Audaz relectura del cristianismo (46) Dignificación de la vida humana

Vigoroso peregrinaje cuaresmal

por una vida mejor

Entre las muchas acepciones que la RAE atribuye al sustantivo dignidad, elegimos para nuestro propósito de hoy la segunda, la de equivalente a “excelencia, realce”. En nuestro propio ámbito de reflexión: búsqueda de la excelencia y del realce de la vida humana.Situándonos en el tablero del pensamiento de Chávarri, diremos que la dignidad es la energía connatural y constitutiva de los valores que los impulsa a mejorar y que, por tanto, dignificación es el proceso encaminado a conseguir tanto la disminución de los contravalores como el aumento de la calidad (excelencia y realce) de los valores que nutren la vida humana. “Hay dignificación –precisa Baldo- cuando el proceso se desarrolla hacia una relación valorativa más valiosa que la anterior”, es decir, cuando se alcanzan grados superiores de valores específicos. “Si no existiera esa energía hacia la dignificación –continúa-, el ser humano no tendría historia ni evolución de su ser”. Nos situamos, pues, en un proceso de mejora en todos los ámbitos de la vida humana, lejos de la consideración estática de algo excelente debido a un cargo (dignidad del papa) o del derecho inherente a la condición de los seres humanos (dignidad del hombre).

Permanente actitud inconformista

“El espíritu –dice Chávarri en Perfiles de nueva humanidad- anima sin tregua la actitud inconformista en el sentido de que jamás se sacia con lo ya realizado, pues siempre conlleva fuertes acentos restrictivos. Un varón o una mujer cultivan la amistad, pero nunca llegan a ser bastante amigos. El desasosiego inconformista no procede del placer morboso, inherente a ciertos talantes criticones o a la insaciable y machacona búsqueda del defecto.

voluntarios de Cruz Roja

Procede, más bien, del impacto que recibe el espíritu de la calidad del ser, de la pureza que atañe a la verdad de cada ente. La limitación, el deterioro, el dolor y las cosas mal hechas aparecen como negaciones de ser, como manchas ontológicas que empañan su brillo. Después de años de intenso cultivo y de exquisitas donaciones mutuas, la amistad arrastra impurezas. Y otro tanto sucede con cualquier obra humana, desde los perfumes prodigados por la industria química a los arrebatos místicos. El espíritu tiende a trascenderlos. Por eso, se manifiesta siempre in‑quieto, es decir, sin posibilidad de aquietarse en la calidad conseguida hasta ahora. El principio de trascendencia, por otro lado, es ágil, sutil y valiente. Tiene la valentía de negar las posiciones adquiridas y aporta energía suficiente para alcanzar otras más dignas”.

Algunas personas toman la decisión de dignificar el modelo humano presente, el del hombre productor consumidor (HPC), porque sienten un fuerte rechazo de cómo es; otras, porque se sienten fascinadas por un porvenir prometedor. En ambos casos, esas personas no se resignan a permanecer ancladas en el HPC, a vivir toda su existencia sin aspirar a una nueva humanidad, pues ven nuestro modelo humano/inhumano como tránsito para algo mejor. El dinamismo de la dignificación nos libera del círculo vital del eterno retorno y nos encamina a humanidades nuevas, más ricas en el caso de conseguirlo o más envilecidas en el de fracasar.

El inconformismo con nuestra forma de vida actual genera procesos de dignificación y, una vez realizados, nuevos inconformismos seguirán despertando deseos de más mejoras. El cambio a una vida más digna que la actual provocará, como no podía ser menos, gigantescas transformaciones en todas las estructuras del viviente hombre. Se producirán crisis como la que estamos viviendo, pero deberemos prestar atención a pequeños movimientos, apenas perceptibles.

“La estructura de nuestro modelo humano concreta Baldo- es muy compacta, por lo que resulta muy difícil cambiarla, pues los valores y los contravalores económicos y biopsíquicos han convertido toda nuestra existencia en una mercancía, donde todo está sujeto a intercambios monetarios. Nunca podremos prever y predecir cuándo, dónde y cómo ha de finalizar este vivir sometido a la soberanía de lo valioso y de lo disvalioso biopsíquico-económico. Y es que los cambios de modelo humano, además de imprevisibles, son procesos muy lentos, que se componen de pequeñas e imperceptibles transformaciones imposibles de controlar”.

Ermitaños

En lo biográfico, lo social y lo universal

Obviamente, el proceso de dignificación exige un esfuerzo de mejora de la persona en sus perspectivas biográficas, sociales y universales, es decir, como individuo, como miembro de un grupo y como integrante de todo lo existente.

