“Me gustaría que en la Iglesia española dominase un criterio de sensatez” José María Díaz Moreno: “Al Concilio se le han echado demasiadas culpas que no tiene”
(José Manuel Vidal).- Es uno de los más prestigiosos jesuitas especialistas en Derecho Canónico. José María Díaz Moreno ha sido, además, protagonista de importantes momentos de nuestra Historia y de la Iglesia española. Un hombre de la Transición, encargado de firmar los acuerdos Iglesia-Estado, amigo de Tarancón y del entonces Nuncio Dadaglio. Un hombre que ha marcado época y ha creado escuela canónica. Hoy, jubilado, nos cuenta sus recuerdos, sus vivencias de aquella célebre época histórica...Rememora al "tándem Tarancón-Dadaglio", asegura que es "conveniente revisar los Acuerdos Iglesia-Estado con sentido común, equilibrio y tranquilidad" y advierte que "al Concilio se le han echado demasiadas culpas que no tiene".
-José María, bienvenido.
-Y bienhallado. Te agradezco mucho este detalle que has tenido conmigo.
-¿Hace poco le concedieron la Medalla Toda una Vida?
-Sí. Este año estamos celebrando los cincuenta primeros años de ICADE, el Instituto Católico de Administración y Gestión de Empresas, fundada en el año 1960. El año, pasado, el centenario de ICAÍ, Instituto Católico de Artes e Industrias (la escuela de ingenieros).
Los organizadores de estas celebraciones son, sobre todo, las primeras promociones, que son las que sienten más intensamente estos cincuenta años que han pasado y de las cuales han salido personas muy relevantes en nuestro país, como Pepe Bono o Enrique Barón, ex alumnos nuestros.
-O sea que la excelencia viene de antiguo...
-Yo creo que fue una intuición. ICADE empezó a existir en 1960 y entonces no había en España ninguna carrera de Ciencias Empresariales. Comenzaban las Ciencias Económicas, eso sí, y ya estaban las escuelas de comercio. Y entonces los jesuitas españoles le dieron un gran impulso a lo que creían que tendría mucha influencia en el futuro, que era la empresa. Y echaron a andar las facultades de Empresariales, de Administración... Ignacio Prieto tuvo ahí un papel clarividente, preciso en su previsión. Y encontró un gran respaldo en buena parte de los catedráticos de Ciencias Económicas de, por ejemplo, la Complutense.
Comenzamos siendo Colegio universitario dependiente de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense. Lo que tenían que hacer los chicos era hacer su último examen ante los titulares de la UCM. Al final de cada curso, no tenían más remedio: los profesores de ICADE explicábamos los programas que tenían los catedráticos de la Complutense. Yo, por ejemplo, expliqué los programas Pepe Maldonado, Isidoro Martín... que venían una vez al mes a dar una clase magistral. Lo demás, lo dábamos nosotros. Estábamos de acuerdo.
En una segunda fase -para resumirte mucho la historia de ICADE- nos adscribimos a la Universidad de Deusto. Y, entonces, el rector de Deusto nos hizo catedráticos de su universidad a todos los profesores que teníamos el doctorado en Derecho, Administración o Economía. Los alumnos tenían que seguir yendo cada curso a examinarse a Deusto, pero ya podíamos examinarles los profesores que habíamos sido hechos titulares de esa universidad, al ser doctores.
La tercera fase, la última, llegó con el traslado de la Universidad de Comillas a Madrid. Nos parecía que tener dos centros universitarios capaces de dar títulos podía terminar siendo una gran unión entre ambos. Entonces se le pidió a la Santa Sede que eligiese para Comillas las dos facultades, de Derecho y Empresariales, que teníamos en ICADE, así como la escuelas de grado medio...Luego ya se le pidió al Estado el reconocimiento: la validez estatal de los títulos.
Hay que decir que ha sido un auténtico éxito; que cada año sobran unas quinientas peticiones de gente que ha aprobado las pruebas de admisión pero que, por falta de sitio, no puede tener plaza.
-Aquí estamos en frente de ICADE... Sin duda alguna, una de las universidades de la excelencia en España.
