La doble elección de Dios: Pobres y Servidores de los Pobres (Mt 25, 31-46)

He venido evocando algunos rasgos introductorios del “juicio final” en Mt 25, 31-46, tomados de un libro titulado Hermanos de Jesús y Servidores de los más Pequeños . Dejo el resto de aquel libro, pues sería demasiado largo, y me limito recoger hoy, de forma conclusiva, unas reflexiones de otros libros más recientes donde he desarrollado el tema, desde la perspectiva del Dios que "elige" a los pobres/pequeños, con aquellos que les ayudan:
Dios Preso. Teología y pastoral penitenciaria, Sec. Trinitario, Salamanca 2005, cap 2).
Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2007, 538-546

Éstas son las verdaderas elecciones de Dios, que podemos y debemos recordar hoy (21, XI 11), una vez pasadas y resueltas las elecciones políticas de España, que han tenido, sin duda, otros criterios:
a) Dios ama y elige a todos, pero (a fin de amarles de un modo eficaz) elige a los más pequeños (pobres, enfermos, exiliados, encarcelados...); ellos son sus representantes, su verdadero "parlamento" (es decir, su Palabra encarnada).

b) Para que la elección anterior pueda expresarse en la historia, Dios elige también los que sirven a los pobres (a los que dan de comer, visitan, liberan, acogen a los exiliados...). Éstos, servidores de los pobres, vienen en un segundo momento, pero son esenciales en la elección de Dios.

c) Conforme al desarrollo de la parábola, los pequeños se salvan por sí mismos... (sin tener que hacer nada, en principio)..., pero los demás sólo se salvan por mediación de los pequeños (porque se vinculan a ellos, les acogen y sirven). El texto no propone, por tanto, una "lucha" de clases, sino una superación activa de las clases (Éste es el tema que más interesaba en mi vieja tesis al Cardenal A. Vanhoye).

d) En un sentido más profundo, casi todos los hombres y mujeres somo "pequeños" (Dios nos ama sin más), pero, al mismo tiempo, podemos ayudar o negar a otros pequeños que están a nuestro lado, sobre todo a los "más pequeños" (los elakhistoi de Mt). No se trata, por tanto, de que los grandes ayuden a los pequeños, sino de que todos se ayuden y liberen entre sí, bajo la mirada (y con la ayuda) del Dios Hijo del Hombre, que se ha encarnado en la humanidad sufriente


La revelación del juicio en Mt 25,31-46 aparece así como despliegue de los dolores de la historia (del sufrimiento humano)... El Dios más divino es aquel que se muestra a través de las necesidades de los hombres (hambrientos, sedientos, encarcelados...), iniciando a partir de ellos un movimiento de solidaridad y transformación humana.

Dios nos lleva a descubrir al hombre. Conocer las necesidades de los demás y acompañarles en la vida, eso es conocer a Dios. En este contexto se vinculan la "elección" de Dios y el "juicio" de la historia humana.


1. Elección. Dios elige por amor a los pequeños, para revelarse a través de ellos, sus hermanos más pequeños, abriendo así un camino de solidaridad humana, que él ofrece sin limitaciones, a todos los hombres y mujeres de la tierra.
2. Juicio. Dios no juzga, pero nosotros, los hombres, podemos juzgarnos y destruirnos, si no acogemos a los otros (en especial a los pequeños.
3. Tarea de Dios. Lo que Dios quiere es vencer el sufrimiento, superar todo tipo de condena. Pues bien, para lograr ese fin, él mismo ha entrado hasta la entraña del sufrimiento humano..., abriendo un camino que lleva a la revelación de la Vida plena, más allá de todo juicio destructor..

Termina así esta pequeña serie bíblico-teológica..., aunque volveré a evocar el tema, desde otra perspectiva, dentro de un par de días, comentando el fresco del Buen Pastor de las Catacumbas de Priscila, que presenté ayer. Vayan estudiando su simbolismo los que quieran, pues allí puede encontrarse más teología que en la mayoría de los libros técnicos sobre el tema, incluido el mío


1. Presentación. Juicio del Hijo del hombre.

Mt 25, 31-46 plantea el tema bien conocido del juicio final. Diversos elementos y normas de ese juicio pueden encontrarse en otros pueblos y culturas antiguas (en Israel y Mesopotamia, Egipto y China...), pues también ellas se han preocupado de los pobres y necesitados. Muchos pueblos modernos han "soñado" (buscado) la liberación final, queriendo superar las estructuras de violencia actual. Pero no existe, que sepamos, ninguno que haya destacado como Mt 25, 31-46 el riesgo final de la cárcel, poniendo al mismo tiempo de relieve el valor de la gratuidad y del servicio humano.

