La Iglesia del norte de uganda celebra su primer centenario (y II)

(Continuación) A finales de marzo de 1919 llegaron cuatro misioneros más de Italia. Entre ellos estaba el padre Pasquale Crazzolara, uno de los grandes lingüistas que ha tenido el instituto comboniano. Después de algunos meses, preparó un libro de oraciones y un catecismo en lengua alur, mientras sus compañeros se afanaban en construir una escuela. La misión siempre estaba llena de gente: enfermos que pedían medicamentos, y hombres y mujeres ya mayores que mostraban sus pipas vacías y pedían a los misioneros que se las llenaran de tabaco.
Aquellos comienzos no fueron fáciles y los misioneros pronto tuvieron que enfrentarse a numerosos problemas: el agua del río no se podía beber, excepto si se hervía. Los hermanos empezaron a excavar un pozo, pero después de 15 metros no consiguieron encontrar agua. Cuando llegó la estación de las lluvias su frágil vivienda se inundó y las termitas empezaron a destruir la iglesia. Las nubes de mosquitos que venían del Nilo cada noche hicieron que los misioneros cayeran constantemente presa del paludismo. Los numerosos animales salvajes que rondaban por aquellos parajes eran un peligro permanente que hacía muy difícil los desplazamientos, que los misioneros realizaban siempre a pie o en bicicleta. Las comunicaciones y el transporte de provisiones eran muy irregulares..
En junio de 1910 finalmente llegaron algunos catequistas desde la misión de Hoima, como los Padres Blancos habían prometido. De este modo, pudieron establecer un catecumenado según el modelo de los misioneros de Lavigerie, que duraba tres años, y en 1913 bautizaron a los primeros doce jóvenes acholi y alur.
Se cierra la primera misión
A finales de enero de 1911 llegó a Koba el padre Giovanni Fornasa, el primer misionero que llegaba a aquellas tierras por la nueva ruta desde Mombasa, mucho más accesible que la del Nilo. Tres semanas después él y el padre Colombaroli viajaron a Gulu, donde empezaron la primera misión entre los acholi, y a donde llegarían poco después las primeras misioneras combonianas. Gulu, a unos 120 kilómetros al Este de Koba, se estaba construyendo como el nuevo puesto colonial para el norte de Uganda. Argumentando que el lugar estaba infestado de moscas tse- tse, portadoras de la enfermedad del sueño, los británicos estaban abandonando Koba a marchas forzadas, al mismo tiempo que forzaban a los Alur para que volvieran a su tierra al otro lado del Nilo –que en virtud de un acuerdo con Bélgica había pasado a manos de Inglaterra- y urgían a los Acholi para que se trasladaran más hacia el Este. Esto hizo que el lugar donde los misioneros se habían asentado se convirtiera en un lugar aún más aislado. Hoy, sólo unas pocas piedras que apenas se ven entre la hierba alta que reina en este lugar –que es parte del parque nacional de las Cataratas Murchison- recuerdan que hace cien años hubo allí un puesto colonial británico.
Ante estos rápidos cambios, los misioneros quisieron seguir a los alur a la otra orilla del Nilo, pero las autoridades se negaron a dar el permiso para establecer una misión católica allí. No obstante, en enero de 1914, los misioneros intentaron construir una casa y una capillla en Panyango, al otro lado del Nilo, pero tuvieron que abandonar esta tarea por orden del enfurecido gobernador del distrito, el cual les retiró el permiso de visitar el Nilo Occidental por un año. Por si fuera poco, al estallar la primera guerra mundial, los hermanos Schroer y Simone Fanti, austriacos de nacionalidad, fueron enviados por los británicos a vivir en un campo de concentración. Durante dos años los misioneros siguieron viviendo en una situación incierta, mientras contemplaban el flujo diario de gente a la que se forzaba a emigrar. Finalmente, el jefe local que había sido su apoyo principal, Omach, tuvo que marcharse también con su gente. Y pocos días después, en octubre de 1916, uno de los misioneros, el hermano Nicola Co murió de fiebre del agua negra, a los 32 años.
