Jesús, poeta y profeta a la vez 4. Un diálogo con el libro del Papa

Dejo los temas teóricos sobre poetas griegos y profetas judíos (de los que me he ocupado en días anteriores), para exponer directamente la poesía-profecía de Jesús. Sigo en la línea de lo que ayer dije sobre el libro del Papa (Jesús de Nazaret), en Rumores de Ángeles (http://blogs.periodistadigital. com/religion.php/2007/09/03/ pikaza_un_libro_que_el_papa_no_deberia_h). Quizá lo propio del hombre frente al animal (y frente a Dios) es la poesía, vinculada a la conciencia de sí mismo y al descubrimiento de los otros. Ésta es una poesía que se vuelve profecía: protesta creadora (búsqueda del Reino). Así quiero presentar a Jesús como profeta de los pobres y poeta de los niños, de un modo muy sencillo, después de haber leído el libro del Papa, retomando lo dicho en mi trabajo sobre Cristianismo y Poesía y en mi libro Hijo de Hombre (Tirant lo Blanch, Valencia 2007).


¿Poesía del Papa? Jesús, poeta y profeta a la vez

El Papa, en su libro sobre Jesús, ha planteado muy seriamente el tema, todo lo seriamente que se puede hacer desde la exégesis y el dogma. He escrito cosas muy importantes, en la línea de la tradición de los Padres de la Iglesia y de la teología dogmática, en diálogo con el juadísmo. Su Jesus resulta sorprendente, un Jesús que habla de Dios, que es Dios... Pero quizá le falta un poco de poesía, un atisbo de sorpresa ante la vida sin más, un signo de belleza (¿no será toda religión algo de poesía?). Quizá le falta un poco de profecía, un roque de esa veta fuerte de transformación de la historia y de llamada a la justicia que está al fondo del mensaje de los grandres creadores de Israel, entre los que el Papa (y yo muchos otros, como yo) situamos a Jesús (¿no habrá en toda poesía algo de profecía?).

En esa línea, como homenaje al libro del Papa , he querido retormar algunos motivos fundamentales de los evangelios, en los que Jesús aparece como peta y profeta, vinculando la verdad y la justicia, la belleza y el amor, para todos los hombres, empezando desde los pobres y los niños.

Ciertamente, los griegos habían planteado muchos temas que nos siguen preocupando todavía. Las cuestiones de fondo de Edipo y Antígona siguen siendo las nuestras; desde ellas pensamos, con ellas caminamos.

Sin duda, los israelitas habían elevado muchas voces a favor de la justicia, de manera que sus profecías siguen abriendo para nosotros un camino ,por el que debemos seguir avanzando.

Pero en el fondo de todo eso, de forma sorprendente, hemos encontrado a Jesús poeta y profeta a la vez. Está ahí, nos sigue sorprendiendo. No demuestra, no impone. Está y nos anima a vivir. Con él queremos seguir avanzando en el camino de los poetas y profetas.

Un poeta muy carnal, muy de todos

Le llamamos profeta, pues ha sido fiel a la carne de la historia, y poeta, pues ha traducido en palabras humanas lo divino. Su movimiento religioso (cristianismo) es más que una estética al servicio de algunos iniciados: es una estética universal de gozo y vida, que se eleva desde los pobres y expulsados del sistema.

Muchas veces se ha querido interpretar el arte como lujo para ricos, en un mundo donde la belleza se compra y vende, se calcula y almacena como objeto de consumo, de manera que sólo algunos privilegiados podrían cultivarla y disfrutarla, mientras que los pobres seguirían aplastados por la prosa de la vida. Pues bien, en contra de eso, hemos querido presentar a Jesús como poeta de los pobres (expulsados, hambrientos), en el sentido radical de la palabra. Así aparece como heredero de la más honda experiencia profética de Israel; pero, al mismo tiempo, puede asumir y asume las más bellas tradiciones poéticas de Grecia, no en línea de idealismo, sino de fidelidad a los hombres y mujeres en la historia.