[Parábola] Cuando el Hijo del Humano venga en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria; y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

[Salvación] A. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí». B. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o desnudo, y te vestimos? Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, vinimos a tí?». C. Respondiendo el Rey, les dirá: «En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis».

[Condena] A. Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; fui extranjero y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis». B. Entonces ellos también responderán, diciendo: «Señor, cuando te vimos hambriento o sediento, o extranjero o desnudo o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?». C. El entonces les responderá, diciendo: «En verdad os digo: cada vez que no lo hicisteis a uno de esto más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis».

[Conclusión] Y éstos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna (Mt 25, 31-46).


Se reúnen ante el Hijo del Hombre todos los pueblos, culmina el juicio de la historia y se descubre, por Jesús, la verdad universal: lo que Dios ha realizado, lo que han hecho o padecido los hombres. Este pasaje seguirá estando en el fondo de todo lo que sigue. Por eso debemos presentarlo con cierto detalle, partiendo de sus cinco elementos básicos.

1. Necesidades humanas: del hambre a la cárcel. Leído en perspectiva social, Mt 25, 31-46 estructura las necesidades humanas en tres niveles: material (hambre y sed), social (exilio y desnudez), radical (enfermedad y cárcel). No existe, que sepamos, ningún texto judío o pagano (egipcio, mesopotamio, chino...) que sistematice de esta forma todos los males de la historia, aunque esos males, lo mismo que la necesidad de ayudar a quienes los padecen, constituyen un tema corriente en las mejores éticas de la antigüedad. El texto no discute la causa de esos males. Supone su existencia y busca una forma de solucionarlos, no en clave de ley, sino de gratuidad. Frente al posible riesgo de intimismo religioso (cf. budismo), refugio contemplativo (hinduismo) o aceptación de un destino más o menos trágico (taoísmo, pensamiento griego), Mt 25, 31-46 pone de relieve la exigencia concreta y activa de ayudar a los necesitados.

2. Dolores mesiánicos: sufrimiento del Hijo del hombre. En este pasaje habla Jesús, mesías de Dios, no un superhombre que resuelve los problemas desde arriba, sino un hombre que asume como propios los dolores de la historia, incluyendo en su "yo" necesitado (muerto por los otros) la carencia de todos los humanos. Sin esta revelación de la gracia de Dios que asume el dolor de la historia no existe evangelio. Otras religiones han podido hablar en general de un sufrimiento divino y de un modo especial lo han destacado los israelitas. Pero sólo el cristianismo, con su experiencia concreta de encarnación personal de Dios, puede hablar en estos términos. Jesús, Hijo de Dios, ha hecho suyos, en su vida concreta y en su pascua, todos los sufrimientos de la historia y de esa forma se define diciendo:¡Tuve hambre, estuve encarcelado!

3. Ayuda: servicio, acogida, episcopado. Los dolores mesiánicos se identificaban con los sufrimientos normales de la historia: hambre y sed, exilio y desnudez, enfermedad y cárcel. Lógicamente, las obras de ayuda tratarán de invertir esos dolores: dar de comer y beber, acoger y vestir, visitar y ayudar a los más necesitados. Significativamente, los “condenados” las definen y unifican como obras de servicio: ¿cuándo te vimos... y no te servimos? (25, 44). Estas obras de ayuda no son, por tanto, un gesto de simple caridad añadida a las obligaciones normales de la vida, sino la experiencia y tarea (=diaconía) mesiánica primera, donde se fundan y reciben su sentido las restantes. Pues bien, todas ellas culminan en la “visita”, entendida como “episcopado”: ¡Estaba enfermo o en la cárcel y no cuidasteis de mi¡ (25, 43). Cuidar se dice “episkopein”, que es la tarea primera de aquellos a quienes la iglesia posterior llamará “epískopoi” u obispos. Por ahora y para siempre, todos los seguidores de Jesús están llamados a ser “obispos” de los enfermos y encarcelados, cuidando de ellos como del mismo Dios.

4. Salvación mesiánica: Venid, benditos de mi Padre. Ciertamente, Cristo está presente en los que sufren y, al mismo tiempo, pide a los hombres que le ayuden (que sirvan a los necesitados). Pero la salvación culmina sólo al fin del tiempo y desde ese fin se entiende la acción liberadora o, quizá mejor, comunicativa en favor de los expulsados del conjunto social (hambrientos, exilados, enfermos, encarcelados). Esa acción cristiana no se ejerce en plano de antítesis violenta (lucha entre pobres y ricos, libres y encarcelados), sino de solidaridad entre todos los hombres. De esa forma, el texto identifica el reino de Dios con el amor gratuito (supralegal) que se dirige hacia los necesitados, en un proceso que empieza en el hambre (dar de comer) y culmina en la ayuda a los presos (visitar-cuidar a los encarcelados). La ley social deja al hombre dentro de la conflictividad de la historia; la gracia de Cristo le abre a la comunicación plena, que culmina en la resurrección final, en la llamada del Hijo del Hombre a los salvados: «¡Venid, benditos de mi Padre!».

