3 del XII 2007 Francisco de Xabier y Pedro de Arrupe

Francisco Jaso Azpilikueta, llamado tambien Francisco de Javier (o de Xabier, como él firmaba, por la Casa Fuerte o Xa-berri que defendía su padre, al sur-este de Navarra) marca una etapa clave en la evangelización cristiana (católica) de Asia. Muchos dicen que misión católica ha quedado allí hasta el siglo XX como él la dejó en muerte (el 3 del XII del 1552), cuando él quería pasar de Japón a China, para evagelizar el gran continente y volver desde allí hacia Europa, por los caminos de la seda y las especias (como había soñado 1600 años antes Julio Cesar), atravesando el interior de Asia, el imperio turco, el reino de los zares...

Quiso realizar la vuelta misionera al mundo del oriente (a todo Eurasia, como Pablo habría qerido realizar la vuelta al mundo de occidente.)Murió en el intento,c omo Pablo (con 46 años), pero la semilla de su gran ideal sigue sembrada en la Iglesia, llamada a realizar de nuevo su camino, de Europa a la India y al Japón, para volver por China nuevamente a Europa, a fin de que se expanda el evangelio, de manera que los pueblos puedan dialogar y comunicarse desde el Cristo universal. Uno de los que mejor ha entendido y seguido ese camino en el siglo XX ha sido el P. Arrupe, que fue al Japón y que volvió a Europa, para iniciar desde Roma, como General de la Compañía de Jesús (la de Francisco de Xabier) una de las más audaces e intensas tareas de evangelización del siglo XX. Hoy, día de Xabier el navarro, será bueno recordar a Pedro Arrupe, el bilbaíno (Bilbao 1907 – Roma 1991). Para ello quiero recoger el trabajo que me envía Agustín Ortega Cabrera, habitual en este blog. No trata de Xabier, pero recoge su espíritu: la nueva evangelización fundada en el encuentro y diálogo de culturas y en el testimonio de la vida. De esa manera recojo en el blog al Año de Arrupe 2007, que ha sido una continuación del Año Xabier 2006. Gracias Agustín.

EL LEGADO DEL P. ARRUPE PARA EL CRISTIANISMO DEL SIGLO XXI, por A. Ortega Cabrera, Licenciado en Estudios Eclesiásticos y Licenciando en Teología Dogmática. Subdirector del Centro Loyola (Las Palmas de G.C.)

En estas fechas, estamos en plena celebración del Centenario del P. Arrupe, el que fuera general de los jesuitas, y que independientemente de cómo sea la valoración de su vida como jesuita y máximo responsable de la Compañía de Jesús, no cabe duda que ha influido de forma muy importante en la institución religiosa fundada por San Ignacio de Loyola y aun, de forma más global, en la propia vida de la iglesia.

En esta perspectiva queremos centrar nuestro escrito: en el legado y herencia que nos deja el P. Arrupe para la vida de la iglesia y del cristianismo en general, para su presente y futuro en este siglo XXI, que ya hemos comenzado. En este tiempo, ya han salido numerosos escritos muy cualificados sobre la vida y obra del P. Arrupe, por lo que no volveremos sobre ello. Queremos presentar así las claves y criterios más importantes, que puede aportar esta vida y testimonio de Arrupe a la actualidad y horizontes del cristianismo, en la nueva era global que está viviendo la humanidad.

Y empezaremos por lo que sin duda, en expresión de G. Gutiérrez, era el propio pozo donde bebía Arrupe, lo que configuraba e impulsaba su vida hasta las entrañas: la relación y encuentro profundo, personal con nuestro Señor Jesucristo, para seguirle y amarle más (como reza la fórmula espiritual ignaciana). La primera clave del legado arrupiano, la clave de bóveda que cimentaba toda su vida y misión, es la espiritualidad y mística cristocétrica o cristo-teologal, el enamoramiento y pasión por Jesús, experienciada en su vida de oración y contemplación del Crucificado-Resucitado, de liturgia y celebración sacramental-eucarística, de amor y justicia, de fermento y devoción mariana, amor por María, la madre de Jesús y de la iglesia.

Este seguimiento y unión profunda con el Señor Jesús le llevaba a la comunión con su pueblo y cuerpo místico: la iglesia. El amor y fidelidad profunda de Arrupe a la iglesia, y con ella a su pastor universal, al Papa -sucesor de Pedro-, signo también distintivo de la institución que él presidía, es la segunda clave que nos transmite. Un amor y fidelidad verdadera a la iglesia y al Papa, que cimentada en el depósito de la fe eclesial, consistía en la fidelidad, actualización y profundización del Evangelio de Jesús y su iglesia en los tiempos y contextos que le tocó vivir. Esto es imprescindible para que haya verdadero amor y fidelidad eclesial: abrir los nuevos caminos y surcos en la historia, por donde el pueblo de Dios va caminando con la Gracia del Evangelio en el Espíritu, siempre fermento, renovador y transformador del mundo y de la humanidad.
De ahí que esta comunión con Jesús y con su iglesia, llevara al P. Arrupe a la misión evangelizadora. Él nos enseña con la iglesia que la misión del cristiano y del pueblo de Dios, es la proclamación y realización del Reino en la historia y en los pueblos; que la iglesia es por naturaleza misionera, que ella no existe para si misma, sino para evangelizar y servir a la humanidad, que su camino es el camino de la persona, la vida del ser humano, con sus gozos y esperanzas, sus tristezas y sufrimientos, en especial de los pobres y víctimas como nos enseña la iglesia actualmente.