Lujo para ricos tiende a ser el arte del sistema neo-capitalista, manipulado en el mercado, comprado por los ricos y expandido luego, para consumo de masas que sólo ven aquello que la propaganda dice y hace. Ya lo sabían de algún modo los romanos, cuando hablaban del arte del panem et circenses, del puro pan y circo. La situación de nuestro mundo (a principios del siglo XXI) resulta parecida a la de Roma: también nosotros corremos el riesgo de quedar en manos de un sistema que ofrece pan y circo, comida y diversión sin libertad, ni pensamiento auténtico.
De todas formas, de un modo “lógico”, tanto en tiempos de Jesús como en el nuestro, el pan y el circo están pensados de un modo especial para aquellos que pueden pagarlo o que viven al servicio del sistema, mientras una mayoría de gente vive fuera, condenada prácticamente a la muerte, sin consuelo posible en ningún tipo de arte

Pues bien, en un mundo como aquel (como este) vino Jesús, no con armas o dinero, sino con humanidad, para abrir los ojos y desatar los oídos de los pobres de su entorno, curando a los enfermos y acogiendo a los expulsados del sistema, para que pudieran descubrir y disfrutar de un modo directo la belleza de la creación, asumiendo de forma personal la vida. Jesús ofreció su “arte”, el gozo de pensar, la belleza de la salud, precisamente a los que estaban expulsados de los sistemas oficiales del arte y la belleza de los ricos, es decir, de los sacerdotes y comerciantes o políticos de Jerusalén y de Roma (cf. Lc 4, 18-20; Mt 11, 2-6 par).
Vino Jesús sin dinero y sin armas, pero con palabra y humanidad, ofreciendo los signos de su vida poderosa, contagiosa, en contacto directo con los más pobres de la sociedad. Vino como portador de la más honda belleza humana, que consiste en mirar y admirar, en descubrir y compartir la riqueza de la vida (del don de la vida de Dios), precisamente en medio del “basurero humano”, descubriendo y cultivando allí la gloria de Dios, es decir, la perla de la vida humana.

Una belleza al alcance del corazón

De esa forma podemos entenderle como profeta de belleza universal. No necesita encerrarse en la universidad del libro, donde los rabinos investigan y descubren con finura admirable los meandros y conexiones de su ley eterna. No sube a los palacios y castillos de gobernadores o reyes, para discutir con sacerdotes y herodianos los últimos avances de moda del arte elitista de Roma o de Grecia. Al contrario, se ha puesto en la escuela abierta de la calle, a la vera del mar de Galilea, para ir ofreciendo a marginados y amigos la más alta lección de un arte que implica vivir en gratuidad y regalar a los demás su propia vida, hecha de muerte, de una forma creadora, abierta a la esperanza de la Vida. Estos son los temas centrales de su estética mesiánica:

Dios, la gracia. Poesía es para Jesús el don de Dios, el descubrimiento admirado de su presencia gozosa y creadora en cada uno de los hombres y las cosas. Este es su lección: ¡La belleza es Dios, el arte consiste en descubrirlo y expresarlo en la propia vida humana, aceptada de un modo personal y compartida con los otros! La belleza es el mismo don de la vida, recibida con gozo, compartida con generosidad.
Más allá de las razones de políticos y sabios, en el fondo de todas las urgencias de una vida que debemos recorrer con duro esfuerzo, Dios viene a revelarse como belleza y gracia. Nuestra tarea no consiste, por tanto, en aprender con gran esfuerzo, ni en conquistar con lucha fuerte lo que somos, sino en dejarnos llenar y transformar por lo divino, en diálogo de amor, descubriendo en nuestros ojos los ojos de Dios que nos miran y nos invitan a vivir .

Los hombres, agraciados. Jesús ha buscado la belleza de Dios en cada uno de los hombres y mujeres de su entorno y en ellos ha encontrado su más honda presencia. No ha tenido que subir al templo de Jerusalén para mirar a los que estaban limpios de pecado, ni ha estudiado en Atenas para investigar la esencia humana. Al contrario, Jesús ha mirado a los hombres y mujeres que estaban en la calle, expulsados y sucios, enfermos e impuros y pobres, descubriéndoles como portadores de la más honda belleza de Dios. Ellos, los alejados de los sistemas de poder, han sido principio de admiración y acción sanadora para Jesús.

En ese sentido, para Jesús, la belleza resulta inseparable del compromiso de la vida, es decir, del diálogo de amor y de justicia entre los hombres, empezando por los expulsados del sistema. Las grandes instituciones de ese mundo crean un tipo de estética elitista, propia de iniciados, mientras el vulgo sigue esclavo de sus necesidades inmediatas. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha descubierto y cultivado la belleza de Dios para todos, no a favor de un sistema social determinado, sino empezando más bien a partir de los expulsados del sistema, que son quienes mejor pueden escuchar la belleza de su mensaje.

