Oración de ricos. ¿Jesús en el Foro Económico de Davos?

Se celebra estos días en un rico complejo turístico de Davos (Alpes Suizos) un foro económico, que canta las grandezas del sistema.

-- Ha estado el rey Felipe VI entonando el himno del buen camino de la economía capitalista de España.
-- Acaba de andar por allí M. D. Trump, presidente de USA, diciendo que las cosas van por el mejor camino para los ricos, que pueden invertir en su país con seguridad.
-- La "buena" prensa canta este domingo el buen hacer de los ricos de Davos, que organizan a su aire el orden económico del mundo... Así por ejemplo El País, de Madrid, que se muestra hoy eufórico.

Para que nada falta, el mismo País y otros medios ponen fotos de la gente que va allí a rezar (o reza de mañana) para tranquilizar el espíritu, para sentir el soplo de la divinidad del dinero, y fundirse de esa forma con (en) el aura sagrada del Dios Mammón de los Alpes.

No veo en la foto a los antes citados, pero quizá están en la esquina. No sé si el que dirige la oración es él o ella, si es cristiano (quizá no) o del un hinduismo light al uso. De todas formas, Jesús tenía otra visión de la economía, y no empezó acudiendo a Davos, sino a las plazas, barrios, esquinas y suburbios de los pobres. En este contexto me atrevo a presentar una breve reflexión sobre su viejo proyecto, que es plenamente actual en este siglo de Davos.

Ciertamente, Jesús no está en la foto. No es de los que rezaban allí. Buen domingo a todos.


Los compañeros de oración y camino de Jesús de Nazaret

Había en el entorno de Jesús dos problemas fundamentales, que han puesto de relieve los “himnos de la infancia” de Lucas: uno de tipo económico, con la pobreza en su centro (Magnificat) y otro de tipo nacional, con la identidad del pueblo de Israel ante Dios y ante los otros pueblos en el centro (Benedictus). Ambos problemas se relacionan y se implican, como seguiré indicando, de forma que no pueden separarse, pero puede darse primacía a uno o al otro.

Con esos dos problemas básicos nació Jesús, en una zona marginal pero importante de la vieja tierra de Israel (Galilea), en un momento en que habían llegado a su paroxismo las contradicciones y promesas, expresadas en los textos y experiencias de la Biblia y en la vida de la población, que hemos destacado al estudiar los libros de Daniel y de los Macabeos. Los judíos del mundo entero, extendi-dos por el oriente (hasta Persia) y por todo el Mediterráneo (hasta Roma y España), y en especial los de Palestina vivían en una gran tensión (contradicción) entre la realidad concreta de su vida (amenazados por el hambre, dominados por Roma, sometidos a un tipo de cultura) y la promesa (esperanza) de Dios.

La vida del judaísmo era un gran “laboratorio” de contradicciones y esperanzas, con grupos distintos de judíos buscando forma de acomodación a la realidad y de protesta contra ella, desde los sacerdotes, empeñados en el fondo en mantener la sacralidad del templo, ligada a su dinero, hasta los fariseos, esforzados en reflejar y encarnar en su vida la santidad de una ley de comidas, oraciones y separaciones, entendida como presencia de Dios; desde los de línea celota, que buscaban en el fondo una solución militar a los problemas, hasta los apocalípticos, que apelaban a la llegada del Dios y su Reino para solucionarlo todo, y los penitentes y bautistas que invitaban a la conversión como principio y camino para resolverlo todo.

Era un laboratorio de tendencias y problemas no resueltos, con un pueblo (judaísmo), con un lugar (la vieja tierra de Canaán, Israel o Palestina) único en el mundo. En ese contexto resulta esencial el grupo de encuentro y oración de Jesús, a quien la Biblia presenta (Mc 6, 3) de forma inesperada pero lógica como un albañil/artesano de Nazarete de esos que no podían ir a Davos.

Éstos son algunos momentos de su proyecto....

1. Un proyecto económico desde la marginación.
Era un campesino obligado a vender su tra-bajo para así vivir y/o mantener a su familia, y, de esa forma, cuando hable de “pobreza” y llame bie-naventurados a los ptojoi (mendigos), Jesús evocará su situación de marginado económico, que cono-ce y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno. No es un marginal por rareza u opción sacral, sino un marginado que se enfrenta a los poderes causantes de la marginación y los rechaza, para superarlos de raíz, como iré indicando, en la línea del Magníficat.

