Refundar la Iglesia: sobre los tres primeros concilios (Francisco y Tawadros)

Parte de la Iglesia Católica, ilusionada por la renovación que supuso el Vaticano II (1962-1965), quiere un nuevo concilio ecuménico. Otros, en cambio, se oponen.

(a) Unos porque piensan que en este momento (con los obispos actualmente “reinantes”) un concilio sería un retroceso de la Iglesia a posiciones anteriores.
(b) Otros responden que lo mejor sería dejar el Vaticano II, y volver a la iglesia preconciliar del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX.

El tema es urgente, pero mucho más urgente es todavía la vuelta al origen de la Iglesia (de las iglesias), para retomar su verdadero carácter “dialogal”, un tipo de concilio que sea de verdad universal, pudiendo convocar un concilio verdaderamente universal, que incluya no sólo a la tradición protestante (desde el 1517 hasta la actualidad) y la ortodoxa griega (del siglo XI a la actualidad), sino también la tradición de las iglesias coptas y sirias (las así llamadas “no calcedonenses”).


Eso nos obliga a retomar el complejo camino de la historia de las iglesias, no para rechazar lo que han sido las tradiciones posteriores separadas, de griegos ortodoxos, de latinos católicos y de protestantes, sino para centrarnos en la fe común de los tres primeros concilios, aceptados por católicos romanos, griegos ortodoxos, protestantes, coptos “monofisitas” y sirios “nestorianos”.

Se trata, pues, de reescribir la historia, retomando así el fondo evangélico de todas las iglesias, como indicaré en la línea del “pacto” entre el obispo de Roma y el de la Iglesia copta, sobre la base de los tres primeros concilios. Pienso que ese pacto ha sido uno de los acontecimientos cristianos del años 2017 (y de todo el siglo XXI), como podrá ver quien siga leyendo.

Iglesia conciliar

Durante casi trescientos años, la iglesia del Imperio Romano había vivido en condiciones de marginación o clandestinidad, de manera que sus obispos no necesitaron (ni pudieron) celebrar concilios universales, pues la “reunión” del año 49 en Jerusalén (cf. Gal 2; Hch 15) tuvo otro sentido, lo mismo que los muchos sínodos parciales que se fueron celebrando en algunas zonas como Cartago (años 220, 251, 252 etc.). Sólo tras la paz de Constantino (313 d. C.), y con ocasión de las disensiones sobre la condición humana y/o divina de Jesús (arrianismo), fueron necesarios y posibles los concilios, que se celebraron con el apoyo de la autoridad imperial.

Estrictamente hablando, los siete (ocho) primeros concilios tuvieron carácter imperial pues fueron convocados por el “basileus” romano de oriente (Bizanci
o), aunque fueron ratificados y aceptados por el conjunto de las iglesias (a excepción de las monofisitas y nestorianas, que no aceptaron más que los tres primeros). Desde el siglo XI los que nosotros, en occidente, llamamos “concilios ecuménicos” son sólo concilios romanos, en la línea de la iglesia católica (incluidos los de Letrán, Trento y Vaticano I y II)

Tres primeros concilios, todas las iglesias

En la base del cristianismo se encuentran sólo los tres primeros concilios, aceptados por el conjunto de las iglesias, desde una perspectiva helenista… En ese sentido, estos tres primeros concilios podrían y deberían ser también revisados, desde una perspectiva de nuevo pacto con el judaísmo (en la línea del llamado “Concilio de Jerusalén”, del año 49/50 d. C.).


1. Nicea: 325. Divinidad de Jesús.Convocado por Constantino, condenó la herejía de Arrio, definiendo la divinidad de Jesucristo. Sentó las bases de lo que se llamará el símbolo niceno-constantinopolitano, y en su parte cristológica confiesa: «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente... y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre» (Den-H. 125). Marca toda la experiencia teológica de la Iglesia de la Gran Iglesia.

