J. Ratzinger, el riesgo de una Iglesia "qumramita y farisea" (con J. M. González Ruiz)

Hace veinticuatro años publicó José María GONZÁLEZ RUIZ una famosa Carta abierta al Cardenal Joseph Ratzinger, en “Misión Abierta” 2(1987)106-120, donde recordaba sus “orígenes teológicos”, recogiendo algunos motivos de su fascinante libro El nuevo pueblo de Dios (riginal alemán del 1969,traducción española: Herder, Barcelona 1972).

González Ruíz (cuya semblanza puede verse al final de esta post) recopilaba y comentaba algunas citas del libro de Ratzinger, que era ya Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe (y a quien había conocido bien en el Vaticano II, donde ambos fueron peritos muy influyentes). El documento entero está en http://www.servicioskoinonia.org/relat/361.htm. Aquí ofrezco un compendio, dentro del esquema de este blog, que ha dedicado varias entradas al pensamiento de Benedicto XVI, especialmente con motivo de su venida a España para la JMJ 2011.


El trabajo de J.M. González R. sirve para recordar la teología que llegó después del Concilio Vaticano II (1962-1956), con sus propuestas y sus caminos, al parecer, luego cortados. Quizá el mayor protagonista del post-concilio ha sido J. Ratzinger (Benedicto XVI) cuyas ideas sirvieron y sirven para marcar la “hoja de rumbo” de la Iglesia católica, en unos momentos decisivos.



Dejo en un segundo plano el tema del Bautismo, para relacionarlo mejor con la Pastoral de la Juventud, de la JMJ y del NT (desde la perspectiva del mundo actual). Esperen mis lectores, volveré en dos o tres días, tras el comentario al evangelio del domingo.

Quedaba pendiente un post que tratara de la visión de la Iglesia en la teología de la Iglesia de J. Ratzinger y/o de Benedicto XVI; de eso trato aquí, cerrando por un tiempo mis reflexiones sobre Benedicto XVI, que no han querido tratar de él como persona concreta, sino como figura importante de la Iglesia.

En ese contexto he querido insistir en el riesgo de "una iglesia qumramita y farisea” y en la forma en que J. Ratzinger valora a Pablo IV como "papa celota". Yo no hubiera llamado así al Papa Caraffa, pero Ratzinger lo hizo, y así lo dejo. Desde mi punto de vista fue mucho más importante la aportación de Sixto V ( 1585-1590), con la organización de la Curia Vaticana, conforme a un modelo que ahora parece tocar a su fin. Pero de eso podríamos hablar otro día, Dios mediante. Quien lea el post entera podrá juzgar si, siendo Papa, Benedicto XVI ha impedido que la Iglesia Católica tome un rumbo qumramita y fariseo.

(Imágenes:
1. Pablo IV --Papa Caraffa--, a quien J. Ratzinger presenta como "papa celota"
2.J. M. González Ruiz; este post quiere ser un homenaje a su figura, como podrá verse en la semblanza final que le dedico).



CITAS GENERALES QUE GONZÁLEZ RUIZ TOMA Y COMENTA DEL LIBRO DE J.RATZINGER:


1. QUMRAMISMO Y FARISEÍSMO



“¿Quién podría poner en duda que también hoy se da en la Iglesia el peligro del fariseísmo y del qumranismo? ¿No ha intentado efectivamente la Iglesia, en el movimiento que se hizo particularmente claro desde Pío IX, salirse del mundo para construirse su propio mundillo aparte, quitándose así en gran parte la posibilidad de ser sal de la tierra y luz del mundo?

