Lo que importa - 63 El sufrimiento humano

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Para entrar a fondo en tan espinosa cuestión me viene muy bien el libro de mi amigo Baldo (Baldomero López Carrera), titulado Del Dios de Job al Dios de Auschwitz, publicado por LAR Libros, de 250 páginas, cuyo contenido pretendo reseñar en esta y las entregas siguientes en lo que me parece que será un magnífico regalo para los lectores audaces que se atrevan a profundizar en su fe y en la condición humana. Puede que la reflexiones en torno a este libro sean las mejores y más luminosas aportaciones que yo pueda hacer en este blog para pulir y fijar la auténtica condición del cristiano que camina realmente tras las huellas de Jesús de Nazareth. Hoy nos referiremos, como introducción, al sufrimiento humano como tal para reflexionar después, de alguna manera, sobre el Dios de Auschwitz, el Dios de Job y el Dios de Jesús de Nazareth, imagen de Dios fuertemente entrelazada en todos los casos con el sufrimiento humano. Aseguro al lector audaz que se atreva con ello que descubrirá un maravilloso horizonte para afrontar debidamente la gran envergadura del ser humano que somos y maravillarse ante ella.

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Digamos para empezar que fue la visita que en 2020 Baldo hizo a Auschwitz y Birkenau y el recuerdo de dos magníficos números de la revista Concilium lo que lo movió a comparar el Dios que aparece en el libro de Job con el que se relacionó Jesús de Nazaret y con el que estuvo “presente–ausente” en Auschwitz–Birkenau. Los padecimientos humanos son los asuntos que suscitan el mayor interés para las personas de todos los tiempos, pues es muy difícil entenderlos y más aceptarlos y ponerles remedio. De ahí que las filosofías y las teologías de diversa índole, hoy también las ciencias y las técnicas, dediquen tanto esfuerzo a encontrar –acertada o erróneamente– el origen y la naturaleza del padecer humano, para, en la medida de lo posible, aplicarle una solución adecuada. Debido a que la mayoría de los pensadores sobre el tema han centrado erróneamente el contenido del libro del “paciente” Job en el sufrimiento, el autor de este ensayo se ve obligado a dedicar el primer capítulo a la reflexión sobre el origen y la naturaleza de los sufrimientos de los seres humanos.

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El sufrimiento y sus causas. Para ir al núcleo de la cuestión, Baldo se sirve, una vez más, del sistema filosófico del gran pensador Eladio Chávarri. Para este gran filósofo, los padecimientos humanos son causados por los contravalores. Como en la anterior reseña que hicimos sobre sobre otro libro suyo, ¡VALE! Una nueva visión de la dignidad humana, ya hemos expuesto algunos retazos de la teoría de los valores de Eladio Chávarri, añadimos ahora algunas precisiones sobre los contravalores.

1.- Los contravalores son constitutivos necesarios del ser que somos, que está sin acabar, por lo que la imperfección, el deterioro, el dolor y la muerte forman parte de su naturaleza. Las utopías, las teorías axiológicas y la mayoría de los diseños mentales a priori que se hacen del ser humano son elaborados únicamente a base de valores y prescinden por completo de los contravalores. También excluyen los contravalores las cada día más abundantes y engañosas propagandas de “educación en valores”. Sin embargo, junto a los variados tipos de esperanza, existen en nosotros otros tantos de desesperanza; la ignorancia acompaña a todo nuestro saber; el mal juego al bueno; el ser humano injusto a las personas justas y la enfermedad a la salud, etc. También es necesario educar en estos contravalores a los niños y a los adolescentes.

2.- Los contravalores son la causa de los sufrimientos humanos. El sufrimiento es expresión de algún deterioro vital o de algún menoscabo de los respectivos seres, que es precisamente lo que causan los contravalores. No hay que buscar el origen del sufrimiento humano en otro lugar.