-Así lo afirmó el Príncipe, que tuvo la deferencia con nosotros de venir a ponernos la medalla a los tres profesores que aquí quedamos de los "fundadores" (el padre Antonio Arrollo, jesuita muchos años Decano de Empresariales, Ferrandis, seglar y también mucho tiempo Decano de Derecho y yo, que fui rector en esa misma Facultad).
-¿Qué le dijo el Príncipe?
-Hay una foto en la que yo estoy como agradeciéndole lo que me está diciendo, y que te tengo que confesar que, por más esfuerzos que he hecho, no recuerdo qué era lo que me decía... (risas). Sí sé que, al irse -en otra foto que me está apretando la mano-, mirándome fijamente a los ojos me dijo: "Medio siglo, padre, medio siglo de excelencia y enseñanza". Se dice pronto, pero dura cincuenta años...(risas). Estuvo muy amable.
-Imagino. Toda una vida dedicada a la enseñanza, y al Derecho Canónico, especialmente.
-Sí. Porque tuve la suerte, José Manuel, de que fueron implacables conmigo. Y, al cumplir los setenta años, me he jubilado: el rector, amigo mío, no quiso hacer ninguna excepción, aunque yo estaba perfectamente. (Con los estatutos de la Universidad, puedes jubilarte a los sesenta y cinco o seguir hasta los setenta). Pero me sentó muy mal, ¡porque yo estaba muy bien! Es que en la enseñanza universitaria lo he pasado muy bien: no tengo ningún mal recuerdo de ningún alumno.
Entonces tuve la suerte de que en ese momento, el año 1997, me ofrecieron clases en la Pontificia de Salamanca. Y... ¡con los ojos cerrados! No lo dudé ni un minuto: dije que sí y he alargado ahí siete años mi jubilación. Tengo también un recuerdo magnífico y estoy enormemente agradecido a la Facultad de Derecho Canónico de la Pontificia de Salamanca.
-¿Está en peligro el Derecho Canónico en España?
-No. Mi personalísima opinión al respecto es que el número de facultades de Derecho Canónico que hay es exagerado. Por orden de antigüedad, está Comillas, Salamanca, la espléndida Facultad de Navarra (con una revista de gran prestigio), está Valencia y está San Dámaso, una facultad que se acaba de crear ahora... Es exagerado que haya cinco facultades en España.
-¿O sea que no hay alumnos para mantenerlas?
-No los hay. El Derecho Canónico lleva consigo la gran dificultad de que, por toda la idiosincrasia que tiene, necesita grandes bibliotecas, sobre todo para la jurisprudencia... muchas horas de estudio y grandes profesores. Cosas que no son fáciles de improvisar.
-¿Se ha superado aquella idea que había inmediatamente después del Concilio de que el Derecho Canónico era una carrera menor, a la que se temía un poco; que tal vez se optaba por la Pastoral, la Teología...?
-Yo tengo que decir que yo escogí y conocí el Derecho Canónico en dos fases: una en la que las facultades de Derecho Canónico estaban muy valoradas -de hecho, en esos años no había ningún obispo español que no fuera licenciado en Derecho Canónico; a los cabildos lo que más puntos les daba en la oposición era este doctorado o licenciatura...-y, en los alrededores del Concilio (fíjate que no digo "con razón del Concilio": ya se le han echado demasiadas culpas que no tiene), una fase de desvalorización: la vertiente jurídica de la Iglesia perdió importancia y el número de alumnos en las facultades bajó.
Ahí había que hacer un poco de apologética: como a la Facultad se iba voluntariamente, se mostraban receptivos a comprender que la Iglesia no es fundamentalmente jurídica , pero también lo es, en tanto que está compuesta por personas. Los humanos no hemos encontrado otra forma de relacionarnos más que estableciendo derechos y deberes. Tu derecho termina donde empieza el mío y la función de la autoridad es coordinar para que no se cometan injusticias. Sobre todo en los derechos fundamentales.
-¿Y eso fue retomándose?
-Sí. La semana pasada tuvimos un acto de homenaje al cardenal Navarrete, que fue durante muchos años decano y también rector de la Gregoriana de Roma, y profesor mío. Precisamente presenté una semblanza en ese acto. Y vino el decano actual, que es un jesuita polaco, y le pregunté por el número de alumnos en la Gregoriana. Me dijo que no había bajado. Que se mantiene.
