28.6.23. San Ireneo. La iglesis es "historia" (comunidad social), la salvación es carne (caro, cardo salutis)

Es el más conocido de los apologistas del siglo II. Era natural de Esmirna (actual Turquía), donde fue discípulo de Policarpo († 156). Pero se trasladó a Lyon, en la zona del Ródano, en las Galias, donde había una fuerte colonia griega y donde, hacia el 177, fue ordenado presbítero de la Iglesia, siendo enviado a Roma para colaborar en la búsqueda de una reacción común ante el riesgo del montanismo. A su vuelta fue elegido obispo de su comunidad, amenazada de persecución. Su vida y acción se puede comparar con la de Justino.  

A continuación presento dos versiones de su vida y obra, una toma de Patrística y otra del Diccionario de pensadores cristianos.

Curso de Teología Patrística: Historia Y Doctrina De Los Padres De La Iglesia (Coleccion Raices)

PATRISTICA.IRENEO DE LYON (±140-200 d.C.)[1].

 Es el más conocido de los apologistas del siglo II. Era natural de Esmirna (actual Turquía), donde fue discípulo de Policarpo († 156). Pero se trasladó a Lyon, en la zona del Ródano, en las Galias, donde había una fuerte colonia griega y donde, hacia el 177, fue ordenado presbítero de la Iglesia, siendo enviado a Roma para colaborar en la búsqueda de una reacción común ante el riesgo del montanismo.  

Ireneo de Lyon (±140-200).

San Ireneo de Lyon - InfoVaticana

A su vuelta de Roma fue elegido obispo de la comunidad de Lyon amenazada de persecución. Como teólogo y obispo, preocupado por la fidelidad de las iglesias al pasado de Jesús, Ireneo realizó una labor teológica y pastoral que resulta única en la historia antigua de la Iglesia, por su forma de exponer las doctrinas de los maestros → gnósticos, para refutarlas. Hasta los descubrimientos de Nag Hammadi (año 1945), él ha sido (y en parte sigue siendo) la mejor fuente para el conocimiento de la gnosis, pues las informaciones que ofrece se muestran fiables.

Fuentes del pensamiento cristiano. Ireneo es, ante todo, el testigo e impulsor de una iglesia que quiere mantenerse fiel a la tradición anterior, que proviene de los primeros cristianos “apostólicos”, vinculados a Pedro y Pablo, una tradición que debe organizarse ya en forma institucional (con unos obispos responsables de las comunidades y con una Escritura canónica, que se oponga a las doctrinas variables de los gnósticos). Él sido quien mejor ha respondido a los gnósticos, ofreciendo una visión sobria y firme de los elementos básicos de la teología de la Gran Iglesia, con sus implicaciones sociales y sus vínculos institucionales.

A su juicio, un verdadero discípulo de Jesús (un cristiano eclesial) tiene que superar los "mitos" y genealogías divinas de los que hablaban los gnósticos extra-eclesiales, para descubrir y afirmar que Dios es puramente bueno (no hay en él dualidad de bien-mal), siendo trascendente (no hay en él dualidad de lo masculino-femenino).

Pues bien, ese Dios bueno y trascendente, creador de todas las cosas se identifica con el Señor (Yahvé) del Antiguo Testamento y con el Padre de Jesús, que sigue actuando por el Espíritu en la Iglesia. Más que un inventor de temas teológicos, al estilo de la gnosis que se desarrolla fuera de la Gran Iglesia, Ireneo es un testigo de la fe tradicional; no quiere inventar nada, sino mantener y entender lo que ha recibido de los cristianos anteriores, ofreciendo así las bases de lo que será la teología trinitaria de la iglesia, centrada en Dios Padre, en su Verbo-Logos que es Cristo y en su Espíritu (que se manifiesta en la vida de la Iglesia), dejando a un lado todas las genealogías, rupturas y recomposiciones divinas.

Frente al gnosticismo que tiende a negar la historia, oponiendo un orden superior/eterno a este mundo cambiante de fenómenos, Ireneo ha entendido el cristianismo como expresión de un camino histórico que lleva a los creyentes, salvados en su “carne” (historia), hacia la culminación definitiva de esa historia, recuperando de esa forma el mesianismo israelita. Desde ese fondo quiero presentar algunos textos y temas básicos de su pensamiento, en contraste con el gnosticismo.

