Audaz relectura del cristianismo (20). De un exdominico a un superjesuita

“Gaudium magnum”

Le elección del cardenal Bergoglio como papa, el nombre de Francisco elegido por él y sus primeros gestos revelaron de inmediato que era mucho lo que iba a cambiar en la Iglesia universal, tan lastimada en aquel momento por los tejemanejes de la Curia Romana, con solo filtrar a través de la suma sencillez del elegido la claridad y la fuerza del mensaje cristiano original. Mi incipiente entusiasmo me llevó incluso a llamar al nuevo pontífice pPaco (papa Paco), amigable denominación familiar de Francisco en español. Aunque esa denominación no haya merecido la atención de nadie, no me duelen prendas para seguir usándola por la sencilla razón de que me gusta. Con ella quiero significar únicamente que este papa me resulta muy cercano en la necesaria distancia protocolaria, valga el oxímoron. Además de muy persuasivo, me parece un teólogo bien armado y muy consciente de la difícil papeleta que heredó con la dimisión de un hombre con tantos recursos intelectuales como tenía BXVI para afrontar con éxito los amargos y escandalosos problemas curiales. Es obvio que pPaco, guiado por una fuerza realmente sobrehumana, en poco tiempo ha recorrido un largo camino, sabiendo hacia dónde va. ¡Ojalá logre llevar a buen puerto la honrosa y difícil tarea de hacer creíble el cristianismo en nuestro tiempo!, tan necesitado de guías competentes y seguros.

Dominicos y jesuitas

Confieso que nunca me ha resultado atractivo el mundo jesuítico, preconcebido como encriptado, algo opresivo y rigorista en demasía, pues no me gustan los espacios cerrados, ni físicos ni mentales. Huyo de los caminos de santidad milimétricamente delineados. Seguramente, todo ello se debe a que me repugnan las definiciones intocables, impermeables incluso a matices pertinentes, o a que me he amamantado a las ubres de una congregación como la dominicana, tan abierta de espíritu y tan democrática en sus procedimientos, por más que, como era preceptivo en mi tiempo, al estudiar Teología uno tuviera que jurar defender la doctrina tomista. Claro que, a la postre, tampoco en sus abiertos y panorámicos espacios encontré acomodo al aspirar a más libertad y a desbrozar nuevos caminos con la ilusión de otear otras perspectivas para mejorar la vida humana, la propia y la ajena. ¡La vida humana! Esa es la gran cuestión: discernir su envergadura para humanizarla a la luz del Evangelio, con la fuerza y la pasión con que la asumió Jesús de Nazaret.

Aunque este “gaudium magnum” me coja muy mayor, bienvenido sea el gigante superjesuita que los cielos nos han regalado en nuestros días, el campechano maestro pPaco, cuyas palabras y gestos, yendo mucho más allá de sus estrictos límites congregacionales, son pinceladas que embellecen el cuadro de la nueva humanidad que todos anhelamos. Este papa, donde quiera que vaya y diga lo que diga, ofrece siempre destellos de humanidad. ¡Bendito sea este buen párroco del mundo entero que derrocha sabiduría y bondad entre sus feligreses! Mi condición de “ex” me pone humildemente a sus pies con la intención y complacencia de defender y potenciar, aunque sea muy poquito, su altura de miras para toda la humanidad.

Oponentes, tocados y hundidos

A diario nos hablan de la oposición, cerrada y compacta, que encuentra una labor tan encomiable como la de pPaco y de que conspicuos personajes eclesiásticos, empavonados, exhiben contra él sin rubor sus grandes egos enjaulados (tomo esta expresión de mi maestro fray Eladio Chávarri O.P.), tratando de someterlo o ningunearlo. ¡Ya es casualidad que le ocurriera lo mismo hace dos mil años a un tal Jesús de Nazaret! Si en estos tiempos de compromisos ineludibles uno tuviera que tomar posición decantándose por él o por sus empecinados oponentes, me alineo sin remilgos con la feligresía de este buen párroco del mundo, pues estoy convencido de que su tesón le ayudará a continuar por el camino de reforma emprendido, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, en su apuesta decidida por una humanidad mejor.

De fray Eladio Chávarri O.P. tomo también la advertencia de que las mejoras de las formas de vida requieren gran paciencia debido a la inevitable lentitud con que se van abriendo camino los cambios necesarios. Se necesita la paciencia del santo Job para que las pequeñas innovaciones se vayan consolidando hasta transformarse en nuevas estructuras. Los cambios rápidos, los revolucionarios, suelen ser bruscos y, a la postre, inútiles y traumáticos.

En todo lo que llevo escrito en este blog no he hecho otra cosa que aludir a cambios deseables con vistas a que el cristianismo deje de ser rémora o fetiche para los hombres de nuestro tiempo y se convierta en vida alegre, en levadura con fuerza para transformar la masa y en luz encendida que alumbre el camino de humanización del hombre.

