Primeras mujeres cristianas 2. Cristo ser humano

Se dice a veces que Jesús ha salvado a los hombres como “varón”. Pues bien, eso va en contra de la tradición evangélica y eclesial.

Cristo ha sido redentor como persona, es decir, como ser humano, no como varón. Por eso en los concilios se le presenta como anthropos (ser humano), no como aner (varón) ni como gyne (mujer). Jesús es ser humano, en sentido abarcados, católico.

Introducción. Los Doce, como seres humano, no como varones

En contra de la perspectiva anterior podrían presentarse y a veces se presentan dos objeciones fundamentales: Jesús ha elegido solamente a los varones como apóstoles y ha invocado a Dios con el nombre masculino de Padre (Abba). De esa forma ha vuelto a introducir dentro de su movimiento religioso los principios patriarcales. Pienso que la elección de los doce varones es un signo de la creatividad de Jesús que, apoyándose en el mismo camino de la historia israelita, viene a superarla desde dentro: en aquel contexto social los apóstoles debían ser y han sido varones para actualizar de esa manera el signo de los viejos patriarcas de Israel; pero la función que ejercen no es ya masculina sino humana:

- Siendo varones simbolizan a los viejos padres de Israel (los hijos de Jacob) y se presentan como signo del Israel escatológico (doce tribus), mostrándose también como expresión de la nueva humanidad reconciliada (cf Mt 19, 28 y par). Para mantenerse en continuidad con los "generadores" de Israel, tendrán que ser varones. Pero, sig¬nificativamente, la función que ellos realizan ya no es masculina: el Cristo no les quiere ya para que ejerzan su tarea como "padres biológicos" sino para que sean expresión del poder de la palabra (del reino) que convoca en unidad a todos los dispersos. Por eso, siendo realmente varones, desde la tradición de Israel y quizá también desde las mismas condiciones sociales de aquel tiempo, ellos reali¬zan una función que ya no es propia ni exclusiva del sexo masculino. Por eso, todo intento de perpetuar dogmática o eclesialmente e l sexo mascu¬lino de los apóstoles de Jesús, haciéndolo normativo para los ministros posteriores de la iglesia, me parece una vuelta al judaísmo, pues convierte en condición esencial de apostolado algo que fié exclusivo de los primeros apóstoles: ser signo de los doce patriarcas generadores de Israel. Ese signo se ha cumplido y superado ya en la pascuas; pretender que ministros posteriores de la iglesia ser varones significa olvidar (¿traicionar?) la novedad personalizante del evangelio y rejudaizar peligrosamente el movimiento de Jesús.

- Conforme al recuerdo y testimonio de la iglesia, los Doce enviados testigos prepascuales del Cristo han fracasado de algún modo, de manera que la iglesia no puede fundarse exclusivamente en ellos. En la prueba final sólo han seguido a Cristo las mujeres, simbolizadas en una especial que le ha ungido para la muerte (Mc 14, 3-9) y concretadas en aquellas que dan testimonio de su entierro y de la tumba abierta (cf Mc 15, 40-47; 16, 1-8 par). Ciertamente, la experiencia pascual de los apóstoles varones que, ante la manifestación de Jesús vencen la antigua incredulidad, es también fundamental en el principio de la iglesia, como sabe 1 Cor 15, 1-8. Pero ella no puede separarse de la experiencia y misión de las mujeres, como sabe el mismo texto crucial de Hech 1, 14. Sólo la necesidad, por otra parte comprensible, de la predicación del mensaje a los judíos hará que se deje un poco al margen la función de las mujeres en el surgimiento y estructura primera de la iglesia. .
Dios no es macho ni hembra, no es varón ni mujer, es divino

Como estamos indicando, Je¬sús se ha situado en el nivel original de la experiencia humana, allí donde se igualan ante el reino varones y mujeres. Pero, al mismo tiempo, como representante de una sociedad que ha sido patriarcalista invoca a su Dios con el término de Padre, en las diversas situaciones que la tradición cristiana ha recordado, manteniendo a veces la palabra original aramea de Abba, padrecito. En un primer momento, esa manera de aludir a Dios parece sancionar el patriarcalismo israelita, ratificando el aspecto masculino de Dios. Pero si analizamos los datos con mayor profundidad, descubriremos que a través del mismo símbolo paterno Jesús ha mantenido y expresado la misma visión suprasexual de Dios a que aludimos al hablar del Sermón de la Montaña.