-Imagino que más o menos como cualquier otra Facultad...
-Sí. En mis tiempos éramos en cada curso algo más de un centenar y, según me han dicho, actualmente se acercan al centenar.
-Entre los alumnos de aquella época, dos de los más grandes cardenales españoles de este momento: Rouco y Sistach.
-Sí. Rouco hizo el doctorado en Derecho Canónico en Alemania, en Múnich. Y yo coincidí en Roma con Sistach. Creo que el Derecho Canónico tiene una importancia auténticamente jurista.
-¿Se le ha visto la vertiente pastoral al Derecho Canónico?
-Sí. Y no solamente eso, sino que tiene continuidad lo que reflejó en el código Juan Pablo II en el año 1983: terminaba el código diciendo, a propósito de los párrocos, "pero teniendo en cuenta que la salvación de las almas es la ley suprema de la Iglesia".
-Lo que pasa es que sigue sonando un poco fuerte eso de las penas... la excomunión y otras sentencias...
-Es verdad, ese tipo de cosas creo que deberían ser un último recurso. Hay una introducción -a un código anterior- muy impresionante que dice que los obispos tienen que pensar que son pastores antes que castigadores: que las penas en la Iglesia sean siempre el último remedio. Y que sólo se pene aquello que obstaculiza la comunión de la Iglesia.
-¿Usted excomulgaría al padre Manel? El cura catalán que dijo que, como mal menor, había pagado un aborto a una chica...
-Que conste que no lo digo por escaparme de tu pregunta, pero tenemos la suerte de que ese asunto esté en manos de un canonista de cuya justicia, caridad y equidad no puedo dudar, que es el cardenal Sistach. Creo que no se ha procedido a excomulgarle: ante las acusaciones, el cardenal ha formado una comisión para estudiar si realmente ha caído Manel en la excomunión para el aborto voluntario y directo establecida en el código.
-¿Será entonces difícil probarlo?
-Yo creo que va a ser difícil probar que es un cooperador necesario. Cae en la excomunión la persona que aborta y luego los cooperadores sin cuya cooperación el aborto no se podría haber realizado.
Primero, hay que tener en cuenta la motivación que tenía este sacerdote para pagar. Sobre todo si había tenido la experiencia de otros dos casos sucedidos...
-...Eso contó.
-Cualquier atenuante que se le pueda aplicar -estoy seguro de que el cardenal de Barcelona no me dejará ser impreciso- se tendrá en cuenta, lo mismo si es alguien muy estimado en la pastoral.
-Vamos a cambiar de tercio: vayámonos al pasado. Tú fuiste uno de los grandes protagonistas de la Transición. Estamos aquí delante de un cuadro del después cardenal, del nuncio en España, monseñor Dadaglio, dedicado expresamente a ti: "A mi admirable amigo, reconociendo su labor inconmensurable en los acuerdos Iglesia-Estado". Porque tú fuiste uno de los artífices de esos grandes acuerdos que todavía hoy siguen vigentes.
-No es cierto que yo fuera un importante en ese asunto...
-¡Lo dice él!
-Bueno, pero eso fue porque realmente para mí el cardenal Dadaglio ha sido una de esas personas por las que tienes que dar siempre gracias a Dios: una de esa media docena de personas que sentimos siempre cercanas, que sabemos que el afecto y el cariño son mutuos... Fue así hasta que él murió.
Yo nunca he averiguado -por más esfuerzo que he hecho, nunca lo he logrado- quién le dio mi nombre. Porque yo comencé a colaborar con él en el año 1960, y yo acababa de llegar. Era un modesto profesor de Derecho Canónico de ICADE y de la Facultad de Comillas que no había escrito todavía, ni dado conferencias. Entonces, ¿quién le dio mi nombre, para que, cuando él llega a la conclusión de que hay que revisar y renovar y hasta, como siempre dijo, sustituir el concordato de 1953, me llamara? De esos colaboradores, a propósito de una ponencia en la que, en términos taurinos, me corté la coleta como ponente en el Tercer Congreso Internacional de Derecho Concordatario en la Universidad de Almería, no vivimos ya más que dos: el profesor Martínez Carvajal y yo, porque ha muerto García de Pablos y murió don Jesús Iribarren. Queda el cardenal Estepa, que colaboró mucho y muy eficazmente en toda la sección de educación, y luego, monseñor Yanes, el arzobispo emérito de Zaragoza, que también tuvo una participación muy especial en estos temas de educación.
