Ser cristiano es decir: Tómalo y come, es mi cuerpo

No nos atrevemos a decirlo y a ser pan compartido, pero Jesús pudo atreverse y les dijo (nos dijo ) dijo "tomad y comed".

Éste es el evangelio de los últimos domingos que he venido comentando (cf. Jn 6, 51-58). Ésta es la palabra y obra central del cristianismo: El don gratuito de la vida; Dios en Cristo, el alimento del que somos y vivimos.


Lógicamente, los de fuera preguntaban: ¿cómo puede éste darnos a comer su carne, es decir, su cuerpo? No podían creer, no querían creer, la religión era para ellos una ley o imposición sagrada.

También hoy preguntamos: ¿Fueron verdaderas esas palabras de Jesús,él dio su cuerpo/carne de verdad, o fueron sólo y siguen siendo una mentira falsamente piadosa (aprovechada) de clérigos que la utilizan la utilizan para dominar sobre la Iglesia?

¿Quién puede proclamar, en nombre de Jesús (es decir, en nombre propio, pues cada uno es Jesús al celebrar su presencia) éste es mi cuerpo, está es mi sangre?

Esa “palabra” (quizá la más importante de la Iglesia) cuyos ministros dicen en la misa con (como) Jesús “éste es mi cuerpo que yo doy para comida”) puede terminar siendo la mentira de muchos que dicen “esto es mi cuerpo que yo doy por vosotros” para aprovecharse del cuerpo y de la vida de los otros, incluso de los niños.



El evangelio es esto: Somos "Dios" o, mejor dicho, de Dios dando la propia vida como carne-vida para los demás, en una "misa" que se abre y expresa en formas distintas de dar el cuerpo/vida para que otros sean, a modo de “comida” (alimento) de los demás :

- así la madre con el padre da su cuerpo al niño, para que sea, para que coma…;
- así los enamorados que comparten (se comen, se dan) el propio cuerpos…
- así los que trabajan y ayudan a los otros, dándoles de comer, acogiéndoles en casa (Mt 25, 31-46), pueden decir y dicen al menos implícitamente (pero muy en verdad) “esto es mi cuerpo”.

Las imágenes que siguen, conocidas casi todas, nos ayudan a situar el tema de la eucaristía, un tema iconográficamente poco definido (a mi entender), que nos lleva de la "comida de engaño" del "pecado" del principio, a la comida de "verdad" de Jesús con sus discípulos

Desde ese fondo quiero comentar algunos rasgos del despliegue de la eucaristía, en siete proposiciones fundamentales y una conclusión general. Buen día a todos.

Preámbulos para una experiencia y teología eucarística

1. Una prehistoria. El hombres lo que come. La eucaristía constituye la culminación de la experiencia cristiana. Pero, en sí misma, antes que cristiana, es una experiencia universal humana, que se expresa en el hecho de comer juntos, dándose la vida unos a otros para de esa forma compartirla.


En ese sentido, lo que está en el fondo de la eucaristía es el sacramento de la comunicación universal, que empieza por la comida, como en relato del paraíso, Gen 2-3, con su valor y su riesgo. Comida somos (somos lo que comemos), comida nos hacemos en sentido humano para los demás. Por eso es importante recordar que la eucaristía cristiana se vincula con otras experiencias religiosas y sociales de amor y vida compartida, superando el riesgo de pecado “original” que según Gen 2-3 (imagen uno) consiste en comer el alimento de (en contra de) los otros.

2. Históricamente, Jesús ha podido decir en la última cena las palabras centrales de la eucaristía, en la forma en que las ha conservado la tradición de la iglesia: Esto es mi Cuerpo… Ésta es mi sangre (la nueva alianza en mi sangre), pues esas palabras respondían a todo el gesto de su vida, y la condensaban en forma de testamento.

Ciertamente, el dato histórico externo (si dijo esas palabras así, de esa manera, en la última cena) resulta discutido, pues los estudiosos no están de acuerdo sobre la forma externa de la última cena (como he puesto de relieve en mis comentarios a Marcos y Mateo). Pero estoy convencido de esas palabras eucarísticas centrales condensan y transmiten lo que ha sido la vida de Jesús, como anuncio y don personal de Reino (de vida plana). Sin la referencia al Jesús histórico, la eucaristía cristiana pierde su sentido.

3. Tal como han sido recogidas, transmitidas y celebradas por la Iglesia, esas palabras eucarísticas han sido y siguen siendo pronunciadas por el Cristo Pascual, es decir, por Jesús Resucitado, a quien los cristianos recuerdan como aquel que ha vivido y formulado la experiencia más honda de la vida, como celebración y comunión de amor concreto, no sólo espiritual, sino encarnado en el pan y el vino de la comida compartida. Así se puede hablar de “eucaristía” (=acción de gracias): Jesús ha dado gracias a Dios porque ha regalado su vida (cuerpo) a las personas que ha venido encontrando a su lado.



