José de Adviento: ¡Cree en tu mujer! ¿Una prueba de ADN?

Introducción. Genealogía irregular
El evangelio de Mateo empieza con una genealogía que introduce a Jesús en la línea de las generaciones masculinas de Israel, desde Abrahán, por David y los hombres de la cautividad, hasta José, el esposo de María (1,1-17). Todo parece normal dentro de un mundo masculino donde la herencia del semen (N engendró a N...) va de padres a hijos, sobre un silencio pasivo de mujeres. Esta es la huella de Dios, unos varones que engendran a varones en tradición de vida y palabra que pasa de padres a hijos, como ratifica la Misná en perspectiva doctrinal.
Pues bien, en esa misma lista de varones patriarcas (¡que sigue avanzando, solemne y monótona!) ha introducido Mt cuatro mujeres (Tamar, Rahab, Rut y la mujer de Urías: 1,3-6), para indicar que, desbordando el principio masculino, actúa Dios de una manera providente, por cauces humanamente irregulares. Es como si quisiera mostrar que la misma genealogía patriarcal resulta frágil, no es lugar y medio de despliegue de Dios, en contra de una tradición sacralizada.
La línea patriarcal acaba en José, representante último de la genealogía israelita, depositario de una tradición que viene desde Abrahán. Ciertamente, es un varón concreto, esposo de María (1,16). Pero aquí es algo más que un individuo privado: es el signo y superación del camino patriarcal. Es descendiente y heredero de los derechos reales del fundador de la monarquía “mesiánica” (que es David), pero ya no es importante como patriarca dominador y engendrador, sino como esposo de María (1,16). José será valioso como alguien que debe “creer en su mujer”, aceptar a su hijo.
Una narración ejemplar
El texto es una narración y no una disputa teológica. Su argumento es de tipo simbólico. No cuenta hechos “biológicos en sí”, sino comportamientos básicos de fe: la fe en Dios que se expresa como fe en la esposa y como acogida de su hijo. Desposado ya, José descubre que su esposa se encuentra encinta. Como es varón justo (¿bondadoso?), por no iniciar un trámite legal siempre sangrante, superando de alguna forma su derecho patriarcal, decide repudiarla en secreto (1, 18-19). Como justo varón patriarcal, José se inhibe; no puede aceptar algo que rompe su modelo de estructura genealógica del mundo. Pero el ángel de Dios habla en la noche:
José, Hijo de David, no tengas miedo en recibir a María, tu esposa,
lo que en ella se ha engendrado proviene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús,
pues él salvará a su pueblo de sus pecados.
Todo esto sucedió para que se cumpliera
lo que dijo el Señor por medio del profeta:
Una virgen ha concebido y dará a luz un hijo
y le llamarán Emmanuel, que significa
Dios con nosotros (1, 20-23, cf. Is 7, 4).
Al fondo del texto está la imagen de Is 7,4, el signo enigmático y esperanzado de una muchacha que alumbra en medio de la guerra. En ella ve Mateo la expresión de la superación mesiánica del patriarcalismo. Emerge así la más bella paradoja de una virgen madre que, brotando de Israel, rompe por dentro los principios del dominio patriarcal israelita. Desde este fondo comentamos brevemente el texto:
Elementos del texto. Más allá de la prueba del ADN
- Lo más importante es la ruptura de la línea patriarcal, es decir, la conversión de José. Como Hijo de David, José tenía derecho a ser padre del Mesías (según muestra Rom 1, 3-4), culminando la promesa israelita de la ley o victoria nacional. Lo que está en juego no es la visión del padre en cuanto tal, ni el sentido mas profundo del varón. Lo que el texto rechaza es el patriarcalismo davídico concreto del varón que se impone sobre la mujer, del padre que controla y sacraliza a los hijos. Eso es lo que José debe superar (realizando el más profundo sacrificio israelita) en favor de la salvación universal de Dios: el sacrificio de renunciar al poder sobre la esposa y al dominio sobre el hijo. El texto supone que José se ha convertido, rompiendo ese tipo de patriarcalismo: ha recibido a María, ha impuesto nombre filial a un hijo que no es biológicamente suyo (pero que es suyo en un plano de fe y de amor personal), introduciendo así al hijo de Dios (de María) en el campo de la promesa israelita.
- El texto expresa una verdad de fe para los cristianos. El nacimiento “virginal” de Jesús es símbolo fuerte de la obra salvadora y personal de Dios que se encarna en el mundo no sólo como “idea” o mensaje salvador sino como persona. José “nuevo patriarca no patriarcalista” debe realizar dos actos de fe: (a) Creer en su mujer; (b) aceptar a su hijo como Hijo de Dios. Ésta es la fe más honda del varón, la fe del Adviento. No se trata de creer en Dios en general… sino de creer en la persona con la que convives y de un modo especial en tu mujer… No se trata de realizar actos extraños por la religión…, sino de aceptar y educar al hijo de tu esposa.
