(JCR)
Estos días de semana Santa vivo en la casa parroquial de Minakulu (norte de Uganda), donde trabajé desde el año 2000 hasta hace muy pocas
semanas. Estamos en el bosque africano, rodeados de miles de desplazados internos, en un viejo caserón sin luz y sin agua corriente. Desde hace un año viven aquí unos jóvenes italianos de la comunidad Papa Juan XXIII, un grupo destacado por su atención a los marginados fundado por el cura italiano don Oreste Benzi, un sacerdote muy conocido en Italia sobre todo por su trabajo de denuncia de las redes de prostitución en la que caen mujeres inmigrantes.
Cuando estoy con Mónica, Mateo, Francesca y Carlo me pregunto: ¿qué le mueve a un joven de buena familia, con la carrera terminada, a venir a un lugar conflictivo de Africa y acompañar a un grupo de refugiados, azada en mano, a cultivar sus campos uno y otro día? Excepto Carlo, que es el más joven, los otros tres tienen ya experiencia de trabajar en lugares como Kosovo, Palestina y Chechenia. Hace diez años, esta comunidad Juan XXIII empezó un proyecto llamado “Operazione Colomba” (Operación Paloma), de presencia humilde y testimonial en lugares en guerra. Tras varias visitas “exploratorias” al norte de Uganda hace tres años, el año pasado en Abril el arzobispo de Gulu John Baptist Odama les aceptó en su diócesis, y tuve la suerte de que vinieran a trabajar a mi parroquia.
Poco podía ofrecerles yo, pero los “muchachos”, como les gusta llamarse a sí mismos no tuvieron ningún inconveniente en adaptarse a la vida bastante espartana de la casa que les ofrecimos. En seguida se pusieron a aprender la lengua acholi con ahínco, a conocer a la gente y sus problemas, y a estar presentes con ellos. Vinieron sin planes establecidos. “Caminando se hace camino”, repiten a menudo, y en verdad que viven con esta filosofía cotidianamente. Pronto empezaron a apoyar a nuestros comités parroquiales de Justicia y paz, a visitar a los desplazados que empezaban a regresar cautelosamente a sus hogares y a atender a sus necesidades.
Un día acompañan a los desplazados a cultivar sus campos, otro día llevan a varios enfermos al hospital (situado a 35 kilómetros), a la semana siguiente reparan un pozo de agua en una de las aldeas donde la gente intenta regresar a sus casas (casi siempre sin apoyo de nadie). La casa está siempre abierta y muchas veces la gente viene simplemente a conversar con ellos y contarles sus problemas.
Preguntaba al inicio de este post qué les mueve a hacer todo esto. Creo que es el amor de Cristo, aunque los muchachos no dados a la predicación pero en sus vidas se ve el evangelio puesto en acción. A muchas personas este testimonio les cuestiona, ya que están acostumbrados a ver a ONGs internacionales que vienen a los campos de desplazados a realizar un servicio, hacen el trabajo y se vuelven a la comodidad de su residencia en la ciudad de Gulu.
Habrá quién diga que sería mejor hacer un plan de acción o realizar un servicio más profesional sin dejarlo todo a la improvisación. Cuanto más tiempo llevo en Africa más me convenzo de que hay espacio para todos los que vengan a hacer el bien, con diferentes estilos. Ojalá florezcan mil flores diferentes, cada una con sus colores. Creo que esta gente del norte de Uganda que tanto han sufrido durante los últimos veinte años bien se merecen que por lo menos alguien se acuerde de ellos y venga a acompañarles y hacer lo que puedan por ellos.