De Telepredicadores y éxtasis espirituales

Acabo de volver de una “cruzada evangélica” celebrada en Kampala por Benny Hinn, uno de los telepredicadores norteamericanos más famosos en todo “el mundo mundial”. El estadio estaba lleno hasta la bandera, unas 50.000 personas. Llevado de mi instinto, mitad periodístico mitad pastoral, quise sumergirme en una gran multitud durante varias horas y tratar de entender por qué tantos miles de personas acuden en masa a este tipo de acontecimientos. Mis conclusiones sobre este tema de las sectas me preocupan bastante.
Los medios de comunicación católicos, haciéndose eco de la reciente conferencia del CELAM, publicaban hace varios días datos que dan que pensar: en los últimos 50 años el número de católicos en América Latina ha descendido en un 20%. Recuerdo hace años cuando se hablada de los católicos suramericanos como “el futuro de la Iglesia”. Si sigue el éxodo hacia las sectas ya podemos irnos despidiendo. Ahora se habla más de África como el supuesto lugar de ese futuro de la Iglesia. Mucho me temo que en un mundo cada vez más globalizado en África ya hemos empezado a ir por los mismos derroteros. Los obispos de estas latitudes tropicales, mientras tanto, parecen seguir durmiendo en los laureles y no preocuparse mucho del tema.
Han cortado el tráfico y tengo que caminar unos cinco kilómetros. En el estadio hay ya varias decenas de miles de personas –la mayor parte jóvenes- que llevan varias horas esperando mientras cae un sol de justicia y pienso que también ellas habrán venido andando. Algunos han traído a sus enfermos en silla de ruedas. No encuentro ni un sitio libre para sentarme y tengo que acomodarme como puedo, de pie, apoyado contra un muro. Según el programa, el acto debe empezar a las cinco de la tarde pero el “pastor” Benny Hinn se retrasa dos horas. Llega en helicóptero, como no podía ser menos. Según la prensa local, él y los organizadores se han gastado un millón y medio de dólares en organizar el magno evento. De algún sitio saldrá una cantidad tan enorme de dinero.
Al final, cuando cae la noche y con unos potentes focos, aparece el pastor vestido de blanco inmaculado, mientras un coro uniformado de cinco mil personas situado en los graderíos a sus espaldas se levanta y entona un himno que es inmediatamente coreado por los 50.000 asistentes, lo cuales cierran los ojos mientras levantan los brazos hacia el cielo. Muchos caen en éxtasis, gritan y se entregan a un arrebato emocional. Cuando el pastor empieza su perorata me acuerdo de la magistral descripción de Juan Manuel de Prada en su artículo sobre sectas evangélicas publicado en ABC a principios de mayo: “pastores híbridos de orate y vendedor de crecepelo, que enardecen a sus auditorios con una retórica de parvulario, aderezada de apóstrofes que los adeptos jalean con entusiasmo. La Biblia se usa en estas alocuciones como una especie de manual de autoayuda, la exégesis que se hace de ella es de una zafiedad tergiversadora que causa grima...”
Casualidades de la vida, el pastor Hinn fue invitado a Uganda por la mujer del presidente Museveni, ella misma una fervorosa seguidora de las sectas evangélicas conocidas como “born again” (nacidos de nuevo). Esta ideología, que tantos apoyos espirituales –y no sólo espirituales- ofrecen a dirigentes como el presidente Bush, lleva varios años arrasando en África y privando a la Iglesia católica –y también la Anglicana- de no pocos de sus seguidores. Huelga decir que el reverendo comienza su sermón dando gracias al Señor por el sabio presidente ugandés (que ya lleva 20 años en el poder, desde que el chupa-chups valía dos pesetas, y lo que nos queda), dirigente elegido por Dios como parte de sus profundos designios para guiar al pueblo y pide para él toda clase de bendiciones.
Este tipo de predicadores, cuando acuden al Norte de Uganda –la zona que lleva en guerra 20 años- utilizan su propaganda religiosa para establecer comparaciones con el pueblo de Israel traídas por los pelos y decir que el millón y medio de personas desplazadas que malviven en los campos de desplazados están allí... por sus pecados, por supuesto. Supongo, que con gran regocijo de los militares que los arrancaron de sus hogares y los obligaron a vivir en condiciones infrahumanas.
Consigo salir del estadio antes de que termine el acto, que se repetirá al día siguiente. Me imagino que me pierdo la parte en la que el pastor pide a varios adeptos que den su testimonio ante la multitud: “Yo era un infeliz, vivía amargado, estaba lleno de deudas... hasta que un día me encontré con el pastor, ofrecí mi dinero a su iglesia, y entonces mi vida cambió y ahora vivo en la prosperidad, etcétera, etcétera...” Quizás me pierdo también algún “milagro” más o menos espectacular.
Vuelvo sobre mis pasos y me chupo siete kilómetros andando en la oscuridad de vuelta a casa intentando esquivar las motos que vienen de frente sin luces y sin frenos (bastante milagro es ya esto), mientras siento una gran pena.