Y he puesto siempre de relieve el empeño de Dadaglio en que no se diese un paso sin que la recién creada Conferencia Episcopal Española fuese siempre primero conocedora de lo que se hacía, y segundo, que se contase con su beneplácito. Ciertamente, eso fue una constante: no se podían cambiar los sujetos que establecían los concordatos, en nuestro caso los acuerdos (ley, Estado, asuntos exteriores, nunciatura...). Pero el cardenal Dadaglio se dio cuenta de la importancia que iban a tener las conferencias episcopales, y yo te puedo asegurar que no se llegó a ningún tipo de conclusión sin que, desde el cardenal Tarancón hasta Yanes pasando por el resto, estuviesen perfectamente enterados de cuáles eran los pensamientos y deseos con los que se contaba.
-¿Hicieron un buen tándem Tarancón y Dadaglio? ¿Supieron llevar otros temas: ponerse de acuerdo, por ejemplo, en el nombramiento de obispos?
-Te diría que no sólo hicieron un buen tándem, sino que fueron un tándem providencial. He pensado muchas veces, ya viendo desde la distancia de los años que han pasado, que, si hubieran sido otras personas, personas que no hubiesen tenido el talante de Tarancón y Dadaglio, las cosas habrían sido muy diferentes. Peores.
Los últimos años del régimen de Franco, Dadaglio lo pasó muy mal. Me basta recordarte que hay un período de años -creo que pasan de los diez- donde veinte diócesis españolas no tienen obispo. Porque, en aquel complicado mecanismo de privilegio de presentación, no lograban ponerse de acuerdo en elegir seis nombres que fuesen a Roma, de los cuales el papa elegiría a los tres que irían a El Pardo para que Franco señalara uno y ya el papa lo nombrara...¡No lograban ponerse de acuerdo en seis nombres!
-Bueno, pero también utilizaban la gatera de los obispos auxiliares...
-Eso fue ya una estrategia de Dadaglio, que pensó -no revelo ningún secreto- que era un fallo del concordato dejar fuera a los obispos auxiliares. Realmente, luego todo son obispos residenciales, pero era la única forma de que las diócesis, ya que no podían tener un obispo residencial propio, tuvieran al menos un auxiliar, que, se sabe, que realmente luego -en cuanto el rey renunció de una manera sorprendente al privilegio de presentación- pasaron todos a ser residenciales.
-¿Es verdad que los acuerdos consagran privilegios para la Iglesia?
-Yo no tengo miedo a nada porque ya lo único que pueden hacerme es negarme la sepultura eclesiástica...(risas) Como comprenderás, ya jubilado... Y, los que estuvimos en la elaboración de los acuerdos, tenemos que afirmar que, aunque con la mejor voluntad, teníamos una mentalidad canónica preconciliar. ¡Porque nos habíamos formado antes del Concilio, cuando se creía que la Iglesia era una sociedad perfecta, superior al Estado! Y que, cuando entrasen en conflicto en lo que tradicionalmente llamábamos las materias mixtas (entraría en la categoría el matrimonio, por ejemplo), los intereses del Estado serían los subordinados a los de la Iglesia.
Por tanto, los que asesoramos e intervenimos en la gestión de los acuerdos, teníamos una mentalidad para preparar los textos que partía de la mutua concesión de privilegios. Era el alma del concilio y no podemos negarlo. Por tanto, algún resquicio queda... Pero sí te tengo que decir que lo que prevaleció en la comisión de la Iglesia que formó Dadaglio, fue que la columna vertebral alrededor de la cual tenían que girar los acuerdos era la libertad religiosa, que se había admitido como doctrina de la Iglesia en el Vaticano II. Y, como consecuencia, la no discriminación en los derechos civiles por motivos religiosos.
Leyendo los acuerdos todavía vigentes -así los explicaba en mis clases de Derecho Canónico del Estado-, la verdad es que este eje central de la libertad y de la no-discriminación religiosa está muy presente en los acuerdos. ¿Se llegó donde se podía haber llegado? Eso ya es muy difícil, porque los textos legales nunca son perfectos.