− Dios, todas las cosas. Desde Dios, para los hombres, Jesús ha descubierto que la belleza es lo primero y así nos ha enseñado a mirar hacia las cosas. "No os preocupéis por la vida diciendo ¿qué comeremos¿ ni por el cuerpo diciendo ¿de qué nos vestiremos?...Mirad a los pájaros del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, pero vuestro Padre celestial los alimenta ¿No sois más que ellos? ¿Y por qué os preocupáis por el vestido? Mirad los lirios del campo, como crecen. No se esfuerzan, no trabajan, ni tejen y os digo que ni Salomón en toda su gloria logró vestirse como uno de ellos" (Mc 6, 25-30 par).
Quien no reconozca la belleza de Dios en los hombres concretos que están a su lado no será nunca profeta-poeta. Todos los templos del mundo (con sus estatuas de dioses), todos los museos de la tierra (con las creaciones exquisitas de viejos artistas), todos los libros de poesía de las bibliotecas resultan muy pobres frente a la belleza de un hombre o de una mujer que miramos y nos mira, que tocamos y nos toca, en conversación que es el arte supremo de la vida.

Jesús ha querido “devolver” la belleza a los pobres y excluidos de la sociedad a los que dice: ¡mirad! Este es el principio de su estética: aprender a ver, mirar y admirarse, dejando que las cosas (pájaros y lirios) nos digan su mensaje, en un lenguaje de hermosura que resulta anterior a todas las palabras. Salomón era un artista rico: construyó un templo y un palacio, gastó una fortuna impresionante en adornarse y adornar sus edificios, con artistas venidos de Fenicia y del Oriente. Pero ¿de qué le habría servido todo eso si no supo escuchar la voz del pájaro en el aire, ni contemplar los colores del lirio sobre el campo que vive y que muere viviendo cada día?

Jesús nos ha situado ante la belleza más humilde y más hondo: mirad los pájaros, gozad los lirios... Esta es la hermosura suprema, abierta a todo, igual que la palabra, que todos compartimos. Esta es la belleza universal y democrática, en el sentido más hondo de ese término: la belleza de los pájaros y lirios, de los valles y montañas y, sobre todo, la hermosura de la comunicación entre los hombres, en amor admirado, en escucha y respuesta, sobre todos los valores de este mundo. En ese sentido decimos que Jesús es poeta de los pobres, esto es, de todos.

–Belleza de las cosas de todos los días,
belleza de los hombres. Ciertamente, a veces resulta más fácil conversar en silencio con las cosas, porque callan y parece que no exige que les respondamos. Pero, quien es amigo de belleza, ha de aprender a conversar en amor con los humanos, como hace Jesús que les abre los oídos y los ojos para que así puedan ver y contemplar, que les limpia de la lepra o la locura diabólica para que así puedan comunicarse entre sí, en palabra creadora
–¿Belleza profesional, belleza rica? ¿Qué son todos los cuadros de museos y palacios, valorados en miles de millones de euros o dólares, si no pueden respondernos con su voz, ante un rostro que escucha y nos habla? ¿Qué son todas las manos pintadas o cantadas en poesía ante una mano que recibe nuestra mano y nos responde? ¿Qué son los ojos y cuerpos esculpidos ante un cuerpo que sufre, siente y nos responde?
Belleza de los hombres y mujeres concretos, belleza para los pobres. Por eso, dentro de un mundo donde el arte puede convertirse en lujo muerto para ricos, Jesús ha destacado la gratuidad de la belleza del pájaro y la flor, sin razón utilitaria, por simple derroche de hermosura. Pero él ha destacado sobre todo el arte y valor del cuerpo humano, es decir, del hombre concreto que anda y que mira, que escucha y responde. Esta es su maravilla. Al servicio de ese hombre concreto ha realizado su tarea de estética mesiánica. Por eso le llamamos artista de los pobres.

La eternidad de lo efímero. Jesús poeta de los niños

Esa estética de Jesús tiene un momento primordial de gratuidad: ¡no os preocupéis! En ese plano, la belleza viene a presentarse como un punto de partida anterior a toda discusión o razonamiento, un presupuesto de la vida humana: no se compra ni demuestra, sino que se acoge y admira, en gesto de confianza. Así podemos afirmar que el hombre ha optado por vivir y vive porque quiere. Los animales existen por necesidad biológica. El hombre por opción y gracia: porque se descubre agraciado y lo acepta, se acepta a sí mismo, se admira.
Emerge así la belleza de lo efímero, vinculada al mismo cambio y proceso del mundo: la belleza de las cosas que pasan y pasando nos dicen que la vida es un proceso en el que sólo existe aquello que se da y que existe al darse, es decir, muriendo. Los griegos buscaban la belleza eterna, de la estatua que permanece, de la idea que brilla. Por el contrario, fundándose en la mejor tradición israelita, Jesús proclama y goza la belleza de aquello que pasa (es efímero), pero que pasando permanece.
Por eso, el arte al que Jesús alude no puede almacenarse de manera artificial en los museos, ni encerrarse en los palacios o templos de la tierra. La belleza de la vida sólo existe en la medida en que se ofrece y gasta, se comparte y goza, en manos de Dios, como expresión de libertad que no se puede manipular por sistema. Esta es la hermosura de la comunicación humana, que se expresa a través de la mirada (rostro), de la conversación (palabra) y de todo el cuerpo (tacto, presencia compartida). Esta es la belleza de los pobres y enfermos, de los rechazados y humillados, que se descubren en manos de la gracia de Dios.

