Símbolos religiosos sí o no (con H. Cox)

Dede hace tiempo se viene tratando de la conveniencia de poner o quitar los símbolos religiosos confesionales de los lugares públicos de carácter oficial (juzgados, escuelas, oficinas de ayuntamientos...) He pensado terciar en el tema, retomando y adaptando unas reflexiones teóricas (de principio) que pueden ayudar a plantear un tema que es de vital importancia, no sólo religiosa, sino cultural y de convivencia ciudadana (¡de educación real para la ciudadanía!).
No tengo respuestas claras, pues la misma sociedad (no sólo los políticos) es la que debe abrir caminos, resolviendo el tema, sabiendo que si destruimos nuestro caudal de símbolos (rumores de ángeles) podemos destruirnos. Pero pienso que puedo ayudar a enfocar mejor el tema.

De fondo hay muchas cuestiones, en parte ya debatidas en este blog. Están los grandes símbolos paganos y cristianos, nacionales o sociales, de los que he venido tratando en este blog. Algunos tienen un hondo contenido políticos:


a. Símbolos-banderas,
ikurriñas y pendones de Castilla. ¿Uno para todos, ninguno? El tema no está resuelto y muchos están dispuestos a imponerse sobre otros en esta materia.



b. Símbolos confesionales cristianos: crucifijos en la escuela o el juzgado, procesiones por la calle, campanas en la noche. El tema sigue abierto, sobre todo en relación con los crucifijos en la escuela. Personalmente prefiero un buen símbolo religioso en una habitación de hotel (Biblia o Tao, un buen cuadro de la Anunciación) que las representaciones horteras que me ponen… pero no todos opinan lo mismo.

c. Símbolos de otras religiones, sobre todo del islam (los símbolos del budismo o del tao no nos suelen molestar, quizá por lejanos, de manera que casi todos tenemos ya en casa un Buda o un Crisna…, pero no un Mahoma)… ¿Qué hacer con los campanarios/minaretes en Suizá…?

d. Símbolo seudo-religiosos que nos invaden en el fútbol y en la tele, en la política y en la misma economía… El debate está abierto.Vosotros tenéis la palabra. Buen día a todos, un día de Carnaval, con los símbolos locos y locos, trasgresores y necesarios, por la calle

Introducción. Un encuentro con H. Cox

H. Cox publicó hace cuarenta y cinco años una obra de gran impacto, titulada The secular city (MacMillan, New York 1965; La ciudad secular, Península, Barcelona 1968), donde defendía el ascenso imparable de una sociedad donde la religión dejaba de ser el factor determinante de la vida pública, abriendo así una ventana de preguntas a los que entonces comenzábamos nuestra travesía teológica. Defendía la ciudad secular, no el secularismo

Cox me dijo que estaba impresionado (negativamente) por el avance del laicismo español, con ribetes de anticlericalismo, en la línea de la mejor (o peor) Ilustración francesa: ¡la ciudad secular no implica imposición del secularismo, sino todo lo contrario!. Pero estaba todavía más impresionado (¡consternado!) por el crecimiento de un tipo de religiosidad secular americana, fundada en la mentira política y económica de su presidente y equipo gobernante.

Hablamos de la secularidad en USA. Pocas veces he visto a un profesor más dolorido y crítico ante el derrumbamiento espiritual y cultural de una nación (USA) que, si sigue el camino actual, no tendrá más símbolos culturales que la comida del MacDonald y las fantasías de una mala religión secular, puesta al servicio de la propia idiotez y del dinero (¡así me dijo, él que era profesor de Harvard, la buena Meca de la cultura yanqui). Se refería, en especial, con hondo pesar, al “profesor ignorante”, así le llamaba, protagonista del Codigo de Vinci, supuesto especialista en símbolos religiosos, vergüenza de la Universidad de Harvard, donde le ubica el autor de la novela. El Código da Vinci era, a su juicio, un intento de manipular con falsedad unos buenos símbolos con intereses puramente monetarios y con falsedad (con mentira histórica).

