29.9.23 Trinidad angélica: Miguel, Gabriel, Rafael.
Hoy celebramos su fiesta. Había más que tres: El Apócrifo de Henoc cita siete y luego se centra en cuatro (Miguel, Gabriel, Rafael y Uriel), presentándoles como “salvadores” de la humanidad cuando la invasión de los demonios y el diluvio (cf. Gen 6‒8).
La Biblia sólo reconoce tres: dos canónicos Miguel (guerrero ) y Gabriel (mensajero) de Dios, y un tercero deuterocanónico: Rafael (médico de Dios).
Su “historia” es una fiesta de gozo, providencia y presencia del “Dios Trinidad”, que se “aparece” a Abraham (Gen 18) en la figura de los tres (conforme al icono famoso de Rublev, imagen 1).
No emiten un pequeño “rumor”, sino un clamor estruendoso, aunque en este tiempo ese clamor parezca menos audible. No forman parte del dogma, sino de la doxa o gloria de Dios.No se trata de saber cómo son, ni siquiera si existen en sentido "material", sino de venerar su belleza y de cantar su gozo.
Ésta es una postal para aquellos que admiren y gocen la luz superior, inefable, del Dios triangélico, el Dios de Abraham en Mambré, el Dios de la anunciación de Jesucristo.
Su “historia” es una fiesta de gozo, providencia y presencia del “Dios Trinidad”, que se “aparece” a Abraham (Gen 18) en la figura de los tres (conforme al icono famoso de Rublev, imagen 1).
No emiten un pequeño “rumor”, sino un clamor estruendoso, aunque en este tiempo ese clamor parezca menos audible. No forman parte del dogma, sino de la doxa o gloria de Dios.No se trata de saber cómo son, ni siquiera si existen en sentido "material", sino de venerar su belleza y de cantar su gozo.
Ésta es una postal para aquellos que admiren y gocen la luz superior, inefable, del Dios triangélico, el Dios de Abraham en Mambré, el Dios de la anunciación de Jesucristo.
Ésta es una postal para aquellos que admiren y gocen la luz superior, inefable, del Dios triangélico, el Dios de Abraham en Mambré, el Dios de la anunciación de Jesucristo.
| X.Pikaza

MIGUEL, DIOS VICTORIOSO
Nombre teóforo hebreo: Mi-ka-El (¿Quién-como-El, como Dios?). Como figura angélica, Miguel ha tenido un papel muy importante en la tradición apocalíptica, en el judaísmo místico y en el cristianismo; aquí sólo evoco sus rasgos bíblicos.
Luchador y juez (Libro de Daniel).
El libro bíblico de los de los Arcángeles es Daniel. Pero no conoce siete o cuatro (como el apócrifo de Henoc), sino dos: Gabriel, el ángel de la revelación, que va guiando la historia de los hombres (como en Lc 1, 26-38), y Miguel, el ángel guerrero de la victoria final.
Durante un tiempo, Dios ha permitido que distintos ángeles y diablos dominan sobre el mundo, aunque él (Dios) ha dirigido la historia por medio de Gabriel, y triunfará al final por medio de Miguel.
«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está para servir a los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua. Los sabios brillarán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, para siempre» (Dan 12, 1-2).
Al final habrá una lucha entre diablos y ángeles (arcángeles) y se levantará y vencerá Miguel, el Gran Príncipe, que está al servicio de Israel. Este Miguel es el ángel guerrero, de la lucha final, entendida como juicio y destrucción de los perversos. En esa línea, él puede aparecer no sólo con la espada, luchando en contra de Satán y de sus diablos, sino también con la balanza, pesando las almas o vidas de todos los muertos.
Protector de la humanidad, ayuda a la “madre” celeste caída en la tierra (Ap 12, 1-10).
Los evangelios y las cartas de Pablo no dicen nada sobre Miguel, pero él aparece de nuevo en el Apocalipsis, luchando contra el Dragón y protegiendo a la Mujer, que es la madre del Mesías, el signo de la humanidad salvada:
«Se trabó entonces en el cielo una batalla. Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. Y el Dragón y sus ángeles lucharon encarnizadamente, pero fueron derrotados y los arrojaron del cielo para siempre. Y el gran Dragón, que es la antigua serpiente, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda seduciendo a todo el mundo, fue precipitado a la tierra junto con sus ángeles. Y en el cielo se oyó una voz potente que decía: «Ahora se ha realizado la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo!...» (Ap 12, 7-10).

