Pascua de Jesús, pueblos crucificados 1: Jon Sobrino

Es con diferencia el mejor libro que conozco sobre el tema y he tenido la suerte de participar en su elaboración, escribiendo un prólogo que presentaré hoy y mañana, recomendando la lectura y estudio de la obra a todos los que quieren conocer no sólo a Jon Sobrino, sino el despliegue y las implicaciones de su teología, en la que ha cristalizado la mejor reflexión cristiana del siglo XX y principios del XXI.
Gracias, Enrique, por permitir que te acompañe en el camino fuerte de la teología. Gracias a Jon Sobrino, por ser quien ha sido y sigue siendo, un testigo de la fe razonada, en tiempos difíciles, como podrá ver quien siga leyendo. Y gracias a la editorial (Secretariado Trinitario) por apostar por una obra como ésta.
En la postal de hoy recojo la primera parte de mi prólogo (sobre la teología y la peripecia personal de J. Sobrino). Mañana trataré de la obra de Enrique Gómez.
Libro
PASCUA DE JESÚS, PUEBLOS CRUCIFICADOS.Antropología mesiánica de Jon Sobrino
Autor: Enrique Gómez García,Colección: Koinonía 48,páginas: 776
La actual crisis financiera no sólo manifiesta la insensibilidad de los mercados, sino que acentúa la inconsistencia de la política, la debilidad de lo social y la degradación de lo humano. Acertadamente Benedicto XVI exclama que la cuestión social se ha convertido hoy en una cuestión antropológica y que, más que nunca, “el anhelo del cristiano es que toda la familia humana pueda invocar a Dios como Padre nuestro”.
Desde El Salvador, uno de tantos países olvidados, Jon Sobrino reivindica durante decenios este anhelo profético-utópico, sensible a las devastadoras consecuencias de la globalización neoliberal para la familia humana y consciente de la aportación evangélica para revertir las reinantes crisis de inhumanidad y desfraternización. El presente estudio analiza la expresa preocupación antropológica y social del autor ante tal situación y desarrolla su propuesta de solución desde los gérmenes de humanidad y de fraternidad enunciados en el mensaje del Reino y patentes en la manera de vivir ya como resucitados en la historia, bajando de sus cruces a los aún crucificados.
Autor

Enrique Gómez García, religioso agustino recoleto, cursó sus estudios teológicos en el Instituto Teológico de San Esteban y en la Universidad Pontificia de Salamanca, por la que se licenció y doctoró en Teología Dogmática. De 2002 a 2006 impartió Historia de la filosofía española en el Instituto antes referido. Actualmente preside el Instituto de Espiritualidad e Historia de su Orden, forma parte del consejo de redacción de las revistas Estudios Trinitarios y Recollectio, y desempeña labores educativas entre adolescentes y jóvenes. Ha publicado en diversas revistas artículos centrados en el pensamiento agustiniano y en la teología de la liberación, así como un buen número de reseñas bibliográficas. También es autor de dos guías dirigidas al público adolescente y juvenil: Vivir desde la humanidad, Centro de Estudios y Publicaciones, Lima 2002; y Jesús entre los jóvenes, Secretariado Trinitario, Salamanca 2003.
Prólogo de X. Pikaza I (Jon Sobrino)
Jon Sobrino P. Gaztañaga nació el 27 de diciembre de 1938, en Barcelona, donde su familia vasca de Barrika se había refugiado en plena Guerra Civil española. Volvió a su tierra con pocos años, y a los diecisiete ingresó en el Noviciado de la Compañía de Jesús en Orduña (País Vasco). Poco después, cuando sólo tenía dieciocho, fue enviado a América, por misión eclesial “y para evitar posibles brotes políticos de nacionalismo vasco”, entonces muy mal visto por la Iglesia. U así terminó el primer noviciado (en Santa Tecla, El Salvador), como otros jovencísimos jesuitas, por espíritu de obediencia a la Compañía de Jesús y a la Iglesia. Estudió en Cuba, Alemania y Estados Unidos, recibiéndose como Ingeniero por la Universidad de Sant Louis (Missouri, USA), y como Doctor en Teología por la Facultad de Sankt Georgen de Frankfut (Alemania), con una investigación sobre la Cristología de Pannenberg, que está en el fondo de todo su pensamiento.
