Viuda omnipotente y juez perverso (Lc 18, 1-8)

Para el pasado domingo (Domingo 29º, tiempo ordinario. Ciclo C.: 21 X 2007) preparé un comentario sobre Lucas 18, 1-8, poniendo de relieve el “poder suplicante, creyente” de la viuda Era un tema del que había venido tratando los domingos anteriores (fe que mueve montañas, fe que cura), pero que recibía ese día una fuerza inquietante: la oración y la insistencia de la viuda podían más que el dinero y la violencia legal del juez injusto. Queriendo corregir unos matices del texto, borré el post y, después, quise tomar unos días de descanso, sin escribir en mi blog. Ayer volví a introducir mi comentario a la lectura del domingo (publicano y fariseo) y he pensado que puede ser útil retomar el motivo de la viuda poderosa del domingo anterior; he podido recuperar el texto del domingo anterior, tomándolo de un archivo antiguo. Así lo presento de nuevo.

Tema

La figura de esta viuda nos sitúa en el centro del evangelio de Lucas. Recordemos: entre los que saludan a Jesús en su nacimiento hay una viuda (Lc 2, 37). Al comienzo del mensaje de Jesús está el recuerdo de la viuda de Sarepta (Lc 4, 36) y poco después la viuda de Naím (Lc 7, 12) con sus hijos muertos… Luego tenemos esta viuda suplicante (Lc 18, 1-8) y, finalmente, la viuda que da todo lo que tiene, en gesto de suprema generosidad (Lc 21, 2-3). Estas viudas aparecen vinculadas a lo largo del evangelio con otros personajes “marginales” que serán los que mejor entiendan el mensaje y camino de Jesús (el samaritano, el publicano, los leprosos…).
Por eso he querido presentar de nuevo a esta viuda, vinculado a la oración y a la justicia, que es la protagonista de una parábola extraña y de una pregunta inquietante: El Hijo del Hombre, cuando vuelva ¿encontrará esta fe en la fe en la tierra? ¿Qué fe? ¿La de la viuda que insiste pidiendo justicia? ¿La de los discípulos que corren el riesgo de desanimarse y dejar la oración? Ya no se trata de la fe-oración que mueve montañas (como hace dos domingos), ni de la fe-oración que cura… sino de la fe que se mantiene tensa, en búsqueda de justicia, hasta que llegue el Hijo del Hombre.

Texto

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: Hazme justicia frente a mi adversario. Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara. Y el Señor añadió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18, 1-8)
Viuda suplicante, viuda omnipotente

La viuda “cree” en el valor de su insistencia: está convencida de que el juez le atenderá, si se mantiene fiel y pide, una y otra vez, con actitud que puede llegar a ser “desagradable” para el mismo juez (¡puede acabar pegándole en la cara!). La súplica de la viuda (¡que parece que no tiene nada!) puede transformar al mismo juez.

En el contexto bíblico, está viuda que “pide justicia”, de un modo insistente, es signo de todos los pobres del mundo que sólo cuentan con eso que la tradición católica ha llamado la “omnipotencia suplicante” (aplicada a la Virgen María, cuando intercede por los hombres). Pues bien, en nuestro caso, esta viuda es la Virgen María, que es omnipotente por su forma de pedir.

Traslademos el gesto de la viuda a nuestro mundo, a todos los pobres y excluidos de la sociedad. Ciertamente, el mal juez (los malos poderes del mundo, que no creen en Dios ni en la justicia) pueden ignorarles. ¿Qué le importa al sistema la vida o muerte de los pobres? ¿Qué le importa al capitalismo la suerte de los cien mil hombres y mujeres que mueren cada día de hambre o de sus derivados? No, en un primer momento, a los jueces del mundo no les importa nada. Ellos van a lo suyo: su justicia particular, si imperio, su dinero, los demás que mueren.

Pero esa solución no está tan clara: ¡Si todos los pobres gritan, como esa viuda, el sistema tiembla! Ésta no es una palabra particular (circunstancial) de Jesús, sino la experiencia más honda de la Biblia, desde los hebreos de Egipto que gritan y Dios les escucha (Ex 2). No, no hace falta guerra de tipo militar, ni argumentos de justicia legal, que pueden estar siempre en manos de los juristas de turno, vendidos al sistema. Basta con el grito, un grito incesante, de no-violencia activa.

