¿A tiro limpio? Han condenado también a J. M. Vigil

Nunca lo había creído, pensaba que eran sólo unas pequeñas escaramuzas sin importancia, mientras la Gran Iglesia seguía surcando las aguas del Evangelio, inspirada por el Vaticano II. Pero ahora, a pesar de hallarme en un pueblo perdido, voy sintiendo que estamos en plena guerra: Algunos han tomado por asalto la “Casa de la fe” universal (representada por la Congregación de la Doctrina de la Fe) y están dispuestos a condenar a casi todos los que no piensan como ellos . Lo hicieron ayer en clave menor con J. A. Pagola (¡Nada! Una nota de boletín de una Diócesis de poca “categoría”). Lo han hecho hoy (4 del I del 2008) en una nota oficial de la Congregación (http://www.conferenciaepiscopal.es/doctrina/documentos/Vigil.html), condenando ya en serio a J. M. Vigil, a quien acusan (¿a tiro sesgado?) de “negar la verdad sobre Cristo, el Hijo de Dios encarnado, y la originalidad del cristianismo”. El tema es fuerte y, sin entrar en el fondo del debate, siento el deseo de informar a mis amigos del Blog, dejando para el lunes o martes mi reflexión sobre los Reyes Magos. Ellos pueden esperar un poco.Es posible que los de la Congregación de la Fe tengan un tipo de razón al "condenar" a Vigil, pero se quedan solos. Da la impresión de que piensan ¡fiat lex, pereat mundus! Pero ¿que ley y razón es aquella que permite que el mundo se destruya?

J. M. Vigil. El hombre.

No sé por qué le han condenado a él, precisamente a él… Quizá porque han empezado al final de una lista alfabética de personas sospechosas (después de la uve ¿quién vendría?)o quizá porque su nombre ha caído en algún tipo de lotería teológica (ahora que es la loteria del Niño). Lo cierto es que lo han hecho y lo lamento infinito. Es un pobre camino el que toman, a mi juicio, los responsables de esta Congregación de la Fe, para mal de la Iglesia a la que dicen representar. Si siguen en esa línea pueden condenar a la mitad de los teólogos españoles y del mundo entero. Acabarán quedándose solos… Si no tienen datos, yo mismo les podría dar el nombre de unos cien, “más sospechosos” que Vigil. Pero supongo que no me los pedirán… ni yo me detendría en dárselos, pues tenemos más cosas que hacer, unos y otros… Cosas como las que está haciendo Vigil, al servicio de la Iglesia.

José María Vigil es un sacerdote y religioso claretiano nacido en Aragón. Es un hombre del Vaticano II y hemos coincidido en varios lugares, aunque no mantenemos contacto regular. Estudió teología en la Universidad Pontificia de Salamanca y la de Santo Tomás en Roma y se especializó en Psicología Clínica, en las Universidades de Salamanca, Madrid y Managua. Enseñó teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (en el centro CRETA: Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragóan). Se trasladó despues a Centroamérica (Nicaragua, Panamá...) desde donde está realizando una de las labores de pensamiento y de difusión teológica más importantes que se hacen actualmente en lengua castellana. Es secretario ejecutivo de CICLA, Conferencia Internacional Claretiana Latinoamericana y autor de varios libros y artículos, muchos de los cuales aparecen en formato digital (http://www.servicioskoinonia.org).

El portal de Koinonia

La obra más importante de J. M. Vigil es el portal de Servicios Koinonía, ya citado que recopila a los autores más importantes de la teología de la liberación, apareciendo como un banco de recursos pastorales… No todo lo que se ofrece en Koinonía es igualmente valioso, pero todo es fundamental para conocer un tipo de teología y de presencia de Iglesia, no sólo en América Latina, sino en todo el mundo. Las claves de Koinonía son la teología popular, la apertura a los pobres, la inculturación, el diálogo religioso y el esfuerzo por una transformación “humana” de la sociedad, desde la levadura cristiana.
Koinonía responde a la experiencia misionera básica del P. Claret, fundador de los misioneros claretianos…
El promotor y alma del proyecto Koinonía es José María Vigil, quien lo dirige en nombre de varias congregaciones de tipo claretiano, con el apoyo técnico de un equipo de claretianos de USA. Quiero invitar a todos mis lectores a visitar con frecuencia el portal de Koinonía (ya citado). Allí podrán encontrar, por ejemplo, algunos de sus trabajos: http://servicioskoinonia.org/biblioteca/bibliodatos1.html?VIGIL