Terminada su etapa de estudios (1973), volvió al Salvador, donde sigue residiendo, como vasco, salvadoreño, jesuita y pensador universal. Le conocí por su primera obra (Cristología desde América Latina, México 1977) y por referencias de Ignacio Ellacuría, su compañero, con quien tuve relación por aquellos años. Nos unió una rapidísima (y dura) crítica de J. Galot, jesuita y profesor de la Universidad Gregoriana (La filiation divine du Christ. Foi et interprétation: Greg 58 [1977] 239-275), en la que nos condenaba a tres teólogos hispanos (a Sobrino, a J. I. González Faus y a un servidor) por no calcedonenses, es decir, por no respetar la integridad divina de Jesús de Nazaret, a quien veíamos como simple ser humano más que como Dios.
Desde entonces he seguido con cercanía humana y discernimiento crítico su importante obra, no sólo por su origen (vasco como yo, amigo de amigos), sino por mi sintonía con su pensamiento, en la línea de la búsqueda exegética y teológica (pastoral) de la humanidad de Jesús, sin la cual la confesión de su divinidad se convierte en pura ideología. Hemos buscado, y seguimos buscando, desde perspectivas y ángulos distintos, al mismo Dios que se revela en Jesús, penetrando de un modo radical en la trama de nuestra historia. Tres son los momentos principales de mi relación con él.
a. Principio. Una tesis de Victorio Araya.
Creo que he sido el primer profesor que he dirigido una tesis doctoral sobre su pensamiento teológico. Fue así. A principios de otoño de 1978, llegó a Salamanca Victorio Araya, de Costa Rica, con la intención de escribir una tesis sobre la teología latino-americana. Pertenecía a una iglesia protestante (metodista) y era ya profesor de la UBL (Universidad Bíblica Latinoamericana). Él me enseñó a valorar mejor a J. Sobrino; yo insistí en que destacara su aspecto más teológico, que me parecía entonces el misterio de Dios, en la línea de una “teodicea de la historia” (Dios se revela y “justifica” en la historia de Israel y de un modo especial en la vida de Jesús).
Estudiamos así juntos el tema de Dios, es decir, el aspecto teológico más estricto de la “teología de la liberación”, que V. Araya conocía muy bien desde la perspectiva más social y pastoral de las iglesias de Centroamérica. Para ello nos fijamos en los dos teólogos principales de la teología de la liberación, ambos “expertos” en el misterio de Dios, dos autores que siguen representando (tras casi treinta y cinco años) el mejor pensamiento cristiano de América Latina, y de las Iglesia Católica: G. Gutiérrez y J. Sobrino.
V. Araya defendió la tesis el 1981 en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca, y la publicó dos años después con el título: El Dios de los pobres. El misterio de Dios en la teología de la liberación, DEI, San José de Costra Rica 1983. En ella mostraba, de la mano de Gutiérrez y Sobrino, la radical vinculación que existe en la experiencia cristiana entre el Dios siempre mayor (definido por su radical gratuidad y su trascendencia) y los pobres históricos, reales (y más en concreto los de América Latina), conforme al mensaje y vida de Jesús. Fue, a mi juicio, una tesis memorable, pues marcaba los puntos centrales de la teología, desde una perspectiva ecuménica (católica, protestante…), en la que se ponía de relieve la divinidad del mismo Jesús, partiendo de una visión no ontologista pero radicalmente metafísica y bíblica de Dios.
Fue una tesis que buscaba la raíz cristiana de la teología de la liberación y de la praxis histórico-social de la Iglesia, en unos años cruciales, marcados por el asesinato de Mons. Romero (1980) y por los diversos movimientos revolucionarios y anti-revolucionarios que se estaban gestando y explotando. Victorio Araya se centró en la visión del Dios que se revela en la historia y de un modo especial en los pequeños, conforme a la inspiración de G. Gutiérrez, pero, sobre todo, en la línea de la experiencia y pensamiento dialéctico de J. Sobrino
b. Profundización. La realidad concreta.
He estado muchas veces en América Latina y he sabido, por experiencia, que la teología no puede hacerse desde fuera del espacio y del tiempo, como expresión de un eterno despliegue de Dios, porque Dios se ha encarnado en concreto en Jesús de Nazaret, asumiendo el rostro (el sufrimiento y los ideales de Reino) de los campesinos de Galilea, en los años 25-30 de nuestra era, o en el rostro y esperanza de los nuevos campesinos y pobres de América Latina y del mundo en torno al año 2000 dC.