Para los gnósticos, la teología constituye el tema y motivo de una especulación sobre los procesos internos de la realidad divina, que se escinde y divide, para volver a integrarse en la unidad originaria a través de un movimiento de caída, ruptura y retorno. En contra de eso, los cristianos verdaderos (discípulos carnales y espirituales de Cristo) no conocen a Dios por especulación, sino de un modo más alto y seguro, a través de la Escritura, dentro de la Iglesia, abriendo así un camino histórico de salvación.Éstas son, a su juicio, las fuentes de la teología cristiana:

  1. «(a) La enseñanza de los apóstoles;
  2. (b) la doctrina original de la iglesia, extendida a través del mundo entero;
  3. (c) la sucesión de los obispos, a quienes los apóstoles pusieron al cargo de cada iglesia local. Hasta nosotros ha llegado la Escritura, que ha sido conservada de un modo inmutable y ello implica tres cosas: poseemos el número integral de las Escrituras, sin adición ni sustracción; realizamos una lectura de las Escrituras libre de engaño; y, de acuerdo con esas escrituras, poseemos una interpretación legítima, apropiada, exenta de peligro y de blasfemia» (Adversus Haereses, IV, 33, 7-8).

Hijo y Espíritu: manos de Dios. Los primeros en formular teorías sobre la “tríada divina” (con generaciones y procesos) han sido los → gnósticos, de forma que en el plano “teórico” (de las formulaciones teológicas) se puede afirmar que hubo una teología cristiana de tipo gnóstico, antes que de una teología trinitaria propia de la Gran Iglesia. Y eso por una razón muy simple: Los autores “eclesiásticos” no han tenido necesidad ni deseos de especular sobre Dios, pues les bastaba con repetir lo que dice la Escritura, manteniéndose en un plano pastoral, sin necesidad de especulaciones. Pero una vez que los gnósticos han comenzado a especular, tienen que hacerlo también los “eclesiásticos” y entre ellos uno de los primeros ha sido Ireneo.

Diccionario de pensadores cristianos

Al situarse ante los gnósticos, Ireneo ha de afirmar que también la iglesia debe ocuparse de la unidad y de la diversidad de Dios, del Dios en sí y de su manifestación en Cristo, elaborando de esa forma una teología. En este contexto, Ireneo se fija de un modo especial en el plural de Gen 1, 26 («hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza»).

Ciertos textos rabínicos suponían, según ese pasaje, que Dios está dialogando con los ángeles, antes de iniciar la creación del hombre. Ireneo, en cambio, piensa que, al hablar de esa manera, Dios está reflexionando consigo mismo (hablando con su propia capacidad de actuar). Para expresar mejor esa intuición, él introdujo la metáfora (¡se trata de un símbolo, no de un concepto!) de las dos manos del Padre, el Hijo y el Espíritu, que son como una expresión de su poder supremo, presidiendo no sólo la primera creación del hombre (como dice el Génesis), sino también la nueva creación, que se expresa y realiza por Cristo y el Espíritu Santo, tal como lo atestigua la Iglesia.

«Desde siempre están con él (con Dios) el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu. Por ellos y en ellos ha hecho Dios todas las cosas… Así, Dios se dirige a ellos (al Hijo y al Espíritu) cuando dice: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen 1, 26)… Según eso, no existe más que un Dios que ha hecho y organizado todas las cosas por medio del Verbo y de la Sabiduría. Él es el creador, él ha asignado este mundo al género humano… Por esta razón, en suma, y “no por la voluntad de la carne ni por la voluntad del hombre” (Jn 1, 13), sino por deseo positivo del Padre, las manos de Dios han hecho al hombre un ser vivo, para que Adán pueda convertirse en imagen y semejanza de Dios (Adversus Haereses, IV, 20, 1.3.4; V, 1.3)

Fe y acción trinitaria: mente de Dios. Ireneo interpreta la realidad desde una perspectiva trinitaria (Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo), pero vinculada siempre a la encarnación (de Cristo) y a la presencia salvadora del Espíritu Santo en la Iglesia. Por eso, no se atreve a hablar de la tríada en sí (o de la cuaternidad divina) en cuanto separada de la historia de los hombres. A su juicio, la profesión de fe trinitaria constituye la superación de las diferentes herejías y el documento de identidad del cristiano en el mundo, como muestra el texto siguiente:

«En aquello que concierne a los tres artículos fundamentales de nuestra profesión de fe, el error ha separado y ha llevado a muchos lejos de la verdad, porque: o desprecian al Padre; o no acogen al Hijo, entendiendo de manera falsa la economía de su encarnación; o no aceptan al Espíritu, despreciando de esa forma la profecía. Es necesario que nos guardemos de todas las personas de este tipo y de su doctrina, si es que pretendemos agradar a Dios y obtener la salud que él nos ofrece. Gloria a la Santa Trinidad entera y a la única Divinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que es siempre y totalmente providente, por los siglos. Amen» (Démonstration de la prédication apostolique, SCh 406, p. 221; Adversus Haereses. II, 28, 5).