2. Constantinopla I: 381. Divinidad del Espíritu Santo. Bajo presidencia de Teodosio, definió la divinidad del Espíritu Santo y puede considerarse una continuación del de Nicea, pues ha fijado el credo niceno-constantinopolitano, añadiendo las palabras básicas: «Y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede el Padre…y que con el Padre y el Hijo es adorado…» (Denz-H. 150) Su “credo” ha fijado la formulación básica del cristianismo en categorías ontológicas (griegas), con los valores (y posibles riesgos) que ello implica.

3. Éfeso: 431. María, Madre de Dios. Convocado por Teodosio II, contra la herejía de Nestorio, que parecía distinguir y dividir en Jesús lo humano y lo divino. Puso de relieve la unidad personal de Jesús, y presentó a María su Madre como theotokos, “Madre de Dios” (Denz-H. 25-273). Fue más discutido que los anteriores y su propuesta y chocó y sigue chocando con resistencias, pues no se formuló a través del diálogo entre las diversas partes, sino por imposición de una de ellas (el partido de Alejandría)


Los cuatro siguientes concilios: Bizancio y Roma (las iglesias calcedonenses)

Los cuatro siguientes concilios han sido básicamente aprobados y ratificados sólo por las dos grandes iglesias “imperiales”, la de Bizancio (ortodoxia griego) y la de Roma (ortodoxia latina). Por motivos distintos no han sido aceptados por las dos iglesias que fueron al principio las más importantes, la de Alejandría (copta/egipcia) y la de Antioquía (siria, oriental). El tema de fondo es la manera de entender la humanidad y divinidad de Jesús, a partir del concilio de Calcedonia, que no fue ya aceptado por sirios y coptos.

Griegos bizantinos y romanos llegaron a un acuerdo, que sigue siendo vinculante para ellos (para nosotros), pero que no ha sido aceptado y ratificado, por diversas razones, por egipcios y sirios. Esa disputa sobre el “dogma del cuarto concilio” sigue siendo un asunto pendiente de las iglesias, como han sabido y saben los grandes teólogos. Estrictamente hablando no se trata de “herejías”. Ni romanos ni griegos podemos llamar herejes a los sirios y egipcios, ni tampoco lo contrario. Se trata de matices en la forma de entender la humanidad y divinidad en Cristo. Unos matices que deberán ser estudiados y aclarados en el futuro, para bien de la Iglesia.

4. Concilio de Calcedonia 451. Humanidad y divinidad de Jesus. Convocado por el emperador Marciano, fue el último de los grandes concilios “dogmáticos” y fijó definitivamente (para las iglesias ortodoxas de Roma y Bizancio) el dogma cristológico, distinguiendo las dos naturalezas de Jesús (Dios verdadero, hombre verdadero), poniendo de relieve su unidad personal. Su formulación puede parecer demasiado racional (lógica), de forma que debe completarse a partir de la experiencia de los evangelios. No lo aceptaron nestorianos y monofisitas.

5. Constantinopla II: 553. Humanidad de Jesús,contra todas las herejias Fue el concilio de Justiniano, y se desarrolló de un modo programático, para dictar la condena de “todas las herejías”. Reafirmó la doctrina de los concilios anteriores, fijando la teología trinitaria (distinguiendo y vinculando las “personas” de Dios) y la doctrina cristológica (divinidad y humanidad de Jesús). Condenó de nuevo el monofisismo o doctrina de los que suponen que la naturaleza humana de Jesús ha quedado absorbida en la divina y se ha opuesto, de forma quizá poco respetuosa, al pensamiento de Orígenes, al que acusa de helenismo.