- Dios no es un padre al lado de una madre, de manera que no tiene rasgos masculinos como opuestos a los femeninos. Es padre en el sentido de principio de vida transcendente y creadora de tal forma que asume rasgos que ordinariamente concebimos como maternales.

- Ante ese Padre Dios todos (varones y mujeres) aparecen como niños, en palabra de profundo simbolismo (Mc 9, 33-37;10, 13-16). Por eso, le podemos presentar como un padre materno: lleno de cercanía, de cariño y de cuidado. De esa forma asume y ratifica la honda experiencia profética: cuando Israel era niño yo le amé (Os 11, 1) y supera la escisión moderna (o patriarcalista) del varón y la mujer: Jesús nos lleva al lugar de la presencia creadora de Dios y nos capacita para realizarnos como humanos (seres personales) desde el Padre-Madre de los cielos.

- Jesús ha destacado los aspectos de ley y cercanía, de autoridad y amor profundo de ese Padre, vinculando así los rasgos de lo masculino y femenino que en la tradición suelen hallarse separados. Sin perder su transcendencia, no olvidando sus aspectos creadores (Dios le envía, le señala su tarea), el Padre se presenta para Cristo como aquel en quien se puede confiar y se confía en el momento de la entrega. De esa forma, tanto como Padre-ley es Madre-amor que le r funda y ecibe en su regazo creador de vida por la muerte. Lógicamente, Jn 19, 25-27 ha puesto ante la cruz de Jesús la figura de su madre de este mundo como signo del Dios Padre de los cielos.

- El misterio de Dios como Padre sólo adquiere para Cristo su sentido en la experiencia de la Pascua. Así lo indica Pablo cuando viene a definir a Dios como "aquel que ha resucitado a su Hijo (Jesús) de entre los muertos" (Rom 1, 3;4, 24). De esa forma, en un proceso que ahora no podemos detallar, Dios ha recibido para los cristianos el nombre radical de Padre en ámbito de pascua: es aquel que ha resucitado a Cristo de los muertos (Cf Flp 2, 9-11). Esto sitúa la paternidad de Dios en un nivel suprasexual, más allá de las diferencias humanas de lo masculino y femenino.

A partir de aquí se pueden plantear y se plantean varias conse¬cuencias de tipo dogmático que vienen a ponernos en el centro de la reflexión cristiana: el carácter masculino de Jesús, como Hijo de Dios, y el posible sentido sexual de la trinidad. Trataremos de ambos temas de una forma puramente indicativa.

Los concilios

Sin duda alguna, Jesús en cuanto humano ha sido varón, como también ha sido judío, palestino, semita del siglo I, etc etc. Este dato de su masculinidad pertenece al "factum" de la revelación y como tal tiene un sentido que debemos aceptar, dentro de la historia. Pero no podemos convertirlo en principio de dogmática. Recordemos, de una vez y para siempre, que en la definición fundante del dogma de la Iglesia, Jesús no está fijado o precisado como varón sino como hombre (es decir, un ser humano):

- El Credo de Nicea-Constantinopla dice que Jesucristo, Unigénito de Dios se ha encarnado (sarkothenta), se ha humanizado (enanthrôpesanta), sin que en ninguno de esos casos se destaque o acentúe su aspecto masculino (Denz 150).

- De manera semejante, la definición de Calcedonia afirma que Jesús es perfecto en su humanidad (en anthrôpoteti) añadiendo que consta de alma y cuerpo (como ser humano pleno), siendo así consubstan¬cial con nosotros. Tampoco aquí se alude a su sexo masculino (Denz 301-302).

Esto significa que la masculinidad de Jesús, como dato histórico y social, no ha tenido para los concilios fundantes de la iglesia ninguna importancia dogmática, a pesar de lo que algunos teólogos quisieran afirmar en nuestro tiempo. Jesús no ha sido nuestro salvador y redentor por el hecho de su sexo masculino (en cuanto vir, varón), sino por la unidad y transcurso entero de su vida humana (nacimiento, mensaje, entrega y muerte) manifestada ante los ojos de la iglesia como revelación definitiva del Hijo eterno de Dios en nuestra historia. En otras palabras, Jesús es redentor en cuanto homo (ser humano) y no en cuanto vir (varón).