Más que por J. Sobrino (con quien tuve poco trato personal) supe lo que ello implicaba dialogando con I. Ellacuría, maestro y amigo de J. Sobrino, cuando nos decía lo que para él y sus compañeros de la UCA (Universidad Centro Americana del Salvador), jesuitas de origen vasco, formados en las mejores universidades de Europa y América del Norte, había significado el encuentro con la pobreza real de su entorno (y en especial con el magisterio de O. Romero). Ellos habían encontrado un “lugar” desde el que podían entender y asumir de una manera más intensa el proyecto mesiánico (histórico) de Jesús de Nazaret.
Después del asesinato de I. Ellacuría y compañeros he visitado dos veces a J. Sobrino en la UCA, siempre con la nostalgia gozosa de la recuperación del pasado (la vuelta al lugar de los amigos muertos) y con la esperanza de que la sangre de los mártires (de O. Romero y la de Ellacuría y sus compañeros) fuera semilla de Reino, en la historia concreta de nuestra humanidad, de nuestro tiempo, marcado por el impulso histórico de Jesús de Nazaret.
Descubrí entonces, de una forma concreta, muy práctica, el sentido más hondo de la teología de J. Sobrino, tejida con de pasión por las víctimas y marcada por el testimonio de la Cruz, abierta a la resurrección.
Supe que la cruz tenía que volver al centro de la experiencia cristiana y de la teología, porque estaba allí, como experiencia concreta de la pasión de Cristo. A Ellacuría y compañeros (con O. Romero) no les mataron por dirigir la guerrilla, ni por promover movimientos sociales “peligrosos”, sino simplemente por ser cristianos en sentido radical y, más en concreto, por hacer teología, es decir, porque pensaban con Cristo y ayudaban a pensar desde el lugar de los crucificados.
Supe que una providencia especial había liberado a Sobrino de la muerte (¡no estaba allí cuando mataron a sus compañeros!), para que pudiera contar lo que había significado y debía significar la vida de sus compañeros asesinados.
Comprendí entonces mejor algo que ya sabía (por Jesús de Nazaret y su evangelio): El mejor potencial de “revolución” (perdónese esa palabra, si parece poco apropiada) es un buen “pensamiento”, abierto a la praxis, porque el buen pensar es un pensar haciendo. Decir que se piensa al Cristo Jesús para que todo siga igual, justificando el (des-)orden existente y la pobreza de las masas, no es teología, sino anti-teología, por más académicamente bien formulada que se encuentre. Un pensamiento que no nace de la encarnación real en el mundo de opresión en que vivimos y no se vuelve práctica de liberación, en la línea del Reino de Jesús, no es teológico, ni es cristiano. Comprendí que los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, que eran el alma de la teología de Jon Sobrino, implicaban una encarnación en el camino histórico y social de Jesús, mesías de Dios).
c. Prueba. Una notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En la misma línea de las “condenas” que había propuesta J. Galot, en el trabajo citado (del 1977), pero casi treinta años después, el 26 de noviembre de 2006, la Congregación para la Doctrina de la Fe hizo pública una “nota de aviso” (no de condena explícita, aunque sí implícita) de la teología de Jon Sobrino. Era una fuerte «advertencia» dirigida al mismo Jon Sobrino y a los cristianos en general sobre los problemas teológicos y doctrinales que pueden ofrecer dos de sus obras, en las que se recoge la trayectoria global de su pensamiento: Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, Madrid 1991; La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, Madrid 1999.
La Congregación notificó públicamente a Sobrino (¡y la prensa lo propagó a bombo y platillo!) que su obra contenía posturas poco concordes con la tradición de la iglesia en lo referente a la divinidad de Jesús, a su conciencia divina y, en general, al sentido de su redención. No le condenó, ni se le exigió ningún tipo de retractación, pero le rogaba y pedía, con insistencia, que tuviera en cuenta esas advertencias en futuras publicaciones, ante los ojos y oídos de toda la prensa religiosa del mundo cristiano. De esa forma, el Magisterio Católico ponía a prueba el pensamiento práctico de J. Sobrino, con dos observaciones básicas.
