una circunstancia buena (muy buena) para hablar de Dios, y que la economía no se riñe con la teología, sino todo lo contrario, como indicaré estudiando la relación que existe entre la Trinidad Inmanente (que es Dios en sí) y la Trinidad Económica (que es Dios en la vida humana), mostrando los cambios que esa relación implica en la historia del mundo.
Tras un largo proceso de conquista del mundo y enriquecimiento injusto de algunos, en el centro de una intensa crisis de identidad humana y de injusticia social, Dios se ha vuelto problemático, pues no parece estar donde pensábamos que estaba, ni resolver en primera instancia nuestras dificultades de tipo físico o mental, moral o material, de manera que todo sucede en un plano como si él nunca hubiera existido, o como si hubiera querido marcharse de la vida de los hombres. Pero, en otro sentido, él se encuentra más cerca que nunca (o, al menos, tan cerca como siempre), no sólo como interrogación, sino como llamada y fuente de existencia (de experiencia y compromiso), como cantaba Débora, la profetisa del tiempo de los Jueces (Jue 5), y como cantó luego María, la madre de Dios, al Dios que despliega el poder de su brazo para derribar a los potentados y elevar a los oprimidos (Lc 1, 46-55); en esa línea quiero evocar su camino entre los hombres.
En una línea, hemos superado una visión literalista de Dios, y no tenemos que andar consultándole todo, o pidiéndole permiso a cada paso, pues nos hemos hecho responsables de aquello que somos y hacemos, tras haber conquistado (descubierto) una libertad que él mismo nos había prometido desde el principio de la historia, como anunciaba el libro del Éxodo. Más aún, superado un tiempo en que algunos le habían identificado con un tipo de poder impositivo, hemos podido descubrir el aspecto más personal y gratificante de Dios, creador de libertad.
Por no haber conocido más que a un Dios opresor muchos piensan que su edificio está cayendo a trozos, y parecen cada día menos los que se cobijan en sus muros.Pero, en otro sentido, somos muchos más los que sentimos un deseo grande de buscarle y encontrarle, no por necesidad, sino por gozo y placer, es decir, por libertad, conociendo lo que somos y sabiendo que él se expresa de una forma muy profunda en nuestra propia vida. Ciertamente, ha caído un tipo de templo de Dios, es decir, un sistema teológico (como cayó el de Jerusalén, el 70 d.C.), pero al quedar sin ese santuario podemos descubrir y construir mejor su auténtico templo que es la vida de los hombres, dejando así que sea el mismo Dios quien nos construya a nosotros, viniendo a nuestro encuentro.
Por otro lado, en otro tiempo teníamos quizá menos preguntas, y además había gente especializada en respondernos, para que no anduviéramos siempre pensando y decidiendo lo que debía ser pensado («doctores tiene la Santa Iglesia, que sabrán responderos», decía el Catecismo). Ahora, en cambio, somos todos los que debemos plantearlas (las tenemos planteadas de antemano) y responder a ellas por nosotros mismos, en comunidad eclesial (si somos cristianos) o en familia, y cada uno en particular, en un mundo donde la pregunta y la revelación de Dios se encuentran nuevamente vinculadas a los problemas centrales de la vida (amor y justicia, hambre y violencia…), como había sucedido desde el principio de la Biblia.
Debemos responder de un modo personal, no que sean otros quienes nos impongan su respuesta, quizá al servicio de sus intereses. No queremos descubrir y expresar la presencia de Dios en los bordes, sino en la misma entraña de la vida, allí donde se elevan las grandes cuestiones antiguas, que siguen siendo las modernas: «Quién soy, de dónde vengo y qué he de hacer para ser feliz; cómo puedo amar y ser amado; en qué puedo esperar, cómo podemos y debemos comportarnos, para no destruirnos destruyendo la vida sobre el mundo».
El cauto lector habrá advertido que esas son las famosas preguntas de Kant, con quien deberé dialogar con frecuencia en este libro: «¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre?» (Lógica, Introducción 3). Pero Kant las planteaba de una forma más racionalista, sin apenas fijarse en las implicaciones y consecuencias históricas y sociales del tema, ni en su aspecto más existencial, que para mí son esenciales. Pues bien, en ese contexto se sitúa la cuestión de Dios, que no es algo añadido a lo que somos, sino expresión y sentido y tarea de nuestra existencia.
