Paz de religiones 1. Budismo, un camino de pacificación

Como se viene diciendo hace ya tiempo, y como puse de relieve hace unos días en el blog (El Camino de la Paz 1, 08. 05. 10), la paz sólo es posible si es que existe un entendimiento de religiones (como suponía el Cardenal de Cusa, en su famoso Concilio de Creyentes). No todas las religiones entienden la paz de igual manera, aunque su mensaje pueda ser convergente y ellas puedan ayudarse. No todas las religiones son iguales (algunas pueden convertirse en patología de violencia), pero las "grandes religiones", consolidadas en la historia, pueden aportar una palabra creadora en este campo. Desde ese fondo, quiero añadir (como hago en mi libro sobre La Paz Cristiana) que la paz sólo será posible si es que cada religión la busca. En esta línea quiero empezar destacando la aportación (y las posibles limitaciones) del Budismo (En la imagen uno de los Budas de Barmiyán, Afganistán, destruidos en partes por talibanes)

Las tres guerras

No se preocupó por la violencia social, aunque la conocía, sino por la violencia personal e intransferible, propia de cada uno de los hombres y mujeres que nacen y viven en la tierra. También los animales surgen en un mundo de violencia, pero no lo saben, pues no piensan, ni son responsables de sí mismos. Los hombres, en cambio, empiezan a saberlo tan pronto como son conscientes de sí mismos y descubren las violencias de la vida, simbolizadas en un enfermo, un anciano y un muerto, como hizo el príncipe Gautama, hombre feliz, cuando vio los problemas de la condición humana, problemas que se resumen y fundan en tres guerras (más que en la guerra externa, de tipo militar, que es consecuencia de la falta de paz interna):

1. Enfermedad. Buda salió al mundo exterior y descubrió que el hombre era un ser frágil, enfermo, amenazado por debilidades y malformaciones de tipo biológico y psíquico. Ciertamente, hay violencias sociales; pero podrían remediarse y, además, son secundarias. La primera, la más universal, pues afecta de algún modo a todos los vivientes, es la enfermedad, vinculada a nuestra forma de existencia. También los animales enferman, pero no lo saben. El hombre enferma y lo sabe. Éste es su primer problema, ésta su violencia.

2. Vejez. Buda salió otra vez y halló a un anciano, vencido por los años tras una larga vida. Todo estaba en paz en su entorno: no había padecido violencias sociales, no sufría carencias de tipo económico. Pero se hallaba vencido por el peso de los años, que le habían desgastado, llevándole hasta el borde de sí mismo. Nadie puede superar la mordedura del tiempo, haciendo que su marcha se detenga, de manera que podamos vivir siempre. La presión del tiempo constituye una violencia insuperable.

3. Muerte. Salió por tercera vez y encontró a la muerte, la última y más honda de las violencias: lo que hemos hecho, aquello que hemos sido, acaba y queda destruido. La muerte es el último poder, el más violento, insuperable. Ella nos muestra que la vida entera ha sido una ilusión, un esfuerzo vano. Todos los medios que los hombres ponen para derrotarla son, al fin, insuficientes y, en el fondo, vanos, pues acaban dejándonos heridos en sus manos. Haber nacido para morir, eso es violencia suma.

Enfermedad, vejez y muerte son las guerras principales, que definen la situación del hombre, antes de toda responsabilidad individual y todo enfrentamiento social. Ellas marcan la condición del hombre, que nace dominado de antemano por la fragilidad de la vida (enfermedades), por el paso del tiempo (vejez) y la amenaza inexorable de la nada humana (muerte). Por eso, en un plano externo, la paz es imposible, pues los tres males siguen avanzando inexorables y, queramos o no, terminan por vencernos.

El camino de la paz budista, superar los deseos

La respuesta a esa guerra no consiste en refugiarnos para contemplar los valores eternos, pues tampoco existe eternidad. No hay más solución que aceptar lo que somos, como el príncipe Gautama bajo el árbol sagrado, cuando comprendió el origen de la violencia y la forma de vencerla, volviéndose Buda, es decir, Iluminado.

(a) El dolor nace del deseo, que se concretiza en la enfermedad, vejez y muerte. Por eso, la guerra original es el deseo sin más, como violencia interior que nos va llevando hasta la muerte.

(b) No desear, vencer la violencia. Lógicamente, para superar la violencia del dolor, los hombres deben anular todo deseo, incluso el de vivir o no-vivir, el de sufrir o no-sufrir, el de tener o no tener. Sólo así, cuando ellos dejen de hacer guerra (=desear), encontrarán su paz interna, que es “Nirvana”, una vida sin deseos ni enfrentamientos.

La vida exterior (dominada por el ciclo de reencarnaciones, que son enfermedad, vejez y muerte, es guerra. Pero todo en ella es ilusión, algo que en realidad no existe. Eso significa que las diversas formas de relación social, dominadas por deseos de violencia resultan igualmente secundarias (derivadas, pasajeras, no existentes). El hombre alcanza su verdad (existencia) cuando descubre la falta de realidad de esos deseos (de guerra) y la forma vencerlos, superando así el dolor y penetrando en la morada o tierra de la paz perpetua. Por eso, el Buda, iluminado, es un hombre no-violento, alguien que nunca desea, ni lucha por lo deseado.

