Temas de merced 2. Iglesia, una huelga de pobres

La paz y libertad sólo surgiràn cuado los hombres y mujeres aprendan a integrar el “mío y tuyo” en un “nuestro”, es decir, en una comunicación de amor, que no sea sólo económica, pero que también sea económica. Que todas las cosas sean nuestras (=de todos), para que todos seamos amigos: ésa es la primera forma de vencer la guerra. Así lo ha sabido Jesús, cuando ha empezado diciendo: “bienaventurados los pobres” (Lc 6, 20). Así lo ratifica el evangelio cuando pone al principio del juicio la palabra mesiánica: “Tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25, 31-46). En esa línea, la Doctrina Social de la Iglesia sobre la propiedad privada debe completarse y reinterpretarse desde el mensaje de Jesús sobre el uso común de todos los bienes, empezando por la Iglesia. Aquí empieza el camino de la paz cristiana. De esa paz he venido hablando en este blog con cierta frecuencia. Retomo algunos temas ya tratados, este día segundo de "temas de merced"

1. Principio.

El primer tesoro del hombre es la tierra. Ella es como su madre y su cuerpo, no una cosa externa, que se compra y vende, sino parte esencial de su propia vida, de tal forma que muchos pueblos la han tomado como diosa o realidad fundante. Pero, en un momento dado, algunos hijos “inteligentes” han querido poseerla en exclusiva y convertirla en un producto de consumo, que se compra y vende, de manera que se han dividido y luchado por ella, haciéndola así capital y moneda de cambio de mercado. Con eso, la madre de todos se ha vuelto propiedad especial de algunos, de manera que otros han quedado sin nada, como sin cuerpo. En ese contexto se sitúa el proyecto de Jesús, que quiso abrir para los des-heredados un nuevo camino de acceso a la herencia común de la tierra (cf. Mt 5, 5).

Los antiguos sabían que la tierra no puede venderse ni comprarse, pues es madre de todos, como supone la Biblia: «Mía es la tierra y vosotros sois en ella peregrinos» (Lev 25, 32; cf. Ex 19, 5). Como buen judío, heredero de las tradiciones de un pueblo que se tomaba como federación de agricultores libres que, según el ideal del Jubileo (Lev 25), debían volver a repartir la tierra cada cincuenta años (tema de fondo de Lc 4, 18-19), Jesús se sintió herido por la injusticia del mercantilismo que, apoyado por Herodes Antipas, había concentrado la propiedad en unos pocos (que la habían comprado, no heredado), mientras la mayoría de los galileos venían a ser campesinos sin campo, bajo el hambre y las enfermedades.

Jesús se opuso al orden violento de aquellos que, en su tiempo, estaban convirtiendo la tierra de Dios (de todos) en mercado al servicio del Imperio lejano y de los terratenientes y administradores indígenas (cortesanos de Herodes Antipas). Así decimos que fue un revolucionario campesino, pero no en línea de violencia armada, como algunos han propuesto (no fue líder bandolero o militar), sino de una forma profética, provocativa, mucho más intensa. Así quiso buscar, en especial, a los expulsados del orden económico para anunciarles, precisamente en aquella situación, la llegada del Reino de Dios, es decir, el cumplimiento de las promesas y esperanzas, invirtiendo de forma radical el tipo de economía que estaban imponiendo los nuevos terratenientes al servicio del Imperio.
Fue un revolucionario campesino, no quiso transformar la economía desde arriba, controlando los mercados imperiales, ni siquiera en Galilea. Tampoco quiso empezar organizando de un modo directo unos modelos de trabajo y propiedad campesina (en la línea de las federaciones agrícolas del principio de la historia de Israel), sino que hizo algo anterior y mucho más profundo: empezó ofreciendo dignidad a los campesinos expulsados de su tierra. Ciertamente, no se opuso a un cambio en el sistema, aunque lo viera necesario, pero no empezó por eso: no intentó (ni pudo) realizarlo de un modo militar o político, cambiando las cosas desde fuera, pues en ese caso todo seguiría como antes. Al contrario, él quiso enriquecer y trasformar la vida de los galileos desde su misma humanidad, desde los pobres, cambiando su forma de pensar y sentir, de querer y de amarse, para que pudieran compartir la tierra, como en el principio de la historia israelita, cuando las doce tribus que compartieron la tierra, conforme al libro de Josué.