No fue pensador de tiempo libre, ocupado en pequeñas mejoras, sino profeta en un mundo de opresión, decidido a proclamar e iniciar el camino del Reino, entre hombres y mujeres de un mercado de trabajo sin trabajo (cf. Mt 20, 1-16). Su mensaje no fue un lujo espiritual desconectado de la vida, sino una propuesta de transformación para la vida en un contexto amenazado de muerte, en el que resonaba la amenaza del Gen 2-3: El día en que comáis del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal moriréis...

Los poderosos de su tiempo (dueños del poder y del dinero, romanos invasores y judíos cola-boradores…) estaban comienzo de ese fruto (que Jesús condensará como Mammón: Mt 6, 24), de manera que el grueso de la población estuviera por el hambre, la exclusión, la enfermedad… Esto es lo que él aprendió, trabajando por un tiempo al servicio del rey Antipas, en sus nuevas ciudades (en Séforis, junto a Nazaret; o en Tiberíades, a la vera del lago), o de otros propietarios ricos. Ciertamen-te, pudo tener más movilidad y más conocimiento que un agricultor asentado en (atado a) su tierra, pero conoció la vida desde “el otro lado”, desde la pobreza, y a partir de ella (no desde los ricos, señores del pensamiento y del dinero) quiso cambiar la vida de los hombres y mujeres de su pueblo, en un gesto y camino abierto a todos los pobres del mundo .

Los artesanos de Galilea eran como hebreos de Egipto, carecían de seguridad material o social, pues habían perdido o estaban perdiendo la “herencia de Dios” (tierra). No tenían patrimonio (vincu-lado al patriarcado), ni tierras para herencia, pues carecían de herencia y de casa (estructura familiar). Desde ese fondo, planeó y desarrolló Jesús su propuesta de Reino. Posiblemente, como heredero de una familia que había emigrado de Belén unos cien años atrás (tras la conquista de Galilea por Ale-jandro Janeo, el Macabeo, hacia el 100 a.C.), Jesús se sentía portador no sólo de la promesa de Abrahán (familia, tierra), sino también de la esperanza de David, el betlemita, que incluye la posesión de una tierra, de la que todos han de ser propietarios, compartiendo el don del Reino. Pero, al mismo tiempo, él formaba parte de la gran masa de hombres y mujeres que habían perdido la tierra (ham-brientos, enfermos…), que parecían expulsados de la herencia de Dios .

2. Un cambio social de fondo. Los campesinos y pastores del principio de Israel se habían unido creando una agricultura de subsistencia, con intercambio directo de bienes; pero, en un momento dado, con el despliegue de la monarquía y el auge de poder económico-social del templo, había surgido una clase especial de burócratas mercantiles, al servicio de las élites políti-co/religiosas, que controlaban la riqueza:

‒ Los mercaderes como “clase” dependen del trabajo productor de agricultores, pastores y obreros, pero de tal forma lo controlan que acaban haciéndose dueños de sus beneficios. Frente al trabajo que produce bienes, surge y se desarrolla el dinero del mercado, de manera que el valor primario no es ya la persona o familia, ni las relaciones personales, sino el Capital Mammón, dios objetivado como diablo (cf. Mt 6, 24).
‒ Los mercaderes ricos, con los “reyes” o funcionarios superiores y los sacerdotes (que sacralizan de algún modo ese dinero), se hacen árbitros de la sociedad y dirigen el proceso real de la producción y distribución de bienes. Así se relacionan con un dinero que, por un lado “pertenece al César” (cf. Mc 12, 16-17), pero que, por otro (¿al mismo tiempo?), tiende a convertirse en Mammón sobre el mismo César (Mt 6, 24).

No parece que Jesús haya sido un purista antimonetario, ni un reformador económico sin más, pues no ha condenado directamente a los comerciantes (como supone EvTom 67), pero ha querido poner el comercio y dinero al servicio de la vida (de los pobres), de un modo gratuito (por comunica-ción directa), iniciando un cambio intenso, no una simple reforma, apelando para ello a la llegada del Reino de Dios, prometido por los profetas y los apocalípticos .

El ideal de Jesús era una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), de agricultores, pasto-res (y pescadores), compartiendo bienes y trabajos. Pero de hecho gran parte de los agricultores se habían ido vuelto campesinos sometidos, pobres, marginados, enfermos, al servicio de una estructura político-monetaria, centrada en el Imperio (Roma), en un proceso que estaba culminando en aquel tiempo en Galilea .