De un modo consecuente, esas palabras sólo son del Cristo en la medida en que las dicen con su propio “yo” los mismos cristianos, el conjunto de la iglesia, no unos “jerarcas” elevados sobre el resto de los fielescon poder para decirlas. Esas palabras constituyen el “dogma” central, la vida, de la Iglesia de Jesús que sigue vivo en cada uno los hombres y mujeres que puede decir y dice con su vida: Esto es mi cuerpo, esta es la sangre de mi vida (de la Vida de Dios) que he recibido por gracia (gratuitamente), y que en gesto de acción de gracias quiero recibir y compartir con vosotros, pues todos somos cuerpo (carne y sangre) unos de otros.

4. En ese sentido, el “cuerpo de Cristo” (cuerpo humano, mesiánico, de Dios) es ante todo la comunidad de los creyentes,es decir, de aquellos que creyendo en Jesús creen los unos en los otros, que le recuerdan y se comprometen a seguir realizado su obra (compartiendo unos con otros la cuerpo y la sangre de la vida). Según la doctrina más tradicional del cristianismo, los mismos cristianos son la “res”, es decir, la realidad de la Eucaristía: Son eucaristía, esto es, son “cristo” (Dios encarnado) en la medida en que se regalan la vida unos a otros. Ellos son la misa verdadera, que puede expresarse de forma simbólica en el pan y el vino de la celebración, pero sabiendo siempre que el pan y vino de la “comida externa” son signo del verdadera pan-vino de la comunión de los hombres en Cristo y con Cristo.

No son los hombres y mujeres para el pan; es el pan para los hombres y mujeres. Por eso, el pan y vino son signo-sacramento real de la presencia de Cristo y de la comunicación entre los cristianos.Esa presencia es “real”, siendo sacramental, una “presencia materializada”, no es puro encuentro de ideas o afectos intimistas… sino encuentro total de amor en unos signos económicos/alimenticios, que expresan el compromiso de dar y recibir, de compartir la vida. La realidad de la eucaristía es, por tanto, la comunión/comunicación de vida de todos los cristianos. La eucaristía no es algo que unos (los sacerdotes) hacen en nombre de todos, sino un gesto/don de amor que hacen y son todos los cristianos.

5. Historia de la eucaristía. A lo largo de los siglos, las Iglesias han organizado la eucaristía de Jesús conforme a los modelos sociales y sacrales de cada tiempo.Lo han hecho bien, han recordado y actualizado la palabra y obra de Jesús. Lo han hecho bien: han precisado el sentido “dogmático” de la celebración y de la vida cristiana, dentro de su contexto cultural, tanto en los diversos documentos de la Edad Media latina como en el Concilio de Trento.


Esa historia sigue siendo normativa para los cristianos, pero no para encerrarse en ella y seguir haciendo lo que se hacen en los últimos mil años (especialmente en los últimos quinientos), sino para retomar el principio de Jesús y abrir nuevos camino de “mística” y experiencia concreta de comunión de vida, de hombres y mujeres, de mayores y niños, en las diversas formas de amor que son formas diversas de comunicación gratuita de la vida.

6. La celebración solemne de la eucaristía, de un modo oficial, seguirá estando presidida por un ministro de la Iglesia, que en el momento actual, en la iglesia católica, es un obispo o presbítero varón. Ese tipo de celebración seguirá siendo normativa para la Iglesia oficial, mientras la Iglesia misma no cambie sus normas externas, que lo hará (ha de hacerlo) más bien pronto que tarde.
En esa línea, es importante recordar y actualizar (incluso invertir) el pasado reciente, un pasado definido por la organización y celebración jerárquica de una eucaristía donde los celebrantes principales sólo han sido varones y varones consagrados de un tipo especial.

Esa historia ha sido positiva, pero es necesario completarla y actualizarla, desde el evangelio, desde la experiencia actual de la vida y desde el encuentro con las restantes religiones y culturas sociales. Pero puede y debe haber otras formas de celebración de la eucaristía, partiendo de la misma realidad de las comunidades, que nombran sus ministros, para que presidan la celebración realizada por todos.

7. Volver al principio, abrir caminos. Lo que importa es la palabra-experiencia de Jesús y de la Iglesia, donde hombres y mujeres comparten el cuerpo y la sangre: la vida… Esa no es una experiencia de algunos cristianos especiales, sino de todos… Esa tiene que ser una experiencia integradora, en tres niveles.

(a) Nivel particular. Cada comunidad cristiana puede y debe organizar su eucaristía, sabiendo que todos los cristianos son ministros de ella, por el hecho de estar bautizados (ser cristianos).Todos los cristianos, varones y mujeres, pueden y deben decirse “esto es mi cuerpo… tomad…”; todos son sacerdotes por don de Cristo. En esa línea debemos pasar de la eucaristía signo separado de la vida a la eucaristía de la misma vida, es decir, de la mística y experiencia concreta de comunión económica y social, personal, afectiva, familiar, de todos los hombre, empezando (los cristianos) desde Cristo.