Hablamos también del laicismo europeo, más inteligente, pero quizá menos tolerante (y menos interesado) ante los símbolos religiosos. H. Cox me dijo que le parecía raro que los "laicistas cultos de Europa" no hubieran reaccionado ante un libro como ese (El Codigo da Vinci), pues ellos debían conocer mejor los temas. La secularidad, me dijo, no es olvido del pasado ni destrucción de los grandes símbolos culturales y espirituales de las religiones. No puedo exponer nuestras conversaciones, pues exigirían más espacio, pero quiero algunas de nuestras coincidencias.

1. El secularismo americano está cayendo en manos de una ignorancia interesada, al servicio del capital, sin más símbolo real que los intereses del sistema. La manera de luchar contra ese riesgo no es abandonar la religión, ni volver a una «ciudad religiosa», sino vivir la religión de manera auténtica, recuperando sus verdaderos símbolos. Así quieren hacerlo las últimas obras de Cox: recrear el imaginario de las tradiciones religiosas (por utilizar una terminología de Castoriadis), pero en claves de libertad y respeto mutuo, de diálogo y justicia. H. Cox me dijo que era absolutamente necesario desenmascarar a hombres como S. Huntington (su colega en Harvard), que identifican el cristianismo con los intereses del gran capital americano y que acusaban a los musulmanes de fanáticos y promoviendo así un choque de civilizaciones, para provecho de la propia (que sería cristiana).

2. Los símbolos religiosos son importantes, por no decir necesarios, dentro de una cultura secular como la americana e, incluso, en una cultura más laica como la europea, siempre que no se manipulen ni se impongan, ni por una parte (desde la perspectiva de los creyentes) ni por otra (desde la perspectiva de los pretendidos laicista). Así, por ejemplo, los grandes símbolos apocalípticos de la Biblia se están volviendo destructores, en manos de los políticos o fundamentalistas de turno, que son ignorantes o interesados. Pero no hay que prohibirlos (¿quién puede prohibir el miedo y la manipulación del miedo?), sino recrearlos, desde una cultura de libertad y tolerancia activa, lo que nos permite volver al contenido real de la Biblia. Imponer los símbolos religiosos significa destruirlos. Pero suprimir los símbolos religiosos significa destruirnos a nosotros mismos (y destruir la cultura de siglos)

3. Más difíciles de valorar nos parecieron algunos símbolos de identificación grupal de tipo parcialmente religioso, como puede ser el velo de las mujeres musulmanas u otras manifestaciones externa (fiestas, comidas...). Pensábamos que es necesario el respeto ante todas las religiones y en especial ante las opciones de las minorías, de tal forma que, en principio, la respuesta de la República Francesa, impidiendo el velo en las escuelas, nos parecía dictatorial, pues responde con una religiosidad laica (¡aquí no hay religión!) a un tipo de opciones religiosas o culturales que son importantes para algunos pero no para otros.

Una sociedad laica que no sea capaz de aceptar los símbolos religiosos de una gran parte de la población o los de grupos más pequeños (¡siempre que no sean insultantes o destructivos!) termina volviéndose dictatorial, pues absolutiza su propio laicismo. De todas formas, el problema era difícil y nos inclinábamos, también, a pedir a los musulmanes que no quisieran llevar hasta el extremo algunos posibles derechos religiosos o sociales, para bien del conjunto de la población; que no convirtieran su religión en motivo de batalla social. De todas formas, pensábamos que una sociedad laica no debe imponer la “supresión pública” de los símbolos religiosos.

4. En la línea anterior nos parecía poco coherente la postura de algunas personas (él me citó a Oriana Fallaci), que, dándose de liberales y tolerantes (o de buenos cristianos), se muestran intolerantes ante los símbolos musulmanes (o de otras religiones), que, a su juicio, podrían terminar destruyendo la identidad cultural de Eur-opa (convirtiéndola en Eur-abia). Esas personas tienen en parte razón: el viejo imaginario occidental, en gran parte cristiano, está en crisis y vivimos en un mundo de crepúsculo y muerte (e imposición) de símbolos. La pretendida cultura laica parece incapaz de emocionar al conjunto de la población y así corremos el riesgo de caer en manos de la pura idiotez pública generalizada o de la lucha de unos «dioses» (de unos símbolos) contra otros.

