8.6.25. Pentecostés: Todo es comunión, resurrección de la carne.
El credo romano (=de los apóstoles) dice “creo en la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne....
Tres sentidos tiene la palabra comunión, y los tres están vinculados: (a) Comunión con el Dios que es Santo. (b) Comunión entre los hombres, que son santos. (c) Resurrección de la carne.
En esa línea celebramos hoy la Fiesta del Espíritu Santo, comunión de pensamiento, vida y obra, no sólo de Dios con los hombres, sino de los hombres entre sí.
La santidad (=realidad) del Espíritu Santo es comunicación, vida compartida, no del Espíritu separado de la carne, sino de la carne frágil y fuerte de la vida que es el verdadero espíritu del hombre.
Pero, actualmente (siglo XXI), esa formulación del siglo III-IV dC (comunión de los santos) se nos hace algo extraña, poco comprensible. Por eso prefiero hablar de comunión/comunicación universal sin más
En esa línea celebramos hoy la Fiesta del Espíritu Santo, comunión de pensamiento, vida y obra, no sólo de Dios con los hombres, sino de los hombres entre sí.
La santidad (=realidad) del Espíritu Santo es comunicación, vida compartida, no del Espíritu separado de la carne, sino de la carne frágil y fuerte de la vida que es el verdadero espíritu del hombre.
Pero, actualmente (siglo XXI), esa formulación del siglo III-IV dC (comunión de los santos) se nos hace algo extraña, poco comprensible. Por eso prefiero hablar de comunión/comunicación universal sin más
Pero, actualmente (siglo XXI), esa formulación del siglo III-IV dC (comunión de los santos) se nos hace algo extraña, poco comprensible. Por eso prefiero hablar de comunión/comunicación universal sin más
| Xabier Pikaza

El credo romano (=de los apóstoles) dice “creo en la comunión de los santos”, es decir “de las cosas santas”, en el doble sentido de la palabra: (a) Comunión con el Dios que es el Santo. (b) Comunión entre los hombres, que son santos. (c) Resurrección de la carne.
De esa forma celebramos hoy la Fiesta del Espíritu Santo, “comunión de pensamiento, vida y obra, no sólo de Dios con los hombres, sino de los hombres entre sí.
La santidad (=realidad) del Espíritu Santo es comunicación, vida compartida, pero no del Espíritu separado de la carne, sino de la carne frágil y fuerte de la vida que es el verdadero espíritu del hombre. Pero, actualmente (siglo XXI), esa formulación del siglo III-IV dC (comunión de los santos) se nos hace algo extraña, poco comprensible. Por eso prefiero hablar de comunión/comunicación universal.
Introducción
A finales del siglo IV, la confesión de fe universal de las iglesias (el credo romano) empezó a incluir en occidente una frase nueva: communio sanctorum, comunión en lo santo (de la coas santas y/o de los santos que son en especial de los hombres. (a) Comunión de las cosas santas, que son Dios y las cosas de Dios, es decir, de los signos santos, bautismo y eucaristía. (b). Comunión de los santos, que son todos los hombres y en especial los creyentes.
. La adición hizo fortuna y, aunque no fue recogida en los credos oficiales de oriente ni en el niceno-constantinopolitano, terminó siendo aceptada en la fórmula oficial o textus receptus del símbolo apostólico o romano. Tras la cláusula latina actual (communio sanctorum) parece haber existido una fórmula griega que no pasó al credo pero que resulta común y valiosa en el oriente, la koinônia tôn hagiôn, esto es, la participación de los creyentes en las cosas santas, especialmente en la palabra de la fe, en la celebración eucarística, y en la vida entero. Todos los seres humanos forman una koinonía, una comunión universal. Esto es: Todos forman, formamos, en Dios y entre nosotros el Espíritu Santo, que es el Cuerpo (Koinonía, sôma) santo.

Comunión en las Cosas Santas.