El amurallamiento del propio mundillo, que ya ha durado bastante, no puede salvar a la Iglesia, ni conviene a una Iglesia cuyo Señor murió fuera de las puertas de la ciudad como recalca la carta a los Hebreos, para añadir: “Salgamos, pues, hacia él delante del campamento y llevemos con él su ignominia” (Heb 13, 12 s). “Afuera”, delante de las puertas custodiadas de la ciudad y del santuario, está el lugar de la Iglesia que quiera seguir al Señor crucificado. No puede caber duda de lo que, partiendo de aquí, podrá decirse de los bien intencionados esfuerzos de quienes tratan de salvar a la Iglesia salvando la mayor parte posible de tradiciones; de quienes a cada devoción que desaparece, a cada proposición de boca papal que se pone en tela de juicio barruntan la destrucción de la Iglesia y no se preguntan ya si lo así defendido puede resistir ante las exigencias de verdad y de veracidad.

En lugar de hacerse esta pregunta nos gritan: ¡No demoláis lo que está construido; no destruyáis lo que tenemos; defended lo que se nos ha dado!... ¿Es que no se enfrentan, en cierto grado, también entre nosotros, el relativismo de una ciencia de las religiones que corresponde a la inteligencia, pero deja vacíos los corazones, y el estrecho ghetto de una ortodoxia, que a menudo no sospecha lo ineficaz que es entre los hombres y que, en todo caso, se hace a sí misma tanto más ineficaz cuanto con mayor obsesión defiende su propia causa?

Es evidente que así no puede realizarse la renovación de la Iglesia. El intento falló ya en el celoso Pablo IV, que quiso anular el Concilio de Trento y renovar la Iglesia con el fanatismo de un zelota” (pp. 307-310).

“Pedro está dentro, no fuera, de este primer colegio… Los “poderes extraordinarios” de los Apóstoles, es decir, la ordenación ilimitada de cada uno de ellos a la Iglesia universal (sin limitación a un obispado determinado), dependen de la unicidad del apostolado que como tal no se transmite. Los obispos son obispos, y no apóstoles; el sucesor es algo distinto de aquél de quien se toma la sucesión. Esta misma irrepetibilidad vale, sin embargo, teóricamente también para la relación Pedro-papa. Tampoco el papa es apóstol, sino obispo; tampoco el papa es Pedro, sino papa precisamente, que no está en el orden de origen, sino en el orden de sucesión… El papa sucede al apóstol Pedro y recibe así el oficio de Pedro de servir a la Iglesia universal; el obispo, en cambio, no sucede a un apóstol particular, sino, con el colegio de obispos y por él, al colegio de los Apóstoles…

El papa no es que, además de tener una misión de cara a la Iglesia universal, sea también por desgracia obispo de una comunidad particular, sino que sólo por ser obispo de una iglesia puede ser precisamente “episcopus episcoporum”, de forma que todas las iglesias han de orientarse por la sola iglesia de Roma… El pensamiento colectivo de que el colegio episcopal entero como tal es sucesor del colegio de los Apóstoles, en vano se buscará por lo menos en los primeros cuatrocientos años” (pp. 203-207).

2. EL NACIMIENTO DEL PRIMADO

El profesor Ratzinger estudia a fondo el nacimiento del que él llama “primado en el sentido del centralismo estatal moderno”. El origen se halla en las órdenes mendicantes que se desligan de la obediencia al obispo local y se vinculan directamente al papa:

“Ello significa que ahora, de golpe, en todo el mundo cristiano se movía una tropa de sacerdotes que estaban inmediatamente sometidos al papa sin el eslabón inmediato de un prelado local. Es evidente que este proceso cobraba importancia muy por encima del plano de la vida religiosa. El proceso significa, en efecto, que el centralismo realizado por de pronto como una novedad dentro de las órdenes religiosas iba a trasladarse igualmente a la iglesia universal, que ahora, y sólo ahora, se concebía en el sentido de un Estado central moderno. Con ello acontece ahora al primado algo que hoy día nos parece caerse de su peso, pero que en modo alguno se sigue necesariamente de su esencia; y es que ahora, y sólo ahora, se entiende el primado en el sentido del centralismo estatal moderno” (p. 65).


