La celebración nos sumerge en el mundo de los símbolos

Para comprobarlo hay que comenzar afirmando que el hombre es definido por muchos antropólogos como animal simbólico. Uno de los rasgos que lo definen es precisamente su capacidad de simbolización que comienza con el lenguaje y culmina con la capacidad simbolizadora de sus relaciones con el mundo, con las personas y con las cosas. El símbolo no es un recurso circunstancial para el hombre; algo de lo que se sirve en momentos determinados; por el contrario, el símbolo es consustancial al ser humano y constituye una dimensión fundamental de su vida y de su existencia en el mundo; es anterior al lenguaje y al conocimiento racional discursivo.
Hay que resaltar igualmente la función simbólica del cuerpo humano. Es evidente que el hombre no se proyecta en el mundo de manera directa; ni sus pensamientos, ni sus ideas originales, ni sus sentimientos, ni sus querencias, ni sus proyectos; nada de lo que pertenece a su mundo interior puede ex-presarse, salir al exterior, de manera directa y descarnada. Todo se ex-presa a través del cuerpo y, de un modo singular, a través del lenguaje. Es su voz, sus gestos, sus movimientos, sus posturas, sus reacciones llamadas psico-somáticas manifestadas en el rubor, en el llanto, en la congoja, en el agobio, etc.; todo esto expresa al ser humano, revela su interioridad, proyecta la intimidad de su ser. El cuerpo humano, con sus recursos y diversidad de formas, simboliza a la persona humana, la abre al exterior, la proyecta y la comunica. El cuerpo, verdadero símbolo del hombre o de la mujer, es también lugar de reconocimiento y de encuentro; lugar de intercambio.
Sin osar poner en tela de juicio las afirmaciones de L.M. Chauvet según las cuales el hombre no es poseedor del lenguaje, sino que el lenguaje posee al hombre; o que el lenguaje no es un instrumento utilizado por el sujeto, por el hombre, sino que el lenguaje constituye al hombre como sujeto; o que el lenguaje permite el acceso a la realidad posibilitando la relación sujeto-objeto; o, finalmente, que el lenguaje es el símbolo primordial del hombre…; lo cierto y, al parecer, indiscutible es que el hombre no alcanza lo real de modo inmediato sino mediato. Es decir, el mundo circundante no se ofrece al hombre en su cruda realidad, en la rudeza física de las cosas que se tocan y palpan. El contacto del hombre con la realidad se realiza a través de un proceso de abstractización o mediante la simbolización de las cosas. Son los símbolos y las imágenes lo que encubre al hombre la realidad y lo que, al mismo tiempo, le permite apoderarse de la misma. El símbolo más inmediato y fundamental es el lenguaje por el que damos nombre a las cosas, las de-signamos y las re-conocemos. En este sentido hay que decir, en efecto, que la existencia humana discurre condicionada e inmersa en lo que venimos llamando universo simbólico.
Todo esto puede apreciarse de manera más simple y menos abstracta en la realidad cotidiana de la vida. Basta asomarse al mundo que nos envuelve para percatarnos de que, efectivamente, nos desenvolvemos, querámoslo o no, en un mundo de símbolos. Esto se percibe en los vestidos que nos ponemos, en los adornos que portamos, en las gafas o en el reloj que utilizamos, en la forma de peinarnos o de dejar nuestra barba, en el modelo del coche que tenemos, en la disposición y categoría de nuestra vivienda, en los amigos que cultivamos o en el bar o club que frecuentamos. Todo conlleva una dimensión simbólica. En todo lo que somos, hacemos o tenemos hay escondido un mensaje, una imagen que se pretende cultivar y proyectar. Nada se hace al azar, sin razones; todo responde a intenciones determinadas y conscientes.
Después de lo dicho queda claro que el universo simbólico no es algo exclusivo de la liturgia; o, menos aún, que el recurso a los símbolos nos sumerge en un mundo infantil o de juegos ingenuos, poco adecuados para personas serias y barbudas. El mundo de los símbolos nos rodea y nos envuelve por completo, en todas las esferas de la vida. Este es un dato importante a tener en cuenta al tratar el tema de los símbolos en la liturgia.