El Espíritu/cuerpo (sôma) Santo es comunión. Esta fórmula (communio sanctorum), lo mismo que su equivalente griego (koinônia tôn hagiôn) puede y debe entenderse de dos formas. Si sanctorum está en neutro, hay que decir «comunión en lo santo», esto es, en o con las cosas santas; si es masculino debe traducirse, como hacemos ordinariamente, «comunión de los santos».
Los investigadores no han llegado a un acuerdo, ya que el uso varía de oriente a occidente, del griego al latín. Pero la misma búsqueda semántica nos muestra que en el fondo de la ambigüedad hay una gran riqueza de matices, que en general pueden resumirse así: Por la participación en lo santo (línea más oriental) puede conseguirse y se consigue la comunión de los creyentes o los santos (formulación más latina). Así comenzaré tratando de la «comunión en lo santo», me fijaré después en la «comunión de los santos». Empezamos, pues, con la comunión en lo Santo (en el Espíritu Santo):
‒ Al antiguo testamento le resulta escandaloso todo intento de buscar una comunión divina. Dios es trascendente y nadie puede introducirse en su misterio. Dios es lejanía de poder, grandeza y fuerza, de tal forma que ningún viviente puede acompañarle en su existencia. Sin embargo, una vez que eso está dicho, después de haber negado toda posibilidad de comunión de naturaleza entre lo humano y 1o divino, Israel ofrece los cimientos para una nueva experiencia de comunión con Dios en términos de alianza, superando el nivel de una fusión vital o intelectual con lo divino. Los verdaderos creyentes sabrán que sólo puede existir comunión auténtica con Dios en línea de libertad y donación entre personas, no en fusión, sino en encuentro.
‒El nuevo testamento está enraizado en la experiencia de Israel, de tal manera que sigue interpretando la comunión con lo sagrado en términos de alianza. Pero, al mismo tiempo, para poner de relieve la presencia de Dios en Jesucristo, puede afirmar (con Heb 2, 14) que Dios ha decidido «comulgar» con nosotros, participando de la carne y de la sangre de los hombres (cf. también 2 Ped 1, 4: estamos en comunión con la naturaleza divina).
No se trata sólo de establecer el parentesco del hombre con lo sagrado (como dice Pablo en Hech 17: somos parientes de Dios), ni de establecer una alianza con el gran Señor lejano, sino de aceptar la gracia del Dios ha querido comulgar con nuestra carne y nuestra sangre, hacerse mundo entre nosotros, tomar parte en nuestra historia. El primero que “comulga”, que celebra y vive la comunión (eucaristía) es Dios.
. Sólo porque hallamos esta primera koinonia incarnatoria, sólo porque Dios asume en Cristo, Logos-hijo, nuestras «especies humanas» (carne y sangre), de una vez y para siempre, nosotros − simples hombres – tenemos un acceso en comunión a lo divino, podremos comulgar con Dios por medio de la carne y de la sangre de Jesús, que es nuestro Cristo.
Ésta es la experiencia de fondo de1 Jn 4,10: En esto consiste el misterio, no en que nosotros pretendamos estar en comunión con lo sagrado sino en que Dios, el santo, haya querido comulgar con nuestra historia, haciéndose así vida y principio de amor entre los hombres.
Llamados a la comunión
Fundado en esta experiencia, Pablo puede definir a los cristianos como aquellos que «han sido convocados a vivir en koinonia con Jesucristo, Hijo de Dios» (1 Cor 1, 9). Comulgar significa aquí participar en Cristo: aceptar su palabra, seguir su camino, revestirse de su muerte, incorporarse a su resurrección, transformarse con su gloria. Para entender mejor la comunión resultaría necesario comentar todos los textos donde Pablo y las cartas postpaulinas van hablando de aquello que nosotros somos en el Cristo:
Convivimos y con-sufrimos con él; somos con-crucificados, con-sepultados, co-resucitados, con-glorificados; con él coheredamos y correinamos (cf. Rom 6, 4-8; 8, 17; 2 Cor 7, 3; Gál 2, 19; Col 2, 12-13; Ef 2, 5-6; 2, 2).
