24.1.24. Vigilia por la unidad de la Iglesia. Visión jacobita (Hech 15)

Mañana (25.1.), conversión de Pablo, es día de oración por "la unidad de las iglesias". Este año 2024 prefiero insistir en "la unidad de la Iglesia católica", aunque ella  no pueda desvincularse de la comunión de todas las iglesias.

Mañana insistiré en la conversión (visión) de Pablo. Hoy presento la visión/conversión de Jacob, hermano del Señor, dirigente (cuasi papa) de la iglesia de Jerusalén.

El Concilio de Jerusalén: discernimiento y resolución de conflictos ...

Los líderes cristianos con los creyentes de  Jerusalén se reunieron el año 49 d.C. para resolver algunos problemas  comunes bajo la dirección de Jacob, el "hermano" del Señor.

Se llamaba Jacob, como el patriarca de las Doce Tribus, y así aparece en el NT y en la tradición primitiva. El nombre “santiago” (san-Yago, san-Jacob) es posterior y se presta a confusiones con otros personajes  como  Jacob/Santiago Zebedeo de Compostela.

Este es un tema de reflexión de vigilia, a partir de Hechos 15, que  iré introduciendo y comentando. Mañana daré la versión de Pablo en Gálatas.

Escenario

En aquel momento, la iglesia de Jerusalén (dirigida por Jacob) aparecía como portadora de máxima autoridad, pero ella no impuso su forma de ser a las demás iglesias, sino que aceptó como seguidores mesiánicos de Jesús (herederos de las promesas del gran Israel) a los cristianos de la gentilidad, aunque no fueran  judíos, ni se circuncidaran, ni cumplieran gran parte de la «Ley» que Dios habría prescrito para los hijos de Jacob, patriarca de las XII tribus. Por su parte, las iglesias de la gentilidad aceptaron la raíz judía de su fe, manteniendo la comunión con Jerusalén. 

Este «concilio» constituye el centro temática del libro de los Hechos y de la historia de Los primeros cristianos. En aquel momento, el protagonista era Jacob, de manera que muchos le han llamado el “primer Papa” de la Iglesia católica. Papa, en el sentido de Lucas, es el que acepta a los demás como distintos, no quien impone a todos su forma de ser eclesial en un barrio (orbi) o en el mundo entero (orbe).

Concilio» en torno a Jacob (¿Francisco?)

Lucas reinterpreta la historia del concilio desde su perspectiva, pero lo hace de una manera que resulta en el fondo certera en Hch 15, aunque debe interpretarse también a la luz de la reunión de Pablo con las «tres columnas de la Iglesia de Jerusalén» (Gal 2). Los concilios de la iglesia suelen tener dos lecturas, como como sigue pasando con el Vaticano II,    que ha sido y sigue siendo un mismo concilio para dos tipos de iglesia (como muestran con toda claridad las acusaciones que una parte de la iglesia católica esté elevando en contra del Papa Francisco.

Los cristianos helenistas/universalistas (representados por Pablo y en general por la iglesia de Antioquía) habían iniciado una misión mesiánica abierta a todos los pueblos  sin incluir  en el paquete (depósito) cristiano la circuncisión ni las leyes nacionales del judaísmo. Pedro, que ha seguido un camino propio, se ha situado bastante cerca de los antioquenos de Pablo, pero de un modo menos radical.

Algunos delegados de Jerusalén (Iglesia de Jacob y de los parientes de Jesús) piden a los dirigentes de la iglesia de los gentiles (Antioquía que circunciden a los cristianos de origen pagano, a fin de que se integren, de un modo pleno, en la familia israelita de Jesús, según la ley. En ese fondo se entienden el transcurso de los acontecimientos, que presentaré desde la perspectiva de Hechos, que no es la de Pablo en Gal 2. Por aquel entonces  había no ha nacido la Iglesia de Roma, aunque esta iglesia de Roma. Pedro está todavía dando vueltas entre Jerusalén, Antioquía y Roma, donde acabará  quedando. Estos son los prolegómonos de llamado Concilio:  

  • La iglesia de Jacob de Jerusalén manda un monitum a la de Antioquía pidiendo que se someta a sus leyes.
  • La Iglesia de Antioquia envía a Jerusalén a sus delegados (Pablo y Bernabé), para que resuelvan el tema, que algunos jacobitas, venidos de Judea, han suscitado (Hch 15, 1-3).
  •  La Iglesia de Jerusalén, representada por Apóstoles y Presbíteros (15, 2.4.6.22.23), decide que los cristianos gentiles no han de ser circuncidados, ratificando la conducta de Pablo y Bernabé, aunque les imponen ciertas condiciones (15, 22-35).
  • Entre los protagonistas, además de los cristianos fariseos (que exigen la circuncisión a todos: Hch 15, 5), destacan Pablo (con Bernabé), Pedro y, finalmente, Jacob.  