Arrupe fue iniciador y pionero en esta época contemporánea, de lo que hoy se conoce como inculturación del Evangelio. Nos muestra como la misión evangelizadora, para ser autentica, debe plasmarse en un mutuo dialogo e inter-relación con la vida y cultura de los pueblos; una reciproca inter-penetración, donde todo lo bueno, verdadero y bello de esta cultura y vida de los pueblos, quede asumido y plenificado por la luz del Evangelio, que a la vez libera y transforma todo lo inhumano, inmoral e injusto.

El P. Arrupe nos muestra como la misión evangelizadora debe hacerse desde esta perspectiva de dialogo sincero y profundo, respetuoso y crítico, desde una fidelidad y creatividad o novedad evangélica, con alegría y ternura, con libertad y co-responsabilidad mutua entre todos lo miembros del pueblo de Dios, con humildad y profecía. Él nos enseña todo este modo de vida, de comunión, de responsabilidad, de ejercicio ministerial y de misión eclesial, fiel al Evangelio y a lo mejor de la tradición de la iglesia.

Un misión evangelizadora que, de esta forma, dialoga y se inter-relaciona con el pensamiento, con las distintas ciencias y materias formativas, con las cosmovisiones e ideologías, con la increencia y el ateismo. Y que por lo tanto requiere una formación cualificada, actual e inter-disciplinar. Un cristiano que no posea esta formación sólida y vida madura, que no sea adulto en la fe, no podrá evangelizar de forma adecuada. Arrupe, desde todo lo anterior, fue pionero así en el dialogo ecuménico, inter-religioso e inter-cultural, en la inter-relación de las distintas culturas, cosmovisiones y éticas de los diferentes pueblos o civilizaciones, para intentar buscar la civilización del amor, la cultura de la solidaridad y el bien común global, como nos enseña hoy la iglesia.

Sin duda, una de las claves más importantes de la herencia arrupiana es el constitutivo e irrenunciable carácter o dimensión social-política de la fe, que exige la justicia, la paz y la transformación del mundo, de sus relaciones, estructuras e instituciones; una fe que se expresa y opta por el amor liberador desde y con los más empobrecidos, oprimidos y excluidos del mundo. Arrupe fue un verdadero profeta que supo denunciar y anunciar el Evangelio de la justicia y de la paz en un mundo profundamente injusto y desigual, con el empobrecimiento y exclusión creciente del llamado Tercer Mundo o Sur del planeta. Llevó a la Compañía y a la Iglesia, por una senda y testimonio, coherente y comprometido, de defensa y promoción de la dignidad y derechos del ser humano, de los explotados y marginados de la tierra.


De ahí, su elogio y admiración por todos estos testimonios y mártires que entregaron su vida por el Evangelio del amor, la justicia y de las paz, por la Buena Nueva liberadora de los empobrecidos, excluidos y marginados. Testimonios y nombres que él incluso conoció y trató personalmente: Rutilio Grande SJ, Mons. Romero, I. Ellacuría SJ y sus compañeros mártires jesuitas de la UCA (El Salvador), etc., que le dejaron una huella imborrable en su vida. De estos testimonios y mártires decía Arrupe, que eran verdaderos modelos y ejemplos para la Compañía de Jesús y para la vida religiosa en general, que eran prototipo de jesuitas, de miembros de la iglesia y de cristianos para nuestro tiempo.


Muchos más cosas se podrían decir del P. Arrupe y su legado espiritual, humano, ético y social, pero con la intención de no alargarnos más, creemos que lo escrito hasta aquí es lo más esencial de su herencia y sirve para tomar conciencia de la talla humana y cristiana del jesuita vasco. Arrupe, como tantos santos y testimonios admirables a lo largo de la historia de la iglesia, supo vivir e ir a lo primordial, a la entraña del Evangelio: el seguimiento de Jesús, en la santidad y mística-espiritualidad del Dios del amor, la justicia y la paz, del Dios liberador universal, desde y con los más empobrecidos y excluidos del mundo. Arrupe fue todo un profeta y renovador de la vida religiosa, eclesial y cristiana. Ahora nos sigue sonriendo y alentando desde la comunión con el Dios Trinitario y con todos los santos.
Volver arriba