3. Entre pobres y excluidos. Jesús se ha ocupado de esos campesinos sin campo, renteros, braceros o artesanos al margen de la sociedad y de los pobres (mendigos, enfermos…), y también de los huérfanos, viudas y extranjeros de la ley fundamental del Pentateuco, cuya situación he precisado al ocuparme del Antiguo Testamento, (cf. Mt 25, 31-46) . Por eso es bueno precisar la situación que ellos tenían:

‒ Podía haber artesanos asentados e incluso ricos, clientes del sistema político, económico y/o religio-so al que sostenían. Ellos actuaban en general como operarios al servicio de gobernantes, ciudades y/o templos, como el de Jerusalén, con miles de obreros privilegiados quienes, como es normal, no respal-darán a Jesús pues se encuentran bien con su trabajo.
‒ Pero la mayoría eran marginados, itinerantes sin estabilidad, eventuales al servicio de agricultores más ricos o de comerciantes. Entre éstos parece haberse hallado Jesús, que no ha sido (presumiblemen-te) obrero de la construcción del templo de Jerusalén, ni de las ciudades y cortes de los reyes galileos, dependiendo de un “mercado” de trabajo inestable o sin medios fijos de subsistencia.

En el último escalón había grupos y gentes que se hallaban fuera del esquema anterior, y no se podían llamar ni siquiera pobres, es decir, trabajadores con pocos recursos (penes, penetes), sino ptojoi estrictamente dichos (por-dioseros, mendigos sin propiedad, extranjeros, enfermos, encarcelados). Entre ellos podemos distinguir tres grupos.

− Siervos, esclavos, pobres.
Había muchos en el Imperio de Roma, pero en el contexto rural de Galilea tenían menos importancia (casi ni existían), de forma que Jesús no pudo iniciar una “rebelión de escla-vos” (como Espartaco, el 71 a. C.), sino un movimiento de Reino, con un tipo más amplio de siervos y dependientes económicos: campesinos pobres, artesanos y mendigos.
− Impuros, degradados… No parece que en Galilea formaran una clase especial (como en la India), pero los hallamos con frecuencia en el evangelio, en la línea de los enfermos (leprosos) y en especial de los posesos o endemoniados, y quizá también como publicanos y prostitutas, que forman el corazón del evangelio (mensaje) de Jesús. Su programa no consistía en restaurar la pureza sacral del pueblo (como querían los fariseos y otros grupos), sino en ofrecer un espacio de vida y dignidad a esos diver-sos tipos de excluidos por impuros.
− Prescindibles. Son los que carecen de todo valor para el sistema, pues no tienen influjo ninguno, ni en un plano laboral, ni en un plano afectivo o simbólico (prostitutas envejecidas, enfermos abandona-dos, locos). Entre estos pobres en sentido estricto ha iniciado Jesús su movimiento de trasformación, es decir, de Reino. Éstos forman quizá el colectivo más importante para Jesús, la gente propia de su pro-yecto de Reino, fundado en la fuerte experiencia de Dios Padre que les ama y quiere ofrecerles su he-rencia de vida

Vivió en el centro de una gran trasformación social, y recreó en ese contexto las tradiciones de Israel, en el comienzo de un proceso que, significativamente, parece culminar ahora (año 2018), con el triunfo final del capitalismo y el paso de una sociedad agrícola autosuficiente (en nivel de subsisten-cia) a una sociedad industrial y comercial, dominada por el Capital Mammón, que corre el riesgo de destruir el modelo de humanidad que había estado fundada en la solidaridad de los campesinos. Pues bien, en medio de eso, quizá el rasgo más significativo del proyecto de Jesús fue su arraigo campe-sino, desde el mismo centro de la problemática social de la vida humana, no desde la perspectiva de unos especialistas letrados (escribas) o sacerdotes .

Desde ese fondo se debe recuperar la identidad del movimiento cristiano, que después de un tiempo (casi en unos pocos decenios) dejará de apoyarse en el suelo nutricio de la experiencia y prác-tica de Jesús (campesino marginado, obrero asalariado), para convertirse en un tipo de religión de letrados (nuevos escribas cristianos) y de sacerdotes, separados de la base de los campesinos despo-seídos y de los obreros.

Éste ha sido quizá el cambio fundamental de la iglesia de Jesús, que abandonará pronto las aldeas oprimidas de Galilea y/o Palestina, para introducirse en los barrios marginados de las grandes ciudades helenistas, pero con una novedad: Al poco tiempo (pasados algunos decenios) los represen-tantes de la Iglesia de Jesús no serán ya campesinos como él, sino que irán formando parte de una especie de burguesía sacral, cada vez más separada de los conflictos y problemas económicos entre los que había nacido el movimiento de Jesús. Hoy, siglo XXI, pasados casi dos mil años, la iglesia debe recuperar el suelo perdido del que surgió su movimiento. Ciertamente esta iglesia habla, y habla bien de los problemas sociales y laborales de los hombres, pero lo hace en general desde fuera, desde arriba, pues sus ministros y animadores no son los expulsados y pobres en situación conflictiva como fue Jesús .
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