Fray Eladio Chávarri, O.P. III

a) Ocho tipos de sufrimiento. Al igual que hizo con las vitalidades humanas, con los seres y con su relación mutua (los valores y los contravalores), Baldo, siguiendo a Chávarri, distingue ocho tipos de sufrimientos: bio-psíquicos, cognitivos, económicos, estéticos, éticos, lúdicos, religiosos y sociopolíticos. Es muy importante hacer hincapié en que no existe un sufrimiento humano general y homogéneo. Cada ámbito vital deteriorado o destruido por sus específicos contravalores padece un sufrimiento propio, que es insustituible e irreductible a los sufrimientos de los siete ámbitos vitales restantes. El dolor de la soledad y el dolor que produce el hambre son muy diferentes, por lo que la compañía no quita por sí misma el hambre ni la comida copiosa nos libra de la soledad. Así pues, cada sufrimiento necesita un remedio apropiado.

b) No todos los contravalores producen sufrimientos, aunque estos siempre sean generados por aquellos. Uno se da cuenta inmediatamente del sufrimiento que produce la rotura de su rodilla, pero puede tardar años en llegar a tener conciencia del grado enorme de sufrimiento que va generando poco a poco la rotura de unas relaciones matrimoniales. Tampoco muchos sienten desazón por ser medio analfabetos o porque nuestro clima esté degradándose a marchas forzadas o porque vivamos en un sistema sociopolítico que causa pobreza, marginación y desamparo, en muchísimas personas que no somos nosotros, o porque los dioses a los que adoramos sean ídolos falsos y crueles.

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3.-Los sufrimientos en las cuatro dimensiones de la persona. La tradición ha circunscrito la persona al ámbito de la biografía, ignorando sistemáticamente sus otras tres dimensiones: la social, la de especie y la natural cósmica. Las hambrunas, las epidemias, las persecuciones, las colonizaciones, las esclavitudes, los genocidios (las «shoah»), las purgas, los gulags, los regímenes criminales no generan sufrimiento solo en los que los padecen. ¿Acaso no nos duele el sufrimiento injusto de los pobres, de los emigrantes, de los sintecho, de los parados y de las mujeres maltratadas, que forman parte de nuestra persona en su dimensión social? ¿Tenemos en cuenta esta dimensión de nuestra persona cuando consideramos el sufrimiento de nuestros parientes animales? ¿Tenemos sensibilidad para el sufrimiento que nos produce la acelerada degradación de nuestro planeta, la contaminación que respiramos en nuestras ciudades, el agotamiento de los recursos de la madre tierra?

4.-Las formas de vida o culturas como las entidades más englobantes sobre el sufrimiento. El análisis del sufrimiento no termina en los contravalores ni en la unión que les confiere la persona, sino que ha de remontarse a algo más profundo y extenso: la propia cultura o forma de vida, entidad que está interiorizada en la persona en todas sus dimensiones.

a) La modalización o inculturación que ejerce el núcleo valorativo. En las formas de vida o culturas se encarna y actúa con muchísima fuerza la “modalización” (inculturación) que, a través de su “núcleo valorativo”, hace que las vitalidades de cada uno de nosotros estén ahormadas, en no pequeña medida, por ese núcleo constituido por el valor/contravalor –o los valores/contravalores– que están en la cúspide de la jerarquía de valores/contravalores.

b) Existen sufrimientos específicos generados por las culturas o formas de vida. Por el carácter englobante que ejercen las culturas o formas de vida, los sufrimientos han de ser pensados necesariamente desde la inculturación específica en que están insertadas las personas sufrientes, con lo que de ningún modo el sufrimiento es idéntico e indiferenciado para todas las personas de todos los pueblos de todos los lugares y tiempos. No es de la misma naturaleza el sufrimiento teologal (religioso) que padeció Job que el que experimentan los excluidos hoy, en la sociedad de la producción y del consumo, pues el núcleo valorativo del teocentrismo y el del bio-psíquico y económico de nuestra sociedad difieren sustancialmente.

c) Es urgente y prioritario superar el modelo humano de nuestra sociedad de consumo. No sirve de nada esforzarse por una salvación centrada en los sufrimientos de las personas si queda intacto el modelo humano en el que ellas viven, que es, en último término, la raíz y la explicación de muchos de los contravalores que padecen. En nuestro modelo humano de la producción y del consumo, la gran depravación humana que produce más sufrimiento no está hoy en los burdeles, ni en las discotecas, ni en otros antros de perdición, sino en las direcciones de los bancos y de las grandes corporaciones, en los poderes políticos y, posiblemente, también en los poderes religiosos, que son los que controlan el núcleo de nuestra sociedad de consumo: los valores económicos y bio-psíquicos.

