Matrimonio de Jesús, a favor y en contra (debate con J. L. Suárez)

J. L. Suárez defiende que fue casado por destino mesiánico, costumbre social y opción personal, y conoce el nombre de su esposa (se llamaba Salomé), y así lo mostraré recogiendo las tesis básicas de su libro.
Yo soy más cauto y, sin cerrar el tema, me inclino a pensar que fue soltero, por razón también importantes, y así lo he defendido en el epílogo del libro de J. L. Suarez, que recojo aquí en parte.
Esta es una buena ocasión para entrar con razones (y con “imaginación” teológica) en un tema apasionante. Casarse o no casarse no fue la opción central de Jesús, pero es un tema importante de su historia. Siga leyendo quien piense que merece la pena estudiarlo con detalle, desde una perspectiva social, personal y religiosa.
Punto de partida
J. L. Suárez ha querido en mostrar el carácter universal del mensaje y de la experiencia del evangelio, pensando que él debía ser, en principio, un hombre casado, porque el matrimonio pertenece a los principios básicos de la sabiduría y la experiencia humana, hecha de amor a la vida, de comunión personal y de generosidad, en la línea originaria de la creación (Gen 1-2).
Jesús no fue un asceta, contrario al mundo, ni un puro apocalíptico (que esperaba un Reino para el más allá), sino un hombre realista, un creador de vida. En esta línea se abre un espacio y camino básico en la investigación de la vida de Jesús. Como buen historiador, como humanista por opción y narrador por estilo, J. L. Suárez ha explorado en la historia de Jesús, buscando la posibilidad de que él hubiera estado casado con la princesa Salomé, heredera del trono de Iturea (en la franja oriental de Galilea), para iniciar con ella la gran tarea del restablecimiento del Reino de Dios, no en contra de los romanos, sino en pacto con ellos. La misma princesa Salomé habría buscado su ayuda y pedido su mano, de manera que ambos podrían así aparecen como nueva pareja mesiánica, portadores del Reino de Dios.
A favor del celibato de Jesús
Personalmente, en contra de J. L. Suárez, pienso que (siendo un hombre abierto a la comunión universal) Jesús fue también un voluntario de la vida, pero en línea profética de entrega personal, siendo así soltero. Por su origen y educación, pero también por su propia preparación y entrega en manos de la voluntad de Dios, él se sintió llamado por el Dios para realizar una tarea de servicio, a favor de los hombres, en especial de los pobres y excluidos. Pues bien, desde esa perspectiva, analizando las actitudes de Jesús y los textos básicos que hablan de su proyecto y de su forma de vida, pienso que es más coherente pensar que él ha sido célibe por el Reino, como he puesto de relieve en libro sobre La historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2014):

‒ La tradición israelita suponía que tanto el varón como la mujer han de casarse, pero ya Sab 3, 13-4, 6 incluye un canto al eunuco y a la mujer soltera/estéril, si son fieles a Dios (cf. Is 56, 3-5). En esa línea, algunos movimientos judíos, helenistas y palestinos (terapeutas, esenios), habían podido aceptar e incluso apoyar un tipo de celibato, vinculado al encuentro espiritual con Dios o a motivos de pureza y cercanía escatológica. No parece que Jesús haya sido célibe por de pureza o espiritualismo (huída de este mundo), sino para identificarse con los pobres, en especial con aquellos que en aquellas condiciones sociales no podían tener una familia…
Parece que Juan Bautista, su maestro, había sido célibe por “presura” de tiempo (¿cómo crear una familia si este mundo acaba?), y así puede haberlo sido Pablo (cf. 1 Cor 7, 29-31). En contra de eso, Jesús no lo ha sido porque el mundo acaba, sino porque empieza un tiempo nuevo, abierto a nuevas formas de amor y de apertura al Reino, que le impulsan a crear otro tipo de familia. Por eso, no rechazó el matrimonio por ascesis, sino por felicidad de Reino, no para aislarse como solitario, sino para compartir la Palabra con otros hombres y mujeres, no por carencia o miedo, sino por desbordamiento, en unión con otros carentes de familia, ante la llegada del Reino.
Su celibato responde no sólo al contexto de desintegración que se extendía en Galilea tras la ruptura del orden antiguo (pérdida de tierra de muchos campesinos), sino que ha de entenderse desde su servicio de Reino. Los nuevos impulsos sociales y laborales habían destruido un orden secular, fundado en la estabilidad e independencia de cada familia, entendida como unidad de vida y generación para hombres y mujeres.