5. Simetría o antítesis judicial y revelación de Dios en los presos: Venid, apartaos. El texto se encuentra construido en forma de antagonismo simétrico entre ovejas y cabras, derecha a izquierda, servicio y no servicio, vida y castigo eterno, situándose así en un plano legal, que es coherente con una parte muy significativa del mensaje israelita y de la iglesia primitiva. De esa forma opone al fin cielo e infierno, de manera que parece justificar también la división entre buenos y males (merecedores de premio y de cárcel) dentro del mundo Pero mirando mejor las cosas, desde la unidad del evangelio, tal como ha sido recogido y culminado por Mateo (en Mt 28, 16-20), descubrimos que Jesús ha superado esa simetría judicial, en un camino que se abre de forma paradójica y exclusiva hacia la salvación. Las dos partes de la escena (derecha e izquierda) forman un tablero simbólico, como una indicación pedagógica y parenética (tomada de la historia de las religiones y culturas del entorno), para que en su fondo se destaque mejor lo inaudito: la gracia de Jesús, Hijo de Hombre, que rompe todas las simetrías y supera todas las antítesis, haciéndose presente en los más pobres, como ha querido evocar el título de este libro: el Dios de los Presos. Este es el Dios de los hambrientos y sedientos, extranjeros, desnudos y enfermos, el único Dios, no hay otro verdadero.

Por eso, desbordando el nivel de simetría o antítesis, debemos recordar que sólo existe un camino: la gracia. El otro no es camino, sino muerte. Según eso, la formulación antitética (en forma de pura simetría entre derecha e izquierda, ovejas y cabras) forma parte de un primer tipo de lectura moralista del pasaje (que respondería al ideal ético de Kant en la Crítica de la Razón Práctica). Pero el Dios de nuestro texto no es un observador, ni juez moral, sino que está implicado en la trama de la historia. ¡Es el Dios de los presos! No hay dos dioses, uno bueno y otro malo, no hay dos finales, como de un modo más o menos maniqueo han pretendido algunos lectores de la Biblia, desde los separados de Qumrán (siglo II-I a. C.) hasta muchos eclesiásticos actuales, sino único Dios que es principio, medio y fin, que se encarna en el Cristo de los pobres.

De esa forma se revela en nuestro texto el Dios de la gracia (=encarnación) y el de los pobres (solidaridad). Este es el único Dios verdadero, revelado en Cristo. Aquí no podemos estudiar su esencia más profunda (cosa que por otra parte ya hemos hecho, en el libro citado: Hermanos de Jesús y servidores de los más pequeños. Mt 25, 31-46, Sígueme, Salamanca 1984), sino ver su conexión con los diversos males (hambre-sed, exilio-desnudez, enfermedad-cárcel), para indicar la dependencia que hay entre ellos y la conexión que todos tienen con el mismo Dios de Cristo. Así veremos la línea que lleva del hambre (¡hambre de Dios y de pan!) a la cárcel, donde todos los males del mundo se condensan y culminan en la falta de libertad. Mt 25, 31-46 sabe algo que la mayoría de los hombres y mujeres del sistema ignoran todavía: que todos los males y enfermedades del mundo desembocan y explotan en la cárcel, pues el hombre es, ante todo, libertad y la falta de libertad es el mal supremo que puede acontecerle (en la línea de la muerte).

2. Pobreza material: hambrientos y sedientos.

El hambre física está al principio de todas las necesidades. Ciertamente, hay otras carencias dolorosas (de cariño, cultura, palabra...; cf. Mt 4, 4). Pero la más honda, la primera de todas es la falta de comida. Allí donde este mundo rico condena al hambre a millones de personas (o las pone en situación de inseguridad permanente) crece no sólo la pobreza material, sino que la vida se vuelve insoportable y violenta, en contra de la voluntad de Dios. Pues bien, en medio de ese mundo de pobreza se ha elevado y ha desarrollado Jesús su mesianismo, asumiendo el dolor de cada uno de los hombres. Hambre y sed forman la primera necesidad, son signo de Cristo en una sociedad que se centra en los ricos.