6. Constantinopla III: 680-681. Voluntad y acción humana de Jesús. Contra monoteletas y monoenergetas, defiende la voluntad y acción humana de Jesús. Convocado y presidido por Constantino IV, insiste en la integridad humana de Jesús, contra aquellos que le toman como teofanía superior, sin verdadera interioridad, sin autonomía y creatividad humana. De esa forma lleva a sus últimas consecuencias el dogma de Calcedonia condenando de manera radical el riesgo de un monofisismo, esto es, la visión de un Jesús Dios sin verdadera humanidad. Quizá debe añadirse que, a pesar de su “ortodoxia” teórica, parte de la Iglesia posterior ha sido y sigue siendo contraria a este concilio, pues no acaba de asumir y entender las implicaciones de la humanidad histórica de Jesús.

7. Nicea II: 787. Veneración de las imágenes.Contra los iconoclastas. Convocado por la emperatriz Irene, rechazó la doctrina de aquellos que condenaban el culto a las imágenes de Jesús, de la Virgen y de los santos. En el fondo de esa actitud latía el riesgo de negar la humanidad de Jesús, para centrarse sólo en la absoluta trascendencia de Dios, sin encarnación (en una línea más concorde con el judaísmo y el Islam). Es el último de los concilios ecuménicos, admitidos por todas las iglesias, y ha sido esencial para la piedad de los cristianos orientales y occidentales (aunque algunos grupos protestantes han vuelto a rechazar el culto a las imágenes).

Éstos siete son los siete (con el 8º, algo especial) son los concilios ecuménicos de las dos grandes iglesias “imperiales” (de Bizancio y Roma), pues los siguientes, que la Iglesia católica toma como ecuménicos (hasta el Vaticano II), son sólo de la Iglesia occidental, y está determinados básicamente por la autoridad del Pap
a, que de hecho se ha situado por encima del mismo Concilio. En estos siete primeros concilios, convocados y, en algún sentido, presididos por el emperador, las Iglesias se definieron y organizaron en línea de comunión de comunidades, dando la última palabra a los obispos reunidos, de manera que ellos pudieron definir por consenso la propia identidad cristiana en temas de fe y de convivencia creyente.

Vuelta al principio. Los tres primeros concilios.

Declaración conjunta de S. S. Francisco y S. S. Tawadros II



Había comenzado mi trabajo sobre los cristianos coptos retomando algunas ideas básicas del Discurso de Santidad Francisco, papa de Roma, en su visita a la iglesia y comunidad copta de Egipto el pasado 28 de abril del 2017. A fin de situar mejor ese discurso he presentado una historia y semblanza general de la iglesia copta, desde sus principio hasta la conquista musulmana de Egipto, el año 641/642 d. C.

Para ser completo, ese trabajo debería extenderse en la línea de los siglos posteriores de la Iglesia Copta, con su historia inmensa de fidelidad a la tradición, en medio de grandes dificultades, una historia ejemplar de resistencia activa, que puede y debe convertirse en principio de una nueva etapa de comunión entre las iglesias, de diálogo con el Islam y de evangelización creadora, superando la actitud actual de enfrentamiento entre las comunidades cristianas y musulmanas de Egipto y de todo el Oriente.

La iglesia copta es un laboratorio de humanidad y de evangelio, y todos los viajeros, cristianos o no cristianos, que visitan Egipto o habitan allí por un tiempo conocen y valoran el testimonio de comunión y acogida, de libertad y de apertura de los cristianos coptos. En ese contexto, en esperanza el futuro, quiero terminar citando algunos textos básicos de la Declaración conjunta de S. S. Francisco y de S. S. Tawadros II del 28, 4, 2017 (cf. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2017/april/documents/papa-francesco_20170428_egitto-tawadros-ii.html).

El tema que aquí quiero poner de relieve es el de los “tres primeros concilios”, que forman la base para la comunión de fe entre todos los cristianos. Ellos forman la base de nuestra visión de Jesús y de la Iglesia, el principio de un acuerdo posible entre todas las iglesia, sobre la base de la revelación de Dios en Jesús, con la confesión de su divinidad y de su realidad humana, como hijo de Dios, nacido de la Virgen María.