Una pura ciudad secular, que no fuera capaz de evocar símbolos intensos, se destruiría a sí misma; un laicismo que no pudiera crear un imaginario cultural intenso nos deja en manos de la indiferencia o de la pura lucha. Por ahora no se ve que esa cultura laica haya creado verdaderos símbolos capaces de unir, para bien, en armonía y esperanza gozosa, a millones de personas. Por eso son importantes los verdaderos símbolos religiosos, pero no para luchar contra los musulmanes, sino para dialogar con ellos.

5. En este campo resultan significativos los símbolos de la religiosidad popular, vinculados a unas fiestas tradicionales de tipo más o menos cristiano. H. Cox me hablaba, con un inmenso respecto, de la Semana Santa andaluza dentro de la ciudad secular o de las fiestas de las Vírgenes de Agosto en las tierras de Castilla, preguntándome: ¿Son ya fiestas seculares? ¿Tienen valores religiosos? No le supe responder de todo. Le dije que estaban cambiando, que no sabía del todo donde llegaríamos. Hablemos de ello y convinimos ambos en que eran fiestas de tipo secular (de siglos de cultura) y que era importante conservarlas y recrearlas, pues sin ellas el hombre se embrutece y cae en manos de una religiosidad del puro capital, al servicio de los privilegiados. H. Cox, el teólogo de la “ciudad secular” se sentía emocionado al recordar la vida de los símbolos del Cristo muerto (o sufriente) en algunas ciudades españolas en la Semana Santa. Pero, me decía, eso no puede imponerse por la fuerza, ni con leyes políticas, ni con imposiciones de un tipo o de otro… Eso no puede impedir que crezcan otros símbolos (como pueden ser los musulmanes), pero también de un modo pacífico, sin exclusivismos ni imposiciones.


6. No pudimos sacar unas claras sobre los símbolos religiosos en la cultura de occidente. Los que tienen ideas claras y las imponen por la fuerza no son religiosos, sino fanáticos con nombre religioso o secular, que da lo mismo. Pero frente a las ideas claras de algunos fanáticos y al triunfo del sistema impuesto por otros, donde sólo importaba el capital (dinero, producción, mercado...), nos parecían importantes los símbolos liberadores, de tipo religioso o social (¡al fin casi da lo mismo!). La distinción básica no es la que se plantea entre hombres o mujeres secularizadas y religiosas, pues ella puede camuflar otra más grande. La distinción básica es la que existe entre opresores y oprimidos!

Por eso, la cuestión no es que haya o no haya símbolos religiosos (cruces y medias lunas, iglesias y mezquitas, misas multitudinarias y oraciones de viernes, velas y velos, procesiones y mítines sacrales...), sino que esos símbolos sirvan para encender una luz de libertad y de comunicación solidaria en este mundo amenazado por la prepotencia de algunos y por la inmensa pobreza de otros. Al apoyar los símbolos de una religión estamos apoyando los de todas, pero dentro de una sociedad que, en lo externo de la política y de la administración civil, ha empezado a ser y será irremisiblemente laica (sin estados confesionales y sin imposición política de unos determinados símbolos)
No se puede robar a los pobres (y a todos) sus símbolos, pero tampoco se pueden utilizar esos símbolos para que algunos “se pierdan” en ellos, mientras el resto de la población se aprovecha y en el fondo se ríe, apelando a unos símbolos idolátricos, es decir, contrarios a la libertad del hombre.

7. Los símbolos de los oprimidos. Después del encuentro que tuvimos, el “veterano” H. Cox se iba a Bahía, al norte de Brasil, para conectar con algunos de los símbolos más fuertes de un tipo de religión afro-cristiana, que ha mantenido la esperanza de grandes masas de pobres. Los símbolos religiosos de esas gentes pueden ser y son más liberadores que muchos grandes discursos de laicos europeos o secularizados yanquis que aprovechan su ventaja para oprimir a los demás (y en el fondo para reírse de ellos). Pero tampoco se puede permitir que los pobres se refugien en sus símbolos porque no tienen otra cosa que hacer, otro modo de vivir. Hay que cambiar el orden económico y social de los pueblos y de los grupos humanos, en línea de justicia. Sólo en un camino de liberación, podrán surgir unos símbolos más liberadores.

