El ADN del Arzobispo de Canterbury


Las agencias difundieron días atrás la noticia: el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, en nota hecha pública a través del Palacio de Lambeth, residencia londinense del primado inglés, confesaba ser hijo ilegítimo de Anthony Montague Browne, secretario de Churchill. Admitía sentirse «totalmente sorprendido», cosa que probablemente haya ocurrido también a no pocos de sus seguidores.

Y es que con las cosas íntimas no se juega. Lo mejor es mirar hacia otra parte y dejarse de enredos de alcoba con lo que está cayendo en esta Europa posmoderna. La cosa se complica cuando entra en escena el componente principal de los cromosomas que es el ADN (o sea el ácido desoxirribonucleico). Dicen que esa prueba de la verdad no falla. Como a la madre naturaleza, le da lo mismo mandarte un sol benéfico que arrearte una granizada o que te parta un rayo. Su ácido puede dejar sin palabras al más dulce dicharachero.

Es lo que ha pasado a nuestro benemérito prelado inglés, el cual hasta ahora creía que su padre biológico era Gavin Welby, comerciante de whisky fallecido en 1977. La madre del primado anglicano, Lady Williams de Evel, ha confirmado que tuvo una «relación» con Montague Browne poco antes de casarse con Welby en 1955. Esto provocó la inquietud que cabe imaginar en su hijo, quien, para salir de dudas, decidió someterse a la prueba esa del ADN.

Según informa The Daily Telegraph, aportó una muestra de saliva que fue comparada con un cepillo de pelo que conservaba la viuda de Montague Browne, y el ADN cantó lo que no está en los escritos: con un 99,9779% de posibilidades Montague Browne y Welby son padre e hijo. A partir de ahí empezaron el morbo y la maledicencia, cuya fantasía no tiene límites.

Habrá quien diga de Su Gracia Welby que sus espaldas son anchas. Y quien agregue que tiene más cara que espalda. A sus incondicionales les cabe hacer la vista gorda en un caso de más estrechez de miras que anchura de horizonte, y cuesta creer que vean satisfecha su curiosidad hasta tanto él no suelte prenda. De sobra saben que una buena capa todo lo tapa, sobre todo si es la pluvial del arzobispo de Canterbury, pero tampoco les está permitido tirar de la manta por si las moscas.

La verdad es que el caso nos pilla lejos en el tiempo. La distancia sobre todo cronológica es un anestésico potentísimo y ahora mismo estamos más preocupados por la odisea de los refugiados que por cualquier descuido que Lady Williams de Elvel, la imprudente madre del primado anglicano, pudo tener después de una cena seguida de alcohol y cama. Y menos tras haber confirmado ella misma una «relación» con Montague Browne poco antes de casarse con Welby en 1955. En su nota oficial, Welby habla de la adicción al alcohol de sus padres cuando era pequeño. O sea, verde y con asas.

La vida es tarea de supervivientes. Los que vivimos no disponemos más que de un rato para la compasión, después de echarle una ojeada al periódico o de oír el telediario, que por un oído nos entra y por el otro nos sale sin rozarlo ni mancharlo. Y todo en vista de que el azar o el destino, o como se quiera llamar a lo que algún escritor definió como «el error de estar vivo», siga divirtiéndose con las peripecias de sus pobres criaturas.

«Como resultado de la adicción de mis padres, mi infancia fue confusa, si bien fui bendecido por una educación maravillosa y cuidado por mi querida abuela, por mi madre una vez recuperada y mi padre», señala el primado. «Sé que descubro quién soy a través de Jesucristo», agrega. Y al referirse a su verdadera identidad, puntualiza que esta es «una historia de redención y esperanza». En clave católica del año en curso, hubiera podido añadir «historia de misericordia».

Por su parte, Lady Williams, cuyo matrimonio con Gavin Welby terminó en 1958, admitió que la noticia le ha «conmocionado». No será la única, seguro. Y si no, que se lo pregunte al hijo. «Si bien mi recuerdo de lo ocurrido es irregular, admito ahora que durante los días previos a mi repentino matrimonio y con un alto consumo de alcohol de las dos partes, me acosté con Anthony Montague Browne», desveló en un comunicado, donde añadía: «Parece que las precauciones tomadas en su momento no dieron resultado y mi maravilloso hijo fue concebido fruto de esa relación». Menos mal que no le tocó a ella nombrarlo arzobispo cantuariense.

Por lo demás, Montague Browne, fallecido hace tres años, secretario privado del exprimer ministro conservador en 1952 hasta que éste se retiró del Gobierno en 1955, continuó hasta la muerte del político en 1965.

Educado en el exclusivo colegio secundario de Eton y en la Universidad de Cambridge, Justin Welby trabajó once años en el sector del petróleo antes de abandonar el mundo empresarial en 1987 para darse por entero a la vida religiosa. Tomó esta decisión tras la muerte de su hija de siete meses, Johanna, en un accidente de tráfico en 1983. Tras ser deán de la catedral de Liverpool y obispo de Durham, sucedió a Rowan Williams como arzobispo de Canterbury en febrero de 2013.

Por supuesto que la historia de la Iglesia y el propio ecumenismo no le van a juzgar por estos devaneos de su madre: ningún plato roto de esta turbia historia tiene que pagar él. Los anales de las Mitras de Canterbury se encargarán en el futuro de averiguar, más bien, cómo se comportó de padre –tiene ahora cinco hijos-, cuál fue su celo apostólico en cuanto primado cantuariense, cómo discurrió su entrega a los necesitados y hasta dónde llegó escalando en las cotas de su caridad y de su consagración a la unidad.

En cuanto al ADN, solo cabe dar gracias al cielo por haber hecho salir a este buen siervo de Dios, Justin Portal Welby, de tan lamentable engaño y devolverlo a la cruda y bendita realidad de los que llegan a este mundo sin quererlo y sin ser queridos para poder alcanzar, no obstante, a través de ese divino don que es el tiempo, la inmerecida gracia de los que, por Dios, sí nacen queridos y vivirán por siempre queridos en el Amor. La frase maestra de san Agustín sigue vigente: «Quien te hizo sin ti, no te justificará sin ti» (Sermón 169,13).
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