Toda nuestra existencia de creyentes se interpreta en forma de comunión de vida y muerte, de camino y esperanza con el Cristo. No somos encerrados en nosotros mismos, sino implicados, penetrados, unos en los otros, todos en el Cristo de Dios, por el espíritu santo. La vida es comunión, comunicación universal.
Por eso, la comunión «en lo santo» significa «participación en la santidad de Dios», a través de Jesucristo.Esta comunión se realiza de un modo visible en el gesto eucarístico: «El cáliz... es la comunión con la sangre de Cristo; el pan..., es la comunión con el cuerpo de Cristo» (1 Cor 10, 16-17).
Así se invierte y recupera el gesto del Dios que se hace humano. Carne y sangre eran primero el lugar en el que Dios se ha humanizado. Ahora, en contexto de celebración eclesial, fundada en el recuerdo y la palabra de Jesús, carne y sangre son la realidad del gran misterio del Cristo, Hijo de Dios, presente entre los hombres.
Allí donde la comunidad cristiana se reúne y celebra a su Señor, los creyentes, unidos entre sí «comulgan con el Cristo», participan de su vida y de su muerte, se introducen en su pascua. Este es el sentido radical de aquello que la iglesia afirma cuando cree en la «comunión de los hombres con lo Santo»; es lo que la iglesia celebra alborozada y llena de temor en el misterio de su fiesta dominical.
En este contexto esta comunión de las cosas santas(koinônia tôn hagiôn) significa que los fieles, reunidos en comunidad y vinculados en confesión pascual, tienen acceso al misterio de las cosas santas; comulgan con Jesús, viven su gracia, actualizan su misterio.
Pablo identifica y ratifica esta Comunión, identificándola con el Espíritu Santo: «¡Si tenéis alguna koinôniao comunión con el Espíritu...! hacedme este favor...» (Flp 2, 1), el favor de amarnos unos a otros, de vivir compartiendo vida. De manera semejante, en la más solemne de sus despedidas, abriendo final su corazón, Pablo pide desea a los corintios... «que la koinônia del Espíritu esté con vosotros» (2 Cor 13, 13).
En esa línea, el mismo Espíritu Santo puede definirse como comunión universal. No somos islas aisladas unos frente a otros, en competición por el poder… sino archipiélagos de amor en el mar de la tierra, constelaciones de estrellas en las nebulosas claras de los camino del cielo
Así lo supone Pablo en 1 Cor 12-14, cuando interpreta todos los dones del Espíritu en relación con la unidad eclesial¸ esto es lo que dice el evangelio de Juan cuando, en el discurso de la cena, alude al Espíritu como misterio de la unión en que se vinculan el Padre con el Hijo (Jn 17).
En esa línea se puede y se debe afirmar que el Espíritu santo es la comunión en sí, el don primigenio de Dios que se expresa como espacio y camino de amor y encuentro (persona/comunión) entre los hombres. El Espíritu es la verdad original del encuentro, la unión de amor que liga a las personas, en primer lugar en Dios y, desde Dios, en nuestra historia.
El Espíritu Santo es por tanto «unión entre personas»: Es el abrazo de amor que congrega a los amigos, el intercambio de entrega y de respuesta, de acogida y regalo retorno que liga al Padre con el Hijo, a los hermanos entre sí, a los amigos en sí mismo… Todo lo que existe es regalo de vida. La mística es, según eso, la comunión en el regalo de Dios .
Sabiamente, la iglesia ha dejado en silencio dogmático este tema, de manera que el credo niceno-constantinopolitano sólo afirma que el Espíritu es Señor, que procede del Padre y que recibe adoración y gloria con el Padre y con el Hijo. Pero ese silencio no es de negación sino de reverencia, no es de rechazo sino de invitación a la alabanza y la plegaria.
