Desayuna conmigo (jueves, 20.2.20) Justicia social

La prueba del algodón

Actores de la justicia social

Hoy, 20 de febrero, se celebra el día mundial de la justicia social. El tema tiene casi infinitas ramificaciones y apunta en muchas direcciones. Para comprender las razones del porqué de este día, sabiendo que la ONU ha declarado que la búsqueda de la justicia social universal representa el núcleo de su propia misión, bástenos el propósito con que fue creado: “apoyar la labor de la comunidad internacional encaminada a erradicar la pobreza y promover el empleo pleno y el trabajo decente, la igualdad entre los sexos y el acceso al bienestar social y la justicia social para todos”. Cada enunciado de objetivos daría para densas y largas meditaciones.

Día de la justicia social

Ya el simple concepto de “justicia social” sirve de quicio para orquestar la propaganda no solo de los distintos regímenes políticos que gobiernan las naciones y regiones, sino también de los sistemas económicos que se sirven de él para cimentar el trabajo y la productividad como motores de la vida humana. De hecho, la sola idea de justicia social se ha convertido en bandera de todo partido político que se precie y de cuantos cifran sus negocios y aspiraciones particulares en actividades que tienen que ver directamente con los ciudadanos y su condición de tales.

Limitándonos en el desayuno de hoy a los objetivos generales de este blog, concebido para ir haciendo poco a poco una audaz relectura del cristianismo, la justicia social irrumpe con gran fuerza en su temática como espejo y como balanza de precisión. Como espejo, nos sirve para reflejar la peculiar justicia divina del amor de Dios, que es totalmente gratuito, lo que viene a significar que en él no hay diferencia alguna entre justicia y misericordia o que la justicia divina es su incondicional misericordia.

El mundo en nuestras manos

Como balanza, nos sirve para calibrar al milímetro los derechos de posesión de bienes que corresponden a cada ser humano por su condición de tal y, en particular, a los trabajadores por su trabajo, lo que hemos dado en llamar “salarios justos”, tarea en la que la Iglesia institucional debería emplearse a fondo antes incluso de predicar las exquisiteces evangélicas por lo del “primum vivere…”. Que las rentas del trabajo sean equitativamente repartidas entre las fuerzas productivas y que, en general, los bienes de la tierra provean a las necesidades de todos los seres humanos son objetivos irrenunciables de un cristianismo cuya carta magna son las “bienaventuranzas”. Mal que le pese a muchos, tan abstraídos de este mundo y enrocados en el amurallado recinto de lo sagrado y del templo, Jesús se ocupó a fondo de los problemas a ras de tierra: del hambre, la desnudez, la soledad y las enfermedades hasta el punto de identificarse con cuantos desheredados padecen expolios y esclavitudes.

Proverbios

En lo referido a las exquisiteces evangélicas, digamos que lo netamente específico de la misión eclesial, la justicia como ornato del amor, no tiene límite en cuanto a la gratuidad: el cristiano está obligado a darlo todo de sí mismo, también la vida llegado el caso, pues para él no hay más camino que el recorrido por Jesús de Nazaret, camino que escala la cruz y cuya meta es la resurrección. Cuanto más exigente es el camino, más gloriosa es la meta.

Por su vertiente humana, la justicia social nos ancla en el punto más conflictivo de la convivencia social debido a que llevamos injertada en nuestros genes una avaricia radical que nos anestesia ante las necesidades clamorosas de muchos de nuestros semejantes. Puede que sea la codicia la que mueva a muchos a realizar esfuerzos sobrehumanos por ser ricos y poseer los bienes de la tierra, esfuerzos que contribuyen sin la menor duda a aumentar una productividad que a la humanidad en su conjunto le viene muy bien, pero los codiciosos no deberían olvidar, por su propio bien, la sabiduría que encierra el dicho popular de que “la avaricia rompe el saco”. Por mucho que les duela a los ricos, los bienes de la tierra, los que ofrece la misma naturaleza y los que el hombre procura, no están ahí para ser “poseídos”, sino para ser “utilizados”.

Comercio justo

Sin pretender ir hoy más lejos, dejemos constancia de que la utilización que se haga de todos los bienes es la prueba de fuego del sí o del no de la Iglesia. Cuando en una población, en una región, en un hemisferio o en la tierra entera hay unos pocos muy ricos y muchos muy pobres, podemos asegurar que allí no ha funcionado ni funciona la iglesia como debiera. Está antes el perdón que la ofrenda y esta, para ser grata a Dios, debe llevar la impronta de un servicio prestado a los necesitados.

Que tras veinte siglos de predicación de las bienaventuranzas hoy sigan existiendo las diferencias que existen entre unos seres humanos y otros por razón de la cantidad de bienes que poseen hasta el punto de que unos puedan despilfarrar a capricho mientras otros mueran materialmente de hambre es prueba inequívoca de que la misión de la Iglesia en general y la de cada cristiano en particular no está siendo lo eficaz que debiera. Recordemos una vez más que las bienaventuranzas son el objetivo prioritario irrenunciable de la misión de la Iglesia.

SOS de la agricultura española

Pero no olvidemos que la justicia social es un movimiento de ida y vuelta, pues se nutre no solo de lo que la sociedad da o debe dar a cada ciudadano, sino también de lo que cada ciudadano debe darle a ella como miembro de una comunidad humana. Resulta muy confortable y agradable aliarse con los que más tienen para vivir como ellos o a su sombra, de forma indolente y vaga, pero es poco apetecible salir a las plazas públicas, en sandalias y sin alforjas, a predicar que Dios nos ama y que hay una justicia para todos que hace trizas la ramplonería de “esto es mío y no tuyo”. Otros podrán eludir responsabilidades y comportarse como parásitos de la sociedad, pero los cristianos estamos obligados a vivir del propio trabajo. Deberíamos tener muy en cuenta lo que Pablo dice a los Tesalonicenses en su segunda carta, con la contundencia “de que el que no quiera trabajar, que tampoco coma” (3:10).

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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