Un Papa en el caos. Volver al evangelio de los “pobres”
Si quieren ser signo de Jesús, los papas tienen que salir de la gran casa organizada de una iglesia que tiende a pactar con el sistema, para situarse con Pedro en el caos del gran suburbio de la historia, donde están los perseguidos y expulsados de la sociedad, que son los portadores de las llaves de Dios. be completarse o cambiarse[1]. Imagen. Iglesia de Agurain
| Xabier Pikaza

Una teoría sobre el caos y los pobres.
Muchos piensan que el papado actual navega impertérrito sobre el diluvio del mundo (cf. Gen 6), como si la barca de Pedro (un Arca de Noé) tuviera un lugar y respuesta preparada para todo, dentro de un gran orden sagrado. Pero otros contestan que la barca papal se mueve a la deriva, en medio de un caos o desorden de pobres que se extiende hasta el infinito (¡de pobres que se ahogan!), mientras la máquina imperial, capitalista, impone su unidad destructora, utilizando signos sagrados (como hacía Roma según el Apocalipsis).
Ciertamente, el orden económico y social funciona bastante bien (para algunos), pero es un violencia con orden, conforme a la eficacia del sistema que quiere resolverlo todo por la fuerza, apelando para ello a las armas y el dinero (a la organización, al poder). Por eso, bajo la apariencia de ese orden (y en gran parte a consecuencia de su lógica de dominación), se ha extendido sobre el mundo la mayor pobreza, que no es algo natural, sino que nace de la opresión del sistema. Allí donde se ha absolutizado un tipo de sistema en línea nacional (nazismo), de imposición social (comunismo) o de organización capitalista (neoliberalismo), se multiplican los pobres (expulsados, perseguidos).
Esos pobres de los que está lleno nuestro mundo dan la impresión de que son puro caos, algo que sobra, de forma que se ha dicho que son como los «daños colaterales», necesarios para que el sistema funcione. Pero, en contra de eso, debemos afirmar que, según el evangelio (cf. Lc 6, 21-23), el caos de esos pobres es mucho más importante y creativo que el orden del sistema de donde ya no puede surgir nada que sea humanamente valioso.
Sabemos por la experiencia más honda de la Biblia (de Daniel al Apocalipsis), que los imperios unificados en forma sistema se destruyen a sí mismos, mientras que los pobres pueden abrirse a la esperanza. El sistema no tiene futuro, sino que se cierra en sí mismo, como un todo fatídico de muerte. Por el contrario, el caos de los pobres puede germinar como semilla de Reino (cf. Mc 4), haciendo posible una nueva mutación (no imposición) humana, en línea de libertad. Por eso, no podemos resolver los problemas del caos desde el orden del sistema, sino desde la misma pobreza rica de evangelio, sabiendo que ella tiene las llaves de Dios según Cristo.
Esta visión de la riqueza y comunión que brota de los pobres constituye un elemento esencial de la apocalíptica judía, tal como ha sido actualizada en el mensaje de Jesús, superando el sistema sagrado del templo, que cerraba a Dios en un orden sacrificial. Crucificado por el sistema (por el orden del imperio y del templo), el Cristo de Jn 12, 32 afirma que atraerá y unirá a todos los hombres en amor, desde la impotencia y caos de la cruz. De esa atracción y unión queremos hablar aquí, evocando las nuevas visiones del caos que nos hablan de la posibilidad del surgimiento de vida que se manifiesta precisamente allí donde parece que no existe orden alguno. En ese fondo queremos recuperar la experiencia del mensaje de Jesús, sabiendo que la «lógica del Reino», que es la lógica de la roca sobre el caos, no está hecha de imposición (dinero y armas), sino de «comunión» gratuita, por comunicación de amor, no por sistema[2].
El Papa (cada cristiano) ha de volver al lugar donde habitan y sufren los hombres y mujeres que han perdido la seguridad que concede este mundo para descubrirse totalmente desnudo y sin nada, con otross que no tienen nada. Sólo entonces podrán encontrar las llaves de Dios que pueden convertir el caos en puerta del Reino, como dice Ap 5: Sólo el Cordero degollado puede abrir el libro de los sietes sellos de la imposición del mundo. Desde ese fondo podemos distinguir dos matices de caos[3]:
Reflexión bíblica. Dios palabra, Dabar, en el caos.
