"El mal no es normal, no debe ser normal (...) Nos acostumbramos a cosas feas, y así nos convertimos en cómplices" Francisco, al clero de Verona: "Perdonen todo, perdonen siempre. Por favor, no torturen a los penitentes"

Francisco, con las consagradas
Francisco, con las consagradas

"Quise comenzar saludando a estas mujeres. ¿Las han visto tan alegres? En la clausura no se pierde la alegría, en la clausura nunca chismorrean, son buenas. Gracias hermanas"

"Corremos el riesgo de vivir incluso el apostolado en la lógica de promocionarnos a nosotros mismos y de buscar el consenso, en lugar de gastar nuestra vida por el Evangelio y por el servicio gratuito a la Iglesia"

"No cedan al desaliento, sean audaces, sepan ser una Iglesia que se hace cercana, que se acerca a las  encrucijadas, que sana las heridas"

"A todos, lo repito, a todos debemos llevar la caricia de la misericordia  de Dios. Especialmente a los que tienen sed de esperanza, a los que se ven forzados a vivir en los  márgenes, heridos por la vida, o por algún error que han cometido, o por las injusticias de la sociedad, que  siempre se cometen a costa de los más frágiles"

"Las tormentas, como sabemos, no faltan en nuestros días; muchas de  ellas tienen sus raíces en la avaricia, la codicia, la búsqueda desenfrenada de la autosatisfacción, y son  alimentadas por una cultura individualista, indiferente y violenta"

Francisco llegó a Verona, y se dio un baño de masas, previo al primero de su encuentros, con sacerdotes y religiosos. En la plaza, centenares de niños, con los que se encontrará en breve, se aplaudían, y el Papa les azuzaba a hacer más ruido. "¡Papa Francesco!".

Francisco visita la ciudad del amor, que hizo eterna William Shakespeare con su 'Romeo y Julieta'. Y arranca desde la basílica de San Zenón, patrón de la ciudad, donde mantuvo un improvisado encuentro con un grupo de religiosas de clausura, que hizo que se prolongara la espera para escuchar sus primeras palabras. "Quise comenzar saludando a estas mujeres. ¿Las han visto tan alegres? En la clausura no se pierde la alegría, en la clausura nunca chismorrean, son buenas. Gracias hermanas".

Francisco, con las religiosas
Francisco, con las religiosas

Una "basílica románica, una de las más bellas  de Italia, que también inspiró a poetas como Dante y Carducci", arrancó su discurso Bergoglio, admirando su esplédido techo del casco "que nos hace sentir que estamos dentro de una gran  barca, y nos hace pensar en el misterio de la Iglesia, la barca del Señor que navega por el mar de la  historia para llevar a todos la alegría del Evangelio".  "¿Tienen paciencia? Ocho páginas", bromeó antes de arrancar su discurso.

Con esta imagen, Francisco trazó dos temas en su discurso: la llamada recibida, "y que siempre hay que aceptar"; y "la misión, que hay que desempeñar con audacia".  En primer lugar, acoger la llamada que recibe, con el simil de los discípulos que dejaron las redes. "No lo olvidemos: en el origen de la vida cristiana está la experiencia del encuentro con  el Señor, que no depende de nuestros méritos o de nuestro compromiso, sino del amor con el que Él viene  a buscarnos, llamando a la puerta de nuestro corazón e invitándonos a una relación con Él".

Francisco, en la basílica de San Zenón
Francisco, en la basílica de San Zenón

Algo que también vale para los sacerdotes. "Más aún, en el origen de la vida sacerdotal y de la vida consagrada no estamos nosotros, nuestros dones o algún mérito  especial, sino que está la sorprendente llamada del Señor, su mirada misericordiosa que se ha inclinado sobre nosotros y nos ha elegido para este ministerio, aunque no seamos mejores que los demás". "Es pura gracia, pura gratuidad, un don inesperado que abre nuestro corazón al estupor ante la condescendencia de Dios", insistió.

Riesgo de ponernos en el centro

"Queridos hermanos sacerdotes, queridas religiosas y hermanos religiosos: ¡no perdamos nunca el  asombro de la llamada!", clamó Francisco. Porque "si perdemos esta conciencia y esta memoria, corremos el riesgo de ponernos a nosotros mismos en el centro en lugar del Señor; corremos el riesgo de agitarnos en torno a proyectos y actividades que sirven a nuestras propias causas más que a la del Reino; corremos el riesgo de vivir incluso el apostolado en la lógica de promocionarnos a nosotros mismos y de buscar el consenso, en lugar de gastar nuestra vida por el Evangelio y por el servicio gratuito a la Iglesia". 