En el plano trinitario, Jesús como Hijo de Dios no es masculino ni es tampoco femenino. Ciertamente, la iglesia, manteniéndose en la línea de la historia de la salvación, ha conservado (y presumiblemente conservará en el futuro, al menos en dimensión litúrgica) los símbolos masculinos para referirse a las dos primeras personas trinitarias (llamándolas Padre e Hijo). Sin embargo, admitido eso, debemos añadir dos observaciones complementarias:

- Tanto el Padre como el Hijo, en plano trinitario, han perdido casi todo su carácter de simbólica sexual. El Padre ya no es Padre en relación (oposición) con la posible madre. Por eso, hablando estrictamente, ya no es Padre masculino sino principio original (suprasexual) de vida. Lógicamente, el simbolismo utilizado en esta caso debería ser materno, como han visto casi todas las religiones antiguas: el Dios primero es la Gran Madre. Pues bien, para evitar el riesgo de una maternidad englobante, que parecía amenazara la trans¬cendencia de Dios, Jesús y la iglesia han preferido hablar de Padre, empleando de esa forma un lenguaje paradójico que debe aparecer como acicate para que nosotros transcendamos el plano natural del simbolismo materno (y aún paterno). Desde el nivel significante de lo masculino las palabras primordiales de la trinidad nos llevan a un significado suprasexual, a la raíz de la persona.

- Al situar en el principio de la Trinidad (de Dios) la relación del Padre con el Hijo, el dogma cristiana nos conduce al interior de la gran paradoja divina. En sentido inmediato, conforme a la experiencia sacral casi constante de los pueblos, las figuras divinas primigenias debían ser el Padre y Madre. Ellos vendrían luego a presentarse como principio de toda la existencia (del Hijo divino). Pues bien, en el misterio de Dios no hay "hierogamia". El dogma ha superado de esa forma el esqema de polaridad sexual: la unión primera no es aquella que vincula padre y madre como realidaes polares incompletas. La unión primera vincula a un Padre y un Hijo que, recibiendo nombres masculinos, aparecen como realidades completas, personales, igualmente valiosas para varones y mujeres.

Los símbolos usados a este plano nos hacen penetrar en la gran paradoja divina: sirven para que nosotros superemos aquello que nos parecía normal: el plano en que los sexos parecen oponerse y se completan como realidades deficientes. Completo y perfecto es el Padre en su divinidad y, sin embargo, desde su plenitud "engendra" ((símbolo materno!) al Hijo. Completo es el Hijo y sin embargo, en cuanto tal, todo lo que tiene lo tiene como "recibido" ((de nuevo un símbolo que suele suponerse femenino!). Ahora vemos que ni el dar (engendrar) es masculino ni el recibir (acoger) es femenino. A ese nivel, dar y recibir son realidades personales, antes de la división de lo masculino y femenino. Jesús ha sido un varón. Pero no es varón por ser Hijo de Dios (en su nivel eterno), ni su realidad masculina determina su obra mesiánica.

Conclusión

Jesús no es redentor (expresión de la transcendencia de Dios) como varón frente a un mundo concebido como femenino. Por eso, aunque utilice con toda sobriedad el signo de las bodas finales (cf Mc 2, 18-19) no ha venido a presentarse nunca como esposo varón de las bodas. Ese tema será propio de una tradición posterior, que ha desarrollado con lógica de Antiguo Testamento y cierto misticismo la escuela de Pablo (Ef). En su raiz personal y su acción mesiánica, Jesús no puede interpretarse salvadoramente como masculino. Sólo por exigencia social de aquel momento, en la línea de los profetas de Israel, para cumplir su come¬tido en una sociedad patriarcalista, era conveniente ((no necesario!) que él se presentara (o encarnara) en forma masculina. Pero una vez que ha realizado su camino descubrimos que su vida y mensaje no se definen a por sus rasgos masculinos sino por su entrega (tan femenina como masculina) al servicio de todos los humanos.
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