En el principio de la escena (Ap 12, 1-3) se oponían el Dragón y la Mujer, como poderes originarios. El Dragón quiere violar/derrotar a la Mujer, pero no puede, pues Dios mismo se pone de parte de la mujer, y viene en su socorre el gran ángel de Dios, que es Miguel, a quien descubrimos así como protector de la mujer (es decir, de la humanidad). El Dragón puede pensar que ha expulsado a la mujer y que ha quedado él solo, triunfante sobre el cielo. Parece seguro de su victoria, pero, de pronto, aparece Miguel, Príncipe de Dios y protector del pueblo de la alianza, es decir, de la mujer (cf. Dan 10, 13.21) para vencerle, como estaba anunciado: «entonces se levantará Miguel» (Dan 12, 1).
En un sentido podemos afirmar que este Miguel es el mismo Dios. Éste es el secreto de fondo de la narración, donde se cuenta de forma velada la lucha de Miguel contra los ángeles perversos (Ap 12, 7-9). Miguel es aquí el signo de Dios, su presencia victoriosa, como ha seguido poniendo de relieve el judaísmo. Pero en otro sentido, desde la perspectiva cristiana, Miguel es Cristo… y los cristianos son Miguel, pues se dice que «ellos le han vencido (al Dragón) por la sangre del Cordero y la palabra de su testimonio de ellos, porque no amaron sus vidas hasta la muerte» (Ap 12, 11). Pasamos así del lenguaje angélico al lenguaje cristológico. El ángel vencedor, el auténtico Miguel, es Cristo, que no ha ganado la batalla de Dios con una espada, sino con su propio amor (con su sangre). El ángel auténtico de Dios es Cristo, su mismo Hijo encarnado, vencedor definitivo sobre el mal y la muerte.
Ángel del juicio, pesando a las almas con balanza (Carta de Judas).
Una de las funciones más importantes de Miguel en la tradición cristiana ha sido la de pesar y dirigir las almas, en el camino que lleva a la salvación. Miguel aparece en esa línea como “ángel psicopompo”, director y guía de las almas en el camino final de la salvación. Los falsos cristianos a los que Judas critica pertenecen a un tipo de gnosis, que confunde a Dios con el Diablo. En contra de ellos, la carta de Judas presenta el ejemplo de Miguel, diciendo:
«Pero ni aun el arcángel Miguel, cuando contendía disputando con el diablo sobre el cuerpo de Moisés, se atrevió a pronunciar un juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda» (Judas 1, 9)
Ese texto recoge una escena conocida de un apócrifo (Asunción de Moisés), en el que Miguel y Satán disputan sobre el cuerpo de Moisés. Es evidente que Satán quiere la condena de Moisés, es decir, la destrucción de la vida de los fieles y del pueblo de Israel en su conjunto (de la humanidad). Miguel, en cambio, protege a Moisés y los amigos de Dios, impidiendo que Satán los destruya en el momento del juicio. Con la escenografía cristiana medieval podemos suponer que Miguel está con la balanza, pesando el alma de los justos o con la espada, luchando contra Satán, para que no pueda apoderarse de Moisés difunto.
GABRIEL, MENSAJERO DE DIOS

El Libro de Daniel le presenta como ángel de la revelación, que ilumina la mente de los profetas y videntes, para que conozcan lo que Dios ha decidido. Su nombre significa gibor-el, fuerza/poder de Dios, en forma de conocimiento. Los “potentados” del mundo son fuerza bruta: dominan, se imponen y matan. Pero Gabriel, Poder de Dios, es portador de su conocimiento, y así lo revela desde el AT: «Vino cerca de donde yo estaba… y me dijo: Yo te mostraré lo que ha de venir al final de la indignación, porque el final será en el tiempo señalado» (Dan 8, 16-19).
Gabriel es el ángel que guía de la historia a través de las semanas que marcan el curso y final de la humanidad, como sigue diciendo a Daniel: «He venido para iluminar tu entendimiento… Setenta semanas…» (Dan 9, 21-24). Aquí se supone que Gabriel está vinculado al templo de Dios, pues viene en el tiempo del sacrificio de la tarde (el momento culminante de la liturgia israelita), “volando” hasta la tierra lejana donde habita el profeta (en Babilonia). Ya no anuncia ni provoca las luchas siempre repetidas de los grandes imperios, sino el “final del final”, el cumplimiento de las “setenta semanas”, para salvación de los elegidos.
El Nuevo Testamento le presenta como ángel de la anunciación, del conocimiento de la encarnación de Dios. Él actúa dos veces: una se aparece en el templo de Jerusalén, otra en Nazaret de Galilea; una se revela a un sacerdote, otra a una mujer...

Anunciación profético-sacerdotal. Zacarías, sacerdote del turno de Abías (Lc 1, 5), está realizando el sacrificio de la tarde, al que asiste Gabriel (como se suponía en Dan 9, 21-24), que se le aparece y le dice: «Tu esposa Isabel te dará a luz un hijo, y le llamarás Juan…Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte estas buenas noticias» (cf. Lc 1, 11-19).