1. Nosotros, Francisco, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica, y Tawadros II, Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos, damos gracias a Dios en el Espíritu Santo porque nos ha concedido la gozosa oportunidad de encontrarnos una vez más para intercambiar nuestro abrazo fraternal y unirnos de nuevo en una misma oración. Damos gloria al Todopoderoso por los vínculos de fraternidad y amistad que unen la Sede de San Pedro y la Sede de San Marcos…
2. Nuestro profundo vínculo de amistad y fraternidad tiene su origen en la plena comunión que existía entre nuestras Iglesias en los primeros siglos y que se fue expresando de muchas maneras a través de los primeros Concilios Ecuménicos, remontándose al Concilio de Nicea en el año 325 y a la contribución del valeroso Padre de la Iglesia san Atanasio, que se ganó el título de «Defensor de la Fe».

(Los dos papas reconocen así la comunión de fe y de vida que existió en la antigüedad entre sus iglesias, por encima de las separaciones posteriores. Ambas valoran sus raíces apostólicas y la fe común, fundada en la confesión del Concilio de Nicea y en la contribución de San Atanasio, Padre común de la fe).

7. Mientras caminamos hacia el día bendito en que finalmente podamos reunirnos en torno a la misma mesa Eucarística, podemos cooperar en muchas áreas y demostrar de manera tangible lo mucho que ya nos une. Podemos dar juntos un testimonio de los valores fundamentales como la santidad y la dignidad de la vida humana, la santidad del matrimonio y de la familia, y el respeto por toda la creación, que Dios nos ha confiado…
8. Compartimos también la misma preocupación por el bienestar y el futuro de Egipto. Todos los miembros de la sociedad tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de la nación, pudiendo disfrutar de una ciudadanía plena y equitativa, y colaborar en la construcción de su país.
9. Las trágicas experiencias y la sangre derramada por nuestros fieles, que han sido perseguidos y asesinados por la única razón de ser cristianos, nos recuerdan aún más que el ecumenismo del martirio es el que nos une y nos anima en el camino hacia la paz y la reconciliación. Porque como escribe san Pablo: «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1Co 12, 26).


(Los dos papas se vinculan en la línea de un ecumenismo práctico, centrado en el compromiso por los valores humana, especialmente en Egipto, respondiendo con amor a la violencia de aquellos que pretenden imponer su religión por la fuerza. En esa línea abogan por el ecumenismo del martirio, al servicio de la vida y dignidad no sólo de todos los cristianos, sino de todos los creyentes y los seres humanos).


11. Hoy, nosotros, Papa Francisco y Papa Tawadros II, para complacer al corazón del Señor Jesús, así como también al de nuestros hijos e hijas en la fe, declaramos mutuamente que, con una misma mente y un mismo corazón, procuraremos sinceramente no repetir el bautismo a ninguna persona que haya sido bautizada en algunas de nuestras Iglesias y quiera unirse a la otra. Esto lo confesamos en obediencia a las Sagradas Escrituras y a la fe de los tres Concilios Ecuménicos reunidos en Nicea, Constantinopla y Éfeso.

(Desde un punto de vista teológico y eclesial, éste es el punto más significativo de la declaración, no por lo que dice simplemente, sino por lo que omite. No hay aún comunión plena entre las iglesias, no hay eucaristía compartida, pero hay comunión de bautismo, lo que implica un reconocimiento básico de las dos comunidades. Pero más significativo es todavía lo que aquí se omite.
Este número retoma y asume la confesión de fe de los tres primeros concilios, pero omite significativamente el cuarto, el de Calcedonia, como si aún no hubiera sido plenamente interpretado y aceptado por las iglesias, en la línea de todo lo que he venido diciendo en las reflexiones anteriores. Éste es un tema abierto a la reflexión, a la oración y a la vida de las comunidades cristianas. Pero con esto nos situamos ante una apuesta y camino de futuro, que ha de tener grandes consecuencias para la vida de los cristianos).
Volver arriba