- Todo padre es padre por fe… Ciertamente, en la actualidad se puede hacer la prueba del ADN para fijar un tipo de paternidad biológica… Pero sería ridículo aplicar esa prueba a Jesús y a José para fijar sus relaciones. El evangelio nos sitúa en el lugar donde la paternidad expresa y acepta por fe. Un padre que exige la prueba de ADN para saber si el hijo es hijo suyo…ya no ama. Será o no padre biológico y legal (en un sentido)…, pero en otro será siempre “mal padre”. Ser padre es confiar en la mujer con la que convives. Ser padre es aceptar al hijo de tu mujer… porque es suyo y, siendo suyo, es tuyo y es de Dios.
¿Un resto de mito?
Joseph Ratzinger, al hablar del nacimiento de Jesús en su Introducción al Cristianismo, cita el mito de la Virgen que da a Luz, para superarlo. Ciertamente, en un nivel se puede hablar de mito, es decir, del símbolo de una hierogamia: de un Dios que cohabita con una mujer para tener un hijo divino. Al evocar esta imagen pagana de la “virgen que concibe” por obra del Espíritu de Dios, Mateo asume voluntariamente el riesgo de un simbolismo que puede convertirse en vehículo de mito para generaciones posteriores de cristianos. En esa línea podemos decir que el evangelio de Mateo utiliza tradiciones anteriores: no ha inventado el nacimiento virginal, lo ha recibido de la iglesia primitiva (lo mismo que hace Lc )... Pero lo asume por dos motivos:
(a)para expresar simbólicamente lo inexpresable: nace el hijo de Dios, el mismo Dios se introduce en la historia de los hombres, de manera que todo nacimiento humano es de alguna forma nacimiento de Dios;
(b) para superar el patriarcalismo israelita representado por José... Los hijos no son fruto de un padre que “viola” a la mujer o se impone sobre ella. Los hijos humanos, verdaderamente humano, sólo pueden nacer y creer en ámbito de fe, allí donde el padre acoge en amor a la mujer.
Los dos motivos (uno más judío, otro más “pagano” o universal) se encuentran y fecundan en su texto. Sólo allí donde eso queda claro, allí donde culmina y se rompe la tradición/promesa israelita, donde se supera y a la vez se cumple dentro de la historia lo intuido por el mito, se vuelve comprensible y necesaria la imagen de la virgen que concibe por obra del Espíritu Santo.
Se trata de una afirmación paradójica cuyo contenido puramente histórico resulta muy difícil de fijar. Todo nos permite suponer que Mateo ha creído (ha podido creer) en las implicaciones biológicas del nacimiento virginal; pero no son ellas las que le motivan o centran su interés. Le preocupa la obra de Dios que desde dentro del mismo cauce israelita (línea genealógica) rompe para siempre la clausura intrajudía, en gesto de apertura universal que ratifica luego el sermón de la montaña y el mensaje de la pascua (cf Mt 28,16-20).
La conversión de José
- Mt no insiste en el aspecto biológico de la generación de Jesús. Por eso, las confesiones cristianas han podido interpretar esa generación de formas distintas, como indica gran parte de la exégesis protestante: se puede aceptar el mensaje más hondo del texto sin entender la virginidad de un modo biológico. Es más, algunos llegan a afirmar que sólo prescindiendo del motivo biologista puede entenderse de forma radical el mensaje de ruptura y nueva creación humana que el ángel ofreció a José y con él a los nuevos cristianos “rejudaizados”, que tendemos a quedar prendidos en las mallas de una religión genealógica y patriarcalista.
- El texto guarda un silencio reverente y paradójico respecto de María... No dice ninguna palabra sobre su manera de actuar, no se esfuerza por entrar en su intimidad. Esa actitud es lógica: nosotros, miembros de una sociedad patriarcalista, estamos representados por José; y así en José debemos convertirnos. Pero, siendo lógico, ese silencio puede volverse turbador y hace que muchos quieran abrir de nuevo las puertas al mito: es como si la persona histórica de María no contara; es como si Dios pudiera utilizarla en secreto, haciéndola instrumento mudo de su obra.
Este es el riesgo que, al menos en parte, ha querido superar Lc 1-2 al presentar a María como interlocutora personal de Dios. Mt ha preferido mantenerla silenciosa, porque a su juicio es José (pueblo de Israel, la humanidad) quien debe convertirse. Ella aparece como “piedra de toque” y signo profético supremo, conforme a la cita reinterpretada de Is 7,14: ¡he aquí que una virgen concebirá! (1, 23). Desde el fondo de Israel, esta imagen nos lleva al ancho campo de las esperanzas humanas, allí donde hablan muchos mitos de los pueblos.