Esa paradoja tan íntima: amor físico, amor extático.

Con ocasión de la lectura del domingo (28. 1. 07) he comentado el Canto al Amor de Pablo de Tarso (1 Cor 13). Varias personas han entrado en el tema, precisando lo que ha dicho san Pablo y afirmando que el amor es lo más “decoroso” y noble, lo más honesto y mesurado; pero algunos han contestado que el amor es lo más “indecoroso”: rompe las convenciones, supera las fronteras, arrasa todas las estructuras y sistemas. En esa línea quiero añadir que el amor es paradoja, como la misma vida. Así voy a evocarlo, para aquellos que quieran seguir en el tema. Gracias a todos.


La primera paradoja del amor es su carácter físico (es el poder que mantiene en su órbita a los astros, es la atracción que vincula a todos los vivientes, animales y personas) y extático (es el poder que rompe las vinculaciones, supera los esquemas y conduce a los amantes siempre más allá). De estos dos aspectos del amor (físico y extático) trató una tesis doctoral, que defendí en la facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca en junio de 1966. Se titulaba Dialéctica del amor. Presentaba la visión de los defensores del amor físico, en todos los sentidos (los que vienen de la línea de Aristóteles y siguen por Santo Tomás de Aquino). Pero me fijaba más en los representantes del amor extático o violento (en la línea San Bernardo y Ricardo de San Victor). Comparaba el amor físico con el eros, el extático con el ágape, pero no estaba seguro de que se podían identificar.
Algún día volveré a los folios viejos y veré si tienen cosas que aún pueden publicarse (sólo publiqué la parte más trinitaria del tema, para obtener el título de doctor). Teniendo en cuanta aquello y sabiendo que el amor es física (y químida), siendo también ruptura de todas las físicas , he querido elaborar algunas paradojas del amor, que forman parte de mis Palabras de Amor (Desclée de Brouwer, Bilbao 2007)


No es posible definirlo


No es posible comenzar definiendo el amor, porque si lo hiciéramos sabríamos ya desde el principio en qué consiste y es precisamente eso lo que intentar hacer todo este diccionario. Ciertamente, en un sentido, todos sabemos lo que es el amor: es poder que mantiene unidos a los seres, atracción y principio de unidad de las personas, búsqueda de plenitud y experiencia de superación… Pero, después, si queremos concretarlo, encontraremos pronto muchas dificultades pues, casi siempre, encontramos que el amor es una cosa y la contraria. En ese sentido hablamos de la paradoja del amor:

1. El amor es activo y pasivo. Quien ama sabe que “hace” algo muy intenso: pone en movimiento sus recursos más profundos, acelera su ritmo vital y se dispone a vivir con toda intensidad, sin que parezca nada ni nadie pueda detenerle. Pero, al mismo tiempo, aquel que ama sabe que, en algún sentido, deja de ser dueño de sus actos, como si hubiera un poder que le posee, ofreciéndole cosas que antes no sabía ni podía.

2. El amor es gozo y dolor. En el amor encuentra el hombre el gozo más hondo de su vida, su propia verdad. Pero en esta condición humana, el amor está vinculado al dolor de la vida que avanza y se hace en medio de contradicciones. Sólo el que ama puede sufrir de verdad, tanto en un sentido solidario (amar es compartir el dolor de los demás), como en un sentido personal (el que ama está siempre en riesgo de perder lo que tiene).

3. El amor es oscuro y luminoso. Por una parte, el es tiniebla: parece que las viejas certezas de la vida acaban, que terminan las palabras y razones, se agotan los discursos, todo se oscurece, como si de pronto un mundo distinto, una nube misteriosa viniera a apoderarse de nosotros. Pero el amante sabe, también por experien¬cia, que es nube se vuelve luminosa: más allá de las antiguas razones y palabras ha emergido un mar de claridad y convencimiento, de certeza y plenitud que ya no pueden compararse con ninguna otra luz del mundo.