Esos pobres a los que Jesús se dirigía en especial eran ptojoi (mendigos), no unos trabajadores que vivían al día, pero podían conseguir con esfuerzo algo de comida (eran penes), sino aquellos que no tienen nada, ni herencia o posesión (un campo), ni siquiera posibilidades de trabajo, de tal forma que dependían totalmente de otros, en contra de las grandes promesas del Dios de Israel. Éstos son los ptojoi de las bienaventuranzas (Lc 6, 20), que están en la base del proyecto de Jesús, tanto en Lc 4, 18 como en Mt 11, 5 (“los pobres reciben la buena noticia”).
De ellos habla Mt 19, 21, cuando Jesús dice al rico: «Si quieres ser perfecto vete, vende lo que tienes, dáselo a los pobres... y luego sígueme» (cf. Mc 10, 21; Lc 18, 22). Estos ptojoi no son importantes por ser miembros de la comunidad, sino por ser necesitados, sea cual fuere su identidad cultural o religiosa. Frente a los iniciados de Qumrán, que interpretan el valor de pobreza de manera básicamente comunitaria (cada uno tiene que dar sus bienes al grupo), Jesús abre un camino de comunicación universal, suponiendo que los bienes han compartirse con aquellos que no tienen nada (ptojoi), sin exclusivismos ni limitaciones, en la línea de Mt 25, 31-46.

2. Movimiento mesiánico.

Jesús inició su proyecto a partir de esos marginados del nuevo [des-]orden económico, empobrecidos por la estructura de poder de las ciudades que imponían su dominio (ley comercial y social) sobre el campo. Jesús ha rechazado ese modelo de imposición y ha invertido el orden de las instituciones: no ha querido formar grupos de dominio, desde arriba, sino un movimiento social de comunicación desde los más pobres. Sin ese descubrimiento práctico de los expulsados y negados del orden económico, que debían ser (y son) hijos privilegiados de Dios, no se puede hablar de Reino. Aquí empieza su proyecto de paz, su revolución económica.
Jesús descubrió que el sistema social imperante (romano/galileo) era perverso, pues debía expulsar a muchos pobres, dejándoles sin tierra ni lugar en la sociedad. Por eso tuvo que elaborar una nueva hipótesis social, un camino y modelo de vida que fuera capaz de ofrecer esperanza a los expulsados. En esa línea podemos presentarle como inventor de humanidad, el mayor de los descubridores sociales de la historia: La vida de los hombres y mujeres no cambia y mejora desde arriba (por un Imperio como Roma), sino desde la pobreza; Julio César y sus sucesores cambiaron el mundo creando un Imperio; Jesús quiso cambiarlo y lo cambió iniciando un camino de Reino a partir de los pobres, transformando con ellos y por ellos la forma de vida humana.

Jesús inició su proyecto de Reino desde los pobres, pero, en contra de algunas tendencias pauperistas de su tiempo o de tiempos posteriores, no rechazó a los propietarios (sedentarios), dueños de casas y campos, pues ellos expresaban el antiguo ideal agrícola israelita, según el cual cada familia posee su heredad y vive en armonía (alianza) con otras familias del entorno. Jesús valoró también a esos ricos y quiso anunciarles el reino, pero lo hizo a partir de los pobres. No ha sido un purista (que sólo acepta a sus pobres), sino que ha buscado (amado) también a los propietarios, a quienes anuncia el Reino (salud mesiánica), pidiéndoles que acojan (que no opriman) a los pobres, compartiendo con ellos casa y bienes. De esa forma come y bebe (cf. Mt 11, 19) no sólo con Leví, el publicano (cf. Mc 2, 13-17), sino con otros propietarios pudientes, como recuerdan los evangelios (cf. Mc 14, 3-9; Lc 7, 36-50; 14, 1-24).

Jesús no condenó a los propietarios (no quiso matarles), pero no inició con ellos su proyecto de Reino, sino con los itinerantes pobres (que van y vienen, sin suelo fijo, ni casa). Entre esos itinerantes se pueden distinguir dos grupos. (1) Unos no tenían nada y, por tanto, nada podían dejar: ni casa, ni familia o propiedades. Ellos fueron los primeros destinatarios de su evangelio: pobres, enfermos, mendigos, “vagos” por necesidad o condición social. Retomando el símbolo del Éxodo, Jesús les invitó a peregrinar hacia la tierra prometida, en busca de Reino. (2) Otros pudieron hacerse itinerantes por vocación, porque Jesús les llamó y ellos le siguieron, dejando casa-familia-posesiones (el trabajo de la pesca: cf. Mc 1, 16-20); estos últimos “optaron” por el estilo de vida de Jesús, por su mensaje y proyecto de Reino, superando un tipo de familia establecida, patriarcal, para iniciar una comunidad de Reino, abierta a los que carecían de familia en el sentido antiguo.