Anunciación mesiánica, el ángel de María: «En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David…» (Lc 1, 26-38).
Viene Gabriel, a quien se le llama el Ángel de Dios (¡el mismo Dios!), como signo del Poder divino, no para anunciar un final de guerras (como en Dan 8), sino para testificar el cumplimiento de las setenta semanas (Dan 9). El anuncio a Zacarías era una introducción (Lc 1, 5-25) . El anuncio a María es el cumplimientode esa promea. El Ángel explica (¡El Espíritu Santo vendrá sobre ti…!), la mujer asiente (¡He aquí la Sierva del Señor!).
Todo ha comenzado ya, todo se ha hecho, y el texto puede afirmar que el Ángel se va (Lc 1, 28), dejando que su palabra germine en la historia humana, a través de María. Estamos ante un texto simbólico, que los teólogos posteriores han debido interpretar con mucha erudición, complicando a veces su sentido. Pero sus símbolos fundamentales resultan transparentes: Él Ángel de Dios (Gabriel: Dios poderoso) y su Espíritu Santo pueden identificarse y probablemente se identifican (el mismo Gabriel es el Espíritu Santo, como han visto algunos Padres de la Iglesia). Éste Gabriel/Espíritu Santo aparece así como signo de la presencia y acción de Dios en María.
RAFAEL, SALUD DE DIOS, EL ÁNGEL DE LAS BODAS
Es el ángel del libro de Tobías, y su nombre significa Curación de Dios (=Dios de curación). Su historia bíblica se vincula con Tobías y Sara, a quienes cura, venciendo al feroz demonio demonio Asmodeo, enemigo de doncellas, destructor de matrimonio.
Sara y demonio Asmodeo. Un diablo que se opone al matrimonio

Desde ese fondo ha tejido este libro dos historias paralelas: la del anciano Tobit, que pide a Dios que le libere de la ceguera que padece (aunque es un hombre justo, que se ocupa de enterrar a los muertos) y la de la joven Sara, una israelita perseguida y poseída por un demonio perverso, de origen persa, llamado Asmodeo (Aesma-Daeva), vinculado al principio del mal, que tiene celos de ella (y del despliegue de la vida) y que ha matado, en la noche de bodas, a sus siete maridos, antes que llegaran a acostarse. El anciano Tobías y la joven Sara ruegan a Dios, pidiéndole que les ayude en sus problemas…
Fue oída en aquel instante, en la Gloria de Dios, la plegaria de ambos (de Tobit y de Sara) y fue enviado Rafael a curar a los dos, y así vino Rafael, tomando figura humana de caminante, sanador, amigo, con el nombre de Azarías(Tob 3, 3-17).
El adversario del ángel Rafael es el demonio Asmodeo, que aparece como un tipo de íncubo que tiende a enamorarse (=apoderarse) de las mujeres. Su figura está presente en numerosas tradiciones del entorno bíblico, que describen el poder de espíritus fuertes que se adueñan de un modo especial de mujeres, con las que de alguna manera se “acoplan” en plano sexual y personal, destruyendo a quienes se acercan a ellas. En esa línea sitúa nuestro libro a Sara.
El libro no razona sobre la situación de Sara, ni explica el origen de la figura de Asmodeo, demonio destructor, aunque deja claro que no puede vender al Dios israelita, ni a su ángel Rafael. Dios mismo es quien vence a Asmodeo, pero no tiene que hacerlo directamente, sino a través del Ángel Bueno y Sanador (Rafael), que actúa de un modo escondido (en forma humana), al servicio de Tobías, para curar a Sara y Tobit, protegiendo de esa forma el poder de la Vida y el valor de la mujer. Es como si el libro quisiera decir que otros pueblos pueden estar sometidos al demonio, mientras que Israel puede confiar y confía en el ángel bueno.
Rafael, espíritu de Dios en forma humana, actúa como guía sabio (ángel sanador), dirigiendo los pasos de Tobías (hijo de Tobit, novio de Sara) y, con la ayuda del hígado de un pez milagroso que han sacado del Tigris, consigue liberar a Sara del fiero demonio Asmodeo, que había matado en la noche de bodas a sus siete esposos anteriores.

Liberación y boda de Sara
Acompañado y protegido por Rafael (el ángel en forma humana), Tobías llega a casa de Ragüel su pariente, y, por consejo del ángel Rafael (que se hace llamar Azarías), pide a Ragüel la mano de su hija Sara y así se celebran las bodas. Lógicamente, conforme a los siete casos anteriores, al demonio Asmodeo, debía matar al novio pretendiente, pero Rafael, el sanador de Dios, cura a la novia y persigue (destruye) al demonio Asmodeo.

