"Hay salida para los que están atrapados", cuenta el beneficiado de 'Sexólicos Anónimos' Testimonio de un cura sexólico: "Hay esperanza para salir de este infierno"

(RD).- No hay que avergonzarse de la adicción al sexo; se puede superar. Gracias a la ayuda de redes de apoyo como Sexólicos Anónimos, cuyo terapueta nos cuenta que gracias al "trabajo en grupo o fraternidad y el camino de los 12 pasos", estas personas pueden "salir del anonimato y el aislamiento en el que muchas viven y que en ocasiones puede ser caldo de cultivo de no pocos casos que vamos conociendo de abusos sexuales".

Existe la luz: testimonio de un cura sexólico

Cuántas veces he vivido creyendo que vivía en la luz, pero acostumbrándome en la práctica a alejarme de todo lo que ella quería iluminar. Criticaba a los demás por lo que hacían, me quejaba por cómo me sucedían los más simples acontecimientos, discutía continuamente con la gente, juzgaba a los demás, mentía asiduamente, hacía las cosas movido únicamente por el interés personal,... y en mi interior creía que era bueno, que hacía las cosas bien, que el problema lo tenían los demás, que todo lo hacían mal, que yo iba por buen camino, que no había mucho que cambiar en mí, y ante los demás fingía una falsa humildad: "todavía tengo que seguir creciendo", pero no había actos que demostraran tal cambio.

Mis tinieblas

Me llamo Aquiles y soy sexólico, y desde que supe que podía tener un problema me aferraba a mi aislamiento. No quería tocar aquellas cosas que habían sido dolorosas en mi pasado. Las saqué en momentos puntuales, cuando fue necesario hacer actos de gran sinceridad para dar pasos en mi opción de vida, pero no las quise trabajar a fondo.

Son mis heridas afectivas. Momentos de la infancia en los que fui maltratado y abusado por los mismos compañeros del colegio. Daba vergüenza contar esos hechos, quería que siguiesen en la oscuridad de mi silencio. No tenía confianza para decírselo a mis padres porque también ellos estaban enfrascados en una difícil situación matrimonial.

Así que todo se quedó dentro de mí para ir pudriéndose poco a poco. Con falta de comprensión y de confianza en el hogar, la violencia que respiraba en la tele y los videojuegos, y la ausencia de cariño y ternura, todo estaba preparado para explotar en la adolescencia.


Mi impotencia

Llegó la edad en que descubrí que la masturbación me daba lo que no tenía. Momentos de placer, de satisfacción, de autocomplacencia. Pero no me daba cuenta de que la buscaba huyendo de momentos de dolor en los que había sido castigado duramente por mis padres, en momentos de soledad, de aburrimiento, ...

Más tarde descubrí las revistas pornográficas; éstas suscitaban gran curiosidad en mí. Poco después el cine erótico en la televisión y cuando comenzó a utilizarse internet, mis padres me pusieron un ordenador en mi habitación. Fue la ocasión para perderme durante horas navegando en busca de un estímulo cada vez mayor. No era consciente de que no podía vivir ya cada día sin la pornografía y la masturbación. Las necesitaba a modo de droga. Cuando no las tenía, entraban en mí la ansiedad, la compulsión y la obsesión.

Mi desesperación

En un encuentro juvenil tuve una gran experiencia de Dios. Quería vivir con la alegría que veía en los demás y que yo no tenía. Me sentía que aparentaba ser feliz sin serlo por dentro. No sabía qué camino debía de tomar.

Siendo acompañado por un sacerdote, descubrí la vocación al sacerdocio. Experimentando gran alegría por el camino que había tomado también comenzó la gran lucha para intentar superar el problema que sufría. Conseguí atenuar y distanciar mis caídas, pero me daba cuenta que no tenía fuerzas para superar la tentación cuando ésta se presentaba.