Eladio y Baldo

5.-Las tolerancias a los sufrimientos

a) Entendemos por “tolerancia” la capacidad de la persona para soportar los percances de la vida y tratar de superarlos. También, la facultad de sobrellevar y, cuando sea posible, vencer los sufrimientos, causados siempre por los contravalores. Así pues, distinguimos en la tolerancia una doble faceta: soportar y superar. Pues bien, cuando nos falta esta capacidad o se encuentra en niveles raquíticos de desarrollo, caemos en la “intolerancia”.

 b)Características de las tolerancias/intolerancias. No existen la tolerancia y la intolerancia de forma separada y autónoma, sino que necesariamente se dan insertadas en las experiencias humanas, de las que son modalidades particulares. Ahora bien, en las experiencias es donde nacen, crecen, se deterioran y mueren los valores y los contravalores, con lo que la tolerancia/intolerancia posee absolutamente todas las características de los valores y de los contravalores: universalidad, pluralidad (al menos, las ocho clases a que ya nos hemos referido), intransferibilidad e insustituibilidad de unas tolerancias/intolerancias por otras y, finalmente, que cada par específico de tolerancia y de intolerancia ha de cultivarse en su específica experiencia, no fuera de ella.

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Fue Locke quien cometió el enorme infortunio de reducir la tolerancia al ámbito de las relaciones sociales. Y, desde él, todos han seguido la misma senda al calificar de tolerante solo a quien admite opiniones o conductas de los demás que son distintas o contrarias a las suyas. Siguiendo esa línea, la capacidad de superar el sufrimiento por la pérdida de un partido de fútbol, por una dolencia orgánica o psíquica, por la angustia de no encontrar trabajo, por vivir en una casa incómoda desordenada, por encontrarse con personas fastidiosas o porno poder estudiar no entran en la categoría de las tolerancias/intolerancias. De ahí que millones de ellas pasan desapercibidas en el reduccionismo lockeano, aunque no por ello dejan de ejercer una gran influencia en la vida humana. Además, con este reduccionismo se corre el peligro de crear una “definición” que comprende toda la variedad de tolerancias sin discernir sus específicas diferencias. Como acabamos de señalar, no es la misma la tolerancia/intolerancia a la enfermedad, al calor o al frío del ambiente, que las de tales o cuales comidas, de las penurias económicas, de la fealdad de una ciudad, de las impertinencias de algún vecino, de la educación deficiente o del trato familiar, etc.

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 c) La tolerancia/intolerancia en las cuatro dimensiones de la persona. Es necesario distinguir cuidadosamente las tolerancias e intolerancias en cada una de las cuatro dimensiones de la persona (biográfica, social, de especie y cósmica), pues no siempre son coincidentes. Así, por ejemplo, un ciudadano puede ser un cumplidor ejemplar de las tolerancias sociales que exige el acatamiento de las leyes vigentes en su ciudad y, al mismo tiempo, carecer de una tolerancia sólida en su biografía. Lo mismo puede afirmarse de las tolerancias y de las intolerancias ante la naturaleza y el cosmos. Apenas si nos produce el menor malestar la gran degradación que estamos ocasionando a la naturaleza y al cosmos, pero no por ello dejamos de ser responsables ante las bajas tolerancias propias de gente poco avispada.

 d) No debe confundirse “intolerancia” con “límites de la tolerancia”. No pocas veces se identifica “intolerancia” con “límites de la tolerancia”. Ello sucede porque no se distingue que algunos valores, como el amor, la ciencia o la sabiduría, son ilimitados en extensión e intensidad o grado, mientras que otros, en cambio, solo existen en ámbitos de ciertos límites. Tal es el caso, por ejemplo, de la justicia: no se es más justo cuanto más se le devuelva al otro, pues la perfección de la justicia consiste en darle al otro lo justo, lo que le corresponde, ni más ni menos. También la tolerancia pertenece a este grupo. Esta confusión sobre la naturaleza ilimitada o limitada de los valores suscita frecuentemente falsos problemas, como el famoso de la “intolerancia con los intolerantes”. Las tolerancias ilimitadas no son posibles y, además, acarrearían males irreparables.