-¿Cree que se debería en este momento negociar o, después de los años pasado, renovarlos?
-Es una pregunta que me hacen los alumnos siempre que doy una clase sobre esta materia. Y yo digo que los acuerdos vigentes, en mi opinión, tienen tres cualidades: la primera es que fueron necesarios, porque el concordato de 1953 en el año 65, cuando va a comenzar la Transición, era un auténtico cadáver que ni cumplía la Iglesia ni cumplía el Estado. Seamos sinceros... Se había creado un auténtico vacío.
La segunda cualidad es que, al sustituir el concordato del 53 por otro semejante, de grandes tesis, afirmaciones y principios, nos pareció que la Iglesia postconciliar no era la Iglesia preconciliar. Y había que caminar por otros caminos, ésa era la conclusión.
El fundamento de los acuerdos es que fueron necesarios y son fundamentalmente constitucionales, porque estábamos al día de por dónde iba la elaboración de la Constitución y esperamos, con los cuatro acuerdos, a que se perfeccionase antes de firmarlos. Y su tercera cualidad es que son revisables. Claro que son revisables. Porque la sociedad -y dentro de ella, la Iglesia- de los años 64 o 65, 67...no es la del 2011. Y es verdad que la finalidad de la ley no es elevar a categoría jurídica la realidad, pero, si no la tiene en cuenta, es una ley que nace muerta. Por lo tanto, a mí me parece que no es urgente la derogación, pero sí conveniente sentarse a revisarlo, con sentido común, equilibrio y tranquilidad. Lo que quede de los antiguos privilegios que no esté fundamentado en la libertad religiosa y en la no-discriminación, que se mejore.
-¿Habría que entrar a revisar la cuestión económica?
-Esos son puntos que tienen menos importancia que la que ciertos medios de comunicación le dan. La verdad es que lo que la Iglesia recibe del Estado llama la atención cuando se ve, pero en conjunto la Iglesia no podría mantenerse con eso. Y, además, siempre se oculta lo que la Iglesia ahorra al Estado, sobre todo en el ámbito de la enseñanza y de la asistencia social. Aquella expresión de Vázquez, embajador en el Vaticano hasta hace unos días, de "yo no sé lo que recibe la Iglesia del Estado ni lo que debiera recibir; pero sí digo que, si las hermanas de la caridad y los hermanos de San Juan de Dios desaparecieran de la Coruña, yo no tendría dinero para llevar sus obras". ...Todos son elementos a tener en cuenta. Lo que me resulta verdaderamente desagradable -creía que no lo iba a volver a ver- es el revanchismo que muchas veces se percibe en determinadas reacciones.
-¿Revanchismo político?
-Sí. En concreto, me parece que la presencia de la religión en los centros públicos tiene que dejarse en manos de los padres, que son los que tienen que elegir. Mientras el hijo no tenga la capacidad o la voluntad, déjese en sus manos. Y así, si la mayoría de los padres, en los colegios públicos, no quiere que la religión se siga dando como una asignatura más, tendría que dejar de hacerse.
-O eso, u ofrecer la enseñanza de cualquier religión...
-Sí. Me parece que hay que admitirlo porque es algo que va irremediablemente unido al pluralismo.
-¿Estamos dando catequesis pudiendo dar Historia de las religiones, Cultura religiosa...?
-No sé, son subterfugios absurdos. Si estamos dando una clase de Teología adaptada a los niños, en la medida de sus capacidades han de conocer la fe cristiana.
-¿O sea que es partidario de la Religión confesional?
-Esa es mi opinión: que cada confesión ofrezca su clase, que cada creyente estudie su fe. Y lo que más me llama la atención en esto son los grados de ignorancia que me encuentro: una cosa es la ley del ayuno y la abstinencia y otra cosa la presencia real de Cristo en la Eucaristía... Eso no se puede poner nunca en paridad, como si realmente negar una cosa o negar la otra fuese de las mismas consecuencias. La confusión a estos niveles no puede hacer bien a nadie.
-¿La presencia de la Iglesia en los cuerpos de seguridad tendría que estar también abierta para todos?