Rechazo del centralismo papal

Como era de suponer, esta novedad, tras una estructura milenaria más o menos federal, de la Iglesia, encontró enseguida sus contradictores. El principal de ellos fue Guillermo de Saint-Amour. Este autor acudía al principio fundamental de la “jerarquía” según el Seudo-Dionisio:

“Según este principio, a ninguna jerarquía se le podía permitir intervenir en el orden total jerárquico, sino que cada una podía influir únicamente sobre la jerarquía que estaba inmediatamente debajo de ella. Este principio tenía que resultar en su aplicación como esencialmente antipapal. Exigía, por así decirlo, la observación del principio de subsidiaridad en la Iglesia y vedaba, por tanto, que el papa se saltara la autoridad episcopal, como sucedía efectivamente en el caso de las licencias de predicar y confesar concedidas a los frailes mendicantes organizados en sistema centralista…

Ya en el tratado De periculis novissimorum temporum recalca Guillermo con énfasis la falibilidad teórica del papa, que él demuestra por el Decretum Gratiani y por el Liber extra… Si en el tractatus brevis la tesis de la falibilidad del papa todavía se movió entre generalidades, luego indicó que el papa también puede caer en la herejía y que, en tal caso, debe negársele la obediencia. Tal habría acontecido efectivamente en tiempo de San Hilario” (pp. 66-68).

Papalismo de San Buenaventura

El profesor Ratzinger hace un sustancioso estudio sobre el pensamiento de San Buenaventura con respecto al primado papal. El santo franciscano se agarraba al AT, donde había un sumo sacerdote, para deducir de ahí, por vía de minori ad majus, que en el NT también lo tiene que haber y que, en concreto, es el papa:
“En este punto resulta a la vez evidente la debilidad y hasta el peligro del pensamiento jerárquico de Buenaventura, inicialmente tan luminoso. Porque ¿pueden trasladarse realmente todos los datos del AT sin más al Nuevo con un “cuánto más” eminentiore modo? ¿O no habrá más bien que borrar muchas cosas via negationis? Cabe preguntar, sobre todo, si pareja argumentación, precisamente respecto de la dignidad sumosacerdotal, no está directamente vedada por la carta a los Hebreos. Porque según las claras palabras de este texto, el equivalente neotestamentario del sumo sacerdote de la antigua alianza no está representado por sacerdote alguno puramente humano, sino por el sumo sacerdote Cristo, definitivo y en verdad único” (Heb 4,14; 10,18).

El profesor Ratzinger hace una sustanciosa valoración teológica de este “papalismo” de San Buenaventura:


a) “El intento de interpretar la realidad del primado por el concepto de reducción debe calificarse de desafortunado y peligroso. Amenaza con colocar al papa en un puesto que en verdad sólo corresponde a Cristo. Así, este intento no puede justificarse, aunque puede comprenderse por el impulso total del sistema”.
b) “La designación del papa como summus hierarca que de pronto puede parecer brillante, es también peligrosa dentro de una estricta inteligencia del concepto de jerarquía desde el sistema dionisíaco”.
c) “El papa no es vicarius Christi en el sentido de que esté ahora en lugar del Cristo histórico que vivió sobre la tierra, sino, más bien, de suerte que representa exteriormente al Señor que vive y reina ahora, y actualiza su presencia” pp.74-79).


3. PRIMADO Y EPISCOPADO

El profesor Ratzinger estudia la evolución del primado dentro de su ambiente natural, que es, sin duda, el episcopado. Para ello empieza por rastrear el origen de la misma expresión:

“La palabra primatus (proteía) aparece, en cuanto se me alcanza, en el canon seis del Concilio de Nicea, donde curiosamente está en plural y no describe sólo la función de Roma, sino al mismo tiempo la de Alejandría y Antioquía, no expresando, por tanto, un problema referido exclusivamente a la sede romana” (pp. 138-146).