Obispos vivos presentes en el Concilio Vaticano II (1962-1965 ...

Comienzo

Y algunos descendieron de Judea y enseñaban: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis salvaros. Como Pablo y Bernabé tuvieran gran disensión y debate con ellos (en Antioquia) determinaron que Pablo y Bernabé, y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión (Hch 15, 1-2).

Está en juego la identidad del conjunto de las iglesias. Pablo supone que, si los creyentes de la gentilidad deben circuncidarse, ellos se volverán judíos, de manera que la iglesia perderá su autonomía (fundada en la gracia de Jesús), vendrá a convertirse en una secta u agrupación intra-israelita. El problema no puede resolverse por revelación especial de Dios (pues los implicados son muchos y cada uno tiene su revelación especial, como sabe 1 Cor 15, 3-9), ni por suertes (como se dice Hch 1, 21-25 para Matías).

Hay que reunirse y decidir juntos, pues la voluntad de Dios se expresa a través del diálogo entre hermanos. Los de Antioquía quieren mantener la comunión con Jerusalén: por eso envían allí sus delegados.

Cuando llegaron a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia, por los apóstoles y presbíteros, y dijeron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos creyentes de la secta de los fariseos se levantaron diciendo: «hay que circuncidarlos y que guarden la Ley de Moisés». Entonces los apóstoles y presbíteros se reunieron para considerar el asunto (15, 4-6).

Conforme a la visión de Lucas, esta iglesia de Jerusalén tienen función de presidencia y discernimiento, con dos grupos especiales: los apóstoles(que en este contexto parecen los 12 con Pedro) que son los primitivísimos responsables de la iglesia)  y los presbíteros, que en este contexto parecen los dirigente de la iglesia “hebrea”, instalada ya en Jerusalén, en torno a Jacob, que aparece como representante (¿califal?) de Jesús, centro de unidad de las doce nuevas tribus cristianas.

Como digo, estos apóstoles se identifican con los Doce y parecen presididos por Pedro. Por su parte, los presbíteros son sin duda los representantes de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén y están presididos por Jacob. Éstos son los dos primeros «grupos representativos» de la Iglesia: Doce con Pedro y un número indeterminado de Presbíteros con Jacob. Pues bien, al lado de ellos aparecen los representantes de las iglesias helenistas: Bernabé y especialmente Pablo. Para resolver el problema es importante el testimonio de Pedro, al que sigue el de Bernabé y de Pablo:

Estatua de San Pedro, al pie de la escalinata de la Basílica - Portal ...

Testimonio de Pedro

Tras mucho debate, se alzó Pedro y dijo: «Hermanos, sabéis que al principio, cuando estaba con vosotros, Dios quiso que los gentiles oyeran por mi boca el evangelio y creyeran. Y Dios, conocedor del corazón, dio testimonio al darles el Espíritu Santo como a nosotros, sin distinción, purificando por la fe sus corazones...». La multitud calló y escuchaban a Bernabé y Pablo, relatando las señales y prodigios que Dios había hecho (15, 7-12).

Pedro habla como representante de la iglesia del principio (=de los Doce apóstoles) y ofreciendo su experiencia, avalada por el Espíritu.  No tiene una ley previa, no apela a la Escritura, tiene una experiencia.

Frente a un tipo de ley, que separa a unos hombres de otros, él recuerda su descubrimiento del Espíritu que une a judíos y gentiles en una misma comunidad mesiánica (conforme al texto de Hec 10-11, que empieza hablando de la conversión de un Centurión de la Gens Cornelia.

A juicio de Pedro, la autoridad de la iglesia es ante todo de tipo carismático. Cornelio, centurión romano de Cesarea (capital policía de Israel) acepta el cristianismo sin dejar de ser romano, y Pedro avala su “conversión”. Lo que define el proceso cristiano es la presencia y acción del Espíritu Santo, que se ha expresado por igual entre creyentes de origen judío y gentil (cf. también Gal 3, 2-3). El conjunto de la iglesia (no sólo apóstoles y ancianos) escucha con asentimiento a Pedro, que cuenta su experiencia carismática.