-Creo que en España, a nivel social, hemos aceptado el pluralismo bastante bien. Yo soy muy viejo, pero no del tiempo de los Godos...Primero vivo un período muy largo, antes de Franco, cuando el Estado español es confesionalmente católico. Por tanto, no había derecho a expresarse religiosamente en otro culto que no fuera el católico, siendo diferentes los grados de tolerancia a los que ha tenido a lo largo de la Historia. Hay que saber de dónde partimos para saber cómo llegar.
Cuando el Vaticano II, de una manera para mí providencial, aprueba la declaración sobre la dignidad humana y la libertad religiosa y la admite como un derecho fundamental de la persona, que puede dar culto a Dios según el dictamen de su propia conciencia. El Concilio Vaticano II admite que una persona puede estar en un error y tener derecho, doctrina cuyo efecto es el pluralismo.
-¿Esa ley le sentó mal a Franco?
-A Franco y al Régimen. Y yo lo comprendo, no creas que a mí no me costó cambiar, cuando explicaba que sólo la verdad tenía derechos en mis clases de la Gregoriana. Creo que a mi generación no se la ha agradecido el esfuerzo que hizo (los que éramos profesores de Derecho Canónico, pongamos por caso, porque no teníamos ejemplos inmediatos). Y, sin embargo, nuestros antecesores tenían cantidad de prejuicios...
-Un esfuerzo de cambio y, prácticamente, de reconversión. Eran bases intelectuales...
-Sí. Yo recuerdo que, cuando empecé a explicar en Comillas, en el año 63, me llamó el rector, muy buen teólogo, y me dijo que los alumnos estaban muy contentos con mis clases, que algunos venían de otros cursos, encantados...Y yo, que ya llevaba bastantes años de jesuita, me preguntaba qué pasaría para que me alabase... (risas). Y entonces llegó el pero: me dijo "estos chicos son a veces tan ligeros de mente que se creen que usted está defendiendo la libertad religiosa". Todavía no se había promulgado nada, pero yo le dije "padre, en efecto, lo estoy defendiendo". A él le llamó mucho la atención que yo pudiera estar defendiendo la libertad religiosa. Yo había tenido la suerte de despedirme yendo a defender la tesis a Roma y, como estaba en la Comisión de Libertad Religiosa, bajo secreto y toda garantía, le dejé los primeros borradores y proyectos de la declaración conciliar.
-Claro, información privilegiada...
-Apoyándome en eso que supe que iba a salir, pude dar mis clases como las daba. No eran fotocopias, eran como diapositivas. Entonces no había otra cosa. Se las dejé al padre Jesús Roano, que nos estará oyendo desde la cercanía de Dios, y cuando las vio me dijo que esperaba que Dios no permitiera que eso se hiciese doctrina conciliar.
-Y eso lo dijo un gran teólogo...
-¡Así fue el cambio! El esfuerzo que hizo mi generación. Porque, además, no teníamos esquemas donde apoyarnos ni alguien que hubiese iniciado ese camino.
-Pero eran ustedes muchos y estaban muy preparados a nivel intelectual.
-Sí: en la Facultad de Teología de Granada o en la de Derecho Canónico en Roma, aunque menos, por la cercanía del Vaticano... Fuimos un conjunto numeroso. Y, por ejemplo, la llegada de mi generación a Comillas, prácticamente echó a la vieja guardia y anuló a los que durante tanto tiempo habían sido el santo y seña de la Iglesia. Lo mismo me pasó en Salamanca.
-De aquella primavera conciliar que vivieron tan en primera persona, al invierno eclesial que denunciaba su compañero Karl Rahner, ¿qué pasó?
-Hubo un momento, tras el Concilio Vaticano II, en que empecé a percibir que se resaltaban más determinados defectos de su aplicación de lo que se tenían en cuenta sus tan positivos logros.
-¿Fundamentalmente litúrgicos?
-No solamente. La misma concepción de la Iglesia como lugar donde lo que nos iguala es mucho más que lo que nos puede diferenciar, la jerarquía no como poder, sino como servicio... Todo eso es del Vaticano II.
-Me refería a los defectos: si fueron fundamentalmente litúrgicos.