Después de aquello poco tiempo permanecieron los misioneros en Koba.Apenas llegó el permiso de las autoridades coloniales, los misioneros abandonaron Koba y empezaron a seguir a los Alur en los lugares donde se habían visto forzados a emigrar, en la orilla occidental del Nilo. Las primeras misiones que abrieron allí fueron Orussi y Angal. En 1918 se les permitió también abrir una misión en Arua. De este modo, pocos años después de la llegada de los misioneros a Koba los misioneros desarrollaron su labor en dos zonas: en el Nilo Occidental, hacia el Oeste, y en Gulu y más tarde Kitgum, entre los acholi, hacia el Este. Tampoco allí faltaron problemas, y en 1917 dos jóvenes catequistas que acababan de ser bautizados en la misión de Kitgum –Daudi Okelo y Jitdo Irwa- fueron asesinados en Paimol por los cabecillas de una rebelión que se acababa de declarar contra los británicos, y por extensión contra los blancos –misioneros incluidos- y todos a los que se consideraba asociado a ellos. Juan Pablo II les beatificó en 2002.
Lo primero, formar líderes locales
A partir de estos humildes comienzos, los misioneros combonianos desarrollaron la Iglesia en el Norte de Uganda conforme al plan de su fundador expresado con el lema “Salvar a África con África”. La formación de catequistas y de un clero local fue una prioridad que se siguió con bastante seriedad. En 1938 fueron ordenados los dos primeros sacerdotes diocesanos: Donasiano Bala y John Ongom. Un año antes se había empezado a construir el seminario de Lachor, en Gulu, donde durante muchos años se formaron los sacerdotes diocesanos del Norte de Uganda y el Sur de Sudán. Cuatro años más tarde el obispo Angelo Negri y la hermana Angioletta Donini fundaban las Hermanas de María Inmaculada, la primera congregación femenina local que se dedicó a la enseñanza de niñas y jóvenes en las escuelas. Hay que tener en cuenta que durante los años de la colonización los británicos se guiaron por el principio de la división tribal del trabajo, que funcionó gracias al mito de “las razas marciales”, etiqueta que se impuso a la gente del Norte de Uganda. De este modo, esta parte del país se convirtió en el principal lugar donde se reclutaba a soldados y policías, y de donde salían las cuadrillas para realizar los trabajos duros de construcción de carreteras y recogida de té y caña de azúcar. Con esta mentalidad, las autoridades coloniales no tuvieron ningún interés en abrir escuelas en el Norte. Los misioneros y misioneras, que tenían una visión muy distinta de la dignidad de la gente con la que vivían, multiplicaron sus esfuerzos por la educación y las mejores escuelas primarias y secundarias que hay hoy en el Norte de Uganda siguen siendo las que fundaron los hijos e hijas de Comboni, quienes también fundaron los que siguen siendo hoy día los mejores hospitales de esta región: Lachor, Kitgum, Kalongo y Angal.
Otro campo al que se dedicó grandes esfuerzos fue la formación de los catequistas, que han dado a esa Iglesia un aire de comunidad basada en los laicos. El centro catequético de Gulu ha formado a varias generaciones de evangelizadores laicos que se han destacado por su celo apostólico, como lo demuestra un dato estremecedor: durante los peores años de la guerra en el Norte de Uganda, de 1986 a 2002, 63 catequistas fueron asesinados en los lugares donde ejercían su ministerio.
La pequeña semilla que se sembró en Koba en 1910 ha dado sus frutos, y el enorme territorio que estaba a principios del siglo XX bajo la diócesis madre de Gulu ha engendrado a otras cinco diócesis: Arua, Nebbi, Lira, Kotido y Moroto.
El actual arzobispo de Gulu, John Baptist Odama, reconoce que “lo más difícil del momento actual es cómo ayudar a una población que vive traumatizada por la reciente guerra, que duró algo más de 20 años”. Con una cierta tristeza, señala: “La mayor parte de la gente de mi archidiócesis sufre depresiones serias y adicciones peligrosas. Hace pocos años teníamos incluso tasas de suicidio alarmantes en los campos de desplazados. Por todo esto tenemos que trabajar mucho para que la gente recobre su dignidad”. Para monseñor Odama, “la tarea pastoral más ardua es educar a las generaciones jóvenes en valores que nunca recibieron. Tenemos que aprovechar la celebración del centenario de la llegada de los primeros misioneros en el norte de Uganda para que sea una ocasión para renovar nuestra fe”.
Los católicos de este rincón de África empiezan este mes un proceso de mirar cien años atrás para que el ejemplo de los primeros misioneros les ayude en esta renovación.