Ésa es nuestra tarea de Dios, que está llena de gozo, y no hay nada en la vida que pueda ofrecer más alegría que preguntarnos por Él, sabiendo que se encuentra ya presente cuando le buscamos. Pero es al mismo tiempo una tarea trabajosa, y en ella está en juego nuestra misma existencia de seres humanos sobre el mundo, pues se trata de saber si optamos por la vida, y si tenemos razones vitales (no puramente conceptuales) para seguir recorriendo nuestro itinerario.
Hasta ahora habíamos marchado sobre el mundo, por tensión vital y por costumbre, conforme al mandato de la Biblia: «Creced, multiplicaos, dominad la tierra» (Gn 1, 28). Pero hemos crecido, nos hemos multiplicado (¡algunos dicen que demasiado!) y hemos dado mil veces la vuelta al planeta, para dominarlo (¡algunos dicen que para destruirlo!). Hemos cumplido la tarea que Dios nos puso en la Biblia, pero ahora (año 2013) nos hallamos enfrentados ante un duro destino de vida y de riesgo de muerte, pues si no aprendemos a vivir de otra manera (en gratuidad y amor mutuo) podemos terminar destruyéndonos todos, sumidos por el agujero negó de la inhumanidad.
Nos encontramos pues ante una encrucijada, que la misma Biblia había previsto al poner su letrero en el camino: «Hoy pongo ante ti la vida y la muerte, el bien y el mal, escoge bien y vivirás, pues de lo contrario acabarás cayendo en manos de tu misma muerte» (cf. Dt 30, 15-16). Así lo había ratificado la segunda página del Libro, al plantar ante nosotros el árbol del conocimiento (para saber quiénes somos) y el árbol de la vida y de la muerte (para optar por la vida o suicidarnos; cf. Gn 2).
Aquella no era una elección espiritualista (referida sólo al alma), sino una opción vital de la que dependía y depende nuestra existencia. Sólo ahora sabemos lo que aquella elección significaba, pues nos hallamos ante el riesgo de un gran suicidio individual y colectivo, de manera que, si no logramos asumir nuestra tarea y realizar la buena opción, podemos acabar errando sin sentido, en un mundo sin luces ni señales de futuro, para dejarnos morir o destruirnos unos a los otros en guerra sin fin, bajo el poder de una Bomba que aniquila toda forma de existencia.
Vivir sin más (vivir por costumbre, dejarnos llevar) se ha vuelto insuficiente para mantenernos en la tierra, tras haberla rodeado mil veces, para volver a encontrarnos otra vez y con riesgo más grande ante los mismos problemas de ansiedad, deseo de poder y lucha a muerte de unos contra otros. Ha llegado el momento de una decisión más honda, y sólo podremos tener un futuro y morar sobre el mundo si sabemos que la Vida merece la pena, no sólo en un plano intelectual, sino también moral, personal y social. De esa forma hemos vuelto, como por un rodeo, al tema de Dios, que se encuentra vinculado al sentido y tarea de la vida, en un mundo donde muchos afirman que él se encuentra ausente.
En otro tiempo parecía que Él estaba siempre a mano, respondiendo de inmediato a nuestras voces. Pues bien, ahora debemos resolver las cuestiones inmediatas por nosotros mismos, como un niño perdido en el bosque, que no puede ya gritar para que venga un hada buena, y le saque del barro o barranco donde se ha metido, pues nadie de fuera podrá responderle. Así, también nosotros, debemos resolver los temas inmediatos de la vida por nosotros mismos, pero sabiendo que sigue pendiente la pregunta y tarea más honda, que somos nosotros mismos.
En ese sentido, en el fondo de todo, seguimos preguntando por un Dios que, si existe, vendrá o, mejor dicho, estará con nosotros de un modo distinto, no para resolver problemas secundarios, sino para que podamos descubrir y asumir lo primario, siendo con gozo y esperanza lo que somos. De todas formas, seguimos preguntando por un Dios que nunca se ha ido, pues el Dios verdadero ha estado siempre, como impulso, sentido y presencia de nuestro camino en la vida, pues como sigue diciendo la Biblia, «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 27).