La Trinidad se encuentra inscrita dentro del despliegue de Dios, de manera que, estrictamente hablando, Ireneo no quiere separar el plano de la inmanencia (Dios en sí) y el de la economía salvadora (actuación de Dios), como podrá hacerse tras Nicea. Esto no se debe sólo a que su teología es “primitiva”, sino al hecho de que las especulaciones ternarias sobre el despliegue de Dios en sí mismo están más vinculadas a los gnósticos, que creen saber cosas sobre el misterio interior de Dios, con sus genealogías y vinculaciones, que a los cristianos “eclesiásticos” como Ireneo, para quienes el único Dios que existe es el que se ha encarnado en Cristo y se ha manifestado a través del Espíritu. Eso no quiere decir que Dios y el mundo se identifiquen, pero el despliegue trinitario está vinculado con el surgimiento del mundo y el mundo aparece como expansión del misterio divino, en el Verbo y el Espíritu.

«No hay más que un solo Dios, quien por el Verbo y la Sabiduría, hizo y armonizó todas las cosas. Él es el Creador y es el que asignó este mundo al género humano. Es tan grande que le desconocen incluso los seres que Él ha hecho: pues nadie ha escrutado su elevación, ni entre los antiguos ni entre los contemporáneos. Sin embargo, en su amor, es siempre conocido gracias a Aquél por quien creó todas las cosas, que no es otro que su Verbo, nuestro Señor Jesucristo… Desde el principio, el Verbo anunció que los hombres verían a Dios, pues Dios viviría y conversaría con ellos en la tierra… para hacer de modo que le sirvamos en santidad y justicia todos los días de nuestra vida (cf. Lc 1, 68-79), para que, vinculado con el Espíritu de Dios, el hombre acceda a la gloria del Padre» (Adversus Haereses IV, 20, 4).

Pues bien, asumiendo los datos de la tradición anterior y enfrentándose a una gnosis que, a su juicio, lo confunde todo, Ireneo de Lyon realizó una labor de ajuste teológico y dogmático, asignando a cada persona divina una función propia en este mundo y en la nueva creación. «El Padre hace surgir a la vez a la creación y a su Verbo; y el Verbo, sostenido por el Padre, da el Espíritu a todos, cumpliendo así la voluntad del Padre… Y de ese modo vemos que hay “un solo Dios Padre, que está por encima de todas las cosas, que actúa a través de todas las cosas y está en todos nosotros” (Ef 4, 6).

Porque por encima de todas las cosas hay un Padre, y él es cabeza del Cristo; a través de todas las cosas actúa el Verbo, que es la cabeza de la iglesia; y en todas las cosas está el Espíritu y él es el agua viva que el Señor ha dado a quienes creen en él con rectitud, a los que aman y conocen que hay un solo Dios que está por encima de todas las cosas, que actúa a través de todas las cosas y que está en todos nosotros». (Adversus Haereses V, 18, 2. Paris 1984, 623-624).

Estructura eclesial. Ireneo es un testigo y defensor privilegiado de la Gran Iglesia Católica, a finales del siglo II, a diferencia de los gnósticos, que, a su juicio, destruyen no sólo el dogma de Dios, sino, y sobre todo, el orden social de la Iglesia y su camino en la historia. Para los gnósticos, la historia de los hombres carece de sentido, pues sólo importa la de Dios, que vive (cae y se reconcilia) en el interior de los creyentes. Por eso, ellos se desentienden de las estructuras exteriores de la Iglesia y de su compromiso social e histórico. En contra de eso, Ireneo quiere ser testigo de la historia concreta de la iglesia, en su realidad social, que es historia de los hombres, fundados en Dios, pero no historia de la caída y reconciliación interna de Dios. Porque sólo si estamos bien fundados en el pasado de la Iglesia podemos tender a su futuro, es decir, a la recapitulación final de todas.

Por eso le interesa la historia concreta de las iglesias, que han mantenido la fe que proviene de Jesús, a través de los apóstoles. De esa manera, él aparece como defensor de una tradición que se expresa y conserva en las iglesias que se han mantenido fieles a su origen, como la de Roma, que viene a presentarse como norma y/o ejemplo para el conjunto de las comunidades:

«La tradición de los apóstoles, manifestada en todo el mundo, pueden verla en cada iglesia todos aquellos que desean ver la verdad; y nosotros podemos enumerar los obispos establecidos desde los apóstoles en las iglesias y su sucesión hasta nosotros... Pero sería demasiado largo enumerar en esta obra las sucesiones de todas las iglesias. Por eso, nos fijaremos en la grandísima y antiquísima iglesia, conocida por todos, fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles: Pedro y Pablo.