Así quedó curada Sara, por intercesión del ángel que curó a la novia (curó a los novios) para que pudieran casarse y vivir en salud y bendición.Ésta es una historia moralista, escrita para entretener a los piadosos judíos y para recordarles el valor de las buenas obras, especialmente la de enterrar a los muertos (cosa que hacía el viejo Tobías: cf. Tob 1, 15-20; 2, 3-8) y la de honrar a los padres ancianos (como hace el joven Tobías a lo largo del texto).
En ella se habla de los ángeles custodios, como Rafael, que asisten a los fieles y les libran de los diversos peligros de la vida (cf. Tob 12). Ésta es finalmente, y sobre todo, la historia de la “curación” de la mujer, que había corrido el riesgo de caer bajo las garras de un demonio/dios celoso y destructor (un íncubo malo), que había matado a sus siete maridos. Es como si quisiera decir que una mujer, aún siendo buena, se encuentra siempre bajo la amenaza de demonios destructores. Sólo un ángel bueno y la oración del buen esposo pueden liberar a una mujer de la tiranía de los demonios que les amenazan.
Por su forma de entender las buenas obras, la providencia de Dios, la asistencia de los ángeles y, sobre todo, la suerte de Sara (a quien el ángel libera del poder del poder del dios adverso), este libro de Tobías ha influido mucho en la piedad y devoción de los judíos y, de un modo aún mayor, de aquellos cristianos católicos y ortodoxos, que lo han tomado como canónico. De un modo normal, la historia inquietante de la primera Sara, mujer poseída (¿amada?) por un dios/demonio que mata a sus maridos, ha impresionado más que la historia de la segunda Sara, curada por Rafael, casada ya canónicamente con su marido Tobías, según la ley del Dios de Israel.
ANEJO. BIBLIA DE LOS ÁNGELES
Miguel no es un ángel más entre los miles de coros celestes, sino el Ángel por excelencia, mensajero y presencia de Dios, el arcángel, con sus dos compañeros bíblicos y cristianos (Gabriel y Rafael) o con los otros cuatro (Uriel, Azrael, Raziel y Sariel) que forman el “coro” de los siete espíritus supremos de la divinidad (la numeración cambia a veces, y los nombres varían, a veces se introduce Metratron, el Trono, y/o Mercaba, el carro celeste). 1. MIGUEL EN LA BIBLIA 1. ANTIGUO TESTAMENTO,LIBRO DE DANIEL He destacado ayer la presencia e influjo del Arcángel Miguel en los libros apócrifos de Henoc, donde aparece como guerrero de Dios, encargado de combatir y apresar a los ángeles perversos. Pero su figura y su función aparece también en el libro canónico de Daniel, que forma parte de la Biblia Hebrea, donde cumple una función muy destacada, como protector del pueblo de Dios, ángel supremo de Israel. Su figura resulta apasionante y así quiero presentarle hoy, analizando los textos básicos del libro.
Lucha de ángeles. Gabriel y Miguel. Conforme a un idea antigua, cada pueblo su propia divinidad protectora, de tal forma que a cada pueblo correspondía su Dios. Desde su propia perspectiva monoteísta, los israelitas tuvieron que matizar esa visión y así hablaron del Dios supremo (de Israel) y de los dioses inferiores (de los otros pueblos). «Cuando el Altísimo repartió heredades a las naciones, cuando separó a los hijos del hombre, estableció las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Porque la porción de Yahvé es su pueblo; Jacob es la parcela de su heredad” (Dt 32, 8). Éste es un texto evidentemente corregido, de manera que en el lugar donde habla de “los hijos de Israel” hablaba en principio de los “hijos de Él”, es decir, de la divinidad. Tendríamos, según eso, un tipo de “panteón jerárquico”: El, identificado con Yahvé, sería el Dios de Israel; los “hijos de Él”, a quienes en toda la tradición pre-israelita, se toma como dioses inferiores, serían los protectores de las naciones. En ese contexto primitivo, que aparece en varios salmos, por ejemplo en el Salmo 29, el Dios supremo se habría reservado la tarea de proteger a Israel, dejando a otros dioses inferiores (sus hijos) la tarea de proteger a los restantes pueblos, todos, por tanto, bajo la ayuda de lo divino, pero en grados distintos.
Ésa era la visión antigua, pero los escribas judíos que han transmitido el texto de Dt 21, 8 han encontrado una dificultad: según ellos, Dios no tiene “hijos”; más aún, no existen “dioses”. Por eso, donde ponía “hijos de El” han puesto “hijos de Isra-El”, limitándose a añadir un “isra” delante de El. De esa forma han trazado una correspondencia misteriosa entre los hijos de Israel y el conjunto de los pueblos, que serían como una “expansión” de (los hijos de) Israel o, mejor dicho, que estarían bajo la protección de Israel.