Sólo por esta labor, la Iglesia y la misma sociedad española tendrían que haber ofrecido al P. Vigil su homenaje… Pocos autores españoles han sido y son más influyentes que Vigil en el campo de la promoción de la paz, de los valores cristianos y de la expansión del cristianismo. Podemos discutir algunas de sus ideas (¡yo no las comparto todas!), podemos dialogar con y con su grupo, para precisar posturas… pero condenarle como hace la Congregación de la Doctrina de la fe en España me parece no sólo injusto, sino poco inteligente. No creo que Jesús ni Antonio María claret le condenara.

Agenda Latinoamericana

Otro de los servicios del Padre José María Vigil es la Agenda Latinoamericana (que se traduce el inglés, portugués, italiano y catán…), cuyo tema y conenido podrán ver los lectores en http://latinoamericana.org/. Estuve en octubre pasado en la presentación de la Agenda 17… en el Salvador y allí pude conocer a varios de sus promotores, dirigidos por el P. Vigil, que dice, en su presentación:

Como «agendas», las hay mucho mejores que ésta, obviamente. Lo mejor de la nuestra no está en el sustantivo, sino en el adjetivo: «latinoamericana» (que como ya hemos dicho, no se refiere a una geografía física, sino ‘espiritual’...). Lo específico de nuestra Agenda es presentar, sugerir, dar cuenta de por dónde va la esperanza latinoamericana, combinándola cada año con una temática pedagógica. Como anunciábamos en la edición pasada, la Política constituye el eje del enfoque de esta edición de 2008. En esta hora de cansancio, de decepción incluso, de abandono por parte de muchos, queremos insistir en la importancia del compromiso político para todo ser humano.

Los temas clave de la agenda s se estructuraron en torno a las cuatro grandes Causas y los santos inocentes que arrastran: la Causa de las culturas raíz (la cultura indígena, la cultura negra, la cultura mestiza, la cultura migrante); la Causa de lo popular alternativo (el socialismo latinoamericano, la democracia integral, la civilización de la pobreza compartida pero militante, la lucha por los derechos humanos); la Causa de la Mujer (secularmente marginada en casi todas las culturas); y la Causa de la ecología integral (la comunión armoniosa con la Naturaleza, madre y esposa, hábitat y vehículo).

Apéndice de A. T. Queiruga: Prólo a la Teología del pluralismo religioso

El libro de Vigil que la Congregación para la doctrina de la fe ha condenado es la Teología del Pluralismo Religioso (Almendro, Córdoba 2005), que lleva un prólogo del máximo especialista hispano sobre el tema, el profesor Andrés Torres Queiruga. Otro día, si Dios quiere, ofreceré más información de la Teología del P. Vigil, del portal Koinonía y de todo lo que está detrás de ese proyecto. Hoy, para que los lectores que tienen más tiempo puedan hacerse una idea, y juzguen por sí mismos sobre el tema, he querido colgar aquí, para especialistas en el tema (los lectores normales del blog pueden terminar aquí) el prólogo de Queiruga. Suyo es todo lo que sigue.