El término «caos» puede tomar varios sentidos, vinculados casi siempre con el des-orden y la falta de «palabra», esto es, de racionalidad, como estadio que los mitos suelen situar en el origen de las cosas, antes que hubiera surgido aquello que ahora existe. «En el principio... la tierra estaba sin orden y vacía. Y las tinieblas se extendían sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Entonces dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz» (Gen 1, 1-2). La tierra primera era un caos, sin norma, sin ley ni sentido. Pero Dios se elevó y alentó, diciendo su palabra y la tierra se hizo «tob», buena y hermosa, un lugar donde pueden vincularse en armonía mar y tierra, plantas y animales, con los hombres que expresan el sentido de conjunto de la creación.
El orden es Dios como gracia, no una imposición de los poderosos. Sólo del caos flexible se puede pasar al orden de la creación positiva de Dios, que no es imposición, sino palabra distendida, compartida. Pues bien, llegando hasta el final en esa línea, Jesús de Nazaret ha descubierto el amor de Dios en el caos de los pobres y expulsados, de los enfermos e impuros de su tiempo, como vimos en el cap. 1º. Desde ese fondo podremos hablar de la roca de Pedro que se mantiene firme sobre el caos del infierno que amenaza (cf. Mt 16, 18-19).
Jesús anunció y proclamó el evangelio en el caos (enfermos, expulsados, posesos…….
Conforme al modelo de Jesús, el orden que emerge del caos (orden vinculado al ágape-logos de Jn 1, 14) es amor de encarnación, de tipo fraterno, sin jerarquías impositivas ni violencia, es un orden personal de amor, donde el mismo encuentro mutuo es la unidad, sin necesidad de que por encima de ella se establezcan estructuras o instituciones de poder, como las que ha generado en la historia un tipo de iglesia católica, que es duda admirables y están, sin duda, al servicio de los pobres, pero que no pobre ni de los pobres, sino de un estamento de ricos clericales, contra los que ha luchado Francisco.[4].
En un determinado nivel, el caos podría entenderse y extenderse como cáncer, es decir, como una serie de procesos destructores, que quiebran las estructuras anteriores, sin crear ninguna vida nueva. Pero, miradas las cosas mejor, allí donde parecía que todo era desorden, en el mismo caos surgen formas superiores de armonía, de manera que podemos decir que está actuando allí un orden más alto de vida.
Donde no existía ley, los científicos descubren y formulan una nueva ley que, al menos por un tiempo, es capaz de explicar y encauzar el caos anterior. Allí donde todo se acaba comienza una forma más alta o distinta de vida, un orden capaz de resolver problemas que antes parecían insolubles. Eso significa que la verdad y la existencia sólo se mantienen donde se deshacen y superan los esquemas precedentes, como si la realidad tuviera que volver a un caos para organizarse de nuevo por el amor o la palabra. En este contexto podemos hallar la llave de Dios, los principios más altos de su vida que, en nuestro caso, pueden acabar expresándose en la roca-iglesia de Pedro (Mt 16, 18-19)[5].
Este modelo del caos, en el que parece que todo se destruye, para que surja nuevamente todo, de un modo más alto, ha tomado mucha fuerza en el campo de las ciencias sociales donde se toma no sólo como un elemento de nuestro conocimiento (o del proceso biológico e histórico), sino como expresión del despliegue humano, que se va realizando a través de rupturas y revoluciones.