Aquí se expresa ya la idea de la misión universal de los hijos de Israel, encargados de ofrecer su testimonio, el testimonio de Dios, al conjunto de los pueblos. En esa línea se podría decir que los israelitas son como “ángeles de las naciones”. Pero al lado de la corrección del texto hebreo (que hemos citado y comentado) tenemos la corrección quizá más antigua del texto griego de los LXX, que proviene, sin duda, de otra tradición teológica independiente, que ha tenido un gran influjo en toda la Religión posterior, tanto en el judaísmo como en el cristianismo.
Así dice el texto: “El Altísimo estableció las fronteras de los pueblos según el número de los ángeles de Dios; pero la porción del Kyrios fue su pueblo Jacob” (Dt LXX 32, 8-9). Hay un “pueblo central” que es Israel/Jacob, que queda directamente bajo la protección de Dios. Y hay unos pueblos periféricos, todos los restantes pueblos, que quedan bajo la protección de los ángeles de Dios. Israel no necesita un ángel guardián, porque Dios mismo es su ángel. Todos los restantes pueblos, concebidos de forma corporativa, quedan bajo la protección de sus respectivos espíritus sagrados, es decir, de los ángeles. Todos los pueblos son en sí sagrados; todas las religiones tienen un aspecto positiva, porque están bajo la protección de los ángeles de Dios. Ésta visión está en el fondo del libro de Daniel, pero con dos particularidades muy significativas.
(a) Guerra angélica. Si cada nación tiene su ángel, las guerras entre las naciones son guerras de ángeles. Esto nos sitúa ante la visión de los ángeles guerreros, que protegen a sus pueblos y que tienen que enfrentarse mutuamente, en una especia de gran guerra celeste. Es evidente que, avanzando en esta línea, los ángeles protectores de los pueblos enemigos podrán concebirse como espíritus satánicos.
(b) Miguel, ángel del pueblo de Dios. Al introducir a los ángeles en esta lucha y al destacar la trascendencia de Dios, a quien nadie puede alcanzar (Fan 7), el libro de Daniel tiene que “inventar” (=encontrar) un ángel especial, como protector de los israelitas. Éste será al ángel Miguel, como aparece en dos textos centrales de Dan 10. Daniel, el gran profeta, está recibiendo la revelación sobre los tiempos finales, de manos de un ángel que, de hecho, en la forma actual del texto, se identifica con Gabriel, el gran mensajero, que le dice: «Daniel, no temas, porque tus palabras han sido oídas desde el primer día que dedicaste tu corazón a entender y a humillarte en presencia de tu Dios. Yo he venido a causa de tus palabras. El príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí que Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme; y quedé allí con los reyes de Persia» (Dan 10, 12-13).
Así viene el ángel Gabriel, para revelar a Daniel las cosas finales y ofrecerle su ayuda. Cuando se despide le dice: «Ahora tengo que volver para combatir con el príncipe de Persia. Y cuando yo haya concluido, he aquí que viene el príncipe de Grecia. Pero te voy a declarar lo que está registrado en el libro de la verdad. Ninguno hay que me apoye contra éstos, sino sólo Miguel, vuestro príncipe» (Dan 10, 20-21). El texto es muy complejo y resulta difícil explicarlo con detalle. Parece que Gabriel (el ángel que habla con Daniel) es un espíritu importante, el mensajero de los secretos de Dios, aquel que va guiando los destinos de la historia.
En un momento dado se pone al servicio del “Príncipe de Persia”, es decir, del imperio persa, dándole dominio sobre el mundo (ese imperio dura, para los judíos, del 539 al 332 a. C. Pero después tendrá que ponerse, por un tiempo, al servicio del “Príncipe de Grecia” (del 332, año de la conquista de Alejandro, hasta el 164 a. C., año en que se supone que caerá el imperio de los griegos, en tiempo de os macabeos). Gabriel es como el árbitro de la historia y de esa forma guía desde Dios la marcha de los imperios, en su aspecto positivo (Dan 7 ha mostrado el aspecto satánico de esos imperios). Pero, en otra línea, por encima del mismo Gabriel, se encuentra Miguel, que es uno de los “principales príncipes”, es decir el Ángel o Príncipe de los israelitas. Durante un tiempo, Dios ha permitido que dominan los ángeles de los pueblos, dirigiendo por medio de Gabriel la marcha de la historia. Pero está llegando el momento de la manifestación final de Dios, que se realizará por Miguel, ángel o príncipe de los israelitas.
