Negociar con el diablo, todo por la paz

Llevo unos días leyendo lo que dice la prensa española sobre la última pastoral de los obispos “Orientaciones morales ante la situación actual de España”, y en lo que toca al tema del terrorismo cada vez entiendo menos sus orientaciones. Menos mal que en el país donde vivo, Uganda, los obispos parecen tener los pies más en tierra.
Si cito bien, dicen los obispos españoles que “una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explicita ni implícitamente a una organización terrorista como legitimo representante político, ni de ningún sector de la población, ni puede tenerla como interlocutor político.”
Digo que cada vez entiendo menos a los obispos españoles por las siguientes razones. Servidor de ustedes ha participado en unas seis reuniones de paz con los guerrilleros del Lord´s Resistance Army LRA en el Norte de Uganda. En los foros internacionales, el LRA esta considerado como un grupo terrorista, y doy fe de que lo es. Ojalá sus jefes pagaran por sus horribles crímenes ante la Corte Penal Internacional. Estoy de acuerdo en que un riesgo de negociar con terroristas es darles una legitimidad que no se merecen, pero al final uno se encuentra con una situación complicada en la que es muy difícil que a los organizadores del crimen se les detenga y el conflicto se puede prolongar aun durante muchos anos, impidiendo que la gente que vive en las zonas afectadas pueda disfrutar de una vida normal.
Cuando las cosas llegan a esos extremos se encuentra uno ante un caso de conflicto de intereses en el que, como diría la teología moral clásica, hay que elegir el mal menor. Por eso la Iglesia tiene organizaciones de reconocido prestigio como la Comunidad de San Egidio o Pax Christi que median en conflictos en distintos lugares del mundo, incluidos en conflictos donde grupos terroristas causan un daño considerable a personas inocentes. El arzobispo de la diócesis de Gulu, donde he trabajado desde 1985, John Baptist Odama, asi como otros religiosos ‘incluido servidor de ustedes’ se ha encontrado repetidas veces con los lideres del LRA para convencerles de que acepten un acuerdo de paz. Esta claro que cuando habla con los terroristas estos son interlocutores políticos, y no creo que por eso nuestra sociedad ugandesa sea menos justa ni menos libre. Al contrario, cada vez que ha habido negociaciones de paz hemos respirado todos y disfrutado de un tiempo de tranquilidad y esperanza. Y añado además que el Vaticano, por medio del Nuncio de Su Santidad en Uganda, siempre nos ha animado a seguir adelante y buscar una solución negociada, cosa que le hemos agradecido enormemente.
La ultima de estas negociaciones empezó el 14 de julio en Juba, Sur del Sudan, donde prácticamente todos los días la delegación del gobierno y la del LRA se sientan en la misma mesa para negociar el fin del conflicto.
Ya sé que en distintas situaciones de conflicto hay mil diferencias, pero también mil similitudes. Y uno de los puntos comunes es que al final, nos guste o no, hay que sentarse a hablar con los que matan, y tratar con los que tienen el poder de tomar decisiones, por muy terroristas que sean. La paz se hace hablando con los enemigos y con criminales. Hablar con amigos y con buenas personas ya lo hacemos todos diariamente. Nuestro arzobispo ha dicho a menudo que hablar con los jefes de la guerrilla que tanto nos ha hecho sufrir es la versión moderna de poner la otra mejilla. Y, por cierto, en el norte de Uganda siempre han sido las victimas las que han insistido en que hay que negociar el fin de la violencia. Y nadie considera eso ni claudicación, ni rendición ni menoscabo del Estado de derecho.
Por eso me sorprendo que la Iglesia en España no pronuncie una palabra de animo hacia el gobierno que, con todas sus limitaciones, está intentando resolver el problema dela violencia en el Pais Vasco por vía de negociación y que exprese tantas reticencias ante la posibilidad mas seria durante los últimos anos de alcanzar una paz duradera en el País Vasco. Mucho me temo que en este, como en otros temas, la Iglesia española además se identifica demasiado con las tesis del Partido Popular, abandonando su independencia en el plano de la política partidista.