A modo de carta abierta

Sin pretensión alguna de que pPaco, el superjesuita destinatario teórico de esta reflexión, llegue a conocer siquiera mis sugerencias y, menos aún, de dar consejos a un hombre tan prudente y sabio o de trazar rutas a nadie, la humilde condición de un “ex” que pretende ser fiel a su propia trayectoria humana le fuerza a poner sobre el tapete materias que requieren reflexión y a trazar caminos de esperanza. ¡Ojalá que muchos se detengan a reflexionar y decidan recorrer esos caminos! A modo de apunte, aludiré a continuación a lo que me parece más urgente y sabroso:

1º) Eucaristía. Creo que, para ganarse al hombre de nuestro tiempo, tanto pPaco como la Iglesia en general deberían olvidar cuanto en su forma de pensar y de actuar conserve el regusto del anatema. Partiendo de que el perdón incondicional es la base del amor que constituye el quehacer cristiano, lo que todos debemos hacer es perdonar en vez de condenar para poder transformarnos en eucaristía.

La condición de cristiano exige llevar una vida ejemplar, dolorosamente partida y dulcemente compartida. Para convertirse en pan, el grano de trigo que somos sufre la hoz, el trillo, la piedra del molino, la fuerza de la levadura y la acción del fuego. Una vez logrado ese propósito, para transformarse en eucaristía debe romperse en pedazos, compartirse y ser masticado. ¡Preciosas y resolutivas metáforas de acciones contundentes, muy apropiadas para entender la fuerza de un cristianismo que transforma el animal que somos en hijo de Dios! Para cumplir bien su misión de pastor universal, también pPco tendrá que dejarse moler y masticar.

2º) Servicio. En el horizonte de humanización hacia el que camina la Iglesia dirigida por pPaco no hay plaza para la autoridad-poder, tan armada de mandamientos y cánones, sino para la autoridad-moral, la que seduce a base de servir. Si quiere seguir siendo luz y guía de los seres humanos de nuestro tiempo, la Iglesia tiene que renacer de nuevo de las cenizas resultantes de la quema de sus riquezas y palacios, de sus pompas y vanidades y de las esclavitudes que ha generado a su derredor. Vivimos tiempos que reclaman una Iglesia realmente pobre, pero capaz de enriquecer a sus fieles; una Iglesia humilde, pero capaz de encumbrar a sus seguidores y una Iglesia atenazada por dolores de parto, pero capaz de endulzar la vida de cuantos renacen del espíritu de Jesús de Nazaret.

3º) Mujer. Pero nada de todo lo dicho será posible a menos que la clerecía deje de postergar la mitad de las fuerzas de la Iglesia, seguramente las más sólidas y eficientes. Me refiero a que en nuestro tiempo urge reconocer plenamente la condición humana de la mujer. La Iglesia debe secundar y potenciar el esfuerzo que a tal fin está haciendo actualmente la sociedad civil. Si hombres y mujeres somos iguales en derechos, la igualdad debe imponerse en cuantos frentes nada tengan que ver con las peculiaridades de cada sexo.

En el seno de la Iglesia, cualquiera que sea su organización futura, nada en absoluto debería impedir que las mujeres desempeñen las mismas funciones y cargos que los hombres. Cualquier alegación en contra de tal requerimiento carecerá de base sostenible alguna, aunque se parta de supuestas ordenanzas bíblicas o teológicas. De ahí que las actuales estructuras eclesiales de poder y dominio deban cambiar a fondo para incorporar plenamente a la mujer, la cual seguramente sabe mejor cómo transformar el poder en servicio. Cuanto más se tarde en llevar a efecto ese reconocimiento, más se desaprovechará una poderosa fuerza evangelizadora.

4º) Sexualidad. Claro que el gran logro esbozado en el punto anterior será de todo punto imposible si antes no se produce un cambio profundo en la mentalidad de los actuales dirigentes de la Iglesia sobre lo que realmente es la sexualidad humana y el alcance que tiene. De suyo, la sexualidad es una gran riqueza corporal. Obviamente, es obra del Creador. Su potencialidad agranda y prolonga la creación. Partiendo de tal discernimiento, no debería ser difícil aceptar y regular debidamente los diversos compromisos de convivencia con que los seres humanos estructuran sus vidas. Cuando la sexualidad se vive como es debido, es decir, con completa libertad y complacencia, los compromisos sociales resultantes no deberían ser impedimento para que los valores religiosos, igual que los valores de las demás dimensiones vitales, enriquezcan las vidas de cuantas parejas son la base de la sociedad en que vivimos.

Quedémonos hoy con que es preciso apoyar activamente a un papa que se esfuerza en hacer humana la Iglesia para beneficio tanto de quienes están en su órbita como fuera de ella; con que la Iglesia, bien guiada y vivida como sacramento, alberga una extraordinaria fuerza, capaz de mejorar la vida de todos los hombres y con que, en la estimulante misión de predicar el mensaje evangélico, las mujeres están llamadas a desempeñar, como mínimo, la mitad de la tarea.

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