Miguel, el ángel de la lucha final. Dios ha revelado ya a Daniel (cf. Dan 7) la llegada del tiempo final de la historia, con la revelación del Hijo del Hombre. «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dan 7, 14). «Y el reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo. Su Reino es eterno y todos los imperios le servirán y le obedecerán” (Dan 7, 27). Estas son las profecías básicas del reino eterno de Israel, del triunfo final, definitivo, del pueblo “elegido”. Ellas alimentan la esperanza histórica de los judíos pobres y perseguidos; son textos de liberación que no pueden ocultarse ni esconderse, sino que siguen animando la historia de la humanidad, en la gran marcha que lleva a la culminación definitiva de la creación. Pues bien, al lado de ese triunfo “histórico” de Israel, representado por el Hijo del Hombre, aparece el juicio último, la liberación apocalíptica, vinculada al triunfo de Miguel sobre los ángeles perversos de la muerte:
«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está para servir a los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua. Los sabios resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas, para siempre» (Dan 12, 1-2). Aquí ya no estamos ante la purificación escatológica del templo de Jerusalén (que se realizó de hecho el año 164 a. C., tras las victorias de Judas Macabeo y la muerte de Antíoco), ni ante la llegada histórica del Hijo del hombre (con un Reino que domina sobre todos los reinos de la historia), sino ante la culminación post-histórica de los mashkilim, los sabios apocalípticos (Dan 12, 3; en LXX los synientes). Estamos ante el conocimiento de la culminación apocalíptica, que no se debe a la victoria militar, sino al triunfo final de Dios, a través de su ángel supremo, el ángel de Israel:
a. de levantará Miguel, el Gran Príncipe, que está al servicio de Israel. Su figura y su presencia nos sitúa ante la lucha angélica, la batalla de los ángeles buenos contra los perversos, que encontramos también en Ap 12, 7 y Judas 1, 9. Aquí se cumple de algún modo lo anunciado en Dan 10, 31.21. Miguel es el ángel guerrero, de la lucha final, que se logra no sólo en contra de los opresores histórico de Israel, que son otros hombres, sino en contra de todos ángeles perversos. Según eso, la resurrección de los muertos está vinculada al triunfo de los ángeles buenos.
b. Será tiempo de angustia… Será liberado tu pueblo, aquellos que se encuentran escritos en el Libro… Del juicio angélico-militar (con la victoria de Miguel) pasamos al “juicio forense” (como en Dan 7, 10), que no se realiza por la armas sino conforme a la sabiduría superior, propia del derecho. En sentido estricto, por ahora no se sabe si esta liberación es histórica (dentro de este mundo, como en el caso del Reino del Hijo del Hombre) o si es supra-histórica, como supone el texto posterior de la resurrección. Sea como fuere, Miguel aparece como liberador de los justos de los últimos tiempos y como portador del juicio de Dios. En esa línea, él puede aparecer no sólo con la espada, luchando en contra de Satán y de sus diablos, sino también con la balanza, pesando las almas o vidas de todos los muertos.
MIGUEL, ÁNGEL PSICOPOMPO San Miguel no es sólo un ángel judío, sino que ha entrado en la tradición cristiana, desde tiempo antiguo, ya en el Nuevo Testamento. Es sin duda el ángel más importante de la iconografía cristiana. Aparece como patrono de miles de pueblos, figura venerada en mil santuarios, desde el Monte Gargano, Italia, hasta Aralar, Navarra, desde Mont Saint Michel, Normandía, hasta cien localidades de Rusia o América Latina. Es el ángel que aparece en gran parte de los pórticos de las catedrales, con la espada de Dios o la balanza del juicio. Es el ángel victoriosa, signo de Cristo (es el mismo Cristo), signo de aquellos que siguen a Cristo. Por eso, a los cristianos se les dice: ¡tú eres Miguel!
- El ángel de la guerra de Dios y la mujer celeste (Ap 12, 1-6). En muchas representaciones medievales del juicio, a los lados del Gran Cristo que viene (→ parusía), aparecen el ángel Miguel y la Mujer del cielo (María), como garantes y testigos de la victoria de Dios. El tema está vinculado al libo del Apocalipsis, que retoma, en línea cristiana, la visión anterior de Daniel:
- (a. Primera escena) Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona e doce estrellas sobre su cabeza. Estaba encinta y gritaba en la angustia y tortura de su parto. Entonces apareció en el cielo otra señal: un enorme Dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos y una diadema en cada una de sus siete cabezas. Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra….Se trabó entonces en el cielo una batalla: (a. Segunda escena) Miguel y sus ángeles entablaron combate contra el Dragón. Y el Dragón y sus ángeles lucharon encarnizadamente, pero fueron derrotados y los arrojaron del cielo para siempre. Y el gran Dragón, que es la antigua serpiente, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda seduciendo a todo el mundo, fue precipitado a la tierra junto con sus ángeles.