Esa experiencia nueva y no una teoría antigua, por muy fundada que esté en leyes y libros, que sirve para fundar el nuevo tipo de vida de la Iglesia (sin circuncisión de los gentiles). Frente al «dogma» anterior (de la Ley como obligatoria) se eleva la voz de la experiencia del Espíritu, a la que apela Pedro.

 Después que Pedro ha expuesto su experiencia puede y debe escucharse también el testimonio de Bernabé y Pablo que exponen el alcance y sentido de su misión a los gentiles (sin necesidad de hacerles judíos). Unos y otros saben que el cristianismo no es un sistema elaborado de antemano, sino un camino abierto por el Espíritu de Dios, en tierras de gentiles.

Acuerdo en Jerusalén, la Escraitura de Jacob

La experiencia de Pedro y Cornelio es buena… pero no puede aceptarse como nuevo principio de unidad y comunión de las iglesias a no ser que pueda compulsarse y ratificarse con una “palabra de Escritura”. Esto es lo tiene que hacer Jacob. La norma de la Escritura no viene al principio, sino sólo al final: De entre los cientos de normas y relatos de la Biblia hay que encontrar alguno que sirva para avalar la experiencia de Pedro. Eso lo puede hacer sólo Jacob, que lee, interpreta y aplica la Escritura.

De un modo significativo, la palabra de la Ley, que es propia de Jacob, no viene al principio (imponiendo unos límites previos), sino al final, interpretando y situando aquello que ha pasado y está pasando, dentro del plan de Dios (avalando así lo que han dicho Pedro y Pablo).

Matutina, la Fiesta de Santiago de Jerusalén, Hermano de nuestro Señor ...

Esa palabra tiene dos momentos o rasgos esenciales: (a) Sitúa la novedad cristiana a la luz de la Ley entendida como profecía. b) Amplía la ley, para que quepan dentro de la iglesia de Jesús los cristianos de origen pagano: Cuando acabaron de hablar, respondió Jacob:

«Escuchadme, hermanos. Simón ha relatado cómo Dios al principio tuvo a bien tomar un pueblo para su Nombre entre los gentiles. Y esto concuerda con los profetas: Levantaré el tabernáculo caído de David. Reconstruiré sus ruinas y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles (los pueblos), sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas, que son conocidas desde la eternidad [Am 9, 11-12]. Por tanto, juzgo que no molestemos a los gentiles convertidos, sino que les escribamos que se abstengan de lo contaminado por los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado y de sangre. Porque Moisés desde generaciones antiguas tiene en cada ciudad quienes lo prediquen» (15, 13-21).

Tras Pedro habla Jacob, representante de los presbíteros de Jerusalén; no Roma locuta (lo que dice Roma es ley eterna, sino Jacob locutus (lo que dice Jacob…). Pedro apelaba al Espíritu Santo y a su experiencia en el principio de la iglesia, Jacob, en cambio, apela a la Escritura, mostrando que la salvación mesiánica de los gentiles responde a la esperanza más antigua de Israel (con cita de Amós).

La concordancia entre Espíritu (Pedro) y Escritura (Jacob) garantiza la validez de un cristianismo gentil, conforme a una profecía clásica (Am 9, 11-12). reinterpretada desde el contexto cristiano. Eso significa que puede y debe haber dos tipos de «cristianismo», es decir, de culminación de la promesa:

Levantaré el tabernáculo caído de David…

Esta «tabernáculo caído» (skênê) de David puede ser el tabernáculo del culto antiguo del que nos habla la historia de los hebreos en el desierto, antes del templo (en la línea del sermón de Esteban; cf. Hch 7, 44), aunque en un sentido extenso puede aludir, al templo de Jerusalén y a la casa real, es decir, a la dinastía y reino de David (en la línea de las tradiciones que derivan de 2 Sam 7, 13.

Jacob supone que ese tabernáculo/casa de David lo forman los judeocristianos de Jerusalén o, quizá mejor, los nazoreos mesiánicos. Ellos cumplen la tarea de ser el «auténtico Israel», como querían serlo, desde hace siglo y medio  (=desde las guerra macabeas) los judíos de la «alianza de Qumrán», que se sienten llamados también a reconstruir la identidad israelita.

Para cumplir su tarea, esos cristianos mesiánicos de Jacob deben vivir de un modo radical la experiencia y promesa israelita. Eso significa que los judeo-cristianos cumplen el ideal mesiánico, en santidad radical, en fuerte pobreza, la comunidad «nazorea» (del nezer mesiánico), quizá con rasgos «nazireos» (de nazoreato ascético: son vegetarianos, no se cortan el pelo, ayunan…).