El Papa y el cardenal, ambos en silla de ruedas
El Papa y el cardenal, ambos en silla de ruedas

"Es Él quien nos ha elegido: si lo recordamos, incluso cuando sentimos el peso del cansancio y de alguna decepción, permanecemos serenos y confiados, seguros de que Él no nos dejará con las  manos vacías", proclamó, ante el clero y la vida religiosa de Verona. Volviendo al ejemplo de la pesca, el Papa pidió a los consagrados "cultivar la actitud interior de espera, de  paciencia, así como la capacidad de afrontar lo inesperado, los cambios, los riesgos asociados a nuestra misión".

Después de la llamada, la audacia en la misión, para la que Francisco volvió a recordar el mar de Galilea, pero esta vez el encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos, que volvieron a echar las redes. "La audacia es un don que esta Iglesia conoce bien", recordó el Papa, quien reclamó a los religiosos veroneses "ser emprendedores, creativos, capaces de  encarnar la profecía del Evangelio". Ser, en definitiva, "testigos de la fe que supieron unir el anuncio de la Palabra con el servicio  generoso y compasivo a los necesitados, con una "creatividad social" que propició el nacimiento de  escuelas de formación, hospitales, residencias de ancianos, casas de acogida y lugares de espiritualidad".  

El Papa, junto al féretro de San Zenón
El Papa, junto al féretro de San Zenón

"Muchos de estos santos y santas se encontraban entre sus contemporáneos e, inmersos en la turbulenta historia de su tiempo, gracias a la imaginación de la caridad animada por el Espíritu Santo, lograron crear una especie de "santa fraternidad", capaz de atender las necesidades de los más marginados  y los más pobres y de hacerse cargo de sus heridas. Una fe que se tradujo en la audacia de la misión", recordó el Papa, quien insistió en que "lo necesitamos también hoy: la audacia del testimonio y del anuncio, la alegría de una fe empeñada en la caridad, la inventiva de una Iglesia que sabe acoger los signos de los tiempos y responder a las  necesidades de los que más luchan".

Francisco saluda, desde su silla de ruedas, a un menor discapacitado
Francisco saluda, desde su silla de ruedas, a un menor discapacitado

Dirigiéndose expresamente a los sacerdotes, y en unas palabras improvisadas, les pidió "perdonen siempre. Por favor, no torturen a los penitentes. Perdonen todo, perdonen siempre. La Iglesia necesita perdón, y ustedes son los instrumentos para perdonar". "A todos, lo repito, a todos debemos llevar la caricia de la misericordia  de Dios. Especialmente a los que tienen sed de esperanza, a los que se ven forzados a vivir en los  márgenes, heridos por la vida, o por algún error que han cometido, o por las injusticias de la sociedad, que  siempre se cometen a costa de los más frágiles", proclamó. "¿Entendido?", regresó sin papeles "Perdonar a todos".

"No cedan al desaliento:  sean audaces en su misión, sepan todavía ser una Iglesia que se hace cercana, que se acerca a las  encrucijadas, que sana las heridas, que da testimonio de la misericordia de Dios" pidió Francisco. De este modo, "la barca  del Señor, en medio de las tormentas del mundo, puede poner a salvo a tantos que, de otro modo, correrían el riesgo de naufragar. Las tormentas, como sabemos, no faltan en nuestros días; muchas de  ellas tienen sus raíces en la avaricia, la codicia, la búsqueda desenfrenada de la autosatisfacción, y son  alimentadas por una cultura individualista, indiferente y violenta".  

Primer discurso del Papa
Primer discurso del Papa

"El mal no es normal, no debe ser normal. En el infierno sí, pero aquí no. El mal no puede ser normal", volvió a improvisar, tras citar a San Zenón. "Nos acostumbramos a cosas feas, y así nos convertimos en cómplices".

El misionero y la misionera no pueden ir solos al cielo

"Hermanos y hermanas, ¡gracias! Gracias por entregar sus vidas al Señor y por su compromiso con  el apostolado. Sigan adelante con valentía. Mejor: ¡adelante con valentía!", terminó Bergoglio, recordando a uno de los santos veroneses, Daniele Comboni: "Santos y capaces. [...] Lo uno sin lo otro vale poco para quien sigue  una carrera apostólica. El misionero y la misionera no pueden ir solos al cielo. Solos irán al infierno. El  misionero y la misionera deben ir al cielo acompañados de las almas salvadas. Por tanto, en primer lugar:  santos, [...] pero esto no basta: es necesaria la caridad" .

"Esto es lo que les deseo a ustedes y a sus comunidades: una "santidad capacitada", una fe viva que  con caridad audaz siembre el Reino de Dios en cada situación de la vida cotidiana. Y si el genio de  Shakespeare se inspiró en la belleza de este lugar para contarnos las atormentadas vicisitudes de dos  amantes, obstaculizados por el odio de sus respectivas familias, nosotros, cristianos, inspirados por el  Evangelio, comprometámonos a sembrar por doquier un amor más fuerte que el odio y la muerte. Sueñen  así a Verona, como la ciudad del amor", finalizó.

Volver arriba