Misionero en Bangui: nervios de acero, corazón enorme

(JCR)
“Aquí, a la entrada, cayó una granada hace pocos días, allí, al lado del campanario impactaron varias balas. A Dios gracias no tuvimos ningún muerto ni herido”. Estoy en la parroquia Nuestra Señora de Fátima, en el barrio conocido como el “Kilómetro Cinco”, al Norte de Bangui, y me sorprende la extraña calma de mi guía –el comboniano

.

ugandés Moses Ottii- quien no para de saludar muchos de los cientos de personas que se agolpan en el recinto
donde se levanta la iglesia y algunos locales. Cada noche duermen aquí cuatro mil personas, repartidos como pueden entre aulas, el interior del templo y los espacios disponibles entre los frondosos árboles de “nivaquina.

Son sólo una pequeña parte de los casi 500.000 desplazados que desde el pasado mes de diciembre han buscado refugio en alguna de las 17 parroquias de la capital centroafricana, varias mezquitas o el aeropuerto de Bangui M’Poko. Solamente en este último lugar se calcula que se agolpan cerca de 100.000 personas. Desde hace varias semanas uno de cada dos habitantes de Bangui vive desplazado.
He dicho que me sorprende la calma del padre Moses porque desde que empezaron los enfrentamientos violentos en Bangui el barrio del Kilómetro Cinco ha sido un hervidero de violencias y odios entre musulmanes y cristianos. Cada vez que le llamaba por teléfono siempre mencionaba que la noche anterior apenas habían dormido a causa de los disparos que sonaban muy cercanos. En muchas de las casas del barrio se ocultaban milicianos de la Seleka y sus colaboradores, bien armados. El hecho de que la mayor parte de los miembros de la Seleka fueran musulmanes ha hecho que en bastantes lugares del país –con su capital incluida- grupos armados de fanáticos -los conocidos como milicias “anti-balaka”- comenzaran una caza al musulmán que ha sido parte de una espiral de venganzas y odios nunca vista en este país. Pocos días antes de mi visita a la parroquia de Fátima, fui con mi equipo del Consejo Danés para los Refugiados a entrevistarnos con algunos de los líderes municipales en el barrio, y tuvimos que salir deprisa y corriendo porque la tensión era muy elevada y en la carretera principal un grupo de personas corría detrás de unos individuos a los que seguramente querían eliminar.

A pesar de esta situación muy tensa, desde que el pasado 10 de enero dimitiera el presidente centroafricano y líder de la Seleka Michel Djotodia y partiera al exilio, cada día la tensión parece rebajarse un punto más. Casi todos los milicianos de la Seleka –que saben que han perdido la batalla- se han marchado de Bangui, y con ellos sus colaboradores, la mayor parte de ellos chadianos que se dedicaban al comercio y que estaban armados. Los cuarteles de Bangui, nada más ser desalojados, han sido ocupados por las fuerzas de intervención de la Unión Africana, y las 1.600 tropas francesas de la Operación Sangaris desplegadas en la capital siguen realizando labores de desarme que tienen su efecto. Bangui ha pasado de ser una ciudad en la que las ráfagas y detonaciones se habían convertido en su ambiente habitual a cualquier hora del día o de la noche a ser una capital en la que la tranquilidad se va afianzando y –con excepción de algunas zonas aún algo más conflictivas- ya no se oye ningún disparo. Está previsto que a principios de la semana que comienza el Consejo Nacional de la Transición elija al nuevo presidente interino, que tendrá como principal tarea trabajar por la dificilísima reconciliación en el país y preparar las nuevas elecciones.

Pero una cosa es hablar de la reconciliación en las altas esferas políticas, y otra muy distinta hacer que vecinos de distintas confesiones religiosas que durante años han convivido de forma pacífica y ahora se miran con odio y desconfianza puedan sanar las heridas causadas por una guerra inútil y volver a saludarse por las calles donde hasta hace muy pocos días había neumáticos ardiendo y cadáveres de víctimas de las venganzas. El padre Moses y sus dos compañeros de comunidad –un italiano y un centroafricano- intentan discretamente facilitar el diálogo entre algunos líderes musulmanes y cristianos. Las dificultades son inmensas y llevará mucho tiempo superarlas.

Cuando un día, finalmente, se consiga que los antiguos enemigos vuelvan a vivir juntos en el mismo barrio –e incluso se pidan perdón- en buena parte habrá sido posible gracias a personas como los tres combonianos de la parroquia de Fátima que durante meses han ofrecido refugio, escucha y consuelo espiritual a miles de personas desesperadas que, gracias a la labor de muchas parroquias de Bangui, han encontrado algo de humanidad en medio de tanta barbarie. Cuando esto se consiga, es posible que nadie se acuerde de que quienes se han entregado a estos miles de personas han pagado un altísimo precio de noches sin dormir, tensiones y traumas que les pasarán factura y miedos fuertes que no habrán tenido más remedio que tragarse en silencio.
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