(JCR)
La Iglesia Católica ha sido acusada a menudo de complicidad en el genocidio. Cuando
planteo esta pregunta empiezo a vislumbrar una realidad mucho más compleja.
“Absolutamente no es cierto. Ningún obispo predicó nunca la división y el odio racial”, me asegura Michel Nsengumuremye, vicario general de la diócesis de Ruhengeri.
“La Iglesia podía haber hecho mucho más durante el genocidio y usar su influencia para detener las matanzas en lugar de quedarse callada”, dice el padre Octave. Y para probar su tesis me cita una carta pastoral de los mismos obispos fechada en el año 2000 en la que ellos mismos reconocen: “No hicimos todo lo que pudimos haber hecho”. Este mensaje fue hecho público poco después de que el Papa Juan Pablo II hiciera un llamamiento a todos los miembros de la Iglesia que tomaron parte en las matanzas para que pidieran perdón e hicieran reparaciones serias.
Algunos miembros del clero, ciertamente, colaboraron con los autores del genocidio (así como otros también colaboraron con el Frente Patriótico). La Corte Penal Internacional de Arusha ha examinado los casos de tres sacerdotes, uno de los cuales fue condenado a 15 años de prisión por su participación en los hechos. Dos monjas ruandesas aparecieron también ante un tribunal belga, con acusaciones similares. Otra religiosa compareció delante de un tribunal “Gachacha”, recibió una condena, apeló y después fue dejada en libertad. Y el caso del padre Wenceslao Munyeshyaka, antiguo coadjutor de la iglesia de la Sagrada Familia en Kigali, acusado de colaborar con los Interahamwe, está aún sub iudice en un tribunal francés.
Otros fueron acusados y después absueltos. Este es el caso del obispo de Gikongoro Agustin Misado, del padre blanco belga Guy Theunis (liberado sin cargos en diciembre de 2005 después de pasar tres meses en prisión) y dos religiosas absueltas el año pasado después de haber pasado en la cárcel 12 años y nueve meses. Todos estos casos estuvieron rodeados de gran alarde de publicidad mediática cuando se iniciaron, pero cuando se declararon las absoluciones los casos no gozaron de la misma resonancia.
No faltaron casos de sacerdotes y religiosas que hicieron gala de un gran heroísmo al defender a los miles de personas que acudieron a sus instituciones religiosas buscando protección. Este es el caso del padre André Havugimana, actual vicario general de Kigali. El 9 de abril de 1994 las bandas armadas Hutus atacaron el seminario de Nuera, de donde él era rector. El y otro sacerdote se enfrentaron a los violentos, los cuales les dispararon varias ráfagas que terminaron con la vida de su compañero e hirieron al padre André de gravedad. El sacerdote me cuenta la historia mientras intenta, en vano, mover el brazo izquierdo afectado por las secuelas de los impactos de bala. La hermana Felicité Nisejeka (hermana de Laureen Ntezimana), de etnia Hutu, se negó a ser separada de sus hermanas de comunidad Tutsis cuando se las llevaban para asesinarlas, y ella dio su vida junto con ellas.
Muchos otros sacerdotes, en fin, simplemente agacharon la cabeza y permanecieron quietos cuando llegaron los asesinos. Uno de ellos me lo cuenta con una mezcla de remordimiento y tristeza: “Durante varias semanas alimenté y consolé a los que habían venido a refugiarse en la
parroquia. Varias veces conseguí que los hombres armados que venían por ellos se marcharan, hasta que un día vinieron furiosos dispuestos a matarlos y entonces simplemente me quedé en mi habitación sin hacer nada, esperando a que pasara todo. Delante de gente armada y violenta llega un momento en que no puedes hacer nada. Si hubiera insistido me hubieran matado también a mí y no habría conseguido salvar a nadie”.
Otro aspecto apenas mencionado es el caso de los miembros del clero asesinados por el Frente Patriótico. El primero de ellos fue el español Joaquín Vallmajó, quien había denunciado repetidamente las matanzas del Frente Patriótico. El 26 de abril de 1994 fue detenido por soldados Tutsis en Kageyo (Byumba) y fusilado, sin que hasta la fecha nadie haya informado de qué hicieron con el cadáver. Fueron también soldados del nuevo gobierno los que ametrallaron a tres obispos católicos en Kabgayi en junio de ese año. El obispo de Ruhengeri, Phocas Nikiwigize, fue detenido por soldados en 1996 cuando regresaba del Congo al llegar a la frontera, y nunca se le volvió a ver.
Otros, como los sacerdotes Isidro Uzkudun, Claude Simard y Guy Pinard, los tres conocidos por sus valientes denuncias de violaciones de derechos humanos, fueron asesinados por hombres armados durante el periodo 1995-2000 en sus parroquias. El padre Pinard fue abatido cuando distribuía la comunión en su parroquia.
Un sacerdote de Butare, Joeph Ngomanzugu, ha documentado la muerte violenta de 200 consagrados (entre ellos 70 seminaristas) durante el año 1994.
Al final de mi estancia en Ruanda acudo un domingo a misa de siete de la mañana en la catedral de Ruhengeri. Llego a las seis y cuarto y ya no hay un asiento libre. Empieza la oración puntualmente y la iglesia está abarrotada y mucha más gente sigue la liturgia desde fuera. Después hay otras dos misas, todas ellas llenas a rebosar, con toda la gente cantando con fuerza. Me impresiona ver que la gente, sin duda, sigue teniendo una gran confianza en la Iglesia.
Otro signo de vitalidad de la Iglesia en Ruanda es el centro mariano de Kibeho, donde el año pasado se celebró el 25 aniversario de las apariciones de la Virgen que hicieron de este lugar un centro neurálgico de renovación espiritual como centro de peregrinación.
Después de ver esto y de escuchar mucho me marcho de Ruanda sin ninguna duda de que, a pesar de todo, el pueblo de Ruanda camina por el sendero de la reconciliación, y que la Iglesia acompaña este proceso de pedir y recibir perdón que un día sanará las heridas de todas las matanzas cometidas por todos los lados.