Mostrando la tradición recibida por los apóstoles y la fe anunciada a los humanos hasta el día de hoy a través de la sucesión de los obispos confundiremos a todos los que, de cualquier manera.... se reúnen fuera de aquello que es justo (de la iglesia)... Porque con esta iglesia (de Roma), en razón de su origen más excelente, deben estar necesariamente de acuerdo todas las iglesias..., pues en ella se ha conservado siempre, para todos los humanos, la tradición que viene de los apóstoles. Después de haber fundado y edificado la iglesia, los bienaventurados apóstoles confiaron a Lino el servicio del episcopado... A él le sucede Anacleto. Después de él, en tercer lugar a partir de los apóstoles, recibió el episcopado Clemente...

A este Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo Alejando; después, como sexto después de los apóstoles, fue establecido Sixto; después de él Telesforo... Higinio, Pio, Aniceto, Sotero...Y ahora, en el puesto decimosegundo a partir de los apóstoles, tiene la función del Episcopado Eleuterio. Con este orden y sucesión ha llegado hasta nosotros la tradición que existe en la iglesia a partir de los apóstoles y la predicación de la verdad. Esta es la prueba más completa de que la fe vivificante de los apóstoles es una y la misma y que ha sido conservada y transmitida en la verdad» (Adversus Haereses 3, 3, 13).

La Iglesia se configura, según eso, como un cuerpo bien organizado «según la sucesión de los obispos, a los cuales los apóstoles confiaron cada iglesia local...» (Ad Her 4, 33, 8). Ireneo presenta así la doctrina después normativa, según la cual «los apóstoles confiaron las iglesias a los obispos... » (Ibid 5, 20, 1). Según eso, la Iglesia se identifica y define partiendo de la sucesión apostólica, que se expresa en los obispos de las grandes comunidades, que aparecen así sucesores directos de los apóstoles de Jesús, en especial los obispos de Roma y Esmirna, que son los que él mejor conoce. Su argumento es válido y sirve para fundar el carácter apostólico de las iglesias, aunque de hecho las listas que él ofrece no sean históricamente fiables, pues parece que los obispos monárquicos, en el sentido posterior de la palabra, sólo se han extendido por todas las iglesias a lo largo de la segunda mitad del siglo II d.C. Por otra parte, los dirigentes de la Iglesia de Roma que él ha citado (desde Pedro/Pablo hasta Eleuterio) son probablemente los presbíteros más significativos de esa comunidad, pues sabemos, por otras fuentes, que esa Iglesia ha sido muy tradicional y que ha estado durante mucho tiempo dirigida por presbíteros, de manera que del año 50 hasta el 150/160 no hubo en ella obispos en el sentido posterior de la palaba.

La Iglesia de Roma sólo aceptó el episcopado dos o tres decenios antes de Ireneo (hacia el 160). A pesar de ello, debemos afirmar que él tiene razón al hablar de sucesión apostólica, pues la iglesia ha sido fundada sobre el testimonio y acción de los doce “apóstoles”, es decir, de los primeros cristianos que crearon unas comunidades concretas de creyentes, en Jerusalén y Galilea, hasta que llegara el tiempo de la culminación mesiánica. Ireneo también tiene razón al afirmar que, en su tiempo, los obispos son garantes de fidelidad a la tradición: el establecimiento del episcopado, su extensión a las iglesias y la comunicación entre obispos ha empezado a ser y será en el futuro una de las razones fundamentales del triunfo de la ortodoxia católica.

Recapitulación. Ireneo ha sido el gran testigo del carácter “carnal”, es decir, histórico y social de la Gran Iglesia, en contra de los gnósticos que corrían el riesgo de diluirla en un tipo de espiritualismo al parecer superior, pero separado de la historia. Para nos gnósticos no existe principio ni meta de la historia, pues todo está inmerso en el gran despliegue y repliegue de Dios. En contra de eso, Ireneo sabe que las iglesias concretas, con sus nuevos obispos, portadores y conservadores de la tradición, se inscriben en un camino que lleva a la culminación de la historia, es decir, a la recapitulación de todas las cosas en Cristo.