e) La modalización que ejerce el núcleo valorativo de cada modelo humano histórico en las tolerancias e intolerancias. En nuestro modelo humano de la sociedad de la producción y del consumo los valores bio-psíquicos y los económicos, núcleo de dicho modelo, modalizan las tolerancias y las intolerancias de la mayor parte de los habitantes de nuestro planeta. Así, por ejemplo, muchas personas pueden llegar a soportar grandes sufrimientos biográficos, sociales o ecológicos si con ello reciben una recompensa económica satisfactoria.

f)No es posible el establecimiento definitivo de tolerancias e intolerancias. Quizás esperamos, por ejemplo, que la tolerancia democrática que hoy vivimos sea la que perdure en el futuro. Sin embargo, deberíamos desear que la actual conducta tolerante “democrática” desaparezca cuanto antes y que sea sustituida por otra mejor.

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6.- La redención del sufrimiento.

Aunque la posibilidad de redimir el sufrimiento puede parecer poco realista, merece atención como horizonte de sentido, tanto en el ámbito filosófico como teológico. Desde la teoría de valores de Eladio Chávarri, toda vitalidad deteriorada o afectada por un contravalor puede ser regenerada, revirtiendo los efectos negativos del contravalor mediante el cultivo de su valor correspondiente. Así, por ejemplo, la ignorancia se cura con conocimiento, la desesperanza con esperanza, el odio con amor, la cobardía con valor, la soledad con compañía, la injusticia con justicia, la enfermedad con salud, la fealdad con belleza, la esclavitud con libertad, la pobreza con recursos adecuados y el egoísmo con generosidad.

El camino para redimir el sufrimiento pasa, por tanto, por combatir los contravalores que lo provocan. Y eso no se consigue solo con rezos o buenos deseos, sino con una acción transformadora, lúcida y valiente. Aquí se encuentra uno de los núcleos del cristianismo más auténtico: Jesús no vino a glorificar el sufrimiento ni a justificarlo con una voluntad inescrutable de Dios, sino a sanarlo, a enfrentarlo y a liberarnos de él, en lo personal y en lo estructural. Quien lo sigue, no puede mirar hacia otro lado ante los contravalores que desgarran la humanidad.

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Como conclusión de esta prolija reflexión, me complazco en reproducir un párrafo significativo del libro que comentamos, tomado de la página 22, donde se aborda con agudeza el desenfoque agustiniano sobre el origen del sufrimiento humano y su persistente influencia en la teología cristiana hasta nuestros días: Sobre los contravalores humanos, Agustín de Hipona se basa en un error antropológico garrafal: el ser humano nace perfecto. Según él, el hombre fue creado totalmente consumado, pero, al pecar, debilitó su naturaleza primigenia. La creencia en la salvación universal del hombre pecador llevó a este pensador a postular a priori la existencia del también universal ‘pecado original’. Para Agustín, el sufrimiento es un castigo por el pecado original, no el efecto de la existencia necesaria de contravalores en un ser que está a medio hacer. Este apriorismo antropológico de Agustín ha venido ejerciendo una influencia prácticamente total sobre las teologías cristianas hasta un pasado reciente, en el que la teología del bautismo ha abandonado de hecho la existencia y los efectos del pecado original.

Este párrafo nos permite comprender mejor la tesis de fondo del libro: no es Dios quien causa el sufrimiento humano, sino que este brota de la estructura misma del ser, aún inacabado, portador inevitable de contravalores. Y precisamente por eso, la imagen de Dios ha de ser purificada de toda asociación con el sadismo, la arbitrariedad o la indiferencia. Aquí es donde la figura del “Dios de Auschwitz”, del “Dios de Job” y, sobre todo, del “Dios de Jesús” entran en diálogo profundo y desgarrado con la historia humana. De ello nos ocuparemos en las próximas entregas.

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