Los consejos que recibía me parecían insuficientes porque no terminaban de ayudarme a superar la adicción. Un gran esfuerzo en los últimos cursos del seminario hizo que me creyera que ya estaba todo superado. Y así me ordenaron. Pero a los pocos meses de ordenado caí en lo que parecía que había quedado atrás definitivamente. La tristeza me embargó, la ansiedad, la sensación de vivir una doble vida me agobiaba por no ser capaz de vivir con coherencia, la oración se volvía insípida, buscaba hacer cosas que me llenaran, pero al final me planteé abandonar el sacerdocio; estaba vacío, roto, deshecho, ...

Mi búsqueda

En una peregrinación a un santuario mariano le pedí a la Virgen María que me ayudara a salir de la esclavitud de la lujuria. Me sentía como el zorro que ha quedado atrapado en una trampa.

Recibí misteriosamente fuerzas para emprender desesperadamente otra batalla antes de sucumbir. Empecé a buscar a personas que me pudieran echar una mano en esta difícil tarea de escapar de mi trampa. En esa búsqueda, la providencia del buen Dios me hizo conocer a una persona que trabaja de terapeuta sanando heridas, y al que me abrí por entero.

Aquello me ayudó mucho. No me daba cuenta de que estaba tratando de apartar el pico del iceberg para que no me molestara en mi paso por el lugar donde quería avanzar, pero sin tocar el iceberg que no se veía y que no me dejaba seguir: era mi pasado. Esta persona, llena de honestidad y honradez, me dijo que había un lugar que podía ofrecerme mucho más de lo que él me estaba dando.

La luz me visitó

Me habló de la fraternidad de Sexólicos Anónimos. Hombres y mujeres que comparten su mismo problema: la adicción al sexo en sus múltiples formas. Y juntos se ofrecen a sí mismos una recuperación real a su enfermedad viviendo en sobriedad; han aceptado que el sexo se les ha escapado de las manos y se abren para recibir ayuda de otros y, sobre todo, para dejar que Dios (como cada cual lo concibe) los sane desde la raíz.

Una vergüenza absurda

Sin decírselo abiertamente le ponía excusas para acudir pues me abrumaba el hecho de entrar en ese grupo por la vergüenza de ser sacerdote. Pero al ver que no podía hacer nada contra la adicción por mis solas fuerzas, acabé por aceptar su ofrecimiento. ¡Qué extraño!: tenía más vergüenza por conocer a gente que se estaba recuperando que por seguir anclado a la que me tenía esclavizado, y que podía hacer que en cualquier momento todo saliera a la luz con cualquier escándalo... ¡que paradójicas son las incongruencias de la enfermedad!

En mi admiración, me encontré a gente normal: jóvenes y adultos, hombres y mujeres que también han vivido el mismo calvario que yo y que pueden decir en sus reuniones que viven sobrios de la lujuria. No me he sentido extraño en ningún momento y el anonimato se respeta rigurosamente para que se dé un espacio seguro donde reine un clima de confianza y serenidad. Se reza, se asiste a reuniones y se trabajan doce pasos, acompañado por tu padrino, en un programa que quiere ir a la causa de nuestros males: el pasado, los traumas, los resentimientos, los miedos, los temores... Increíblemente se ofrecía una solución real para la lujuria.

Puedo vivir feliz

Puedo decir que es una solución real porque yo también estoy viviendo una sobriedad como nunca antes la había vivido. Dios y mis hermanos han hecho posible en mí lo que yo nunca he podido hacer con mis solas fuerzas.

He comprobado en mi vida que es cierto lo que se ofrece en SA. Hay esperanza para salir de este infierno. He dejado que la luz entre en mí y empiece a iluminar todo aquello que necesitaba ser sanado. Hay salida para los que están atrapados, existe la luz y está esperando entrar en las tinieblas de nuestra vida para curarlo todo.

Dios ha entrado en mi existencia de una forma distinta a como lo ha hecho la lujuria: siendo paciente, esperándome, queriéndome en cada momento, perdonándome. He podido experimentar un verdadero despertar espiritual. Me ha conquistado su amor que ha abrazado mi miseria. La seducción que utiliza la lujuria es distinta a la que utiliza Dios. La lujuria te lo da todo para después quitártelo todo. Dios lo pide todo para después regalártelo todo.

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