Conclusión

Por mi parte, yo volvía a la “España secular” (¡de siglos!) donde estaba sin resolver el tema del crucifijo en los colegios y del velo de las mujeres musulmanas en la calle. Sigo teniendo mi pequeña opinión sobre esos temas. Pero, hoy por hoy, prefiero expresar mi perplejidad gozosa, que se puede resumir en tres afirmaciones.

(a) Si los símbolos tienen que imponerse por algún tipo de ley pierden su fuerza, dejan de ser lo que son, evocaciones cerradoras de vida y se vuelven instrumentos de mentira y muerte.

(b) Hay ámbitos distintos y quizá en ciertos lugares (campos de fútbol y escuelas públicas…) no tienen que exponerse unos símbolos expresamente religiosos.

(c) Muchos símbolos religiosos van unidos a una historia y a una cultura, de manera que no pueden suprimirse impunemente, si no quiere borrarse esa cultura (en esa línea, al menos por un tiempo, los símbolos cristianos serán mayoritarios en España).

(d) Pueden y deber surgir nuevos símbolos (propios de otras religiones y culturas), en respeto y tolerancia, sin romper las normas básicas de vida de una cultura.

(e) Le tengo mucho más miedo al símbolo coca-cola que a la Media Luna Musulmana (que respeto y venero con emoción), por poner unos ejemplos

(f) Algunos símbolos básicos de las grandes religiones pertenecen al plano confesional, de manera que al abrirse de un modo público (en la TV o en las grandes plazas) se pervierten: estoy pensando en la Eucaristía Cristiana (que no es propia de un campo de fútbol ni de un mitin para defender algunas ideas).


Pero dejo a los lectores que opinen. Con ellos podremos sacar quizá algunas consecuencias.

PD: trabajo original en http://www.exodo.org/SIMBOLOS-RELIGIOSOS-EN-UNA.html

Epílogo:


COX, HARVEY (1929- ).


Teólogo y filósofo de la Religión, norteamericano, de tradición protestante (de la Iglesia Bautista). Ha enseñado en la Universidad de Harvard. Su fama está vinculada a la publicación de un libro titulado The Secular City, 1965 (versión castellana: La ciudad secular, Barcelona 1968), donde mostraba que la Iglesia cristiana no puede presentarse ya como una institución sacral dominante dentro de la sociedad, sino que ha de verse como una comunidad de fe, de experiencia mística y de compromiso fraterno dentro de un mundo secularizado.

A partir de aquel libro y a lo largo de cuarenta años de enseñanza teológica (que culminan en su obra When Jesus came to Harvard. Making moral choices today, Boston 2004), H. Cox ha sido un inspirador y promotor incansable de la apertura religiosa y de la presencia liberadora del cristianismo en un plano cultural y social, como yo mismo he tenido ocasión de observar, en algún congreso donde hemos compartido mesa y trabajo.

Partiendo del hecho de la secularizaron, entendida de manera positiva (como algo que responde a la misma dinámica del evangelio de Jesús), H. Cox intenta recrear el imaginario de las tradiciones religiosas, pero en claves de libertad y respeto mutuo, de diálogo y justicia, superando un fundamentalismo ignorante (son sus palabras) que amenaza con dominar sobre muchos cristianos de USA.

Cox se encuentra, al mismo tiempo, interesado en el estudio de los símbolos religiosos de otras culturas, (como pueden ser los de los pueblos africanos y afro-americanos. La misma experiencia de la secularización le permite iniciar un diálogo distinto y respetuoso con las tradiciones religiosas y sociales de otros pueblos y culturas, fuera del campo dominante de un tipo de judeo-cristianismo norteamericano.

Además de obras citadas, véase como ejemplo: Silencing of Leonardo Boff: Liberation Theology and the Future of World Christianity (Oak Park 1988). En castellano:
La ciudad secular (Barcelona 1968);
No dejéis a la serpiente (Barcelona 1968);
La fiesta de locos. Para una teología feliz (Madrid 1972);
El cristiano como rebelde (Madrid 1974);
La seducción del espíritu. Uso y abuso de la religión del pueblo (Santander 1979);
La religión en la ciudad secular. Hacia una teología postmoderna (Santander 1985).
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