-Los defectos sí. Fueron exageraciones. La mayor cercanía y presencia de lo igual en la Iglesia parecía haber borrado la fidelidad a cualquier jerarquía. Pero pensar que el Vaticano II supuso más elementos negativos que positivos me parece sencillamente increíble. Y, cuando percibo que el pensamiento de alguien va más o menos por ahí, me da enorme pena.
-¿Cómo prevé el futuro inmediato? ¿Hemos ido demasiado a la derecha con el péndulo y por lo tanto hay que recentrar a nivel general?
-Eso es muy difícil. Estamos atravesando un momento de transición. Es toda una cultura y una civilización la que está terminando. Los cambios anteriores en la Historia se han efectuado más pausadamente que ahora; sin la rapidez de nuestros viajes, nuestra medicina... En un período vital de 80-90 años, los cambios que hemos visto y que nunca terminan -cada día tenemos un programa informático nuevo...- son innumerables. He dedicado mucho tiempo de mi vida a leer Historia de las Instituciones; incluso las actas de todos los concilios de Toledo, entre ellos cuando Recaredo se convierte y hace católico su reino...Así uno se convence de todo lo que ha tenido que pasar la Iglesia para encarnarse en la sociedad.
Lo mismo ocurre en los comienzos de los años legislativos, cuando vimos al patriarca de todas las Rusias echando agua bendita y el presidente santiguándose...Después de las locuras que hemos visto, ¡cualquiera sabe! (risas). Si reflexionamos sobre ellas, son sencillamente impresionantes. ¿Qué politólogo profetizó que iba a caer el muro de Berlín? Y en cambio aquello se deshizo como si fuera de cartón piedra... Por tanto, concretando, a mí me gustaría que en la Iglesia española dominase un criterio de sensatez, porque todo radicalismo es fatal.
-¿Está polarizada la Iglesia española entre dos sensibilidades?
-Equilibrada no está. Uno mira quiénes son constituidos en jerarquía, quiénes los que tienen respaldo...y se da cuenta de que van siempre en la misma línea. Y eso está provocando ese radicalismo de "yo tengo la verdad, toda la verdad, y el que no piensa como yo, está fuera".
-¿Eso pasó también en vuestra época, con Dadaglio, Tarancón...?
-No. Yo creo que hubo más moral y más pluralidad. No se hacían obispos sólo a los de una línea. Yo creo, además, que por encima de todo, todas tienen voz y voto, dentro de un concepto sensato y ortodoxo de lo que es la fe católica. La preponderancia de un sistema, cuando viene con matices de exclusivismo, no es buena. Más vale la humildad.
-¿Qué le parece la beatificación de Juan Pablo II?
-Muy bien. Yo he nacido católico, he vivido católico y voy a morir católico: me parece muy bien. Posiblemente se podría haber esperado un poco, como en todo. Cuando anunciaron su elección como papa, la gente preguntó quién era. No se sabía si era africano, polaco...Rompió la serie italiana y lo aceptamos con naturalidad. Pero es una figura extraordinaria y providencial en la segunda mitad del siglo XX, y un ejemplo de fe.
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Los jesuitas españoles le dieron un gran impulso a lo que creían que tendría mucha influencia en el futuro: la empresa.
"Medio siglo, padre, medio siglo de enseñanza", me dijo el Príncipe al ponerme la medalla. Se dice pronto, ¡pero dura cincuenta años!
Al Concilio se le han echado demasiadas culpas que no tiene.
Aunque no sólo, la Iglesia es jurídica, porque está compuesta por personas: Los humanos no hemos encontrado otra forma de relacionarnos más que mediante derechos y deberes.
Las penas en la Iglesia deberían ser siempre el último remedio.
Los cardenales de la Transición no hicieron un buen tándem: fueron un tándem providencial.
El paso de la Iglesia preconciliar a la postconciliar fue el cambio de un concordato que era un auténtico cadáver a uno de grandes tesis, afirmaciones y principios.
No es urgente la derogación de los acuerdos Iglesia-Estado vigentes, pero sí conveniente sentarse a revisarlos con sentido común, equilibrio y tranquilidad.
Va irremediablemente unido al pluralismo que cada confesión pueda ofrecer su clase y cada creyente se forme en su fe.
Me gustaría que en la Iglesia española dominase un criterio de sensatez.