Jesús no ha trazado un esquema de inversión violenta (no quiere que los itinerantes-desposeídos ocupen el lugar de los sedentarios), sino de trasformación, partiendo de los desposeídos. No ha buscado por tanto, una guerra, sino la simbiosis entre campesinos y propietarios, a partir de los más pobres, retomando y uniendo así dos modelos sociales de la historia israelita. (1) El modelo de agricultores federados, instaurado por Josué tras la conquista (cf. Jos 18-24) y ratificado por la ley del jubileo (Lev 25) según el cual los propietarios autónomos de tierras aparecían como representantes del auténtico Israel, como sigue afirmando, simbólicamente, la legislación posterior de la Misná, central para el judaísmo. (2) La tradición de los itinerantes hebreos (cf. Éxodo, Números y Deuteronomio), que aparecen como portadores de la identidad del pueblo, llamados a formar la nueva federación de campesinos (hombres y mujeres) libres, que comparten la heredad de Dios. Donde estaban aquellos hebreos del Éxodo, que salieron de Egipto y vagaban, en busca de tierra, están ahora los pobres y expulsados de Galilea, portadores del Reino de Dios y de su curación, no para tomar con violencia la tierra (como los hebreos de Josué y de Jueces), sino para anunciar el Reino a todos y curar a los propietarios, quedando en sus manos (dejando que ellos les acojan).
Jesús instaura así su modelo de comunicación, a partir de los itinerantes (nuevos hebreos), sin conquista ni expulsión (muerte) de los propietarios anteriores. De esa forma nos lleva al comienzo de la historia israelita, al tiempo de la entrada en la tierra prometida (tema iniciado ya por Juan Bautista). Sus itinerantes no hacen guerra, ni aniquilan a los propietarios anteriores (como pedían algunas leyes antiguas, exigiendo la muerte de los “ricos cananeos”: cf. Ex 23, 23-33; 34, 11-16; Dt 7, 1-6 etc.), sino que les piden hospitalidad y les ofrecen curación. En lugar de una nueva guerra santa por la tierra (por economía), Jesús inicia con sus seguidores un itinerario de curación y gratuidad; no viene a matar a los ricos, sino a ofrecerles salud, quedando en sus manos.