Hay en esta belleza un momento esencial de humanidad, abierta a todos los hombres. Jesús no ha cultivado una poesía o pintura 'social', al servicio de los intereses del proletariado, como hicieron algunos artistas del sistema soviético. Tampoco ha buscado un arte de masas, bendecido por la propaganda del mercado, para consumo de la sociedad neocapitalista. Al contrario, él ha buscado y cultivado la belleza en sí, sin más finalidad que el gozo de ser, en manos de Dios, de manera que puede ofrecerla, de un modo especial, a los excluidos y humillados del sistema, a los pobres del entorno, abriendo sus ojos y oídos para que así puedan verla.

A Jesús no le importan las estatuas sublimes o las palabras ideales, los grandes discursos, los ideas eternos, sino los hombres concretos, los pobres, los niños..., pues precisamente ellos son signo y presencia del Reino de Dios, la gran belleza (cf. Mc 9, 33-37; 10, 13-16 par). Los niños son, ciertamente, muchas cosas (debilidad, ternura, quizá inocencia...); pero sobre todo son vivientes que admiran, descubriendo en los pájaros y lirios el don original de la existencia, y personas que sólo pueden vivir con la ayuda de otras personas (si el cuidado amoroso de ellas mueren). Pues bien, la belleza de los niños está vinculada a la admiración y al gozo de vivir, de querer vivir.

Una belleza que no se demuestra

Jesús no ha querido adoctrinar a los niños, para que sean mayores, sino al contrario: ha querido que los mayores 'se hagan como niños', para que descubran y admiren de nuevo los colores y formas, las presencias y miradas de las cosas y personas, para que puedan cultivar el arte siempre nuevo de la comunicación personal. Donde el idealista griego podría la estatua eterna del Dios o el poema supra-temporal o la belleza de la idea, Jesús ha colocado al niño como persona, en línea de fe, amor, pobreza. Es importante la belleza de aquellos expertos que trabajan para lograrla y expresarla (pintores, músicos, poetas profesionales); pero todos los artistas verdaderos han sabido con Jesús que la más honda hermosura es la capta y goza un niño. La belleza no es algo que hacemos, construimos, conquistamos con esfuerzo que está sólo en manos de expertos, como las estatuas (que la tradición israelita ha condenado), sino la admiración y deseo de vida que emerge en el encuentro personal, sobre todo con los niños.

La belleza que se demuestra no es belleza. Por eso, ella sólo se puede recibir y cultivar en fe. Abrirse a la belleza significa mirar con ingenuidad, como si estuviéramos (que estamos) en el primer día de la creación, sorprendidos por el mundo, emocionados por la vida, llenos de confianza, por encima de todas las razones. El principio de la belleza está en dejarse trasformar por aquellas personas (y realidades) que miramos o escuchamos, en gesto de entrega confiada.
En ese sentido, debemos afirmar que no hay arte sin fe, sin confianza emocionada ante el resplandor de la belleza que nos precede. Por eso, al niño que ayudarle a que mire y diga, pero dejando que sea él quien se sorprenda y mire, diciendo lo que ve, sin imponerle de antemano o por la fuerza nada. En esa línea decimos que la belleza es un tipo de “a priori”, algo que el niño lleva en sí misma, pues se expresa con el mismo despliegue de su vida humana. No tenemos que enseñarle a ser artista, pues lo él. Sólo tenemos que enseñarle a utilizar mejor las técnicas (por ejemplo de combinación de colores en la pintura) .