En consecuencia, una parte considerable de la población (sin heredad, ni trabajo estable, es decir, sin casa/tierra) tenía dificultad para fundar una familia en sentido antiguo. Pero él buscó y puso en marcha un tipo de fidelidad y familia que superaba el orden patriarcal antiguo. En esa línea, decimos que ha sido célibe por solidaridad con los pobres sin casa, e incluso con los pobres sexuales (leprosos, prostitutas, enfermos, abandonados), que no podían mantener una relación familiar estable, socialmente reconocida como indica su palabra sobre los eunucos por el Reino (cf. Mt 19, 12)… (Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2014, cap. 20).
A favor del matrimonio de Jesús (J. L. Suárez)

En contra de esa perspectiva, partiendo de una visión más “sapiencial” del evangelio, que él entiende como reforma humanista más que como mensaje escatológico de Dios, J. L. Suárez afirma que Jesús tuvo que estar casado, y que su matrimonio forma parte de su estrategia político-social y de su visión de la existencia humana, centrada en el amor mutuo. Queriendo ser Rey en la línea de los reyes tradicionales de Israel (y del conjunto de la humanidad), él tuvo que asumir el matrimonio, formando así una pareja modélica, capaz de “reinar” con el ejemplo y testimonio de la vida.
A su juicio, Jesús no fue rey por sus conquistas militares, ni por un tipo de entrega individual al servicio de la causa de Dios, sino por el ejemplo de su vida, y sólo un hombre casado puede ser ejemplo para las familias y matrimonio del entorno, es decir, del resto de la gente. En vez de un Jesús aislado (¡el sólo es Mesías!) o de un Jesús acompañado por “Doce discípulos” que se le someten, J. L. Suárez nos presenta a un Jesús desposado, es decir, poniendo así de relieve el valor ejemplar de un matrimonio mesiánico, donde también ella (su esposa y princesa Salomé) pudo aportar y aportaba valores fundamentales, de manera que en Jesús, propiamente hablando, no tenemos un mesianismo individual, sino dual, de esposo y esposa (recreando así el modelo de Adán y Eva).
J. L. Suárez no presenta esta visión matrimonial de Jesús como fruto de un estudio teórico, sino como resultado de un trabajo histórico y exegético. Él ha querido leer y ha leído algunos textos fundamentales de la tradición de Jesús desde una nueva perspectiva histórica y literaria, llegando a la conclusión de, bien leídos, que ellos ofrecen una visión nueva de Jesús, como hombre casado con una princesa judeo-idumea, llamada Salomé, de la que habla el historiador Flavio Josefo. Quizá más que por Jesús, el matrimonio habría sido planeado por Salomé, que, tras la muerte de su marido Filipo de Iturea, de la familia herodiana, quiso dar legitimidad a la propuesta de reino de Jesús:
En este trabajo, insólitamente documentado, lo que supone un giro copernicano en la historia de Jesús de Genesaret, se revela la razón objetiva por la que el líder de los nazoreos, el Mesías samaritano del Israel del Norte, se declaró, ante Pilato, el Rey, “que había de venir” en su tiempo. La alianza política y nupcial del Nezereo, “príncipe de Gen Nesaret”, prófugo de su tierra y acogido en Cafarnaún, “en la otra orilla”, con la princesa Salomé, la “Pacificadora” de Iturea, en la “Galilea de los gentiles”, le confería el título de rey en Israel, necesario para la instauración temporal del “Reino de Dios”, que antes había intentado su primo, el bautista Juan, cuando predicó la rebeldía “para la justicia”, y fue asesinado por Herodes Antipas.
Los evangelios ponen de manifiesto que el plan mesiánico fracasó porque los judíos, en complot con los herodianos de Antipas, mataron a Jesús, que había sido aclamado como Rey de Israel en Jerusalén y reconocido como el Salvador del mundo en Samaria. La Boda de Caná, celebrada en la ciudad iturea de la Decápolis, Canatha de Galilea, narrada parabólicamente por el evangelista Juan, pudo muy bien ser la boda de los príncipes Jesús y Salomé, cuyas nupcias solo representan un capítulo importante en la verdadera historia del Nezereo.