Contra un modelo ontológico. Contra los restauracionistas
Los círculos más tradicionales del Vaticano defienden, en general, una tendencia restauracionista: quieren una vuelta al estado de cosas antiguo, marcado por el orden jerárquico y la imposición doctrinal, partiendo de la verdad y la estructura establecida de la Iglesia católica actual (la de los últimos 500 años), como si en el fondo nada hubiera cambiado. Esos círculos se creen dueños de las llaves de Pedro (Mt 16, 19: Te daré las llaves…)y las emplean sobre todo para «cerrar» y unificar la iglesia, dentro de un esquema donde el amor-eros viene a presentarse como principio de unidad jerárquica, que se impone desde arriba, evidentemente, con métodos de imposición doctrinal y administrativa al servicio del conjunto de los fieles (de los pobres), pero sin ellos.
Los portadores de este modelo de «superación del caos» a través de cerrojos son, en general, gente buena, miedosa…., pero con una santidad menos evangélica. No actúan desde los pobres, sino sobre los pobres. Pues bien, estoy convencido de que este modelo de restauración (más platónico u ontológico que cristiano) nace muerto y a destiempo, pues ha perdido el agua del evangelio y el contacto con los pobres reales, destinatarios del mensaje de Jesús.
Modelo más evangélico, un caos lleno de ágape
Frente al esquema anterior, que se expresa en el fondo como imposición sagrada, es necesaria el despliegue una creatividad personal e incluso institucional, más acorde a la inspiración del Nuevo Testamento y a la problemática de la sociedad actual, en la línea del ágape. No se trata de salir del caos, para implantar desde arriba un orden que se impone sobre el todo, con métodos de fuerza. Al contrario, se trata de descubrir y desplegar el amor dire to (amor de evangelio, buena nueva de vida) desde el mismo caos, sin crear super-estructuras de poder ideológico o sacral. No se trata de elevarse por encima de los pobres, para enseñarles desde arriba lo que ignoran y para imponer sobre ellos el orden que ellos mismos no tienen, sino al contrario: se trata de dejar que los mismos pobres se amen, desde su pequeñez y enfermedad, desde su miedo y sus vacilaciones, como quería el Jesús del evangelio, descubriendo en ese mismo amor gratuito las llaves de Dios, es decir, los caminos que nos abren al Reino de la humanidad reconciliada.
En esa segunda perspectiva se asienta la propuesta que ahora ofrezco sin apresuramiento, sin buscar soluciones rápidas, porque los ritmos de la historia de Dios no pueden forzarse. He de hacerlo volviendo a la raíz del evangelio, donde el principio de unidad es el mismo amor mutuo de los pobres (enfermos, pecadores, expulsados), que son capaces de descubrir y construir la nueva casa de Dios, es decir, la humanidad reconciliada.
Para imponer un tipo unidad desde el poder no hacía falta evangelio, ni milagro de Dios, ni gracia de Cristo; bastaba una ontología de la imposición sagrada, como la que que sigue vigente en los dictados del sistema actual, que quiere vencer el caos del «terrorismo mundial» a base de más policía y más soldados, en pura línea de imperio, siempre desde arriba (apelando, si hace falta, al eros ontológico, es decir, al servicio a la humanidad). En contra de eso, la novedad de Jesús consiste en ofrecer y buscar la unidad a través del amor directo, gratuito, sin imposiciones ni dictaduras, desde los pobres y los ciegos, lo cojos, mancos y expulsados del sistema. Se trata, por tanto, de volver al evangelio, a la buena nueva de la fraternidad y del amor directo, inmediato, que se expresa en el mensaje de Jesús y en su forma de crear unidad de Reino desde los más pobres.
No hay recetas mágicas, no hay soluciones estratégicas, no hay fórmulas políticas, sino simplemente «creer en el evangelio y convertirse» (Metanoia: Cambio de mentecf. Mc 1, 15), es decir, dejar que la buena nueva de la gracia de Dios, del ágape-verbo de Dios nos trasforme, trasforme a los cristianos, de manera que puedan presentarse humildemente, sin superioridad, como signo de Reino.