(a) Una muy positiva. La Congregación reconocía que J. Sobrino ha elaborado su teología desde los pobres, presentando a Jesús como ejemplo de fe, como un hombre sumamente piadoso, en diálogo profundo con Dios, a lo largo de una historia de entrega al servicio de los demás. Además, la misma nota de advertencia ratificaba a los ojos de la opinión católica mundial la importancia de los temas en juego (el valor cristiano de los pobres; la importancia de la historia mesiánica de Jesús para entender y asumir su divinidad).
(b) Otra negativa. Aprobando lo anterior, la notificación añadía que J. Sobrino no había presentado siempre, con la nitidez deseada, la fe de la Iglesia, sobre todo, corriendo el riesgo de dejar en penumbra el hecho de que Cristo es el Hijo eterno y consubstancial con Dios. Para Sobrino, Cristo sería un hombre en el que expresa plenamente la voluntad de Dios, desde la pobreza del mundo, más que el Hijo eterno del Padre (Dios de Dios), encarnado, muerto por nosotros y resucitado para nuestra justificación.
A Sobrino le acusaban de haber desarrollado una cristología (en el fondo una dinámica de la misericordia) que no se funda en el valor ontológico/divino de Cristo y en la identidad jerárquica de la iglesia, sino en la pura creatividad de la historia, de manera que su teología corría el riesgo de quedar en manos de la lucha social, con tintes que seguirían siendo de algún modo marxistas. En el fondo, le acusaban de falta de una buena ontología teológica. Sobrino no partiría de la divinidad de Jesús, como realidad precedente y absoluta, formulada de un modo “helenista”, como “ser” que Dios tiene antes de actuar. Según eso, Jesús sería “Dios en lo humano” (encarnación radical), pero no “Dios en sí mismo” (en su eternidad).
Esta acusación supone (al parecer en contra Sobrino), que Jesús no tendría que haber ido desarrollando su conciencia “divina” en el despliegue de su misma conciencia humana, sino que habría gozado desde siempre de un tipo de “conciencia divina” desde fuera (por encima) de la historia humana.
De esa forma, Sobrino correría el riesgo de caer en un tipo de monofisitismo, pero inverso al de Eutiques (condenada por el Concilio de Calcedonia), pues en el fondo sólo admitiría la “naturaleza humana” (histórica) de Jesús, en la que se revela Dios (pero sin que Jesús sea Dios en sentido estricto, fuera y por encima de la historia). Eso significa que Jesús no sería realmente “Dios encarnado” (Hijo trinitario, en toda la eternidad), sino un hombre elevado en Dios y desde Dios, pero siempre en lo humano.
En contra de esa acusación, yo estoy convencido de que J. Sobrino afirma que Jesús es Cristo (Mesías de Dios), siendo el mismo Hijo Eterno (trinitario). No niega por tanto su divinidad, en modo alguno, pero añade que ella sólo puede entenderse de un modo histórico y mesiánico, desde el fondo de su historia humana.
De esa forma, él quiere mantener humanidad completa de Jesús, no separarla de su misión salvadora (mesiánica) a favor de los pobres del mundo; en otras palabras, Jesús sólo puede llamarse “divino” (Hijo de Dios) como mesías crucificado y resucitado.
J. Sobrino se sitúa de esa forma en una línea teológica más cercana a la escuela antioquena que a la alejandrina, tal como ha desembocado en el Concilio de Calcedonia, al afirmar que Jesús es hombre verdadero, “sin mermas ni añadidos”, pero con una concreción esencial: Es un hombre (el hombre) que se ha dado totalmente a los demás, en gesto de misericordia creadora, muriendo por ello en la cruz y siendo resucitado por Dios Padre. Sólo así, siendo ese hombre concreto (mesiánico, histórico) puede y debe confesarse que es Hijo de Dios.
El problema no es que J. Sobrino carezca de “ontología” (es decir, de buen pensamiento). El problema es que su pensamiento teológico recoge y desarrolla una tradición que no ha sido dominante en los últimos siglos de la Iglesia, pero que está presente en algunos de los mejores pensadores cristianos, católicos y protestantes, que han querido interpretar la realidad de Dios desde la historia de Jesús crucificado.