La pluralidad de las religiones, en un mundo en trance de unificación tan acelerada como jamás había conocido la historia humana, nos coloca a todos, creyentes y no creyentes, ante una de las tareas más urgentes y decisivas. Ya no caben ni la ignorancia mutua ni la distancia indiferente. El contacto resulta continuo y el contraste, inevitable. Como Karl Jaspers decía de las situaciones-límite, eso no podemos cambiarlo: lo que está en nuestras manos es modificar y configurar la propia actitud. El futuro dependerá, en efecto, del modo como logremos afrontar su desafío. Y su oportunidad.
De hecho, basta con una mirada sobre nuestro mundo para percatarse de lo que está en juego. Nada menos que la comprensión de lo religioso como tal, en primer lugar. No sólo aparece cuestionada la verdad específica de la religión propia, que ha dejado de ser la “única” y está muy escarmentada de todo exclusivismo, etnocentrismo o pretensión de privilegio; sino también la verdad de la religión en si misma, amenazada por su misma pluralidad, disparidad y contradicción. En juego está la misma convivencia, pues sería inhumano vivir al lado de personas que, por muy distintas que sean sus ideas, esperanzas o prácticas religiosas, se remiten en definitiva al mismo Misterio que a todos nos funda y envuelve. Cabe incluso, finalmente, temer por la misma pervivencia, en un mundo donde lo religioso, llamado a ser paz y concordia, se convierte demasiadas veces en pólvora y espada: lo muestra cada día el horror de los conflictos armados y lo recuerda el motto de Hans Küng, afirmando que no puede haber paz entre las naciones, si no la hay entre las religiones.
Esta larga y un tanto solemne consideración intenta servir de pórtico sensibilizador para un libro que se ha tomado con seriedad el desafío. Lo hace con inteligencia y corazón: con esa inteligencia cordial tan propia de la genuina reflexión teológica.
La cordialidad salta de entrada a la vista, como generosa apertura al otro y a lo otro, huyendo de todo asomo de privilegio y con clara repugnancia ante cualquier signo de imposición. De ahí la decidida simpatía y la clara opción por la perspectiva pluralista. Muy inspirado en las propuestas de John Hick, pero sin someterse sin más a ellas, José María Vigil aboga por una visión de lo religioso que religa inmediatamente con Dios a toda persona y a toda cultura, sin “elecciones” favoritistas o privilegios arbitrarios. Con un realismo histórico que trata de ver a cada religión naciendo por sí misma de la común raíz divina; aunque, naturalmente, eso no niegue el influjo y el interinflujo, la ayuda y la crítica, la comunión y la colaboración, entre las distintas tradiciones.
El cristianismo es así confesado con gozo y vivido en entrega, sin que para ello necesite agarrarse a proclamas de unicidad ni a pretensiones de exclusividad. Todo lo que en él —gracias sobre todo a la palabra, la vida, la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret— es descubierto como esperanza y liberación o vivido como hondura, definitividad y grandeza, no se considera posesión exclusiva, sino don a compartir, que ni niega ni cuestiona las riquezas de los demás; ni, por supuesto, se cierra a dejarse fecundar por ellas. La generosa acogida de la inreligionación sirve de categoría mediadora, que posibilita una comunión sin renuncia a lo propio y sin negación de lo ajeno.
Claro está que esa actitud cordial obliga al autor a ser muy consciente de la revolución teórica que supone asumir en toda su consecuencia esta limpia actitud del corazón. Verdaderamente la nueva situación emplaza a la teología para que repiense muy a fondo todos sus temas fundamentales, con la aventura y el riesgo que implica siempre adentrarse, como el marino portugués, “por mares nunca antes navegados”.
No basta, aunque sea necesario y así lo hace el autor, revisar la historia del problema y la misma historia del cristianismo, con sus luces magníficas y sus sombras terribles. Se impone pensar de nuevo, apoyándose en una hermenéutica actualizada y atendiendo a la plural llamada de las distintas religiones, conceptos tan graves y decisivos como el de la revelación y la verdad religiosa. Es preciso replantear de raíz —con la amplia remodelación de mentalidad y de prácticas que eso implica— el problema de la misión. La misma figura de Cristo, tan decisivamente central para la especificidad cristiana, pide ser enmarcada en un teocentrismo fundamental que haga justicia a la presencia salvadora de Dios en las demás religiones. Una simple ojeada al índice mostrará enseguida al lector o a la lectora la riqueza y amplitud del tratamiento.