El hambre es la primera de las necesidades y debería ser fácil de remediar, pues la tierra produce alimento suficiente para todos. El capitalismo de occidente sabe producir, de manera que tenemos comida bastante para remediar el hambre universal, pero no sabe compartir: no queremos sentarnos juntos a la mesa de la palabra (diálogo gratuito) y de la "bendición" (multiplicación) de los panes y los peces, para conversar y comer, para ofrecernos dignidad, para cultivar el misterio de la vida, en amistad y de confianza. Por eso, mientras haya división en el mundo, mientras unos acaparen y posean a costa de los otros seguirá habiendo hambre sobre el mundo. El hambre tiene múltiples raíces (la relativa escasez de recursos, la falta de desarrollo de determinados colectivos nacionales o sociales...), pero en sentido más profundo, ella tiene dos causas principales: 1. El egoísmo de muchos individuos y grupos, que no quieren compartir lo que producen y tienen. 2. La injusticia del sistema capitalista, que pone un tipo de desarrollo económico por encima de la vida de los hombres. Ciertamente, el hambre es un problema físico (proviene de la carencia de bienes), pero está vinculado al egoísmo de alguno y a la violencia del sistema. Para superar el hambre es necesario un tipo de sistema distinto (no capitalista) y un cambio en la forma de entender los valores de los hombres.

Aquí no podemos precisar los rasgos técnicos de un sistema económico alternativo frente al capitalismo, pero podemos y debemos evocar algunos valores humanos que pueden ayudarnos a buscarlo. En el siglo II a. C., Daniel 7 presentaba a los grandes imperios de su tiempo como bestias que destruyen y matan..., comiendo la vida los pobres. En esa línea se sitúan hoy muchos estados nacionales y, sobre todo, el gran imperio capitalista, que vive de la muerte de los pobres. Pues bien, los cristianos sabemos que el Cristo de Dios está presente en esos pobres para ofrecerles su vida y compartirla con ellos, como evoca su signo eucarístico

El Cordero degollado regala su vida en alimento. También sus seguidores están llamados a ofrecer comida, abriendo la mesa de su comunidad a todos los hambrientos de pan o de palabra (cf. Mt 4, 4). Sin pan compartida no hay iglesia, ni libertad, ni vida humana. Sin mesa común no hay cristianismo. Por falta de pan nacen las cárceles; por disputa sobre el pan las guerras. Sólo allí donde la comida y bebida se compartan puede hablarse de reconciliación. Por eso, todos los programas políticos o sociales que no intenten superar la pobreza acaban siendo dictaduras, principio de nuevas cárceles. Este es el signo del Cordero que vence a las Bestias, no en gesto de violencia destructiva sino de amor más fuerte, creador de vida desde el fondo de la debilidad e injusticia del mundo. Aquí se revela el misterio de Dios, la verdad de lo humano: el Cordero es más fuerte que las bestias, precisamente porque renuncia a matar y porque de esa forma ofrece su propia vida como "pan" (alimento) para todos los.



3. Pobreza social: exilados y desnudos.

El hambre material es la primera, pero no la única necesidad humana, pues está vinculada con otras carencias que la acompañan y rodean, pues no sólo de pan (material) vive el hombre (cf Mt 4, 4; Dt 8, 3), sino también, y sobre todo, de palabra, es decir, de comunicación afectiva. No basta alimentar al hombre como se alimenta (ceba o sacia) a un animal (cerdo, gallina, ovino o bovino) para que engorde y sea sacrificado, pues necesita ante todo cariño: mirada y caricia, confianza y seguridad, que ofrecen los amigos el entorno social. Por eso, son pobres en sentido radical los que no tienen casa y nación, los desnudos y extranjeros.

Los exilados carecen de patria o grupo que les garantice un espacio de humanidad; han tenido que dejar su tierra, casi siempre por razones económicas, para vivir en condiciones culturales y sociales distintas, en medio de un ambiente casi siempre adverso; son pobres porque, careciendo en general de bienes económicos, carecen también de bienes sociales, culturales, afectivos: están doblemente desposeídos y humillados, en un entorno adverso. Para la Biblia (y para la cultura que está al fondo del Antiguo y Nuevo Testamento) desnudos son aquellos que, teniendo quizá ropa, visten y se portan humanamente de manera distinta o indigna: son aquellos que, por razón de su "hábito" o apariencia externa (material, social, cultural), son extraños para el grupo dominante, pues no tienen su dignidad, conocimientos o cultura.