3

Siendo labor exigente (de vida y muerte, de supervivencia), esta tarea de pensar sobre Dios (y de dar testimonio vital de su presencia) constituye, como he dicho, el gozo supremo de la vida. No hay felicidad mayor que haber hallado a Dios (haberse dejado hallar por él), y así vivir y decirlo, compartiendo con otros el camino. Ésta ha sido y sigue siendo mi experiencia más honda, mi labor cotidiana, y por eso me atrevo a escribirla en este libro como viejo profesor y joven alumno de teología (teodicea), emocionado cada día ante el hecho de existir en libertad y ante la responsabilidad de compartir la vida con aquellos que me la han regalado y con aquellos con quienes la comparto.
Dios ha sido, por un lado, mi trabajo en la Universidad, y a él se lo agradezco, y con él a muchos hombres y mujeres que lo hicieron posible, en mi Orden de la Merced y en la Universidad Pontificia de Salamanca. Y Dios ha sido y sigue siendo, por otro (al mismo tiempo) mi pasión suprema, como experiencia de gozo y libertad (con Mabel, mi mujer), de responsabilidad y de riesgo emocionado en una vida que sigo descubriendo y trazando cada día, con la emoción de siempre, a pesar (en medio) de sus grandes sombras y fracasos.
Al escribir este libro he debido moderar la pasión, dejando a un lado muchas experiencias (a pesar de que he dicho y repito que nunca le he visto cara a cara), para que así mi palabra sobre Dios resulte más comprensible en un plano intelectual, más abierta a todos los lectores. No he querido demostrar que existe, ni discutir en el fondo su existencia, sino ofrecer el testimonio de su presencia, evocando con mis pobres voces el fuego de su llamarada de pasión que impulsa y fundamenta la vida de los hombres en el mundo, aunque a veces no lo percibamos, ahora que empieza una nueva etapa de descubrimiento interior (y comunitario), después que hemos explorado todos los rincones posibles de la redonda tierra.

‒ No necesitamos a Dios para resolver cuestiones materiales pues en un plano exterior las cosas ruedan y son sin necesidad de dioses exteriores y nosotros, además, las manejamos por medio de una «empresa productora» que nos ha llenado de inmensos bienes materiales, pero que ha corrido el riesgo de vaciarnos de alma. En ese nivel no podemos hablar ni siquiera de un rumor de ángeles (pues no creemos en general en ellos, al menos de un modo objetivo). Somos la primera generación de mundanos estrictamente dichos, hombres y mujeres sin necesidad de dioses y demonios antiguos, pero con nuevos dioses-demonios que nosotros mismos hemos producido y que pueden destruirnos.
No necesitamos de Dios en un sentido material, no estamos satisfechos, ni hemos resuelto los problemas principales de la convivencia, que ahora (año 2013) resultan más acuciantes que nunca. Hemos conquistado ya el planeta, pero lo hemos convertirlo en mercancía, como un capital que se compra y vende. Producimos riquezas inmensas y, sin embargo, seguimos muriendo (dejando que miles y millones perezcan de hambre), y no somos felices, no porque falten cosas (habría para todos), sino porque la raíz de nuestra vida no es simplemente una cosa que podemos obtener.
Hemos resuelto muchísimos problemas externos y seguimos avanzando en el campo casi infinito de la ciencia, para dominar de alguna forma el mundo. Hemos conseguido un capital económico inmenso, convirtiendo casi el mundo en una empresa productora, al servicio de un mercado en el que todo se compra y se vende, y, sin embargo, seguimos siendo una gran interrogación personal y social, y si no encontramos sentido a la vida podemos matarnos al fin, para ser así una especie suicidada en la marcha de los grandes espacios cósmicos.

‒ Pero Dios es la fuente y camino de nuestro existencia y así quiero mostrarlo en este Itinerario. No está para arreglar directamente desarreglos de la ciencia y de la economía capitalista, sino para alumbrar lo que somos, descubriendo así nuestro misterio, que es el suyo, pero él nos permite subir de nivel, y ver las cosas en otra perspectiva para resolverlas. En esa línea, este primer libro (Teodicea, defensa de Dios), quiere trazar el principio y fundamento de la marcha, para situarse (situarnos) en la buena dirección, indicándonos así que somos más que aquello que sabemos, tenemos y podemos.
Ciertamente, la ciencia enseña muchas cosas y ofrece abundancia de objetos de consumo (al menos a sus beneficiarios…). Pero incluso aquellos que se sienten satisfechos a ese plano siguen descubriéndose vacíos en un nivel más alto, sin respiración verdadera, mientras millones de personas sufren hambre de pan y de cosas materiales, en un mundo que se ha vuelto muy pequeño, una fábrica de afanes, de envidias, contiendas y pesares. No hemos respondido a los problemas de nuestra identidad, seguimos sin saber lo que somos, nada nos logra saciar, mientras seguimos vagando, unos sobrados de abundancia y otros (muchos más) agobiados de necesidades y opresiones, enfrentados mutuamente, como seres que pueden tener todo pero no se sacian con nada.
Es hora de pararse de nuevo ante el árbol del conocimiento del bien y del mal, vinculado con el árbol de la vida (Gn 2), hora de pensar y decidirnos de nuevo ante la gran encrucijada de Moisés en el Deuteronomio: «Pongo ante vosotros el bien y el mal, la vida y la muerte» (Dt 30). En esa situación he querido preguntar como digo por Dios y hablar de su presencia, para descubrir que no es una simple ley (un aviso, una señal de tráfico vital), sino el impulso originario y transcendente de la Vida, fuente y camino de nuestra existencia personal y social, Aquel que nos invita a trazar con él una marcha apasionante, gozosa, de existencia.