(b) Nivel de catolicidad. Las eucaristía cristianas han de estar vinculadas, formando un “cuerpo universal”, católico, mesiánico, de humanidad. En ese sentido, las eucaristías de las diversas iglesias han de estar conectadas entre sí. La función del Papa y de las autoridades centrales de la iglesia no está en imponer un tipo de eucaristía, sino en mostrar y potenciar la unidad de todas las eucaristías. Aquí se abre un camino inmenso de actualización eucarística, desde la experiencia del don de la vida, allí donde decimos y hacemos que nuestra vida sea cuerpo (carne y sangre) para la vida de los otros.

(c) La eucaristía es, finalmente, signo de apertura misionera:la Iglesia (el conjunto de iglesias) tienen que ofrecer al mundo la experiencia y realidad mesiánica del amor y del pan compartido; la misma eucaristía se expresa y traduce en forma de misión, tal como lo han puesto de relieve los textos evangélicos de las multiplicaciones de los panes y los peces.

APÉNDICE: EUCARISTÍA, AMOR MESIÁNICO




El el contexto de la pascua nacional judía (cordero y sangre, ázimos y hierbas amargas), ha introducido Jesús el signo universal del cuerpo compartido,
hecho pan, alimento diario de varones y mujeres, amor de carne. Ha renunciado Jesús a toda coacción sobre los otros. Ha quedado en manos de discípulos que van a traicionarle, de sacerdotes y soldados que van a condenarle a muerte, "como piedra inútil del gran edificio del mundo" (cf. Mc 12, 10). Pues bien, en el momento supremo, en una cena de culminación y despedida, instituyendo su signo mesiánico, regala su cuerpo-vida como pan. Esto es amor, este es el amor supremo (cf. Jn 13, 1). No se defiende, no rechaza con violencia la amenaza. Al contrario: entrega su cuerpo. Ésta es su autoridad, éste es el amor supremo.

La «mística» del Sacramento (de la Eucaristía) tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan», dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos « un cuerpo », aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros (Benedicto XVI, Dios es amor 14).

En esa línea avanzan las palabras sobre el vino. No es preciso que Jesús las haya proclamado en la forma que reciben en los textos eucarísticos actuales, al pie de la letra, pero ellas evocan y expresan su fiesta. Le han acusado de comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 10, 19 par). Es claro que ha sabido disfrutar del vino, en solidaridad con los marginados de su pueblo y así ha brindado con sus amigos, invitándoles al Reino: no beberé más de este fruto de la vid... (cf. Mc 14, 25 par).

Pues bien, Jesús ratifica su gesto de amor dándoles su “sangre” como vino: la vida no es sólo pan de comida y trabajo; es también vino de fiesta y como fiesta la ofrece Jesús. No es bebida diaria, tasada, de dura pobreza, sino amor desbordante, alegría de reino. Este vino es bebida que Jesús regala y que ellos beben y comparten, asumiendo su camino. Así expresa su autoridad: en el fondo de la fiesta emerge la más honda gracia de solidaridad y justicia humana. Esta es la sangre de mi alianza, es decir, del amor perpetuado y permanente. La sangre servía en Israel para expiar por los pecados (Lev 17, 10-12; cf. Gen 9, 4) y estaba reservada a Dios. Pues bien, en gesto de fuerte trasgresión creadora, Jesús ofrece su amor hecho sangre de amor, como vino de fiesta, a sus amigos.

Ésta es la Sangre del amor de la Alianza de Jesús.No es violencia ritual, ni expresión de la ira de Dios, ni un rito expiatorio, sino todo lo contrario: es amor que se ofrece en forma generosa, perdonando a los antes excluidos; es gozo compartido, vino de fiesta. Ciertamente, matarán a Jesús, como se mata y excluye con violencia a un asesino. Pero él no ha muerto simplemente porque le han matado, sino porque ha querido dar la propia vida, como gracia universal, al servicio del amor y del perdón del Reino. Sólo así se puede añadir que está sangre es para perdón de los pecados, pues vincula en alianza de amor a los humanos. Este no es un perdón sacrificial, que controlan sacerdotes y escribas, sino don de amor gratuito, que Jesús ofrece al regalar en amor su propia. Es sangre de la fiesta de Dios, condensada en una copa de vino que vincula en amor (gratuidad y perdón, justicia y solidaridad) a los hombres.


Así se ha regalado Jesús, dando su cuerpo y sangre, vida entera, en amor de Reino. Así ha iniciado un camino universal de comunicación, que se expresa en el pan compartido, y la justicia interhumana. Desde ahora, el signo de Jesús será el pan y vino de la vida compartida, en gratuidad y amor cercano; él no es autoridad porque domina a los demás, porque se eleva por encima de los otros, sino, exclusivamente, porque puede y quiere dar la vida por ellos, en esperanza de resurrección.

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