Por eso, cuando asumimos en el credo la palabra de la «comunión de lo santo», en el contexto del tercer bloque del credo que se halla dedicado al pneuma (Espíritu Santo), los cristianos confesamos ante todo nuestra fe en el Espíritu de Dios como realidad de comunión que, uniendo al Padre con el Hijo y siendo enviado por Jesucristo, nos sitúa, por el signo eucarístico, en el mismo ámbito misterioso de la comunión universal de vida. Así creemos en el Espíritu de santidad, que es comunión del Padre con el Hijo; y confesamos que, desde el recuerdo de Jesús y la celebración eucarística, penetramos en ese misterio de santidad en comunión que es lo divino.
En ese fondo se entiende 1 Jn 1, 3 al decir que «Nuestra koinônia es con el Padre y con su Hijo Jesucristo», somos comunión universal, vasos comunicantes de pan y de vino, y que de esa forma existimosen el centro de unidad de Dios, allí donde el Padre y el Hijo realizan su encuentro (cf. Jn 10, 30; 17, 11. 21-23). Frente a todas las unificaciones filosóficas, que intentan llegar a una fusión impersonal con lo absoluto, más allá de las pretensiones de trascendencia separada de los monoteísmos que escinden la unidad de Dios de la existencia de los hombres, frente al imperativo sociológico de una integración impersonal en el todo de la clase o del género humano, el evangelio del Espíritu Santo, que es comunión universal, abre una más alta comunicación: Dios es comunión, encuentro de amor gratuito entre personas; en vinculación universal de vasos comunicantes de Dios y del mundo, de la sociedad univeral, invitados a vivir también nosotros, por el Cristo.
Comunión de los “santos”.
La misma “comunión en las cosas santas” se expresa y ratifica en la “comunión entre los santos”, es decir, entre los creyentes, entre todos los hombres….Sólo porque Dios es comunión y se ha revelado en Cristo podemos ampliar las palabras del Credo y afirmar: «Yo creo en la comunión de los santos», esto es, de los creyentes (los seres humanos). El paso es claro y así lo ha formulado ya la primera carta de san Juan:
«Si tenemos comunión con Dios... tendremos que estar en comunión unos con otros» (1 Jn 1, 6-7), realizaremos la existencia como vida compartida, nos amaremos y ayudaremos mutuamente, confiaremos los unos en los otros. Sólo la unión con lo santo (en el Espíritu Santo) es capaz de ofrecer un fundamento duradero a la comunión entre los hombres, es decir, a la Comunión de los Santos.
Todas las restantes formas de unidad tienden a quedarse en niveles periféricos y acaban derivando en soledad, desinterés, batalla mutua o inserción impersonal en un conjunto en el que no somos verdaderamente libres. Parecemos condenados a vivir en aislamiento o en rebaño. Pues bien, en contra de esas perspectivas antagónicas, la unión con lo sagrado, tal como ha venido a revelarse en Jesucristo, conduce a la unión en comunión de amor entre los hombres, en ámbito de Espíritu.
El Espíritu de Dios es comunión; comunión será su efecto en nosotros, el sentido de la iglesia. En esta perspectiva se comprende la palabra de Hechos: Los creyentes «se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la koinônia, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hech 2, 42).
Koinônia significa aquí vida compartida, vida en amor que va integrando a los unos con los otros. Previamente, los hombres se encontraban perdidos, cada uno con su ley y con su esfuerza. De pronto escuchan que Jesús les ha salvado. Cambian lo anterior, se entregan a Jesús y, llenos de agradecimiento y sorpresa, se descubren hermanos. Nadie vive a solas; todos participan de la fe, el trabajo, la presencia de Cristo, la esperanza de su reino. Por hallarse basado en esa certeza afirmará san Pablo, en voz triunfante: «¡Todas las cosas son vuestras!: Pablo, Apolo, Cefas; lo presente y lo futuro, vida y muerte, todo el cosmos...» (1 Cor 3, 21-22).