El camino de unidad de la iglesia se define, una vez más, como camino de evangelio, como un retorno al mensaje y a la vida de Jesús, desde el centro del Sermón de la Montaña, retomando la experiencia de la pascua. Jesús viene a presentarse de esa forma como aquel que vive «desde la muerte», es decir, como aquel que ha hecho el buen camino del amor gratuito, inmediato, creador de vida, en medio del caos de muerte de su entorno, siendo crucificado por ello
Un tipo de papas han venido a parecerse más a los sumos sacerdotes de Jerusalén y a los gobernadores del imperio que condenaron legalmente a Jesús. Pues bien, frente a esa ley de sacerdotes y gobernadores, que representan el «eros» del sistema, queremos evocar nuevamente la figura del Papa, como representante de la unidad no jerárquica (no imperial) de la iglesia de Jesús, como si fuera un «milagro» viviente, en línea de evangelio[6].
Notas
[1]El tema no puede resolverse de un modo teórico, sino con la vida y experiencia de la iglesia, que nos hará capaces de descubrir nuevos nombres y nuevos simbolismos, a partir del evangelio. Pero queremos dejar claro desde ahora que cuando digamos Papa estamos aludiendo a un posible Papa/Mama, Hermano/a, Amigo/a, Amigo/a de la iglesia (y de un modo especial de la humanidad, a través de los más pobres), no sólo en línea de intimidad afectiva, sino de creatividad efectiva y liberadora, como indicaremos a partir del símbolo del caos.
[2] Para ser cristiano, el Papa debe salir de la seguridad del sistema religioso, que le aísla del mundo real de los pobres, para volver a donde estuvo al principio, en el tiempo de Pedro, en eso que pudiéramos llamar el «caos de los pobres».
[3]Esta simbología del caos puede vincularse con algunas visiones teóricas modernas. (1) Las leyes de la ciencia valen por un tiempo para interpretar y organizar la realidad. Pero en un momento dado ellas quedan cortas, pues los estudiosos descubren fenómenos o comportamientos que no se logran explicar con esas leyes, de manera que resulta necesaria un tipo de re-volución, el descubrimiento de modelos nuevos que permitan conocer las cosas de otra forma, como si la realidad más profunda brotara del caos. (2) También la teoría de la evolución de las especies supone que en la base de los grandes cambios biológicos hay un tipo de caos, un estado en que parece que la realidad rueda sin orden ni sentido, rompiendo así los equilibrios precedentes; pues bien, sólo a partir de ese caos puede surgir un orden nuevo.
[4] Sobre la diferencia entre eros y ágape sigue siendo esencial A. Nygren, Erôs et apagè I-II, Aubier, Paris 1952/62. Desde el punto de vista filológico, cf. S. Spicq, Agapé en el Nuevo Testamento, Cares, Madrid 1977.
[5] Cf. Th. S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, FCE, México, 1975. En esta perspectiva pueden situarse algunas de las afirmaciones básicas de K. Rahner sobre la «evolución» y la «auto-superación» extática de la realidad, tal como las ha puesto de relieve H. Vorgrimler, Karl Rahner. Experiencia de Dios en su vida y en su pensamiento, Sal Terrae, Santander 2004, 196-207.
[6] Evidentemente, lo que llamo «milagro» no es una demostración exterior de fuerza, sino el despliegue de la humanidad como amor, en la línea de los gestos de Jesús. En esa línea quiero hablar de un posible futuro del papado, es decir, de un servicio de unidad cristiana, de tipo no jerárquico. Nadie conoce las respuestas, nadie sabe de antemano lo que vendrá en concreto según el evangelio, aunque tengamos la esperanza de que seguirá fluyendo el agua de la Vida que es Dios a través de la vida humana, en camino de muerte y resurrección. Por eso tenemos que respetar el despliegue de la historia y, sobre todo, fundarnos bien sobre la base de evangelio. Pienso que la experiencia del caos ha sido buena y necesaria, pues nos permite descubrir mejor el valor de los pobres, haciendo que nos situemos de nuevo ante el Espíritu y la Palabra de Dios. Pero éste ha de ser, según Jesús, un «caos que se abre con la llave del amor», abierto a una fraternidad evangélica, que nos permiten vincularnos con los más pobres, retomando el espíritu del comienzo de la iglesia. No podemos resolver la crisis y salir del caos a través de unos programas bien racionalizados, pues ellos nos conducirían a nuevas dictaduras.