En la evolución de las relaciones primado-episcopado después de Nicea el profesor Ratzinger destaca la intervención que, en el siglo XII, tuvo el obispo Nicetas de Nicomedia en sus diálogos con Anselmo de Havelberg. Ratzinger califica de “grandiosa” esta intervención del obispo oriental, que copia literalmente:

“Roma, sede eminentísima del imperio, obtuvo la primacía, de suerte que se llamó primera sede y a ella apelaron todas las demás en las disciplinas eclesiásticas, y lo que no se comprende en reglas fijas quedó sometido a su juicio. Sin embargo, el romano pontífice no se llamó príncipe de los obispos ni sumo sacerdote ni cosa por el estilo, sino sólo obispo de la primera sede.

Pero la iglesia romana, a la que nosotros no negamos ciertamente la primacía entre hermanos, se ha separado de nosotros por su sublimidad, al asumir la monarquía (lo que no era su oficio) y, dividido el imperio, ha dividido también a los obispos de Oriente y Occidente. Nosotros no discordamos en la misma fe católica de la iglesia romana; sin embargo, como quiera que en estos tiempos no celebramos concilios con ellas, ¿cómo vamos a aceptar sus decretos que se dan sin nuestro consejo y hasta sin nuestro conocimiento? Porque si el romano pontífice, sentado en el alto trono de su gloria, quiere tronar contra nosotros y desde su alto puesto dispararnos, por así decirlo, sus decretos y juzga no por nuestro consejo, sino por su beneplácito y propio arbitrio, de nosotros y de nuestras iglesias y hasta impera sobre ellas ¿qué fraternidad y hasta qué paternidad puede ser ésa? En tal caso podríamos llamarnos y ser verdaderos esclavos y no hijos de la Iglesia… Sólo él deberá ser obispo, sólo maestro, sólo preceptor, sólo él deberá responder, como único buen pastor, ante Dios de todo lo que se le ha confiado. Mas si quisiere tener cooperadores en la viña del Señor, manteniendo desde luego su primado en su exaltación, gloríese de su bajeza y no desprecie a sus hermanos, a los que la verdad de Cristo engendró no para la servidumbre, sino para la libertad en el seno de la madre Iglesia”.


Comparando los orígenes primitivos de los patriarcados con el más reciente del cardenalato, el antiguo profesor de Tubinga escribe:

“El patriarcado es una institución de la Iglesia universal que designa a los obispos de las iglesias principales, llamados originalmente “primados” y que, consiguientemente, afectaba a la manera con que se reguló la unidad de la Iglesia en las grandes extensiones eclesiásticas y la unión entre ellas. Ahora aparece a ojos vista el cardenalato como un oficio de la Iglesia universal… Desde el siglo XIII el cardenal está por encima del patriarca, de suerte que éste sube de honor cuando se le hace cardenal… Finalmente surge la idea de que los cardenales son los verdaderos sucesores de los Apóstoles, porque éstos habrían sido cardenales antes de haber sido hechos obispos” (pp. 148-154).


En una palabra, en todo este problema de las relaciones entre primado papal y episcopado, “a lo que debe más bien aspirarse es a la pluralidad en la unidad y a la unidad en la pluralidad. En este sentido, la conjunción de las posibilidades del principio colegial (consejo episcopal, conferencia episcopal, etc.) con las del primado y su intercambio constante debieran, sobre todo, ser capaces de posibilitar la recta respuesta a las exigencias actuales. El primado necesita del episcopado, pero también el episcopado del primado; y uno y otro deberían enjuiciarse cada vez menos como rivales y cada vez más como complementarios” (pp. 159-163)

4. PRIMADO Y CONCILIO

En las relaciones entre primado y concilio el profesor Ratzinger hace unas sabrosas observaciones que vamos a resumir. En primer lugar, el oficio eclesiástico es “colegial” por institución:

“No se confiere al individuo como individuo, sino con miras a la comunidad; sólo puede poseerse comunitariamente, como inserción en un collegium. Por eso, el concilio no es, por esencia, otra cosa que la realización de la colegialidad”.
De esta consideración se sigue que el servicio de los obispos representa el magisterio normal ordinario de la Iglesia:

“Este magisterio no es ciertamente (a Dios gracias) infalible en todas sus manifestaciones particulares; quiere, efectivamente, traducir la palabra a la vida y presentarla de un modo concreto a los hombres… La infalibilidad normal de la Iglesia tiene forma colegial; lo otro es “extraordinario”. Por eso “la infalibilidad del papa no existe per se, sino que ocupa un lugar perfectamente determinado y limitado y, en modo alguno, exclusivo, dentro del marco de la presencia perenne de la palabra divina en el mundo”.
Pero la cuestión, dice Ratzinger, es saber en qué relación están estos dos datos: concilio infalible y papa infalible.

“El llamado papalismo o curialismo desde la aparición de la órdenes mendicantes en la alta Edad Media, se mostró pujante y ganó posteriormente nueva importancia en la época de la restauración. El papalismo declara, a la inversa, que los obispos son únicamente de derecho papal, órganos ejecutivos del papa, de quien en exclusiva reciben su jurisdicción y junto al cual no representarían, por tanto, ningún orden especial en la Iglesia. El Concilio Vaticano I declaró heréticos ambos puntos de vista”.

Y concluye el profesor Ratzinger:

“Según esto, el primado del papa no puede entenderse de acuerdo con el modelo de una monarquía absoluta, como si el obispo de Roma fuera el monarca, sin limitaciones, de un organismo estatal sobrenatural, llamado “Iglesia” y de constitución centralista… El primado supone la communio ecclesiarum y debe entenderse, desde luego, partiendo únicamente de ella” (pp. 23-51).

5. PREGUNTAS

José M. González Ruiz concluye su trabajo con una serie de preguntas al Cardenal Ratzinger, que ahora se podrían dirigir al Papa Benedicto XVI. Entre ellas escojo dos, a las que añado por mi cuenta otras dos:

a. Preguntas de D. J. M. González Ruiz

1. ¿Qué hace hoy la cúspide de la Iglesia católica romana, sobre todo la Curia, por despojarse de aquellas “insignias de los funcionarios romanos que no tuvieron inconveniente en colgarse”? ¿Cuál es la actitud de la actual Curia romana para impedir que no surjan de nuevo otros “Syllabi”, como “los de Pío IX y Pío X, de los que dijo Harnack, exagerando desde luego, pero no sin parte de razón, que con ellos condenaba la Iglesia la cultura y ciencias modernas, cerrándoles la puerta”, con lo cual –Vd. mismo añade– “se quitó a sí misma la posibilidad de vivir lo cristiano como actual, por estar excesivamente apegada al pasado? (pp. 404-405).
2. ¿No cree que hoy se da de nuevo el peligro de “fariseísmo” y “qumranismo”, por Vd. tan valientemente denunciados, y que estamos a punto de caer el “el estrecho ghetto de una ortodoxia que a menudo no sospecha lo ineficaz que es entre los hombres y que, en todo caso, se hace a sí misma tanto más ineficaz cuanto con mayor obsesión defiende su propia causa”? ¿Es que hoy no podría también repetirse el caso del “celoso Pablo IV, que quiso anular el Concilio de Trento y renovar la Iglesia con el fanatismo de un zelota” (pp. 307-310)?

b. Preguntas de X. Pikaza

1 J. Ratzinger se refiere al papa Pablo IV (1555-1559), el gran Pietro Caraffa, teatino ilustre…, que tuvo miedo del Concilio de Trento, y quiso asegurar por encima del todo el poder del papa, llamándole “celoso y celota”, en el sentido duro del término. Es claro que Benedicto XVI no puede compararse a Pablo IV, pero me gustaría saber lo que hoy piensa de él, de la historia de los papas, preguntándole si está dispuesta a cambiar de raíz la Curia Romana y el Colegio de Cardenales, como quería el año 1969.