Lo excelente del mismo —tal vez el mayor mérito del libro— es que, a pesar de tan amplia complejidad, el autor haya logrado una exposición clara, graduada y llena de matices, que excluyen todo tipo de simplificación apresurada. En cada paso del camino reflexivo, sabe graduar la información, buscando dar palabra inteligible y resonancia cordial a cuestiones por veces muy sutiles. Algo que por lo demás era de esperar para cualquier conocedor de sus libros anteriores. La calidad pedagógica de José María abre aquí el entero abanico de sus posibilidades.
No se trata, por tanto, de mera retórica cuando el libro se presenta como “curso sistemático de teología popular . Popular, debo aclarar inmediatamente, por esa claridad y por su sentido práctico y realista, no por carencia de hondura o de información suficiente. Su conocimiento de la bibliografía sobre el tema sorprenderá incluso más de una vez a los especialistas (desde España, además, con el añadido de que presta una atención mayor de la acostumbrada entre nosotros a las publicaciones de lengua inglesa, tan rica en este problema). Si, finalmente, se tiene en cuenta que al ritmo de las lecciones va ofreciendo una auténtica antología de textos y ofreciendo pistas para el trabajo en grupo, el resultado es un verdadero instrumento de formación auténtica, crítica y reflexiva. Es decir, un libro que, sin ceder en el rigor, resulta accesible no sólo al “teólogo”, sino también al lector común no especializado, y puede por lo mismo ser utilizado como manual de estudio para grupos de formación en la pastoral ordinaria.
No es ajena a esta decidida actitud pedagógica la parresía evangélica, es decir, esa libertad de palabra que en un tiempo de pesado “silencio de la teología” resulta tan necesaria para hacer creíble la fe y alimentar una esperanza verdaderamente encarnada. Tiene, en este sentido, una especial frescura este libro que, como tantas otras llamadas, nos llega desde la América Latina. Sigue soplando aquí el aire liberador que viene a la vieja Europa cargado por la libertad, el compromiso y la energía que nacen del contacto vivo con las necesidades elementales, con el grito de la pobreza y la opresión. La realidad en carne viva no tolera palabras vacías ni miedos oficiales: exige el recurso a la libertad evangélica, en el seguimiento de aquel que no escondió la luz bajo el celemín ni ocultó en ambigüedades su mensaje a la ciudad de los seres humanos.
Clara, pues, y valiente la exposición, no ignorante de la revolución teológica que implica adentrarse por senderos tan escasa o, en ocasiones, incluso nulamente transitados. Pero, por eso mismo, abierta y en camino. No estamos ante una obra que intente presentarse como conclusa y acabada. Aparece, más bien, como investigación abierta, dispuesta al diálogo y consciente de la provisionalidad de sus propuestas. Sobra la lectura para mostrarlo con suficiente claridad. Encima, personalmente he tenido el privilegio de asistir en diálogo fraterno a su lucha, decidida y honesta, con algunas de las dificultades que a todos nos asaltan cuando nos asomamos a ese abismo insondable que es el proceso de la salvación de Dios en la historia humana; sobre todo, cuando nos acercamos, asombrados y agradecidos, a su decisiva manifestación en Cristo, sin por ello desconocer su presencia desbordante en otras figuras que han elevado y elevan la conciencia y la vida religiosa de la humanidad. De manera significativa, me escribía en una carta: “Creo que todos somos muy conscientes del ‘movimiento de perspectivas’ en que estamos inmersos. Es como cuando uno viaja y ve cómo el paisaje se estira, se curva, se encoge... y va desplegando ante nuestros ojos asombrados vistas nuevas, desconocidas... La humildad de saber que no podemos enquistarnos en posiciones cerradas, ya hechas, indiscutibles... es esencial. Para mí lo es, sinceramente”.
Bien sé que un prólogo se presta siempre a la retórica y a la exaltación amistosa. Pero creo que no exagero cuando afirmo que no es fácil encontrar un libro que, como este que desde su América de adopción nos entrega José María Vigil, abra tantas perspectivas teóricas e incida tan hondamente en los compromisos de la vida real.

Andrés TORRES QUEIRUGA
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