4. El amor es natural y sobre-natural. Por un lado, es un momento de la gran naturaleza o fuerza física del cosmos. Quizá pudiéramos decir que nos pone en contacto con el primer estallido del big-bang, con la división y complejidad de las primeras células, con la gran marea de unión y desunión, de nacimiento y muerte de las plantas y animales. Por eso se ha dicho desde antiguo que el amor es la energía que mueve las estrellas. Pero, al mismo tiempo, el amor es “sobre-natural”: es algo que los hombres y mujeres han hallado o inventado más allá de los poderes de la naturaleza. Siendo lo más nuestro, el amor es aquello que más nos supera

Profundización. Las paradojas del surgimiento amoroso del hombre

En ese sentido demos que el amor es una paradoja: más que lógico, en el sentido lineal de la palabra, el amor es para-lógico, es decir, para-dójico. Es como la vida, que no puede entenderse de un modo lineal, siguiendo los esquemas de la ciencia físico-matemática, donde todo se prueba y produce.

El amor no se prueba (nunca se logra demostrar), no se produce (no se puede fabricar, ni por encargo, ni por dinero). El amor se crea, en el doble sentido de la palabra: nos crea a nosotros y nosotros lo creamos, superando el nivel de las pruebas y las demostraciones. Por eso se sitúa y nos sitúa en el nivel de la gratuidad, más allá de las razones y demostraciones. Sólo teniendo eso en cuenta podemos hablar de los planos del amor, añadiendo que la historia es el proceso de maduración del hombre en el amor. A lo largo de una decisiva emergencia antropológica, el ser humano se ha venido a desplegar como el viviente que, siendo amado y por serlo, es capaz de amar. Aquí solo describir podemos algunos momentos de esa emergencia humana, que esta la raíz de toda antropología. Así lo haremos, evocando los planos del amor, que interpretamos como momentos básicos de ese surgimiento paradójico del hombre:

1. Amor cósmico, amor personal. El amor nos une con el cosmos: escomo una fuerza que deriva de las mismas raíces naturales, como signo de la vida física que expresa su poder y se expansiona, desplegando su potencia. En este aspecto, el hombre tiene una raíz bien asentada en los principios del mundo: por eso ha de dejar que el amor sea, que la vida que está al fondo de su vida se explicite y expansione. Ningún elemento ulterior puede hacer¬nos olvidar este punto de partida: natural es el proceso que nos lleva a saciar los apetitos, normal es que busquemos más confianza, que ansiemos el placer... Por eso, la exigencia de «amarnos a nosotros mismos» tiene un fundamento que podemos llamar cósmico. Pero, al mismo tiempo, somos seres personales, sujetos que se saben y realizan de una forma libre y programada.
En contra de los animales, que saben por instinto, los hombres tenemos que aprender a vivir y a desplegar nuestro amor por cultura. Pero tan pronto como pensamos que ese aprendizaje ha culminado y nos llamamos dueños de la vida, descubrimos que el amor nos sobrepasa y nos desborda. Creíamos ser propietarios del amor, dominándolo a través de la cultura y encontramos que el amor es más que todo lo que habíamos creado, anterior al mismo despliegue del cosmos.

2. Sexo natural, sexo cultural (género). En un primer momento, el sexo es elemento natural: es la expresión de ese rodeo de la vida que ha venido a dualizarse para expandirse mejor. Por eso, no podemos amar a la naturaleza sin aceptar su dualidad, sin descubrir que la primera de todas sus tendencias, en nivel antropológico, es aquella que dirige al varón hacia la hembra y viceversa. En este plano, amar implica aceptarse como sexo y descubrir la propia realidad por medio de un deseo que nos lleva (normalmente) a una persona de otro sexo. Pero, siendo natural (una atracción biológica), el sexo pertenece también al nivel de la cultura: siendo un dato tísico, biológico, el sexo humano se encuentra definido de un modo muy intenso por la actividad intelectual de la cultura.
Gran parte de lo que nosotros consideramos masculino y femenino ha sido objeto del proceso creador del hombre. De todas maneras, siendo una de las creaciones más altas de la cultura social y amorosa, el sexo de los hombres nunca puede diluirse en la cultura ni perderse totalmente en la raíz de la naturaleza. Allí donde el hombre es plenamente humano, el sexo sigue estando vinculado a la naturaleza y puede evocar también unos niveles de sobrenaturaleza (en dimensión de gracia).