2. En su libro del 1969, J. Ratzinger quería “reformar la Iglesia” desde el espíritu del Vaticano II, en la línea de San Agustín (no en la clave de la jerarquía mística de San Buenaventura). Pienso que en los últimos años, como Papa, él ha querido fundar la Iglesia en el mensaje y camino de Jesús, sobre el que ha escrito dos libros… Estoy convencido de que él quiere seguir en esa línea, aunque encuentra dificultades (quizá en la Curia Vaticana, quizá en la realidad de la Iglesia…). Me gustaría preguntarle de una forma más concreta ¿cómo se pasa de Jesús –su Jesús-- a esta Iglesia? Espero que responda en el tercero o cuarto de sus libros sobre Jesús, que está preparando.

Sea cual fuere su respuesta del Papa, me he sentido muy bien releyendo el resumen de su libro de 1959, tal como lo ha elaborado J. J. González Ruiz.
Publicada en “Misión Abierta” 2(1987)106-120




GONZÁLEZ RUIZ, J. M. (1916-2005).

Pensador y teólogo católico español, que ha influido de manera intensa en la transformación del pensamiento y de la vida de la iglesia hispana en la segunda mitad del siglo XX. Estudió en la Universidad Gregoriana y en el Instituto Bíblico de Roma. Fue profesor del Seminario de Málaga, y ha sido el teólogo español que ha tenido más influencia en Concilio Vaticano II (1962-1965), donde participó como perito, al lado de otros teólogos después famosos como J. Ratzinger, influyendo de un modo importante en el Esquema XIII (Gaudium et Spes). Sus obras pueden dividirse en dos grupos.

1. Investigación y divulgación bíblica. González Ruiz ha sido ante todo un exegeta, alguien que ha querido poner al alcance de un público más extenso los nuevos descubrimientos de la crítica y de la teología bíblica. Entre sus obras:

Evangelio según Marcos (Estella 1988);
Epístola de san Pablo a los Gálatas (Madrid 1971);
San Pablo. Cartas de la cautividad (Madrid 1956);
Apocalipsis de Juan. El libro del Testamento (Madrid 1987).


En todos ellas ha puesto de relieve al carácter liberador de la revelación, que no puede interpretarse desde unos esquemas greco-latinos, de tipo ontológico, que sacralizan el orden establecido, sino desde la raíz profética del judaísmo y del mensaje de Jesús, que ha de entenderse como fuente de libertad personal y social.

2. Trabajos sobre el compromiso cristiano. González Ruiz ha sido un hombre fiel a la libertad del evangelio, entendido como principio de maduración humana en el amor y en la responsabilidad de cada uno de los creyentes, y así lo ha mostrado en los años finales de la dictadura franquista y al comienzo de la nueva cultura democrática de España, a partir del año 1976. Son libros que influyeron de manera poderosa en la transformación de la mentalidad de miles de católicos, entre los años sesenta y noventa del siglo XX. Sin ellos no puede pensarse ni entenderse la transición española, desde el punto de vista de la Iglesia.Gran parte de esos libros llevan títulos significativos, que son como un programa de misión cristiana. Entre ellos:

El cristianismo no es humanismo (Barcelona 1968);
Dios está en la base (Barcelona 1970);
Dios es gratuito pero no superfluo (Madrid 1970);
La Iglesia que Jesús no quiso (Madrid 1972);
Creer a pesar de todo (Madrid 1973);
Creer es comprometerse (Madrid 1974);
Ay de mí si no evangelizare (Bilbao 1976).


González Ruiz ha querido poner de relieve que el cristianismo no es un monopolio de la Iglesia, ni de un tipo de teología especulativa, sino principio de salvación, tanto en plano social (de lucha en contra de un sistema) como en línea personal, de gratuidad y apertura al misterio, desde el gozo de la vida. Aquellos que le hemos conocido, los que hemos recibido su fuerte palabra de aliento evangélico en momentos de prueba damos gracias a Dios porque lo que él ha sido, como amigo, pensador y cristiano.

(Tomado de X. PIkaza, Diccionario de pensadores cristianos, Verbo Divino, Estella 2010).
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