En el fondo, exilados y desnudos se identifican. Unos y otros son personas marginales sin protección social, minorías étnico-religiosas no aceptadas (ni integradas) por el grupo dominante. Ellos forman la cantera de la que se extrae el material humano de la cárcel (si se nos permite hablar de esta manera). Nuestra sociedad capitalista podría ofrecer comida a todos, si es que lo quisiera. Pero no lo hace y por eso los hambrientos van creciendo y además ella misma va creando casi de manera inevitable (por su estructura competitiva y clasista) cada vez más exilados y desnudos: exilados externos (que provienen de otros países) y exilados internos (capas marginadas y marginales de la población). Vivimos en una sociedad despiadada donde los grupos dominantes se protegen expulsando a grandes minorías (a veces mayorías), condenándolas a vivir de un modo "asocial", contrario a las leyes dominantes. Por eso es normal que parezcan peligrosas y que acaben siendo controladas (encerradas) en la cárcel.

Por eso, crecen los desnudos, sin "hábitos" de vida (de lenguaje, de cultura) que les capacitan para integrarse en el conjunto de los triunfadores. La misma política parece haber abandonado sus antiguos ideales de justicia e integración social. Se dice que han fracasado los socialismos. Por eso crecen los expulsados en el nuevo consorcio nacional e internacional donde tiene primacía la dura ley de la posesión y del consumo de bienes. Pues bien también ahora los exilados y desnudos siguen siendo el signo privilegiado de Jesús sobre la tierra. Entre ellos podemos distinguir algunos grupos más significativos.

Nuestros antepasados conquistaron por la fuerza un territorio que ahora defendemos como nuestro y no queremos compartirlo con otros. Nos cuesta abrir la casa de la vida, de la sociedad y la cultura, creando así una patria (lugar de padres y hermanos) donde quepan todos y se amen (nos amenos). Por eso hay gente que tiene que seguir emigrando en condiciones duras de miedo o enfermedad, de guerra o hambre. Algunos dicen que ha comenzado una era de nuevas migraciones y mezclas humanas que cambiará la estructura de nuestra sociedad. En otro tiempo existía la posibilidad de un exilio personal (intimista) o de una huida social (en línea de emigración), pues la tierra parecía extensa. Pero ya no tenemos donde ir, ni queremos dejar que otros vengan a nuestra tierra, porque el mundo se ha cerrado como esfera finita y limitada ante nosotros y queremos disfrutarlo para nuestro provecho.

1. Los emigrantes han sido a veces poderosos. Han dejado su viejo lugar para triunfar y han triunfado en el nuevo donde se han establecido: son conquistadores militares, emigrantes del dinero, que se imponen por la fuerza de las armas y la supremacía cultural o comercial, esclavizando o marginando a los anteriores habitantes de la tierra. Así han hecho (y siguen haciendo) los invasores más afortunados.

2. Pero en la actualidad la mayoría de los emigrantes no son conquistadores sino pobres en busca de comida: vienen huyendo del hambre, de la necesidad material y de la muerte. Salen de países de miseria (de África y Asia, de América del Sur) y buscan comida entre los miembros de la sociedad más "avanzada" (en la gran ciudad, en los países capitalistas de occidente). Los países ricos tienden a cerrarles las puertas y controlarles, como vimos al hablar de los egipcios y los hebreos en la historia de moisés. 3. El ideal del evangelio es que no exista invasión de ricos ni exilio de pobres, sino comunicación entre todos, sabiendo que acoger a los exilados, se la raza o religión que sea, es acoger a Cristo .

Es evidente que la iglesia no quiere sustituir la responsabilidad política de la sociedad. Más aún, es muy posible que una emigración indiscriminada, quizá violenta, y una apertura que no ofrezca espacio humano a los que vienen, puede resultar “racionalmente” negativa para todos (para los que cambian de lugar, para los que deben recibirles). Pero, desde un punto de vista eclesial (conforme al principio gratuidad) la solución no está en cerrar fronteras sino en abrir espacios de colaboración económica y de fraternidad mundial: poner cultura y bienes al servicio de todos los pueblos, de manera que nadie tenga que salir por fuerza de su tierra y que todos puedan hacerlo, si quieren, pues el mundo entero es patria y comunidad para los creyentes. Para resolver el problema del exilio y/o desnudez debemos superar la actitud del conquistador y el egoísmo de aquellos que, creyéndose dueños de una tierra que sus antepasados invadieron con violencia, cierran sus fronteras a las necesidades de los menos favorecidos del entorno.


