Jueves Santo

1. Aproximación histórica

Durante los cuatro primeros siglos: El jueves anterior a la fiesta de la pascua, llamado posteriormente jueves santo, es un día sin relieve especial; un día alitúrgico, es decir, sin liturgia propia; un día marcado únicamente por el ayuno de preparación a la pascua, como hemos podido observar en este capítulo.

1.1. A partir del siglo IV aparecen los primeros testimonios:

Uno de los primeros es el de Egeria, como ya hemos visto a lo largo del presente capítulo. La peregrina nos asegura la existencia de dos misas, una en la basílica del Martyrium y otra junto a la roca del Calvario. También san Agustín, desde África, en una carta a su discípulo Genaro, nos relata la existencia de dos eucaristías : una por la mañana y otra por la tarde. A estas voces hay que añadir la carta del papa Inocencio a Decencio de Gubio, la carta n.77 de san Jerónimo, en la que narra la penitencia de la noble Fabiola y, sobre todo, la Vida del Papa Silvestre, cuyo testimonio refleja la situación en el siglo V. De todo ello se deduce que, aunque no conozcamos los formularios de la misa, la iglesia romana celebraba el jueves santo la reconciliación de los penitentes y la consagración de los santos óleos. Parece incuestionable, por otra parte, que a mediados del siglo V ya se celebraba en Roma una misa vespertina para conmemorar la institución de la eucaristía.

1.2. Los primeros formularios son del siglo VII:

Toda la tradición Gelasiana, a partir del viejo sacramentario Gelasiano del 650, recoge formularios para tres misas en el día de jueves santo: una, por la mañana, para celebrar la reconciliación de los penitentes y con la que se ponía fin a la cuaresma; otra, al mediodía, en la que el Papa consagraba los óleos; y, por la tarde, otra misa para conmemorar la Cena del Señor. El sacramentario Gregoriano llamado Adriano, que se remonta al año 780, incluye una sola misa para el jueves santo, en la que no se hace ninguna referencia a la institución de la eucaristía. Este formulario es el que pasará posteriormente, después de la reforma carolingia, a los libros litúrgicos romanos e, incluso, al Misal de san Pío V.

1.3. Incorporación progresiva de elementos periféricos :

Hay que recordar aquí, en primer lugar, el lavatorio de los pies, llamado también Mandato. En realidad este rito, incorporado a la eucaristía solemne del jueves en la última reforma de la Semana Santa realizada por Pío XII, pertenece a la tradición monástica y se realizaba como un componente interno de la vida monacal. A partir del Pontifical Romano-Germánico del siglo X, este rito del lavatorio de los pies recibirá un tratamiento litúrgico y se celebrará después de la misa y de las vísperas aunque en un entorno exclusivamente clerical. Otro elemento característico de este día es la solemne procesión al Monumento. Es evidente que este rito surgió en función de la celebración del viernes santo. En los primeros siglos se realizaba de forma sobria y escueta. A partir de los siglos XIII y XIV, con el auge del culto a la sagrada hostia, fue rodeado de una solemnidad excepcional, desviándose incluso el sentido original de este rito. Por eso el lugar de la reserva fue llamado sorprendentemente Monumento para evocar la presencia del Señor en el sepulcro. La imaginación popular se ocupó de montar la escenografía adecuada. La última reforma del Vaticano II ha intentado devolver a este gesto el sentido y la sobriedad que requiere

2. Herramientas para la animación pastoral

2.1. Centrar la celebración:

En el conjunto de la semana sant : Dentro del marco de la semana santa hay que distinguir un grupo de tres días que constituye el núcleo principal y que llamamos Triduo Pascual. En realidad, el jueves santo no pertenece a este núcleo. El Triduo comienza con la celebración vespertina del jueves en la Cena del Señor. En este sentido, esta celebración se presenta vinculada, más bien, a la liturgia del viernes santo. Desde esa clave debemos interpretarla.