Este Dios no ha sido inventado para resolver cuestiones marginales, o para cerrar pequeños agujeros negros por donde perdemos energía, sino Camino y Vida, como dice el Evangelio (Jn 14, 6). No debemos buscarle simplemente en las fronteras (aunque él nos espere igualmente en ellas), sino descubrirle (dejarnos descubrir por él) en la misma raíz de nuestra vida, pues él viene y nos habla, abriendo en (con, para) nosotros un horizonte y presencia de amor, con la alegría de ser (vivir) en gratuidad y (dar) compartir con los demás nuestra existencia. Pero no adelantaré los temas. Quien quiera conocer la respuesta y testimonio de este libro que recorra conmigo, sus cuatro partes y sus veinticuatro temas, divididos como sigue:

1) Empezaré hablando del hombre como viviente a quien Dios mismo despierta a la existencia personal y social, con su aliento y su palabra (cf. Gn 1-2). Así quiero dejar que él se revele y muestre, en el mismo corazón de nuestra vida humana, como presencia numinosa (fascinante, pavorosa), con la ayuda de los dos modelos principales que definen cada nacimiento (madre y padre) y los tres espacios en los que se despliega su figura (mundo, interioridad e historia).

2) Expondré después los argumentos a favor o en contra de Dios, tal como han sido planteados (y apenas resueltos) en la filosofía de occidente, lugar donde ha surgido la cuestión de la teodicea, como juicio que la historia eleva frente a Dios, para absolverle o condenarle. Los hombres de la modernidad han querido juzgarle, tanteando sus razones, a favor y en contra, ante el tribunal de la Razón, en un duro proceso de pasiones y mentiras, pero también de hondas verdades.

3) Acabada esta etapa de argumentos y sentencias, podemos detenernos y estudiar al ser humano, hombre y mujer, como prueba de Dios. Al colocarse ante sí mismo, el hombre puede descubrirse abierto a Dios, viviendo con amor y libertad, pero también puede negarle y suicidarse. La misma vida es según eso lugar de acogida o rechazo de Dios, en gozo creador, o en protesta homicida. En ese contexto insistiré de un modo especial en la tarea de la libertad, entendida como prueba máxima de Dios, en un mundo que sigue estando en riesgo de dejarse esclavizar por poderes materiales y sistemas económico-sociales que destruyen la vida de los hombres.

4) El libro acaba con una sección dedicada al estudio de las grandes paradojas que suscita Dios, a quien sólo podemos conocer ensanchando el horizonte de nuestras razones y experiencias. Lo que muchos han tomado como antinomias (Dios tiene que ser una cosa o la otra, esto o aquello) son más bien aspectos complementarios de su presencia (naturaleza y cultura, inmanencia y trascendencia…). Así culminará este primer libro del Itinerario, dejando abierto el camino a la posible fe religiosa (de la que tratara el próximo libro, de la Trinidad), desde una situación de intensa crisis económica, como supo E. Kant, el mayor filósofo moderno. De esa forma, ese libro ha querido terminar de una manera abierta, planteando temas que le sobrepasan y le llevan (nos llevan) al libro y tema de la Trinidad.

Quiero dedicar este trabajo a los alumnos de la Universidad Pontificia de Salamanca que, a lo largo de decenios, han iluminado y discutido conmigo estos temas, y de un modo especial a los responsables de Ediciones Sígueme de Salamanca, donde publiqué hace ya cuarenta años mi primer ensayo de teodicea, titulado precisamente: Las Dimensiones de Dios (1973).
De un modo especial lo sigo ofreciendo, con la trilogía entera, a los hermanos de la Orden de la Merced, mis hermanos y amigos, que quisieron hacerme Maestro en Teología, pues con ellos he querido descubrir a Dios como libertad. Y de un modo aún más espacial, como todo lo que escribo en los últimos diez años, lo dedico a Mabel, por su testimonio constante de humanidad amorosa, abierta a Dios. Este trabajo, y toda mi vida quiere ser, en fin, una ofrenda para Dios, a quien agradezco inmensamente su presencia excitante, gozosa, afortunada, en el camino de mi vida, dentro de la Iglesia de los seguidores de Jesús.

San Morales
2013
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