Nosotros, los cristianos, no tenemos más patria que la humanidad necesitada, ni más hogar que el que se abre a los pobres. Por eso debemos renunciar a toda conquista y a toda defensa violenta de nuestros pretendidos "derechos" nacionales o sociales. (1) La patria del cristiano es el diálogo universal, abierto por Jesús y con Jesús a todos. (2) La iglesia de Jesús es hogar de los sin hogar, casa para los sin casa, no lugar de imposición (como a veces se ha querido, obligando a todos a ser cristianos). Es evidente que ello implica un tipo de renuncia para los cristianos, pero no por sacrificio o victimismo, sino por creatividad universal: en la casa del gozo, del diálogo abierto y de la acogida generosa de Jesús tiene que haber un lugar para todos, como indicaremos en las reflexiones que siguen. La iglesia no quiere (ni puede) tomar el poder y organizar un orden mundial partiendo de sus leyes, sino que eso han de hacerlos los "poderes" sociales y políticos. Pero sucede que esos “poderes” tienden a volverse excluyentes, al servicio de unos intereses o grupos, creando así nuevos exilados y/o desnudos. Por eso, asumiendo los valores universales de la racionalidad humana y superando su imposición y clasismo, la iglesia debe ofrecer su palabra y establecerse como casa mundial de gratuidad y concordia (diálogo) para exilados y desnudos, de cualquier raza, religión o cultura

4. Pobreza humana: enfermos.

En la línea de los exilados y desnudos siguen los enfermos, que no tienen fuerzas para actuar con independencia. Ciertamente, la sociedad dominante acoge y ayuda técnicamente a sus enfermos, para bien del conjunto: nunca había existido un sistema sanitario tan perfecto como el nuestro (el occidental), tanto en plano de organización como de eficiencia técnica. Por otro lado, los avances científicos y sociales (de alimentación y trabajo etc.) han alargado de forma considerable el tiempo de la vida. Pero junto a eso, y en parte por el mismo avance técnico y por la estructura competitiva de la sociedad, los problemas de muchos enfermos se han vuelto más grandes, no solo en los países del tercer y cuarto mundo, sino dentro de occidente: se sienten manejados y expulsados, sin nadie que tenga tiempo y cariño para ellos; no resultan rentables para la sociedad. Pues bien, en ellos está Jesús.

Hay una enfermedad que puede llamarse natural y que proviene del mal funcionamiento orgánico y de la misma vejez: ella es signo de la finitud de nuestra propia vida. Pero a su lado hay otras que derivan de (o están vinculadas a causas sociales como el hambre y la violencia.

(1) La enfermedad del hambre sigue dominando en países del tercer mundo e incluso puede darse en nuestra sociedad capitalista (en sus bolsas de pobreza); ella se ceba en un tercio de la población del mundo.
(2) Hay enfermedades más relacionadas con la ruptura social, la falta de sentido de la vida o de cariño, la violencia del ambiente etc. etc. Muchos exilados y desnudos se encuentran internamente desfondadas; han perdido su espacio vital, carecen de raíces, sufren... y a veces reaccionan de forma violenta .
(3) Hay también enfermedades propias de las culturas del bienestar, ligadas al hastío de la vida: es la dolencia de aquellos que no saben encontrar sentido a la existencia, han perdido el aliciente del amor, la búsqueda fecunda, y se derrumban, víctimas de su propia inconsistencia, en el pozo de la angustia, depresión o droga.


En este contexto ha querido ofrecer Jesucristo su signo y palabra de reino, como hemos indicado en las reflexiones anteriores. Eran muchos los que, en aquel tiempo, esperaban un mesías de la ley (organizador social), guerrero victorioso con Poder sobrenatural que se impusiera con fuerza sobre los restantes poderes violentos de la tierra. Pues bien, en contra de eso, Jesús se ha presentado como mesías de los enfermos. El enfermo es signo de Dios, expresión de su reino, encarnado en la fragilidad y muerte de la historia, frente a una sociedad que tiende a “divinizar” a los fuertes. El enfermo es destinatario de la acción mesiánica. No tenemos derecho a consolar a los enfermos diciéndoles que Dios habita en su propio sufrimiento y animándoles a sufrir en actitud de entrega martirial. Al contrario, debemos “visitarles”, es decir, cuidarnos de ellos (con indica el verbo ekiskopein de Mt 25, 43). Precisamente porque el reino de Dios (=Cristo) se encuentra en los enfermos, debemos acompañarles y ayudarles con nuestra presencia (reconocimiento personal, visita) y nuestro servicio sanitario. Los enfermos son signo de Dios, de forma que nosotros descubrimos al acompañarles.

La sociedad racional moderna, con su medicina científica, ha curado y cura muchas enfermedades, de manera que su aportación resulta imprescindible; pero ella corre el riesgo de crear nuevas enfermedades y marginaciones o de aumentar las ya existentes. En contra de eso, Jesús ha establecido un movimiento de inversión mesiánica en cuyo corazón emergen como privilegiados precisamente aquellos enfermos-enfermos, que no son rentables para el sistema. En esa línea, frente al principio-rentabilidad, Jesús ha establecido el principio-gratuidad un movimiento donde los primeros (privilegiados de Dios) son precisamente los enfermos. Este es el ministerio o episcopado principal de la iglesia. Ciertamente, ella no es un hospital, en el sentido técnico del término, pero es una comunidad que visita y acoge a los enfermos.