El problema está en que la mayoría callan o se doblegan ante el sistema, pidiendo pequeñas migajas, subsidios pequeños…, para que todo siga igual. Pues bien, en contra de eso, esta viuda grita, en gesto de huelga radical. ¡Una y otra vez se eleva ante el juez!, que cuanta con los grandes poderes del mundo (tiene a su servicio el ejército, la policía, la cárcel y el dinero). Pero la viuda tiene algo más fuerte: Su grito insistente, su protesta continua, su “huelga” sin fin (su no-violencia activa).

La omnipotencia de los que gritan, pidiendo justicia

He visto el rostro de esta viuda por doquier, aquí en Castilla donde vivo, en la Iglesia de la que formo parte y, de un modo especial, entre las gentes de El Salvador de donde acabo de venir. Esta viuda que pide justicia, con voz insobornable, voz que nadie puede acallar, sigue estando allí:

Ésta es la voz de O. Romero, que pidió justicia y fue asesinado el año 1981… Le mataron los jueces injustos y mentirosos (¡por lo menos el de la parábola de Jesús confiesa que no cree en Dios!), pero su voz sigue resonando, pidiendo justicia.

Ésta es la voz de I. Ellacuría y sus compañeros, asesinados el años 1989… Mataron sus “cuerpos” externos, pero su voz sigue gritando, más fuerte que todas las voces de sus jueces.

Ésta es la voz de Jesús, que gritó en contra de las injusticias, a favor de la justicia del Reino, pero fue asesinado… ¡Es evidente que no lograron acallar su voz, que sigue resonando, como la primera de las voces de la historia de occidente!

Ésta es la fe de los que creen que la oración constante acabará siendo escuchada… Es la oración de la viuda que pide justicia, una viuda que es signo de Jesús, de Monseñor Romero, de Ignacio Ellacuría, de los millones de hombres y mujeres que han pedido a Dios justicia… Humanamente hablando, esa voz parece muy débil: ¿Cómo puede compararse a los millones y millones de dineros del sistema, a las armas infinitas del imperio, a la injusticia organizada de los jueces del mundo? Externamente, esa voz no es nada: una voz en el micrófono de cada domingo (M. Romero), una palabra en la cátedra (Ellacuría), un simple grito en la calle (viudas y viudas). No es nada y sin embargo esa voz es más poderosa que todas las armas y dineros del sistema.

Acabará pegándome en la cara…

Ciertamente, el sistema puede matar esas voces… pero si las mata a todas acaba destruyéndose a sí mismo. Los jueces del mundo necesitan de las viudas y los pobres, pues sin ellos no son nada. Por eso, allí donde todas las viudas del mundo se junten y griten, negándose a colaborar con el sistema, allí donde miles y miles de hombres y mujeres protesten (¡sin necesidad de armas!) el sistema caerá.
Ésta es la presión popular, esta la revolución de todas las viudas del mundo, es decir, de todos los pobres, una revolución que tiene que empezar, desde el evangelio.

Lo que pasa es que, muchas veces, los que deberían protestar con la viuda (con ella) prefieren ajustarse al sistema “por un plato de lentejas”: prefieren pactar con el juez, con el imperio… Ésa ha sido la actitud de gran parte de las iglesias organizadas, de las jerarquías oficiales, de los que dicen que nada puede cambiar. Ésa es la actitud de los que no creen en Dios (aunque se digan siervos suyos, aunque parezcan expertos en vivir el evangelio).
Sólo esta “protesta” de las viudas y los pobres, unidos pidiendo justicia, harán que el sistema cambie… porque los jueces del mundo tendrán miedo, miedo de los pobres que pueden “pegarles”, sin necesidad de armas: dejando de trabajar para ellos, dejando de obedecerles, dejando de respetarles como si ellos fueran signo de Dios.

Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?

Éste es el tema, ésta la pregunta. ¿Creemos también nosotros como cree esta viuda, en la justicia final y en la salvación para los pobres? ¿Cree la Iglesia oficial, con la fe de esta viuda, o ha preferido pactar con el sistema, es decir, con el juez injusto que no cree en Dios ni se interesa de los hombres? Después de haber comentado ayer el tema del fariseo y del publicano, se me ocurre que esta viuda podía ser como el publicano, mientras que el fariseo se parece al juez injusto. Dejo la reflexión abierta, volveré mañana al tema.
Volver arriba