– La comunión de los creyentes es el principio y sentido de la santidad cristiana, en la comunión de las cosas sagradas. Los fieles comparten la filiación de Dios, la fe, la misma eucaristía. Desde el momento de su conversión, ellos se encuentran fundados en un mismo principio de vida, en la vid del vino de Dios: Asumen como propia la historia de Jesús, la recuerdan, la repiten, la celebran. Participan de la fe y la confiesan juntos. Se sostienen, se ayudan, se aman. Hay algo misterioso en el umbral de esta experiencia. Sabemos, por desgracia, que los bienes de la tierra acaban dividiendo a los hermanos. Pues bien, el tesoro de la fe sólo se adquiere y se cultiva en la medida en que se ofrece y se comparte. En el momento en que alguien quiera engrandecer su fe a escondidas, dando espalda a sus hermanos, pierde su tesoro y quiebra el vaso de la fe que pretendía guardar avaramente a solas. Éste es el principio de toda comunión, la eucaristía.
– Esa comunión ha de traducirse en comunicación de vida. De esa forma, la koinônia eclesial del libro de los Hechos se explicita en la participación de los bienes materiales (Hech 4, 32). Por eso, las diversas iglesias no sólo comunican la fe, sino que se ayudan con dinero cuando llega el hambre (cf. Rom 15, 32) y viven la certeza de que todo es en el fondo común entre cristianos. Evidentemente, la iglesia no sabe cómo traducir esa comunión material en claves de política social, pero si no suscita espacios de comunión de vida en el nivel del pan y de la libertad ella pierde su sentido. Si la fe común no se expresa en la existencia externa, en cauces de colaboración y ayuda material, ella se pierde, acaba haciéndose mentirosa.
– La comunión de vida implica encuentro en el afecto. De poco serviría el intercambio de bienes materiales si faltara el ejercicio de amor interpretado como ofrenda y cultivo de la vida en compañía. Frente a todos los esquemas de un colectivismo impuesto o de un espiritualismo intimista, la iglesia tiende siempre al surgimiento de una comunión de hermanos-amigos que, escuchando la Palabra y recibiendo agradecidos el misterio, comparten mutuamente la palabra y comunican juntos en el pan y vino del misterio. Éste es, a mi juicio, el nivel en que se juega el sentido y el futuro de la iglesia interpretada como unión de fraternidades creyentes, comunidades que comparten la fe y celebran juntas la vida.
En este aspecto, cuando afirmamos «creo en la comunión de los santos» estamos confesando la unidad radical de todos los hombres, por el Cristo en el Espíritu. La ley termina imponiendo un tipo de orden sacral o socialpor la fuerza (judíos frente a gentiles, ricos frente a pobres, libres frente a esclavos etc.). Pues bien, el Espíritu de Cristo vincula a los humanos en gesto de n El Espíritu vincula en amor y libertad a todos los creyentes, porque hay división de carismas, pero un mismo Espíritu; división de servicios, pero un mismo Señor; división de actuaciones, pero Dios es quien actúa todo en todos(1 Cor 12, 4-6; cf. Gal, 4,5-6):
‒ El Espíritu es múltiple y se expresa en los diversos cometidos y funciones dela iglesia, como amor que hace a los unos servidores de los otros: uno destaca en sabiduría, otro en fe; uno habla mejor, otro realiza servicios de tipo social. Varones y mujeres, humanos de todos los pueblos, razas y culturas forman una misma comunidad de amor gratuito.