Como dice Ireneo, los obispos han conservado de hecho la herencia de Jesús, han fijado el canon de la Biblia y han sido garantes de la verdad y pervivencia del cristianismo. Su función ha sido y probablemente seguirá siendo clave para el mantenimiento y misión universal del evangelio, pues ellos son ante todo garantes de unidad y continuidad cristiana, es decir, de búsqueda de un futuro de salvación. En el fondo, los gnósticos no quieren “salvar la historia”, sino salir de la historia, pues ellos no son de este mundo, sino que han descendido de otro más alto y aquí se encuentran cautivos y caídos. En contra de eso, Ireneo sabe que los hombres y mujeres no han caído de un mundo superior, sino que están aquí porque son mundo y como mundo (como historia) han de salvarse.

Dios no se ha encarnado en Jesús para sacarnos del mundo, sino para hacernos fieles a Dios a través del camino de la historia. Por eso, él ha querido recapitular todas las cosas en sí mismo (cf. Ef 1, 10), para renovarlas y conducirlas al reino de Cristo (cfr. Adversus Haereses III, 10, 8).

Esta recapitulación o cumplimiento de la historia de los hombres, en una meta donde viene a culminar el sentido de la creación primera y de la encarnación posterior de Cristo, constituye el proyecto original de Dios. Ciertamente, Ireneo sabe que existe el pecado pero, en contra de los gnósticos, afirma que ese pecado o caída no forma parte de Dios, sino que Dios es bueno y este mundo es básicamente positivo y puede ser (será) salvado por Dios en Cristo, a pesar del pecado de Adán (es decir, de la historia humana).

De esa manera ha formulado Ireneo el misterio de la “economía” de Dios, es decir, de su plan de salvación, que vincula en Cristo todo lo que existe, tanto el pasado como el futuro (Adversus Haereses III, 16, 6). Por eso, a su juicio, la encarnación de Dios en Cristo no depende de un tipo de caída o descenso divino (de un pecado de la Sophia pecadora, que tiene que ser superado por Dios), sino que forma parte de su proyecto originario.

Dios no se ha encarnado por causa de un pecado (como dirá más tarde → Anselmo), sino porque ha querido comunicarse y lo ha hecho por Cristo, su Hijo. Desde aquí se entiende la “historia de la salvación”, en contra de los gnósticos, que no admiten historia, desde su prehistoria o principio, que es la creación de Adán (comprendida como una profecía del nacimiento de Cristo; cf. Adversus Haereses III, 22, 3) hasta su centro, que es la misma vida de Cristo.

De esa manera, Cristo asume en sí mismo y plenifica toda la historia anterior, hasta que llegue el momento final, que consiste en la recapitulación del universo en la plenitud de Dios, con la resurrección de toda la carne (Adversus Haereses I, 10, 1). De esta manera, Ireneo, dentro de sus posibles equivocaciones históricas, ha logrado defender el carácter “carnal” (histórico, social) del proyecto y camino de Jesús, de manera que no se diluya en un tipo de espiritualismo separado de la problemática social y de la historia (como querían los gnósticos).

En general, para los gnósticos, este mundo es consecuencia de una caída y de pecado. Por eso, la salvación del hombre consiste en abandonarr el mundo y volver a lo divino, a través de un proceso de búsqueda interior, sin compromiso histórico y social.

En contra de eso, Ireneo sabe que el camino de Jesús está vinculado al compromiso social e histórico de la iglesia. A su juicio, los cristianos son testigos y promotores de un camino de salvación universal, de una recapitulación de todas las cosas en Cristo. Éste ha sido el mensaje y tarea de Ireneo y de los obispos de la Gran iglesia, a partir de la segunda mitad del siglo II d. C. Ellos han hecho posible que se conserve y extienda el cristianismo, como religión histórica, derivada de la experiencia de Jesús, en apertura universal al mundo. Por eso, Ireneo constituye uno de los eslabones más importantes en la transmisión del pensamiento cristiano, aunque en la actualidad el camino de Jesús puede expresarse de un modo algo distinto, pues empieza una nueva era, la del cristianismo no romano, dentro del nuevo sistema de la modernidad, en apertura a las restantes culturas de la historia humana

Obras: Adversus Haereses, en PG VII y en SCh libros 263-264, 293-294, 210-211, 100 y 152-153; Demostración de la predicación evangélica (Madrid 1991). Bibliografía específica: J. I. González Faus, Carne de Dios. Significado salvador de la encarnación en la teología de San Ireneo (Barcelona 1969) A. Orbe, Hacia una teología de la procesión del Verbo (Roma 1958); Introducción a la teología de los siglos II y III (Salamanca 1988); J. Fantino, La Théologie d'Irénée. Lecture des Écritures en réponse à l'exégèse gnostique. Une approche trinitaire (Paris 1994).

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