El tema de la iglesia como "hogar para los enfermos» podría plantearse desde la perspectiva abierta, con otros matices, por J. H. ELLIOT, Un hogar para los que no tienen patria ni hogar. Estudio crítico social de la Carta primera de Pedro y de su situación y estrategia, Ágora, Verbo Divino, Estella 1995. Pues bien, la iglesia actual vive en un mundo donde pueden crecer y crecen diversas enfermedades:

(1) Las enfermedades relacionadas con la falta de amor: un tipo de soledad, la falta de motivos para vivir, la angustia existencial, nuevos tipos de locura... En este campo, curar significa ofrecer una presencia humana, dar ánimos para vivir. Junto a la asistencia psicológica o psiquiátrica resulta absolutamente necesaria la presencia humana creadora y amistosa.

(2) Pueden crecer y crecen algunas enfermedades vinculadas a la injusticia social: a la expulsión y marginación, al rechazo y violencia del sistema. En este campo, curar significa integrar, superando las barreras de lo puro y de lo impuro, ofreciendo un camino generoso de vida donde todos puedan ver, andar, sentirse aceptados y queridos, satisfechos, en camino de reino.

(3) Pueden crecer y crecen las enfermedades vinculadas a la competencia social y a la soledad... Vivimos en un mundo donde cada uno tiene que demostrar su valía, para ser reconocido; está surgiendo una sociedad de la apariencia y triunfo externo, de la imagen y del puro gozo inmediato. Lógicamente, muchos quedan “descolgados”, se sienten solos, enfermos. Aquí es donde Jesús ofrece su más honda inversión: despliega un pensamiento compasivo, de cercanía y acogido, de valoración y amor respecto a los enfermos; ellos son para él los primeros... Desde esta perspectiva se ilumina la exigencia de visitar (es decir, de servir y atender) a los enfermos y encarcelados, según la terminología de Mt 25, 26. 44). Cada cristiano es, según eso, un obispo-visitador (episcopos, de la misma raíz episkeptomai, que se emplea en nuestro pasaje), siendo un diácono (de diakoneô, servir, que es la segunda palabra empleada en el texto). Esta visita (cuidado de) y servicio a enfermos y encarcelados está al fondo de los dos primeros ministerios de la iglesia cristiana.


La iglesia no es hospital para morir (aunque en ella se aprende a morir y dar vida), sino casa para vivir en compañía, superando el miedo y la opresión que en el tiempo de Jesús (y aún ahora) suele ofrecer signos diabólicos. Por ella actúa Jesús como mesías de la salud integral: de los ojos que ven, de los oídos que escuchan y acogen, de los pies que andan, de las manos y del cuerpo que quedan limpios... Comunicarse y amar, esa es la salud para Jesús. Muchas veces, la iglesia posterior ha creado instituciones ejemplares para acoger y animar a los enfermos, pero en su conjunto, en cuanto jerarquía, ella no se ha encarnado en el mundo de la enfermedad.

5. Encarcelados, los que carecen de libertad

En un sentido más íntimo, la necesidad suprema del hombre es su enfermedad, vejez y muerte, como recuerda de forma impresionante la leyenda de los cuatro encuentros de Buda (con el enfermo, el anciano, el muerto y el monje), antes de su iluminación. Pero en sentido cristiano y social, la mayor necesidad y dolor es la marginación de aquellos a quienes la violencia del sistema aparta y encierra, para así sentirse asegurado. En esa línea venimos diciendo que nuestra sociedad se constituye de hecho como sistema carcelario. Así lo supone Mt 25, 31-46 cuando pone la cárcel como cumbre de todas las necesidades del hombre .

Varios problemas anteriores (hambre, sed y enfermedad) tenían cierta base natural: estaban vinculados a la condición humana. Exilio y desnudez tenían un carácter más social: eran consecuencia del cruce de culturas y pueblos; lo mismo sucede con los encarcelados. 1. La cárcel es consecuencia de una falta de integración. Los encarcelados suelen ser personas socialmente lábiles en plano psicológico, familiar y social. La mayoría provienen de contextos deprimidos, de minorías marginadas (en el nivel económico, racial o cultural), de grupos que no encuentran espacio donde colaborar creadoramente en el orden de la sociedad. Ordinariamente, vienen del hambre y exilio, de la enfermedad y carencia afectiva, de la "falta de humanidad" del sistema. 2 Los encarcelados son víctimas, siendo a veces también durísimos culpables (porque han convertido a otros en víctimas: les han robado, violado, asesinado). Al menos en general, muchos encarcelados son culpables en relación con el sistema establecido: han roto las normas de vida que definen y defienden la estructura dominante (del estado "legal"). Por eso han sido juzgados y condenados... Pero ellos son al mismo tiempo (y sobre todo) víctimas de una injusticia social. Lógicamente, para resolver el problema de la cárcel, hay que empezar solucionando los problemas del orden y/o desorden social.