Cuando Jesús se fue a Jerusalén, dispuesto a ser reconocido el “Mesías de Israel”, o morir por esa causa, la princesa Salomé le acompañó…. La princesa Salomé, discípula del Nezereo, su compañera en el Reino de Iturea y benefactora del “movimiento de Jesús”, no sólo pudo ser su esposa, la que le ungió esponsalmente, sino que ella, según los Evangelios, estuvo también presente en los momentos de su muerte y entierro, ungiéndole responsorialmente, embalsamándole para la sepultura. Y ella esperó, al modo gnóstico, su “resurgimiento espiritual”, para proclamar su gloria.
Ésta es una tesis central de la investigación de J. L. Suárez, y en ella se vinculan de una forma ejemplar elementos históricos y teológicos, que (a su juicio) han sido después en gran parte borrados por la tradición del cristianismo jerosolimitano y de la redacción de los evangelios. Más que tesis, ésta es una hipótesis literaria e histórica, que no se puede demostrar en sentido crítico, pero que (conforme a la visión de J. L. Suárez) es virtualmente segura, pues nos permite interpretar mejor los elementos básicos del mensaje de Jesús.
Al actuar como un hombre casado, conforme a las tradiciones venerables de Israel, Jesús no quiso ser un Mesías aislado (apocalíptico), ni un Líder Celota (un guerrero como los macabeos), sino un Nezereo de Dios, un portador de la gran Corona de la Vida, que sólo se puede recibir plenamente en un gesto vital vinculado al amor del matrimonio.
Otra vez a vueltas con el celibato de Jesús
Como he mostrado en mi libro (La historia de Jesús), esta hipótesis de J. L. Suárez resulta provocadora y luminosa, y así debe ser estudiada con más detalle (cosa que espero que él siga haciendo). Pero, al menos por ahora, no me parece probaba, ni probable. Jesús asume el signo matrimonial, como sabe no sólo el relato de las Bodas de Caná de Jn 2, sino también la gran imagen de las bodas del Reino (que aparece ya en Mc 2, 18-22 y en Mt 25). Pero él no ha iniciado personalmente un camino matrimonial, porque su proyecto mesiánico de liberación de los oprimidos no lo exigía y porque la tradición evangélica (generosa en recordar a la madre de Jesús y a sus hermanos) no habla en ningún momento de su esposa.
‒ Jesús no ha sido célibe por búsqueda espiritualista de Dios, ni por negar el matrimonio, sino para desarrollar una forma distinta de amor, superando las limitaciones del orden patriarcal, para vivir al servicio de los carentes de familia, de los excluidos y los sexualmente marginadas. Entendido así, su gesto resulta extrañamente fuerte, pues le une con aquellos a los que nadie quería (cf. eunucos deMt 19, 10-12), buscando y promoviendo una nueva comunidad de Reino, con varones y mujeres sin familia o que la habían abandonado por un tiempo, para crear nuevos tipos de solidaridad y comunión humana (cf. Lc 8, 1-3; Mc 15, 40-41).
Rompe así los moldes de su entorno, pues no acepta la función de “padre de familia”, ni los esquemas de relación social de su entorno, caminando rodeado de varones y mujeres, sin miedo a mantener con ellos/ellas unas relaciones que muchos juzgaban ambiguas y acogiendo con afecto real a los niños (cf. Mc 9, 10-13 par.). No sabemos lo que habría hecho si el Reino hubiera llegado en Galilea o en Jerusalén, en un sentido histórico y social, y debemos evitar las especulaciones; pero sabemos lo que hizo mientras buscaba y promovía el Reino. No quiso recrear una sociedad patriarcal, con superioridad de varones (padres), sino una comunidad donde cupieran todos (varones y mujeres, casados y solteros, niños y mayores). Sólo en ese trasfondo se entiende su celibato, que no es signo de carencia o debilidad (iba contra el mandato de ¡creced, multiplicaos!: Gen 1, 28), sino principio de abundancia, una forma de solidarizarse con los más pobres, abriendo para y con ellos una esperanza de familia y resurrección, donde hombres y mujeres serán como ángeles del cielo, en libertad de amor (Mc 12, 15; cf. Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013, cap. 20).
Pienso que en esta línea se entienden mucho mejor los datos básicos de los evangelio. Debo añadir otra observación: El hecho de que Santiago haya sido líder indiscutido de la iglesia de Jerusalén (hecho confirmado por la tradición de Pablo en Gal y 1 Cor y por los relatos de Hechos) hubiera sido imposible si Jesús hubiera dejado una esposa (tema que ha desarrollado en la Historia de Jesús, al ocuparme de la condición de la gebîra, esposa y madre de un líder muerto).