(Pablo 14). Corinto, una gran tarea


Las dos cartas. El gran tema
En ambas cartas sigue dominando el tema clave de la misión cristiana de Pablo: la certeza de la próxima venida de Jesús, es decir, el convencimiento de que el tiempo el corto, como Pablo ha puesto de relieve en 1 Cor 15, donde se sigue pensando a sí mismo como miembro de la última generación, es decir, de aquellos que no van a morir antes de que llegue el Cristo. Pero, al mismo tiempo, a pesar de ello, o precisamente por ello, desde la urgencia del fin, Pablo ha ofrecido en toda su misión (y de un modo especial en 1 y 2 Cor) uno de los testimonios más impresionantes de organización social que se han dado en la historia de occidente.
Pablo fundó cuidadosamente la comunidad (comunidades cristianas) de Corinto, pero luego surgieron en ella diversas tendencias, que reflejan de algún modo la diversidad del cristianismo primitivo, lleno de tensiones ante el fin que llega. En un sentido, la inminencia del fin libera al hombre de las ataduras del pasado y le permite vivir en novedad, en gratuidad, sin hipotecas previas, en apertura al amor (cf. 1 Cor 13). Pero en otro sentido, esa misma inminencia, que libera a los hombres de la Ley, promueve o permite el surgimiento de tendencias de diverso tipo, que complican la vida de la comunidad. Para mantener y promover la unidad en el amor ha escrito Pablo las dos cartas a los corintios.
Algunos le habían criticado, rechazando su modo de evangelizar y su forma de entender la vida de la comunidad. Para defender a su Iglesia, Pablo tiene que defenderse a sí mismo, exponiendo los aspectos básicos de su proyecto, en una serie de argumentos y contra-argumentos apasionados, que nos ofrecen el testimonio más variado y rico de la historia cristiana (y quizá de la historia humano de occidente, entre el 54 y 56 d.C.).
Pablo se defiende y defiende su apostolado.
El programa social y religioso de Pablo sigue siendo discutido desde varios frentes. Ya no tiene que discutir sólo con los judeocristianos, como en Gal y Flp, sino con otros misioneros y fundadores de Iglesias, entre los que podrían citarse Pedro y Apolo (cf. 1 Cor 3, 2-44; 4, 6; 16, 22) y, sobre todo, unos «super-apóstoles» que parecen decididos a crear unas comunidades cristianas donde el valor supremo sea un tipo de la sabiduría o plenitud carismática más alta que la ofrecida por Pablo. Por eso, ellos se sienten capaces de depreciarle, pues él no habría sabido valorar como se debe ni la sabiduría superior de los iniciados, ni el carisma extático de los que hablan en lenguas y tienen visiones superiores del misterio.
Al mismo tiempo, Pablo recuerda que han surgido tres tendencias eclesiales (la suya, la de Apolo y la de Pedro: cf. 1 Cor 1, 12). Significativamente, nadie apela aquí a Santiago, el hermano del Señor, peo en su lugar emerge Apolo (representante de un cristianismo alejandrino), que va en la línea de la Gnosis y del conocimiento interior, que tendrá luego gran fuerza en la iglesia. A partir de aquí se entiende la oposición entre las diversas interpretaciones del mensaje y proyecto de Jesús, con la defensa que Pablo hace de su apostolado y de la unidad del Iglesia en el amor (cf. 1 Cor 13).
Las estructuras de la comunidad.
Las iglesias de Pablo son carismáticas, en el sentido fuerte del término: espacios de experiencia del Espíritu de Dios que se expresa de muy diversas formas. Sin carismas no existe cristianismo, pero la pluralidad de los carismas y la búsqueda de aquellos que son más elitistas, puede hacer que la comunidad se convierte en lugar de enfrentamiento de unos creyentes con otros, con el triunfo espiritual de unos y el sometimiento de otros (cf. 1 Cor 1214). Pues bien, en contra de eso, Pablo ha querido que los diversos carismas están al servicio del amor mutuo, de tal forma que la comunidad sea un «cuerpo mesiánico» (1 Cor 10, 16; 12, 12), donde cada no viva y actúe al servicio de los otros.
A partir de ese principio (superando el riesgo de lucha de unos carismáticos con otros), Pablo ha puesto de relieve los elementos principales de la vida cristiana, que no son la circuncisión ni las normas alimenticias del judaísmo nacional, sino aquellos que hacen posible una convivencia fundada en la reciprocidad del amor y en el servicio mutuo, desde la pequeñez y la entrega de Cristo, sabiendo siempre que los «miembros» que parecen más débiles dentro de la comunidad son los más importantes (1 Cor 12, 23).
La novedad de Pablo. Que haya comunidades que esperan a Jesús
Ésta es su novedad de Pablo, ésta su tarea: crear comunidades fraternas desde el amor y el servicio mutuo, en libertad mesiánica, sin una ley que se imponga desde arriba sobre todos. Crear comunidades a la espera de Jesús, para recibirle cuando venga y para acompañarle en la gloria y tarea del Reino.
Lo que une a los creyentes, lo que crea comunión, no es ya la raza, ni el poder, ni un tipo de ley superior, sino el amor de Cristo (cf. 1 Cor 13), un amor que hace posible la reconciliación universal. «Y todo esto proviene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha dado el ministerio de la reconciliación. Pues Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta sus transgresiones y encomendándonos a nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Cor 5, 18-19).
La Iglesia ha de ser espacio e impulso de reconciliación en el amor, como respuesta al amor de Cristo que nos ofrece el perdón de Dios y de esa forma nos hace capaces de perdonarnos unos a los otros y de reconciliarnos. Eso es lo que quiere Pablo y por eso va creando comunidades de reconciliados (de perdonados), en una ciudad tan problemática y dura como es Corinto, centro de todo tipo de tráficos sociales y sexuales, que enfrentan y esclavizan a los hombres y mujeres.
Precisamente allí, en una ciudad que parece un basurero humano, entre los últimos y despreciados, entre los necios y los deshonrados (cf. 1 Cor 1, 19-31), ha creado Pablo unos espacios de comunicación gratuita en el amor. Su iglesia no es una agrupación o federación de «buenas familias» (como puede ser el judaísmo nacional), sino una comunidad igualitaria de personas que pueden formar parte de familias de muy diverso tipo, vinculadas entre sí por la experiencia de Jesús y por un tipo de «eucaristía» que es la expresión concreta del «cuerpo mesiánico», formado por aquellos que creen en Jesús y se reúnen en su nombre (1 Cor 1, 11-12). El cristianismo de Pablo es una experiencia de maduración humana, de identidad personal, pero es también y sobre todo un movimiento de socialización religiosa, cultural.
Los temas de las cartas de Pablo a los corintios son numerosos. Seguiré exponiendo algunos (¡no todos!) en los próximos días.