‒ El Espíritu es uno y vincula a todos los humanos,en una comunidad que no se funda en la pura experiencia interior, en ideas o principios generales, sino en la Comunión y Confianza mutua, desde Cristo. Por eso decimos que han llegado los últimos tiempos: ha culminado el camino de la historia.No puede venir algo distinto, porque ha venido elAmor definitivo, el mismo Espíritu de Dios en Cristo.
Esta es la novedad del evangelio: Que todos los hombres y mujeres pueden compartir por Dios, en Cristo, un camino de esperanza, una experiencia de amor que les vincula por encima de las diversidades. Ellos se distinguen de múltiples maneras, pero no para la envidia y lucha mutua, sino para servirse y gozarse mejor unos a otros, en amor: «Como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, así también el Cristo. Porque todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, ya seamos judíos o griegos, siervos o libres; y todos hemos bebido un mismo Espíritu» (1 Cor 12, 12-14).
El judaísmo nacional formaba un cuerpo organizado y bien trabado por la tradición y costumbres sociales, culturales, religiosas: la ley les vinculaba en unas prácticas comunes de comidas, limpiezas, y rituales esponsales. El "espíritu" de Dios se reflejaba para ellos en un código social y nacional, interpretado como ley de Dios. Los cristianos (judíos mesiánicos y gentiles convertidos) carecen de ley nacional y costumbres exclusivas: no pueden apoyarse en tradiciones sacrales, ni lazos de tipo cultural que les vinculan a nivel económico y político; no son una nación, no forman un estado, pero tampoco son una simple asociación cultural, un club espiritual, una ONG con fines limitados. Ellos quieren suscitar y suscitan una comuniónmesiánica (no gubernamental, no político) abierta en amor y comunión de vida,a todos los humanos.
‒ Los humanos se vinculan de múltiples maneras, por intereses familiares y raciales, económicos y sociales, religiosos, culturales, militares, pero sus vinculaciones tienden a enfrentar a libres contra esclavos, a judíos contra gentiles, suscitando así una humanidad de violencia en la que el orden se impone por la fuerza. A ese nivel pertenece, según Pablo, la ley del judaísmo.
‒ Los cristianos quieren forman una comunidad de amor universal (=católico), en claves de gratuidad, desde los más pobres, abriéndose a todos los pueblos de la tierra, sin emplear medios de poder político-militar (como Roma) o de imposición legal (como podía utiliza un tipo de l judaísmo que no es quizá más importante), en gesto donde quedan incluidos los diversos planos de la vida (económico, afectivo etc).
‒ La iglesia es universal, pero no se instituye en forma de sistema, como quiere hacer y hace en la actualidad el neo-liberalismo económico, que ha impuesto su globalización capitalista y burocrática en todo el mundo. Algunos ilustrados del XVIII y XIX (Kant, Hegel) tendieron a pensar que la unión final ser haría en claves estatales.
Otros analistas modernos han pensado que la única forma de unión interhumana universal es la que ofrece el sistema neo-liberal de tipo ecomómico. Pues bien, en contra de eso, los cristianos han querido y quieren suscitar una comunidad universal de vida por medio del Espíritu santo, en claves de gratuidad y amor mutuo.
La comunión, una tarea del Espíritu. Los creyentes han sido bautizados, es decir, han renacido por la fuerza del Espíritu de Cristo,de manera que pueden superar los antiguos niveles de lucha y opresión,una comunidad social de gratuidad y amor activo que se abre a todos los humanos (1 Cor 12,14-30). Esta nueva corporalidad social cristiana (=Iglesia) se vincula a la presencia del Espíritu, al amor que reúne a los creyentes. Espíritu es el mismo Amor activo, principio y sentido final de la vinculación interhumana, que reúne para siempre a judíos y gentiles, formando un solo cuerpo, una unidad social o iglesia que vincula a todos los humanos,abriéndose (abriéndoles) en gracia hacia el misterio de Dios Padre (cf. Ef 2, 16-18). Desde esta perspectiva, sólo es verdadera la historia del amor mutuo, la mutua acogida entre los humanos, llamados a guardar "la unidad del Espíritu, en el vínculo de la paz", porque:
- Hay un sólo Cuerpo y un Espíritu...