- (c. Canción) Y en el cielo se oyó una voz potente que decía: «Ahora se ha realizado la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo! Porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Y ellos lo han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, porque no amaron sus vidas hasta la muerte.Por esto, alegraos, oh cielos, y los que habitáis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros y tiene grande ira, sabiendo que le queda poco tiempo»(Ap 12, 1-3. 7-12).
Dragón y Miguel. Lucha sobre el cielo (Ap 12, 7-12). De pronto, sin aviso previo, volvemos al escenario superior, para descubrir los hechos en otra perspectiva. El lugar permanece, cambian los actores: donde antes se enfrentaban Mujer y Dragón luchan ahora, en guerra formal dos ejércitos de ángeles buenos y perversos. El Dragón ha expulsado a la mujer y puede suponer que ha quedado solo, triunfante sobre el cielo de la altura cósmica (no ante el Trono de Dios, donde subió el Hijo en 12, 5). En el cielo cósmico habita el Dragón, ocupando el lugar intermedio entre Dios y los humanos. Parece seguro pero, de pronto, aparece allí Miguel, Príncipe de Dios y protector del pueblo de la alianza (cf. Dan 10, 13.21), y lucha contra el Dragón, como estaba anunciado: «entonces se levantará Miguel» (Dan 12, 1). Esta escena se entiende en dos perspectivas:
1) Miguel es Dios. Éste es el sentido de la narración, donde se cuenta de forma velada la lucha de Miguel contra los ángeles perversos, con la victoria de Dios. «Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón. Y el dragón y sus ángeles pelearon, pero no prevalecieron, ni fue hallado más el lugar de ellos en el cielo. Y fue arrojado el gran dragón» (Ap 12, 7-9) Miguel es aquí el signo de Dios, su presencia victoriosa. Ésta es la lectura judía, la lectura universal del tema del Dios victorioso. Con el ángel Miguel y Satán como protagonistas. Este Miguel que es la “victoria de Dios” sigue siendo uno de los signos clásicos de la iconografía y de la piedad cristiana, entendida en clave angélica.
2) Miguel es Cristo, los cristianos son Miguel. En otro nivel, la canción que sigue dice que el vencedor es Cristo, Cordero de Dios y con él los cristianos . «Y ellos lo han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, porque no amaron sus vidas hasta la muerte» (Ap 12, 11). Pasamos así el lenguaje angélico al lenguaje cristológico o, quizá mejor, cristiano. El ángel vencedor, el auténtico Miguel, es Cristo, que no ganado la batalla de Dios con una espada, sino con su propio amor (con su sangre), como puso de relieve hace tiempo un libro clave de exégesis bíblica (G. Aulen, Christus Victor, London 1931). El ángel auténtico de Dios es Cristo, su mismo Hijo encarnado, vencedor definitivo sobre el mal y la muerte.
3. Canción. Los vencedores son los cristianos. Miguel son los cristianos, testigos y seguidores de Cristo. Por otra parte, el mismo texto dice que al Diablo/Satán le han vencido los mismos creyentes, por la sangre del Cordero (el Cristo vencedor Amante) “y por el testimonio de su Palabra, pues no amaron la vida de Dios por encima de la muerte”, es decir, fueron capaces de dar la vida por fidelidad al evangelio y a los demás. Por eso, se sigue combatiendo la “guerra de Miguel”, que es la guerra de aquellos que aman a los demás renunciando a la victoria externa (es decir, a la violencia de las armas), para crear sobre el mundo un orden de amor. Ésta es la guerra final, no una guerra de galaxias, como alguno podría imaginar, ni tampoco de puros espíritus celestes por encima de la historia. Es la guerra y victoria de Jesús, que da la vida por los hombres y que les capacita también para darse la vida, en amor, por encima de la muerte. Por eso, él ángel Miguel lleva en la manos la Cruz de Jesús (como en las representaciones del Monte Aralar, en Navarra). Miguel aparece así como “crucífero”, portador de Cristo, al ángel de Dios (el vencedor de Dios). Llevando en sus manos a Cristo, Miguel lleva también a los cristianos, es decir, a todos los que viven y aman como Cristo. Ellos son ángeles de Dios, portadores de su vida, unos para los otros, como sabe todo el libro del Apocalipsis.
