Desayuna conmigo (sábado, 4.4.20) Pensamientos positivos

No hay fantasmas

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Un día como hoy de 1973 se inauguraba en Nueva York el World Trade Center, impresionante complejo que vi crecer piso a piso a lo largo del verano de 1970 y que tuvo un destino siniestro el 11 de septiembre de 2001. Su derribo, como si se tratara de un montaje cinematográfico, nos bajó a la mayoría la moral a los pies, demostrando cuán débil es el hombre y qué inconsistentes son sus obras. Más de cuatro siglos antes, en un día como hoy de 1504, Lutero era ordenado sacerdote. El fervoroso clérigo agustino pudo desencadenar una “reforma” pastoral a fondo de la Iglesia, pero, finalmente, solo provocó una “contrarreforma” dogmática, dando lugar a una fractura escandalosa.

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Entre ambas fechas, pero ya en pleno s. XX, un día como hoy de 1949 se firmó en Washington el documento por el que se creó la OTAN, un coloso de las armas que busca la paz, basándose en la disuasión de un cataclismo universal en caso de contienda atómica, y, diecinueve años después, cae asesinado en Memphis el activista de la paz Martín Lutero King, a quien ya nos hemos referido en este blog y cuyo sacrificio en favor de lo derechos humanos trazó una ruta que ha encaminado a muchos seguidores y que ha aportado incontables beneficios a toda la humanidad.

Todo un conglomerado de acontecimientos, ocurridos en un 4 de abril, que ponen en solfa los comportamientos de los seres humanos y que, de no haber sido aprendida la lección de la historia, habrían metido a la humanidad entera en un callejón sin salida. Ello viene a demostrar que, sea cual sea la magnitud de la tragedia que le corresponda soportar en un momento determinado, la humanidad siempre sale adelante, aunque tenga que hacerlo llorando.

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Todo esto viene a cuento esta mañana porque desde ayer llevo grapada al cuerpo una especie de dulce sensación de “positividad”. De pronto, en el fondo de pantalla de mi ordenador, tras acabar de mencionarlo en el desayuno de ayer, apareció la foto de un hermoso “arcoíris”, ¡qué casualidad!; avanzada la tarde, mientras estuve tumbado al sol en el jardín, mi vista se recreaba en la hermosura de miles de margaritas que crecían por doquier en la pradera; algo después de las 20 horas, en comentario a una entrada de Facebook invocaba el sentido común para que la Delegada del gobierno en Asturias diera marcha atrás en la prohibición que había hecho de la “caravana del optimismo”, formada por media docena de coches (ambulancias, policía y guardia civil), que todos estos días ha venido recorriendo las calles de Mieres haciendo sonar sus sirenas mientras sus ocupantes aplaudían a los vecinos que, a su vez, les aplaudían a ellos desde las ventanas de sus casas, en un hermoso espectáculo de optimismo y positividad; a la caída de la noche, la canción “edelweiss” de la película “Sonrisas y Lágrimas” (“florece y crece por siempre, edelweiss, edelweiss”), me emocionaba hasta humedecerme los ojos, y, finalmente ya bien entrada la noche, recibí de un amigo, tras apostillar un hermoso cuento hindú sobre el miedo, el consejo siguiente: en estos tiempos, “mandémonos cosas que nos hagan pensar en positivo o que nos hagan reír”.

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Obviamente, los españoles deberíamos coger el miura del virus por los cuernos y zarandearlo como si fuera de papel, aunque esté siendo tan cruel y se esté llevando por delante a tantos de nosotros. Haríamos mal en tenerle miedo (en el cuento hindú aludido un monstruo o demonio se agrandaba o se achicaba según creciera o menguara nuestro propio miedo). Tener miedo agiganta la monstruosidad de lo que acontece, nos hace ver fantasmas por todas partes y tiñe de negro todo nuestro horizonte vital hasta el punto de que convertirá en invierno la primavera y hará del verano un infierno, cuando en realidad tenemos ya delante una hermosa primavera y nos aguarda un verano de sosiego y esperanza.

Pues bien, no podemos eludir el pago de un alto tributo a un virus, que se nos ha colado por la puerta de atrás por no haber tenido buenos vigilantes, como el de sufrir el drama de los más de cien mil españoles ya afectados y la inmolación ya de más de diez mil en muy penosas circunstancias. Pero haríamos mal en enrocarnos por el miedo o en huir como cobardes. Tras apechugar con nuestra tragedia, deberíamos pararnos a “pensar en positivo”. ¿Qué significa eso?

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Significa que este maldito virus ha venido a despertarnos de la modorra o de la desidia con que estábamos llevando una vida amorfa y despreocupada, asistiendo, atónitos e indiferentes, al espectáculo circense de unos políticos enzarzados en naderías ideológicas mientras, sumisos, hemos ido pagando sus caprichos a precio de oro. Es de esperar que, por todo ello, pronto tengan que responder por sus responsabilidades y que, en lo sucesivo, se les exija que se ganen el sueldo. También ha venido a demostrar a los empresarios que sus empresas, grandes o pequeñas, no solo son fábricas de beneficios, sino también nervios del esqueleto social y fuente de solidaridad. De forma muy particular, nos está obligando a los cristianos a adquirir conciencia de que nuestro programa de vida, lo mismo en este tiempo de tragedias que en otro cualquiera, debe ajustarse al plan de salvación claramente delineado en los evangelios y que el líder a quien debemos seguir es Jesús de Nazaret, prototipo por antonomasia del hombre “humanizado”.

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Pensar hoy en positivo significa, en última instancia, aprender la lección de que, en el futuro, cualesquiera sean las secuelas de todo orden que este virus en particular va a dejar en nuestra sociedad, no podremos seguir siendo los mismos en cuanto a la cantidad de contravalores que hemos venido acunando en una forma de vida tan anclada al dinero y al placer inmediato. El virus emplaza a la sociedad en que vivimos a dar un paso adelante tras las hermosas utopías que con tanta facilidad olvidamos, como la de acabar con el hambre y la pobreza, la de erradicar el chabolismo, la de rescatar a todos los desarraigados, la de mejorar y universalizar la sanidad y la de encauzar las inversiones astronómicas que hacemos en armamento en proyectos de mejora de las condiciones de vida de todos los desheredados de la fortuna. Y, por encima de todo ello, este virus ha venido a demostrar con contundencia que los seres humanos tenemos una gran reserva de energía que debemos derrochar gratuitamente en favor de nuestros semejantes, tal como están haciendo, sin exigir nada a cambio, los miles de voluntarios que se dedican a paliar los estragos de la horrorosa pandemia que padecemos y los miles de profesionales que en esa misma tarea van mucho más allá de sus obligaciones contractuales.

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Podríamos concluir hoy diciendo que necesitamos un Lutero que incendie nuestras conciencias para que no se duerman en la placidez cómoda de conseguir unas indulgencias de saldo como billetes de acceso a los cielos y  otro que nos enseñe que las fuerzas empleadas en las guerras, en los despojos y en las explotaciones de esclavos, deben orientarse a conseguir que todos los seres humanos puedan llevar una vida digna, acorde con su condición. El terrorismo que derriba torres y las organizaciones militares que se arman hasta los dientes para disuadir de la guerra están de sobra en un mundo regido por el sentido común y por la convicción de que vale más dar que recibir, repartir que acaparar, ser miembro activo de la sociedad que enseñorearse de ella o comportarse como un parásito.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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