3. Amor ciego, luz suprema. Los animales se vinculan también y de un modo especial en el encuentro sexual, que es para ellos un tipo de lenguaje (con sus ritos y signos). Pero ese lenguaje amoroso de los animales (¡siempre tan lejano!) se convierte para los hombres en el lenguaje más hondo, en la palabra más clara. Como sabe el mito de → Eros y Psique, el amor es ciego y dirige sus flechas sin fijarse en sus destinatarios. Pero, dicho eso, debemos añadir que el amor es la más honda de todas las palabras, es la comunicación suprema, la visión más. Amar es aprender a decirse humanamen¬te, en un proceso de escucha y donación que nos convierte en transparentes, haciéndonos capaces de conocernos. Es decirse con el cuerpo y la palabra, es verse de manera transparente (en desnudez), pero sin vergüenza. En el fondo del amor sigue existiendo un nivel ciego, que pertenece a la hondura natural de la vida. Pero esa ceguera puede convertirse en signo de una luz mucho más alta, de contemplación* del misterio.

4. El amor es libertad y es ley suprema, principio de todas las leyes. En un primer momento, el amor parece una tendencia autónoma, que nada ni nadie puede regular: es como revelación de unos poderes que actúan en nosotros, sin que podamos regularlos. Pero, dicho eso, debemos añadir que el amor es lo que más se ha regulado en todas las cultura. Se han regulado las relaciones afectivas, los contactos sexuales, las formas de familia… Una y otra vez, el amor nos pone ante la gran paradoja que san Pablo puso de relieve al decir que la ley es necesaria (¡sobre todo en el campo del amor!), pero que el amor en sí se encuentra por encima de todas las leyes, como revelación de la gracia de Dios en Jesucristo. El amor es la suprema libertad; pero, al mismo tiempo, el amor es el verdadero pedagogo que ofrece a los hombres las leyes que pueden regular y regulan su existencia.

Conclusión

Estos son algunos de los elementos y planos de la paradoja del amor, que es creatividad (¡principio de vida!) y forma de existencia humana, regulada en las primeras instituciones y formas de vida, como son la maternidad y el matrimonio, la fraternidad y la tribu etc. etc. Ésta es la paradoja esencial, la primera de todas las paradojas: no hay libertad sin ley, no hay amor sin instituciones, no hay vida sin códigos vitales.


Cf. H. CORBIN, La paradoja del monoteísmo, Losada, Madrid 2003; M. C. D'ARCY, La double nature de l’amour, Aubier, Paris 1948; M. HENRY, Encarnación. Una filosofía de la carne, Sígueme, Salamanca 2001; Yo soy la verdad. Para una filosofía del cristianismo, Sígueme, Salamanca 2001; Palabras de Cristo, Sígueme, Salamanca 2004; J. GUITTON, L'amour humain, Aubier Paris 1948; E. HILL, Being Human. A Biblical Perspective, Chapman, London 1984; V. JANKÉLÉVITCH, La paradoja de la moral, Tusquets, Barcelona 1983; Ch. MOELLER, Sabiduría griega y paradoja cristiana, Encuentro, Madrid 1989; J. LACROIX, Personne et amour, Senil, Paris 1956; P. LAIN ENTRALGO, Teoria y realidad del otro I-II, Alianza Madrid 1968; C. S. LEWIS, Los cuatro amores, Rialp, Madrid 1996; J. MOUROUX, El sentido cristiano del hombre, Palabra, Madrid 2000; F. RAURELL, Lineamenti di antropologia biblica, Piemme, Casale M. 1986; H. W. WOLFF, Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1975
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