4. Ángel defensor (ángel de la guarda) de la Iglesia Teniendo esto en cuenta, a modo de conclusión, recordaremos que, a partir de la Edad Media, la Iglesia cristiana de Oriente y Occidente ha tomado a Miguel como protector, en la lucha contra los enemigos interiores y exteriores. Así aparece como defensor de la fe y de la vida de los cristianos en santuarios famosos como el de San Miguel de Aralar (Navarra), el de Mont Saint Michel (Normandia) o el de San Michele sul Gargano (Apulia). En esa línea se sitúa la oración que el Papa León XIII mandó que rezaran todos los sacerdotes al final de la misa, el año 1996: «San Miguel arcángel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra las acechanzas del demonio, que Dios manifieste su poder sobre él es nuestra humilde súplica; y tú Príncipe de la milicia celestial, con la fuerza que Dios te ha conferido, arroja al Infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos, que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén». Se dice que el Papa tuvo una visión horrible. Se vio rodeado de enemigos. Pero sobre todos ellos emergía Miguel, el ángel defensor (ángel de la guarda) de la Iglesia, a la quiso poner bajo su protección.
5. De nuevo a Jesús, el ángel verdadero La liturgia posterior al Vaticano II ha dejado de rezar la oración de León XII, siguiendo aquella otra tradición antigua de la Iglesia que (como hemos visto) identifica a Jesús con el ángel Ángel Miguel. Lo que se atribuía a Miguel, que lucha a favor de los fieles (judíos y cristianos), lo ha realizado Jesús. En esa línea se ha elaborado una cristología angélica, en la que se acaba descubriendo que el ángel verdadero es Jesús, el que ha venido a sostenernos en la lucha, ofreciéndonos su amor. El que lucha contra el Diablo en Aralar o Gargano, en Mont Saint Michel es Jesús, son los cristianos, son los hombres y mujeres que aman, se aman entre si.
Apéndice de la Carta de Judas. Miguel, ángel psicopompo. Una de las funciones más importantes de Miguel en la tradición cristiana ha sido la de pesar y dirigir las almas, en el camino que lleva a la salvación. Es un ángel poderoso, como pondrá de relieve el judaísmo posterior, cuando le presente como genio de las aguas inferiores y del aire, señor de los reptiles y guía del planeta saturno (cf. Sefer Raziel). Pero su dominio más alto es el que aparece vinculado al juicio de los muertos, como ha puesto de relieve, de manera ocasional, la carta de Judas, en contra del “libertinaje” de algunos falsos cristianos, que se creen dotados de poderes superiores, de manera que “manchan la carne, rechazan toda autoridad y maldicen de las potestades superiores” (Judas 1, 8). En ese sentido, algunos exegetas le han llamado el “ángel psicopompo”, director y guía de las almas en el camino final de la salvación. Los “falsos cristianos” a los que Judas critica pertenecen, sin duda, a un tipo de gnosis, por la que sus fieles se identifica con el mismo Dios, creyéndose divinos y sintiéndose con autoridad sobre los ministros de la Iglesia y sobre los mismos ángeles del cielo, capaces de imponer su juicio sobre todo lo que existe (por ejemplo, en el campo sexual). Pues bien, como ejemplo como ello pone Judas a Miguel, ministro de Dios para el juicio:
«Pero ni aun el arcángel Miguel, cuando contendía disputando con el diablo sobre el cuerpo de Moisés, se atrevió a pronunciar un juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda» (Judas 1, 9) Parece que el texto reproduce una escena conocida de un libro apócrifo (Asunción de Moisés), en el que Miguel y Satán disputan sobre el cuerpo de Moisés.
Es evidente que Satán quiere la condena de Moisés, es decir, la destrucción de la vida de los fieles y del pueblo de Israel en su conjunto (de la humanidad). Miguel, en cambio, protege a Moisés y los amigos de Dios, impidiendo que Satán los destruya en el momento del juicio. Con la escenografía cristiana medieval podemos suponer que Daniel está con la balanza, pesando el alma de los justos o con la espada, luchando contra Satán, para que no pueda apoderarse de Moisés difunto. Desde ese fondo podemos precisar ya el sentido del pasaje en la carta de Judas. Hay gnósticos (herejes) que se ríen de todo eso, que se creen ya salvados, que desprecian los signos de Miguel y el Diablo; ellos están por encima de todo eso. Pues bien, en nombre de la tradición cristiana, bien enraizada en la exigencia de moralidad de Israel (en la imaginería apocalíptica del juicio), Judas les amonesta, poniendo como ejemplo a Miguel, fiel a Dios y respetuoso. Ni siquiera Miguel se quiere poner en el lugar de Dios y pronunciar el juicio contra el Diablo, sino que lo deja en manos de Dios (¡El Señor te reprenda!), mientras sigue ayudando a Moisés y a los justos que mueren en la gran batalla escatológica del juicio.