Los mismos encarcelados, a quienes la sociedad racional expulsa del sistema, pues no sabe integrarlos en su estructura (ni si ellos quieren o pueden integrarse en esta sociedad), son para Jesús el centro y culmen de su proyecto de reino. En ellos se expresa la experiencia clave del Salmo 118, 22-23, que el evangelio introduce en la parábola de los viñadores: «La piedra que desecharon los arquitectos se ha vuelto piedra angular; ha sido Dios quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente...» (Mc 12, 11). Piedra desechada son los encarcelados, que posiblemente han violentado y rechazado a otros (o al conjunto de la sociedad) y a quienes, por su parte, la sociedad establecida separa y arroja, al margen del sistema, detrás de unos muros, como sub-producto o basura que destruye su armonía. Pues bien, los mismos expulsados son para Jesús (y con Jesús, que también fue desechada) la piedra angular donde culmina el edificio de la sociedad.


En un plano racional los encarceladores (la sociedad represiva, con sus "jefes", cf. Mc 10,35-45 par) pueden tener razón. Pero Jesús no se encarna en esa razón represiva, sino en el sufrimiento de las víctimas y en la expulsión de los encarcelados, de tal forma que se vincula con unos y otros (víctimas y encarcelados, que en otro sentido son también víctimas), para iniciar un camino de vida compartida. El evangelio no condena a jueces y políticos, no sataniza a policías y soldados (al servicio de un sistema que expulsa a los encarcelados), porque el Hijo de Dios ha venido a salvar a todos; pero sabe que ese sistema (el orden que se mantiene expulsando y oprimiendo a los peligrosos) acaba siendo antidivino:
(1) El sistema legal pertenece al nivel de la racionalidad coactiva, que vale en plano de justicia histórica, pero que al final resulta insuficiente.
(2) El evangelio ha introducido en ese sistema un principio de esperanza creadora. Jesús, Hijo de Dios, ha revelado el misterio de un Dios que se ha encarnado en todas las víctimas, para iniciar un camino de salvación universal. Sobre la prisión en el entorno bíblico cf. K. VAN DER TOORN, «Prison», ABD, Doubleday, New York, 1992, V, 468-469; É. LIPINSKI, «Encarcelamiento», en Diccionario enciclopédico de la Biblia, Herder, Barcelona 1993, 506-507.


Por siglos y siglos, los hombres han ido buscando su reino (su seguridad o salvación) por ritos y leyes, sacralizando la victoria de los fuertes y presentando el sacrificio (derramamiento de sangre) como signo supremo de religión (de la verdad y orden de Dios sobre la tierra). Pues bien, en contra de eso, el Dios del reino se ha expresado en un preso condenado a muerte. Desde el reverso de la justicia y religión humana, como expulsado del conjunto social, condensando en la cárcel las seis grandes necesidades de la historia, Jesús ha venido a situarnos ante el Dios que se revela a través del sufrimiento humano. De esa forma, asumiendo desde Dios el sufrimiento de la historia, Jesús ha abierto un camino para que podamos superarlo.

Posiblemente, algunos sufrimientos broten de la culpa (mala voluntad, pecado) de aquellos que los sufren: habrá hambrientos culpables de su hambre, enfermos responsables de su enfermedad y encarcelados que, humanamente hablando merezcan la condena, pues son peligrosos para la sociedad. Pero Jesús no ha querido situarse en ese plano: no ha sido un filósofo que mira y resuelve los problemas en teoría, sino un activista mesiánico y un hombre sufriente, que asume como propios los padecimientos de los necesitados, víctimas y verdugos (convertidos también en víctimas cuando son encarcelados), para abrir a través de ellos un camino de liberación abierto al Reino de Dios, donde no habrá ya sufrimientos ni cárcel. Situado ante unos males semejantes, Buda comenzó buscando la liberación interior, para que cada hombre pudiera superar sus deseos de violencia interna, sin cambiar la sociedad y el mundo externo. Jesús, en cambio, nos ha situado ante la urgencia de una liberación integral; no ha establecido una "ética para solitarios espirituales", sino un camino de Reino, para hombres y mujeres que sufren los males de esa historia, encarnándose en ella de forma liberadora. En ese contexto de esperanza de libertad universal y de entrega de la vida a favor de los necesitados se entiende su muerte .
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