Al nivel de lo biográfico, la dignificación significa apertura de la individualidad insolidaria del modelo humano en que vivimos a los contenidos biográficos del “tú” y del “él”. “Las personas tenemos la tendencia a utilizar nuestras diferencias biográficas insolidarias para encerrarnos más en nosotros mismos, a construir nuestra identidad solo con lo que nos diferencia, lo cual da lugar a egoísmos indignificadores, a individualismos… Además, buena parte de las biografías tienen como objetivo dignificador desarrollar tan solo valores, con lo que se construyen modelos irreales, propios de adolescentes, novios, recién casados y amigos” (Baldo).

Al nivel de lo social, la dignificación significa apertura a nuestra dimensión plural, al nosotros, vosotros y ellos del que formamos parte, para mejorar la humanidad de nuestra actual forma de vida y atemperar su inhumanidad. Es tarea difícil y compleja. A este respecto, Baldo nos explica que los grupos, al igual que las biografías, tienen sus diferencias: grupos familiares, de trabajadores de una empresa, ciudadanos de una población, grupos regionales, comunidades naciones. Además, dentro de cada grupo hay diferencias en la forma de vivir la experiencia grupal. Así, por ejemplo, en los grupos familiares hay tantas diferencias como familias existentes. No es fácil armonizar y desarrollar el cultivo de las diferencias grupales propias a medida que se agrandan las diferencias de humanidad/inhumanidad entre los grupos, hasta el punto de que lo tenido por valor en un grupo sea considerado como contravalor por otro y viceversa. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, con los pares valorativos puro/impuro, limpio/sucio, justo/injusto, bello/feo, sabroso/desabrido, amigo/enemigo. Esto sucede no solo con los valores y contravalores éticos, sino también con los de las demás dimensiones valorativas.

Por un mundo mejor

A nivel de lo universal, la dignificación significa apertura a nuestra perspectiva de especie y a todos los seres, los no hechos, los hechos y los transformados por nosotros, que forman nuestro hábitat, es decir, a los seres de los tres medios de que nos nutrimos: el natural cósmico, el cultural histórico y el metahistórico. Nuestras relaciones de HPC con todos ellos son consumistas. La capacidad de ir adaptando los ecosistemas a nuestras propias vidas trae consigo que los estemos rehaciendo constantemente, perfeccionando lo valioso de nuestra forma de vida y disminuyendo lo negativo del impacto consumista.

El proceso de dignificación debe abarcar, en todo el ámbito de la vida humana, tanto los valores mediocres como los contravalores de cada una de las ocho dimensiones valorativas humanas a que nos venimos refiriendo, además de salvaguardar la autonomía de cada una de ellas. No hay espacio aquí para describir con detalle tan inmensa tarea. No olvidemos, por otro lado, que el sufrimiento humano es producto no solo de los contravalores, sino también de los valores mediocres y de la modalización que unos valores hacen de otros.  

La dignificación del sufrimiento arraigado–concluye Baldo- es el último apartado del capítulo sobre la dignificación y de todo el libro Los valores y los contravalores de nuestro mundo. No creo que para el maestro Eladio Chávarri represente una cadencia armoniosa como descanso del largo y trabajoso caminar por los análisis tan complejos que ha ido tejiendo a lo largo de su ensayo. Pienso, más bien, que es la cima a la que nos quiere conducir intencionadamente este autor con su razonar ascendente y cada vez más comprehensivo. Dignificar el sufrimiento arraigado producido por los contravalores del núcleo valorativo del hombre productor consumidor es para Eladio Chávarri el máximo objetivo de su laborioso y profundo trabajo. Y pertenece también a ese gran objetivo el que su reflexión nos ayude a los que leamos este libro a llegar a las raíces de este sufrimiento arraigado en tanta gente, para comprometernos en su erradicación, en su dignificación”.

Retorno del hijo pródigo

Espíritu cuaresmal

Quedémonos hoy con la advertencia que hace el mismo Chávarri en Perfiles de nueva humanidad a propósito del “espíritu de conversión” que es el que debe alimentar la acción de las Iglesias cristianas frente al dominio absoluto del “espíritu de lucro” que nos impone el hombre productor consumidor de nuestro mundo: “He de llamar la atención –nos dice- sobre el caso singular de las iglesias cristianas. Si atendemos a su propia constitución, como expresiones vivas de la experiencia primigenia del Nazareno, debían estar dinamizadas sin tregua por el espíritu de conversión. Pero creo que el espíritu de lucro tiene un influjo mucho más poderoso en la mayoría de sus miembros. Esto es un escándalo y una flagrante contradicción, pues todas estas iglesias creen poseer el Espíritu”.

Un hermoso cometido para llenar todo el trecho cuaresmal que litúrgicamente está recorriendo la Iglesia católica en esta época del año: no importan tanto los golpes de pecho ni el “perdona a tu pueblo, Señor”, como la acción decidida de emprender la senda de la dignificación a base de dar más cancha a más y mejores valores y de roturar el inmenso erial en el que pacemos y en el que, desgraciadamente, da la impresión de que nos movemos como peces en el agua.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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