Pero, a diferencia de los de Qumrán, estos nazoreos/nazireos mesiánicos de Jacob no se alejan de Jerusalén, ni van al desierto, ni desarrollan un imaginario de tipo bélico (como el Rollo de Guerra de Qumrán), sino que tienen una visión pacífica del despliegue mesiánico, en la línea del Sermón de la Montaña de Mt 5-7, que recoge algunos de los rasgos básico de la conducta de esta comunidad.

Para que el resto de los hombres busque al Señor y todos los gentiles…

La reconstrucción de la tienda/dinastía caída de David (de la comunidad nazorea) tiene una finalidad bien precisa: que el resto de los hombres (es decir, todos los pueblos: en hebreo kol ha goyim,  en griego panta ta ethnê) busquen al Señor, asuman la gran promesa de Israel. Eso significa que la «vocación nazorea» de los de Jacob (que quieren ser el tabernáculo-templo-casa de David) tiene una finalidad misionera, entendida del modo clásico israelita:

Si ellos, los de Jerusalén, son ejemplo de humanidad mesiánica vendrán todos los pueblos del mundo a Sion, no para hacerse judíos (como los nazoreos de la cabaña de David), sino para ser gentiles convertidos al Dios universal, , hombre y mujeres nuevos, en comunidad con los judíos.

El texto de Hch 15 16-17 está tomado de la traducción de Amós 9, 11-12 LXX, que introduce un cambio significativo respecto al texto hebreo de Amós que, desde la lógica geográfica más cercana, dice que vendrán «los restos de Edom con todos los gentiles» (tema clave que está al fondo de la guerra de Nata-Yahú en Gaza.

Profecía de Amós. Edom y Adam/humanidad

Con la traducción de  los LXX, Jacob  identifica  a Edom (nación vecina de Israel) con Adam (palabra de la misma raíz, que significa humanidad), de manera que, al final de los tiempos, tras la reconstrucción del tabernáculo de David, los que vendrán hacia Jerusalén no serán «el resto de Edom…», sino «el resto/totalidad de los hombres (seres humanos) con todos los gentiles».  

Esta «misión centrípeta», de búsqueda del centro,, por atracción, se encuentra no sólo en el fondo de la gran imagen de Mt 5, 14 («no se puede ocultar una ciudad asentada sobre un monte…»), sino en una parte considerable del Nuevo Testamento, siguiendo una antigua tradición israelita . Ellos, los judíos nazoreos de Jesús, quieren formar en Jerusalén esa ciudad elevada, para que todos la vean y puedan acudir a su luz (como supone Is 60.

Por eso, según dictamina Jacob con Amós, el primero de los profetas,  a los gentiles no se les puede obligar a ser judíos (cosa que sería contraria a las profecías y al espíritu de la historia de Israel), pero se les puede y debe ofrecer el testimonio de la culminación mesiánica (nazorea) de Israel, en la línea de Jesús, precisamente en Jerusalén, para que vengan y así todos se unan, pero conservando su propia identidad. Dos modos de ser cristiano, dos tipos de iglesia Eso significa que el cristianismo se puede y debe vivir de dos maneras.

 (a) Hay un cristianismo nazoreo, jacobita (judío), integrado por aquellos que cultivan de un modo especial la ley israelita, con la inspiración de Jesús, como comunidad de los últimos tiempos, en una línea que habían ensayado también otros grupos de judíos (como los de Qumrán), aunque sin la referencia a Jesús.

(b) Y hay un cristianismo de gentiles, a quienes (suponiendo que viven conforme al espíritu de Jesús y para garantizar la paz entre todos los seguidores de Jesús) Jacob les pide solamente que cumplan unas normas de tipo alimenticio y familiar, que solían vincularse al «pacto universal» de Dios con Noé tras el diluvio (evitar la idolatría, la fornicación, la carne que no ha sido bien desangrada y la sangre: cf. Gen 9, 1-17).

Según eso, el judeo-cristiano Jacob, hermano carnal de Jesús,  no sólo admite (soporta) la existencia de un cristianismo-gentil, sino que lo impulsa, pues la concibe como algo necesario para el mismo judeo-cristianismo. Junto a los cristianos carnales de Jesús (jacobitas) tiene que haber unos parientes universales, en la línea de Pablo: todos los pueblos.