Apuntar hacia la vigilia pascual: La asistencia de fieles a la celebración del jueves suele ser numerosa. Menos numerosa la del viernes. A la vigilia pascual solo asiste una minoría. Hay que partir de este hecho, comprobado por las estadísticas, no para aplaudirlo sino para salirle al paso con las medidas oportunas. Es decir, hay que mentalizar a los fieles y persuadirles de que el momento culminante de toda la semana santa es la vigilia pascual. Las celebraciones del jueves y del viernes nos ofrecen una buena oportunidad para decirlo a los fieles y para hacérselo notar mediante el enfoque mismo de la celebración. Lo que hoy celebramos -hay que decirles- culmina en la noche de pascua.

2.2. La estructura de la celebración

Las celebraciones de estos días constituyen un motivo de preocupación para los responsables de la pastoral litúrgica. Se trata, por lo general, de celebraciones complicadas. La de hoy, en cambio, no lo es. Fundamentalmente se trata de una eucaristía a la que se incorpora, si conviene, el rito del lavatorio de los pies, y que termina con el solemne traslado de la reserva eucarística. La celebración, por tanto, debe desarrollarse con la normalidad de los días solemnes. Conviene, sin embargo, respetar el clima de serena austeridad que se impone después del canto del Gloria. A partir de ese momento la comunidad cristiana entra en un clima de tensa expectación que culminará en la noche de pascua.

2.3. El sentido de la celebración

Una cierta ambigüedad: Hasta finales del siglo IV este quinto día de la semana santa no contaba con celebración alguna. Era un día alitúrgico. Un día más en la tensa espera del Resucitado. En la Jerusalén del siglo V se celebraba ya una misa, no precisamente en el lugar del Cenáculo, como hubiera sido de esperar, sino junto a la roca del Calvario, donde Jesús entregó su vida. Posteriormente la celebración de este día aparecerá más vinculada a la institución de la eucaristía y del sacerdocio, si bien los antiguos textos utilizados en esta ocasión apenas harán referencia a este hecho. Todo demuestra una cierta incertidumbre en el enfoque de la celebración del jueves santo.

Celebrar la donación que Jesús hace de su cuerpo y de su sangre: Por ahí hay que enfocar el sentido de la celebración de hoy. En realidad, lo que Jesús hizo el jueves santo, la víspera de su Pasión, no fue sino adelantar, a nivel de símbolos rituales, lo que había de ocurrir al día siguiente. El pan roto y distribuido, junto con el cáliz compartido por los discípulos, son los símbolos sacramentales del sacrificio de Jesús entregando su vida en la cruz para la vida del mundo, como gesto de amor inquebrantable y total a los hombres. Todo esto nos hace pensar que la cena del jueves solo tiene sentido en la medida en que conmemora y anticipa en el misterio sacramental el gesto cruento y dramático del viernes. Por eso he dicho al principio que la liturgia vespertina del jueves se presenta estrechamente vinculada a la liturgia del viernes santo. Este es, además, el sentido que los nuevos textos litúrgicos dan a la liturgia del jueves.

2.4. El mandato o lavatorio de los pies

La referencia a este gesto de Jesús, recogido solo por Juan, es evocado en el evangelio. Por tanto, se celebre o no el rito del lavatorio de los pies en la misa, es preciso tenerlo en cuenta y hacer referencia a él. De hecho, la significación de este sorprendente gesto de Jesús no viene sino a reforzar la misma significación de la eucaristía. Los símbolos del pan y del vino, expresivos de la donación amorosa que Jesús hace de sí mismo, se completa con este otro gesto del Maestro, arrodillado a los pies de sus discípulos y lavándoles los pies. Es un gesto de servicio humilde y de entrega amorosa a los demás. Es muy significativo, por otra parte, que Juan haya omitido la mención de la cena y, en su lugar, haya incluido la evocación del lavatorio.

2.5. El «monumento»

Lo pongo así, entre comilla, porque la expresión, de origen popular, es muy significativa. En la mente de los fieles el monumento -que significa sepulcro- viene a ser una evocación de la tumba donde Jesús fue depositado después de muerto. Por eso precisamente existe en muchos sitios la costumbre de montar una guardia para custodiarlo.. Sin embargo, el sentido es muy distinto. Se trata de un rito funcional previsto para la reserva eucarística que debe servir para el día siguiente. La piedad popular y el desarrollo medieval en torno a la devoción a la presencia real han hecho de este rito un acto de exaltación eucarística. La reforma de 1955 advertía sobre ciertos abusos e invitaba a la sobriedad en la ornamentación del lugar.
Volver arriba