Según eso, la violencia social exterior (que se expresa en las guerras y opresiones) no se puede vencer de una forma directa, por medio de otra violencia también exterior, pues ella nos seguiría situando en el círculo infinito de los deseos y contra-deseos (que no tienen realidad, pero nos dominan). El mundo externo se encuentra necesariamente sometido a la guerra. Pero hay una paz más honda que esa guerra, propia de los renunciantes, es decir, de los iluminados que superan el deseo y viven así de una manera luminosa, interiormente pacificada. Sólo cuando los hombres y mujeres transciendan sus deseos podrán relacionarse de manera no violenta, sin temerse unos a otros, sin luchar entre sí, ni dominarse: su paz interior se expresará en lo externo, haciendo posible el surgimiento de una humanidad pacificada.

Por eso, esta meta de paz final no se consigue “haciendo”, sino más bien “no haciendo”. Éste mundo no puede cambiarse, debe ser superado. Por esto, toda victoria exterior de los partidarios de la paz sería otra forma de violencia. El mundo externo hay que dejarlo como está, en manos de su guerra sin fin, de su enfermedad y de su muerte. La paz ha de encontrarse en otra dimensión, sin victoria de nadie, sino con superación de los deseos de unos y otros, a través de una propuesta de conocimiento (iluminación) que se expresa en el “óctuple camino” de la paz, que debe recorrerse absteniéndose de todo lo nocivo, realizando lo saludable, curando la mente...

Un reflexión admirada y crítica

Buda ha propuesto así uno de los modelos más profundos y “ambiciosos” de pacificación humana, un modelo consecuente y muy valioso, que no ha sido aún superado y que, en su línea, no podrá nunca superarse. Pero es un modelo más bien, negativo. Buda no quiere cambiar el mundo (curar a los enfermos, resucitar a los muertos), sino de abandonarlo. Jesús, en cambio, desarrolla un camino más activo: con curación de los enfermos y trasformación social, que lleva a la resurrección de los muertos.

No es malo el camino de Buda, pero, entendido de manera negativa, podría volverse una evasión. Parece que él no quiso penetrar en la lucha de la vida. Por eso no cura a los enfermos, no anima a los moribundos, no promete resurrección para los muertos, no se siente capaz de crear un mundo de paz, sino, más bien, de “des-crearlo”, superando de esa forma la violencia. Parece que Buda no quiere vincularse a la fuerza positiva del amor que es principio de la vida, sino “desconectarse” de esa vida que es siempre violencia. Eso es, al menos, lo que parece ofrecer su pensamiento. No es una “propuesta de paz” para el mundo, sino más bien de rechazo de la violencia del deseo en este mundo.

Con todo el respeto que merece esta visión (la más alta que conozco, junto al evangelio), me atrevo a decir que el camino de Buda acaba pareciendo limitado, pues no se atreve a trazar unas propuestas de paz y reconciliación concreta. Por eso, sin negar su análisis del deseo y su experiencia de luz (paz) interior, he querido seguir avanzando, para buscar y poner de relieve la propuesta más activa de Jesús en su evangelio. Creo, con Buda, que la paz implica un momento de superación del deseo (y en ese plano puedo ser budista), pero añado que ella incluye también un deseo positivo de amor, es decir, de vida compartida.

Buda ha señalado el problema, pero no ha querido (o no ha podido) ofrecer una propuesta de pacificación en este mundo, abierta a la esperanza de resurrección. En el fondo, él no quiso re-crear este mundo, sino superarlo (negando sus deseos). No buscó directamente la paz externa y la comunión de amor entre los hombres; no creyó en el “perdón de los pecados” ni en el don amoroso de la vida a favor de los demás, pues nadie puede morir por otros (no hay un Cristo redentor). No admitió directamente la resurrección, entendida como curación y transformación amorosa de los deseos, ni el valor de la vida que los hombres se comunican entre sí al amarse, ni el valor positivo del amor Dios, antes de toda violencia, después de toda violencia, como gracia que acoge y reconcilia. Su propuesta fue admirable, pero no parece haber destacado la experiencia y exigencia del amor activo, capaz de recrear la vida de los hombres
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Por todo eso, la postura de Buda, siendo la más racional y coherente, me parece limitada. Ciertamente, no soy budista, aunque tampoco soy anti-budista. Así he querido ofrecer una propuesta de pacificación cristiana, aunque estoy convencido de que ella deberá dialogar con el budismo (y con otras religiones, como el hinduismo y el taoísmo). No puede decir la última palabra sobre el budismo. Por eso, mi propuesta habrá de ser objeto de diálogo desde (y con) otras perspectivas religiosas y culturales.

Bibliografía

El budismo es radicalmente pacifista, como han destacado, de diversas maneras, los que han estudiado el tema. Cf. H. BECHERT y H. KÜNG, Budismo, en H. KÜNG (ed.), El cristianismo y las grandes religiones, Cristiandad, Madrid 1987, 359-520; D. DRAGONETTI, Unada. La palabra de Buda, Barral, Buenos Aires 1971; J. LÓPEZ GAY, La mística del budismo,BAC, Madrid 1974; R. PANIKKAR, El silencio del Buddha. Una introducción al ateísmo religioso, Siruela, Madrid, 1996; A. SCHWEITZER, El pensamiento de la India, FCE, México 1952
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