La «restauración de la cabaña davídica» (el mesianismo nazoreo) sólo tiene sentido y sólo puede alcanzar lo que propone si suscita una búsqueda de Dios en todos los gentiles. Estamos, según eso, ante la visión de un judaísmo misionero de tipo centralista pero no inclusivo, que no quiere que los gentiles se conviertan al judaísmo, sino que vean su mal alto modelo en el judaísmo, y vengan hacia Jerusalén (el tabernáculo restaurado de David), para que encuentren su propia plenitud, en comunión con los judíos (en torno al judaísmo).

De esa forma, la Jerusalén de Jesús aparece como foco de atracción para todas las naciones. Ésta es la solución que los judeocristianos jacobitas de Jerusalén proponen para los pagano-cristianos de Antioquía. Éste es un tema que se había debatido con guerras de exterminio (tras el 175 d.C., guerras parecidas a la de Gaza 2024 d.C.) sin llegar al fin a solución alguna, sino muerte y más muerte, odio y más odio.

               Jacob, pariente de Jesús, verdadero israelita de Jerusalén, afirma así que la iglesia de Jerusalén debe levantarse (convertirse), para que su “choza/tienda”, ahora derribada, en ruinas, pueda convertirse en casa abierta a todos los gentiles, sin obligarles a hacerse judíos, en diálogo de pluralidad amorosa, respetuosa.

 Jacob ofrece ahora un campo de diálogo común, con unas diferencias, que no destruyen el diálogo, sino que pueden enriquecerlo.

  • El campo común es la fe en Cristo, como principio de humanidad, desde la raíz israelita.
  •  Sobre ese campo común de la fe en Jesús, los cristianos de origen judío y los de origen gentil pueden y deben ser distintos, vinculándose incluso en las comidas, pero manteniendo sus diferencias.

 Aceptar las diferencias. Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros

En esa línea los judeo-cristianos jacobitas tendrán que aceptar la «diferencia de los gentiles», pero les piden, a su vez, que los cristianos de la gentilidad (los paulinos) que acepten unos principios que, a su juicio, son fundamentales, en línea religiosa(no idolatrar), en línea familiar (evitar cierto tipo de relaciones incestuosas) y en plano alimenticio (evitar lo relacionado con la violencia y venganza, la sangre).

Por otra parte, los cristianos tendrán que aceptar a los judíos como distintos (siempre que los judíos no les rechacen). Así lo formula el texto de la reunión de Jerusalén:

Entonces pareció bien a los apóstoles y presbíteros con toda la iglesia, escoger algunos de ellos (Judas y Silas), para enviarlos con Pablo y Bernabé y mandaron esta carta: «Los apóstoles y hermanos presbíteros a los hermanos gentiles... salud. Puesto que hemos oído que algunos de entre nosotros, a quienes no autorizamos, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, nos pareció por común acuerdo, enviaros a algunos…

Porque nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de los idolocitos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación. Si os guardáis de tales cosas, haréis bien. Que os vaya bien» (Hch 15, 22-29).

El acuerdo está asumido por el conjunto iglesia y avalado de modo especial por los apóstoles (con Pedro) y los ancianos (con Jacob).

Se ha logrado tras larga disputa, con la mediación Pedro y con la intervención de Jacob, que ha tenido la última palabra. De esa forma ha expresado Lucas los principios básicos de la historia de los primeros cristianos.

  1.  Esa historia está marcada por una experiencia compartida, en la que todos tienen que escucharse unos a otros, para bien del conjunto de las iglesias.
  2. La unidad entre los grupos cristianos aparece como una experiencia sagrada, de manera que los compromisarios dicen: nos ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros, vinculando autoridad divina y humana.
  3.  Ésta unidad no puede tomarse de un modo impositivo, sino que puede cambiar, según las circunstancias, pero siempre al servicio de la unidad entre judíos y gentiles, en Cristo.

Significativamente, la Iglesia en su conjunto no ha tomado esos «compromisos noáquicos» (que Pablo parece ignorar, pues no aparecen en su «agenda» del concilio, en Gal 2) como algo absolutamente necesario, pues la casi totalidad de las iglesias  posteriores han prescindido de ellos: han reformulado (están reformulado) las exigencias matrimoniales. han permitido comer de cerdo, o carne no desangrada etc.), para entender bien el sentido de las leyes noáquicas (establecidas tras el primer diluvio: Gen 8-9).

(En esas estamos, hasta mañana)-

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