3. Una huelga universal.

Todos sabemos que la situación económica actual (año 2008) debe cambiar, a fin de que el capital y el trabajo estén al servicio del hombre y así pueda surgir, por primera vez, un tipo de abundancia universal, gozosa. Ese cambio no es fácil. Hasta ahora, en los últimos milenios y de un modo especial en los dos siglos finales, la economía dominante ha estado marcada por el dominio del capital y el mercado, que han impuesto su dictado desde arriba sobre el conjunto de los hombres y la misma tierra, al servicio del sistema. Del único mundo (one world), que nos precedía y engendraba, con sus signos divinos, como madre providente, hemos pasado al único mercado (one market), que nosotros mismos instauramos, como dioses pequeños, dispuestos a comprarlo y a venderlo todo (como decía Kant). Nada se hereda y comparte gratuitamente, todo se compra y se vende.
En ese contexto se ha podido añadir que los bienes básicos de una población (o de la humanidad) no son los naturales (recibidos de forma gratuita), sino los producidos de manera técnica y comprados a través del único mercado, que regula desde arriba (por dictado) los recursos y bienes de la humanidad. De esa forma hemos pasado de la naturaleza madre a la empresa madrastra, dirigida por el capital y vinculada al mercado. La madre naturaleza regalaba a todos sol y lluvia (cf. Mt 5, 46 par), pero la industria y el mercado ofrecen mucho a unos pocos y casi nada a muchos. Con su sabiduría natural, la tierra había mantenido hasta el momento su oferta y así hemos nacido y crecido en ella, a pesar de nuestras violencias. Pero el mercado que nosotros hemos producido puede llevarnos al desastre, a no ser que cambiemos su estructura actual.
Para evitar el colapso de la economía (con el riesgo que ello implica para miles de millones de personas), debemos realizar una profunda inversión (cambio de rumbo), de manera que el capital se ponga al servicio de los hombres como tales, no en línea de compra/venta, sino de comunicación personal, de manera que todos puedan participar en libertad y equilibrio de los bienes de la tierra. Para ello debemos iniciar una “salida” y protesta, es decir, un tipo de huelga general (universal), contra las leyes y normas del capital y del mercado, dejando de colaborar y vincularnos con este sistema, abandonando la Gran Ciudad de opresión (como pedía Mc 13, 14 y Ap 18, 4).
Ésta no es una huelga para no-trabajar o para pedir simplemente salarios más altos (cosa que ha sido a menudo muy justa), sino para trabajar de una forma distinta y para producir también de otra manera, al servicio de los hombres (los pobres) y no del mercado capitalista o de la seguridad militar. No será una huelga contra nadie, sino a favor de todos, desde los más pobres, en la línea de los itinerantes de Jesús, campesinos sin campo ni trabajo, que se unían para compartir, iniciando una nueva solidaridad y comunicación, capaz de curar a los ricos. Esta huelga sanadora, que puede transformar a los propietarios (¡capitalistas!) ha comenzado quizá en varias partes del mundo, siguiendo el modelo de Jesús, sin que muchos lo advirtamos. Sólo así podrá surgir una nueva economía mundial, que no esté al servicio del Imperio (capital, mercado), sino de todos los hombres y pueblos, empezando por los pobres.
Será una economía de caminos múltiples, que ha de actuar como espacio de encuentros abiertos a todos, como una red donde todos puedan introducirse, cada uno con sus peculiaridades y sus aportaciones. Debemos pasar de una estructura piramidal y jerárquica del capital, que se impone su dictado único, a una visión multipolar del trabajo (producción) y del mercado (distribución), donde cada uno pueda recibir lo que necesita y ofrecer lo que pueda, en actitud de concordia universal (cf. Hech 2, 44-45), recreando en una perspectiva más alta, la intuición de Kant, cuando afirma que el bien de los otros será bien para nosotros.
Este cambio sólo puede hacerse desde abajo, no desde el capital (pues capital y mercado, en su forma actual, tienden a dominarlo todo). En contra del capital/mercado de la actualidad, surgirá un modelo de trabajos e intercambios múltiples, unidos entre sí, creando interconexiones gratuitas, al servicio de todos, de manera que, conforme a su variante etimológica, el mercado no será institución de compra/venta, sino espacio de comunicación gratuita (merced, mercy). El modelo actual de mercado pone en riesgo la vida de los hombres y mujeres, sometiendo a su dictado a todos los pueblos y personas. En contra de eso, un modelo de centros múltiples, guiado por el gozo de la producción y la comunicación abierta (gratuita), hará posible el surgimiento de una sociedad de interacciones múltiples. Para ello debe cambiar el modelo del sistema y eso sólo puede hacerse subiendo de nivel (según eso que hemos llamado “mutación”: situando los valores de la vida en un plano de encuentro gratuito de personas, que se gozan al amarse y al saber que son distintas.

La “huelga” universal que proponemos se parece a la que hicieron los primeros cristianos, creando comunidades alternativas de comunicación económica y social. Actualmente, debemos ensayar otros modelos de economía, pero no al modo comunista ni capitalista, sino en línea de comunicación laboral y personal, de manera que cada uno pueda tener “cosas” al servicio de los otros. Jesús no vino a cambiar la economía en cuanto tal, pero su propuesta (su gran “huelga” laboral), vinculada a los campesinos sin campo y desplegada en forma de movimiento mesiánico, puede y debe ser principio de paz económica. Algunos teólogos (y economistas) afirman que la revelación de Dios (fe) y la economía debe separarse. En contra de eso, afirmamos que las bienaventuranzas y el mensaje de evangelización de los pobres (cf. Mt 11, 2-4) forma parte esencial del evangelio. Sin un cambio económico no podrá haber paz en el mundo.

Sobre pobreza y cristianismo, desde diversas perspectivas, cf. V. ARAYA, El Dios de los pobres, DEI, San José de CR 1983; A. BEALS y L. LIBBY, Beyond Hunger: A Biblical Mandate for Social Responsibility, Multnomah Press, Portland OR. 1985; C. BOFF y J. PIXLEY, Opción por los pobres, Paulinas, Buenos Aires 1986; R. GNUSE, Comunidad y propiedad en la tradición bíblica, Buena Noticia 16, Verbo Divino, Estella 1987: J. I. GONZÁLEZ FAUS, Vicarios de Cristo. Los pobres en la teología y la espiritualidad cristiana, Trotta, Madrid 1991; J. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, Con los pobres contra la pobreza, Paulinas, Madrid 1991; G. GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres, Sígueme, Salamanca, 1982, 169-211; M. HENGEL, Propiedad y riqueza en el cristianismo primitivo, Desclée de Brouwer, Bilbao 1983; X. PIKAZA, Hermanos de Jesús y servidores d los más pequeños. Mt 25, 21-46, Sígueme, Salamanca 1984: MO SUNG, Deseo, mercado y religión, Sal Terrae, Santander 1999; Teología y economía, Nueva Utopía, Madrid 1996.
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