De profundis. Salmo penitencial de perdón
El De profundis (Desde los abismos), Sal 130 (numeración litúrgica 129) ha sido y sigue siendo con el Miserere (Sal 51) el canto penitencial más importante de la Semana Santa y muchas Cofradías (entre ellas una de Salamanca) lo utilizan (recitan o cantan) en la procesión del Viernes o Sábado Santo.
Desde hace muchos años los cofrades de la Revista de La Pasión en Salamanca me piden una reflexión bíblica sobre alguno de los tema de actualidad bíblica y cristiana. Este año 2022 he publicado un trabajo sobe el Salmo De Profundis, que responde a los tiempos de guerra y pandemia apenas superada en que nos encontramos.
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De profundis
Este salmo surgió hacia el siglo IV a.C., en un momento en que crecía en Israel la conciencia de culpabilidad de individuos y pueblo, como expresión de madurez, de responsabilidad moral y de veneración ante el misterio del Dios/Vida que acoge y acepta a los pecadores como son, para abrir con (en) ellos un camino de perdón.
Este salmo no insiste en la expiación (reparación), ni en la penitencia tomada en sentido externo, sino en la experiencia (presencia) más honda de Dios como amor, por encima del pecado, como aquel que acoge y perdona a los hombres, por ser Dios, por ser misericordioso. Este es y sigue siendo un salmo que los cristianos cantan o recitan ante el Cristo crucificado, reconociéndose como pecadores que han sido ya perdonas y que así, como perdonados, dan gracias al Dios de Cristo por su perdón y le acompañan en solidaridad de amor agradecido. Ésta es la traducción litúrgica actual, propia de la CEE (Conferencia Episcopal española)(en la que introduzco el término origina hebreo Yahvé (y Adonai) Dios en vez de Señor:

- 1 Desde los abismos te grito, a ti Señor (Yahvé);
- 2 Escucha, Adonaí, mi llamada; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
- 3 Si llevas cuenta de las culpas, Yahvé Adonaí ¿quién podrá resistir?
- 4 Pero tu llevas contigo el perdón, y así infundes respeto.
- 5 Aguardo anhelante a Yahvé, aguarda mi alma, espera en su palabra;
- 6 mi alma aguarda a Yahvé, más que el centinela la aurora.
- 7 Aguarde Israel a Yahvé, porque de Yahvé es la misericordia,
- su redención es copiosa;
- 8 y él redimirá a Israel de todas sus culpas.
Desde los abismos (130, 1-3). Ante Dios, en la más intensa lejanía. Desde la profundidad más absoluta, sin ningún apalabra que matice o reduzca el sentido de esa expresión, como sucede también en latín: De Profundis (desde las profundidades). La tradición ha tendido a concretar esa profundidad e interpretarla como caos, enfermedad, maldición, muerte, infierno (cf. Sal 69, 3.15; Ez 2, 7.34; Gen 1, 2 etc.). Pero el texto original no ofrece ninguna concreción; simplemente dice “desde los abismos”.
El salmista que así grita no está amenazado por monstruos concretos, ni por seres demoníacos, ni por dolores especiales. Es simplemente un ser humano, que se siente amenazado por el miedo, la angustia, el terror de la muerte, gritando ante Dios, al lado del Cristo que sufre y muere por él. No es un hombre especialmente sometido a servidumbre, ni un enfermo en la raya de la muerte; sólo un ser humano, que se mira y grita desde su abismo, en nombre del Cristo de Dios condenado a muerte:
- A ti grito, Yahvé, Yah, Adonaí… (130, 1). Nace el hombre de niño, al ver la primera luz, saliendo del seno de la madre, gritando, llorando. No sabe “hacer” nada, simplemente llorar y gritar, con palabras que brotan de su abismo ante la luz que asoma y parece perturbarle, con un gemino que se dirige Yahvé, el Señor, el que es y le hace ser, pidiéndole que le abra un camino en la vida
- Escucha mi llamada; estén tus oídos atentos… (130, 2). No se dice quién le ha capacitado para llamar, gritar, suplicar, pero lo cierto es que puede y sabe, descubriendo desde su interior la presencia de aquel que puede escucharle. No llama al Dios que parece superior, siempre más allá, al todopoderoso, sino al Dios Crucificado, el que vive y muere con y por nosotros.
- Si llevas cuenta de las culpas, Yah, Adonai ¿quién podrá resistir? (130, 3). Le llama con dos nombres (Yah/Yahvé y Adonai), recordándole (pidiendo), que no le vigile para castigarle, como un acusador, un fiscal, observando sus pecados, sino como Vida de su vida, Amor de sus amores, como bondad suprema.
- Esperando el perdón (130, 4-6), la aurora de Dios. Esta estrofa retoma el motivo anterior. Solo el perdón nos permite vivir, sólo la llegada del Dios redentor nos mantiene en la vida.
- El futuro de la vida humana es posible únicamente por perdón (130, 4); si Dios vigilara para castigar, según justicia de talión esta humanidad resultaría inviable (nadie podría mantenerse, todo volvería al caos de muerte). Sólo el Dios perdón, encarnado en nuestra vida, puede sacarnos del abismo (~yQIßm;[]M;) en que estábamos gritando. A partir de aquí, en contra de aquellos que afirman que sólo el castigo educa y mantiene el mundo en orden, el salmista declara que el perdón de Dios “infunde respeto” que sólo por perdón podemos vivir, aceptarnos y querernos.
- Los hombres somos centinelas de la aurora del perdón (130, 5-6). Por eso dice el salmista: “Aguardo anhelante a Yahvé…mi alma aguarda a Yahvé, más que el centinela la aurora”. Estas palabras no son una justificación de lo que existe sobre el mundo, sino una “confesión de esperanza” en el Dios que no quiere castigarnos, sino perdonarnos en amor, de forma que podamos vivir pacificados; es la confesión que los “penitentes” que los penitentes de la procesión del Viernes Santo elevan al Cristo que ha muerto por ellos.
- Yahvé redimirá a Israel de todos los delitos130, 7-8).El salmo termina en forma de “invitación” dirigida al pueblo, diciéndole que aguarde a Yahvé, esperando no sólo sus dones o beneficios, sino su presencia amorosa, su perdón constante.
- Aguarde Israel a Yahvé, porque de Yahvé es la misericordia, la redención copiosa (130, 8). Aguardar es mantenerse a la espera del Dios que es perdón y fidelidad, rescate y redención.
- Y él redimirá a Israel de todos sus delitos, no sólo del exilio o la opresión social, bajo poderes enemigos, sino de todas las culpas y pecados personales. Según eso, el “De profundis” es testimonio de liberación, de perdón que redime y salva al hombre.
El “De Profundis” nos dice que vivimos porque “somos perdonados”, porque Dios nos mira para darnos vida, no sólo cuando nacemos, sino a lo largo de nuestra existencia, perdonando nuestras culpas. Esta es la experiencia central del Padrenuestro, donde decimos a Dios que nos perdona, como nosotros perdonamos, sabiendo que él nos perdona primero por medio de Jesús, para que nosotros podamos perdonarnos. Sólo porque Dios es perdón puede existir vida. Sólo superando el eterno retorno de la venganza podemos mantenernos y esperar sobre la tierra.
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