- Hay un Señor, una fe, un sólo bautismo.
- Hay un Dios que es Padre de todos(Ef 4, 3-6).
Esta es la tarea de la unidad en el amor, la historia verdadera, que dirige a los humanos hacia la unidad en el amor, por encima de los enfrentamientos de pueblos y grupos sociales. Esta unión en el Espíritu no espura comunión intimista, sino realidad social, cuerpo que quiere vincular a todos los humanos, desde el mensaje y vida de Jesús, partiendo de los más pobres. De esa forma, lo más misterioso y aparentemente lejano (Espíritu) viene a desvelarse como lo concreto y cercano, como fuerza de salvación para los oprimidos del mundo, es principio de unidad entre los fieles, en camino que se abre a todos los humanos. Según eso, el Espíritu es principio de vida compartida (de ayuda a los marginados, de comunión de todos) que vincula en amor a todos los humanos. Dios no se ha encarnado sólo en un Hijo individual, sino en el primogénito de todos los hermanos, en el Cristo portador del Espíritu.
Así pasamos de la encarnación individual (el Hijo de Dios es Jesús) a la comunitaria o mesiánica (todos los humanos pueden vincularse, formando cuerpo de amor, a través del Espíritu de Jesús. El Espíritu Santo es la misma comunión del Padre y el Hijo, que son Uno. Pues bien, de igual manera, todos los creyentes deben ser Uno en el Espíritu. Crear unidad: esta es la vocación y tarea de la iglesia, superando la vieja historia de una humanidad violenta, dividida; como persona privilegiada al servicio de esa unidad, como signo eclesial, podemos destacar a María, a la que podemos presentar comotransparencia del Espíritu Santo:
Para que todos sean Uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti,
para que también ellos sean Uno
y el mundo conozca que tú me has enviado.
Para que sean Uno, como nosotros somos Uno,
yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en la unidad (Jn 17, 21-23
La unidad de Dios es comunión del Padre y el Hijo en el Espíritu. Este es el modelo y principio de toda comunión, el trasfondo de la historia, tal como ha venido a expresarse en el mundo por medio de Jesús. La iglesia es comunión de amor y diálogo interhumano en el Espíritu Santo. Frente al sistema social que vincula a los humanos por dinero (neoliberalismo), la iglesia les vincula en amor personal.
Jesús ha introducido este principio de comunión del Espíritu en la historia. Ciertamente, en el plano del sistema sigue siendo determinante el dinero y la burocracia; además, los antiguos poderes (sociales, estatales, militares, ideológicos) siguen influyendo. Más aún, han tomado gran importancia los moderes informáticos (los medios), vinculando en su "red" a todos los humanos. Pues bien, por encima de todo eso, los cristianos saben que en el fondo de la historia, abriendo un camino de Vida eterna, está influyendo algo más alto: el principio comunión.
En un tipo de tradición israelita resulta dominante el principio esperanza, como puso de relieve Ernst Bloch, judío: la experiencia de la vida hecha camino que lleva al futuro de la reconciliación final.
Pues bien, los cristianos entendemos el Espíritu no sólo como fuente de esperanza (de futuro), sino como principio actual de comunión, de vida compartida. Hay otros poderes que influyen de manera fuerte en nuestra historia, como sabe bien el Apocalipsis. Pero el más hondo de todos, gratuito y universal, es el poder de comunión, el Espíritu de Cristo, entendido como fuente de donación mutua y de vida compartida, el Espíritu santo entendido como Pentecostés, resurrección de la carne. Desde esta perspectiva podemos afirmar que la misma historia humana es despliegue del Espíritu de Dios, es Pentecostés, comunión universal de vida, Espíritu santo.
((seguirá)).