− Belleza es amor, arte de niños y pobres. El diablo 'panadero' de Mt 4, 3 quería ofrecer 'pan y milagro' (circo) a todos los humanos, para entretenerles, dominados por la muerte; pero los hambrientos (y especialmente los niños) no viven solamente de pan 'sino de toda palabra que sale de la boca de Dios', es decir, de amor y de belleza. Todos los hombres y especialmente los niños necesitan poesía y belleza para vivir, sino se secan. Son los mayores los que a veces, pervirtiendo su raíz de hermosura, se dejan estropear y no buscan ya belleza.
Ciertamente, Jesús ha ofrecido pan a los hambrientos, como saben los relatos de las multiplicaciones y todo su mensaje de solidaridad con los pobres (cf. Mc 6; 8). Pero, sobre todo, él ha querido ofrecer a los hombres y mujeres una palabra de libertad creadora, como muestran todos los relatos de los milagros. Así les ha ofrecido ojos para ver, oídos para escuchar, corazones para admirar, en una especie de democracia estética radical, abierta de un modo especial a los niños y a los pobres, es decir, a los expulsados o menos valorados en la rica sociedad del sistema .

Un poco de teoría, con perdón

Jesús nos conduce así a las raíces de la vida humana, como si quisiera llevarnos de nuevo al paraíso donde se pueden admirar todos los árboles y frutos del jardín de la existencia, para que aprendamos a comunicarnos como niños que saben admirar, agradecer y buscar su camino en la vida, sin necesidad de apelar a razones previas (cf. Gen 3). La única ley del paraíso (no comerás del árbol del conocimiento del bien y el mal) estaba vinculada a la prohibición de las estatuas (que nos impedía fijar a Dios en una imagen o signo exterior, que puede objetivarse). Pues bien, esa ley nos impide clausurarnos en algo que nosotros mismo fabricamos; ella nos pide que sigamos siempre abiertos, sabiendo que la vida de Dios nos desborda y sobrepasa, en amor generoso; ella nos abre para el arte de Dios, siempre más grande que aquello que hacemos o podemos.
De esa forma, volviendo con los niños y pobres al principio de la vida, Jesús ha llevado hasta el extremo la experiencia de trascendimiento y presencia de Dios, a quien descubre como poder de vida y libertad, superando la estrechez del templo y de las ceremonias de pureza nacional judía. De esa forma ha interpretado y recreado la prohibición de las estatuas, aplicándola a la vida y experiencia de su pueblo: la presencia de Dios se expresa de un modo muy concreto en la salud y esperanza de los hombres, en la capacidad de diálogo directo entre todos, en el mismo don de la vida regalad, compartida.
El judaísmo nacional había tendido a convertirse en una especie de 'signo separado de Dios', como un ídolo muy grande, con su templo y ritos, con sus leyes de pureza y sus valores distintivos, estético-sociales; de esa forma podía interpretarse como un sistema sagrado, en el que todo acaba estando al servicio de los justos y los cumplidores de la ley, es decir, de los especialistas de un tipo de poder sagrado y de moralidad oficial. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha descubierto otra vez la experiencia trasformadora de los profetas; de esa forma ha dicho que Dios está presente en el encuentro inmediato de la vida, en el cara a cara del amor admirado de los hombres y, de un modo especial, de los más pobres, de los niños y expulsados del sistema. En ese sentido podemos afirmar que el proyecto de Jesús es un proyecto de estética radical, desde los pobres y para los pobres (aunque abierta desde ellos y con ellos a todos los hombres del mundo).

– Los judíos seguían rechazando las estatuas, de manera que algunos de los más grandes conflictos político-sociales del tiempo de Jesús surgieron porque ellos se oponían al paso de las águilas o dioses militares de los estandartes del ejército romano por la tierra de Israel. Es significativo el gesto de Calígula que, en torno al 39-41 d. C., quiso elevar su estatua sobre el templo de Jerusalén, suscitando una durísima revuelta (que sólo acabó con su muerte). Pues bien, Jesús fue radical en esa línea, pero de un modo distinto: a Jesús le condenaron porque se oponía a unos signos más sutiles de perversión idolátrica o de manipulación de Dios en el templo. En esa línea, podemos afirmar que le condenaron porque se oponía a un tipo de arte (de ceremonias, de culto, de purezas rituales) al servicio del sistema.
El arte israelita era la misma vida del pueblo, separado y limpio, entre los pueblos de la tierra. Ellos, los judíos, eran belleza de Dios: una representación litúrgica y social de presencia del misterio, centrada en el templo de Jerusalén, expandida en las diversas sinagogas de Palestina y la diáspora. El arte de Dios se expresaba, por tanto, en la ley cultivada y cumplida por ellos, de forma minuciosa. Pues bien, de un modo radical, Jesús ha superado ese nivel de estética elitista, abriendo desde las márgenes de Israel un camino de reconciliación en amor y belleza para todos los humanos. Precisamente por eso fue condenado. A Jesús le mataron porque quería decir la Palabra de Dios a todos los hombres y mujeres, cultivando de esa forma un tipo de arte para el pueblo: un arte liberador, universal, sin controles de los poderosos etc..
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