¿Qué nos espera en este 2018?

Es importante comenzar el año con mucha esperanza, con mucho amor, con mucha fe porque cada día que Dios nos regala es un don ¡realmente gratis! Don que es bueno agradecer, acoger y potenciar lo que más podamos. En efecto, aunque muchas circunstancias difíciles no las podemos evitar porque nos llegan de fuera, nuestra actitud hacia ellas, hará que se conviertan en fuente de vida y aprendizaje o en obstáculo y sufrimiento. De cada uno dependerá, en mucho, lo positivo que podamos cosechar durante este año.
Mirando hacia los meses que siguen, nos esperan muchos acontecimientos. A nivel político las elecciones legislativas y presidenciales en Colombia. No podemos estar ajenos a ellas porque de nuestra participación dependerá el futuro. A veces se cree que se es cristiano porque se reza mucho pero se olvida la dimensión política de nuestra fe. En ella se juega la solidaridad, la justicia, el bien común que se supone vivimos por nuestra opción creyente. Por tanto, es muy grande nuestra responsabilidad. Ojala la vivamos a fondo discerniendo muy bien los programas políticos que nos proponen, votando por aquellos que más favorezcan el bien común –especialmente el de los más pobres-, y sin dejarnos engañar por esa “posverdad” que se volvió el móvil de las campañas y que solo coapta nuestros miedos para hacernos votar por quienes buscan sus intereses personales y no la vida digna para todos y todas.
A nivel eclesial, tal vez el acontecimiento más significativo serán los 50 años de la Conferencia de Medellín. Providencialmente esta celebración coincide con el pontificado de Francisco, quien ha vuelto a “revivir y actualizar” el camino de la Iglesia latinoamericana trazado desde aquel entonces, pero tan lleno de tropiezos, incomprensiones y hasta persecuciones a lo largo de estos años. La conocida frase del Papa Francisco “quiero una Iglesia pobre y para los pobres” (Evangelii Gaudium 198) ya había sido pronunciada por Juan XXIII al inicio del Concilio Vaticano II pero sin demasiada repercusión y fue la Conferencia de Medellín –verdadero aterrizaje del Vaticano II en este Continente- la que se sintió llamada a ser una iglesia de los pobres, capaz de sentir compasión por ellos y trabajar por su liberación. Consecuentemente, la opción por los pobres se gestó en esa conferencia y denunció la miseria que margina a grandes grupos humanos, esa miseria que como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo (Medellín, Justicia 1). En otras palabras, Medellín explicitó lo que nunca debemos olvidar: la íntima relación entre promoción humana y evangelización, entre justicia social y reino de Dios, entre la esperanza escatológica y el compromiso transformador de esta realidad. Con seguridad habrá distintos eventos para la conmemoración de este cincuentenario. Estaremos atentos a su realización y, especialmente, a los frutos que puedan salir de ellos.
Desde la dimensión misionera, se celebrará el V Congreso Americano Misionero (CAM) en Santa Cruz de la Sierra en el mes de julio. Su objetivo será “Fortalecer la identidad y el compromiso misionero de nuestra Iglesia, para responder con mayor valentía, generosidad y eficacia a los desafíos de la Nueva Evangelización”. Esperemos que sea un verdadero impulso misionero para una evangelización atenta a los signos de los tiempos, capaz de captar lo que la realidad “clama” –como lo expresó la Conferencia de Medellín- para responder efectivamente a ella. Ojala no se quede solo en las preocupaciones intraeclesiales sino que potencie la “Iglesia en salida” que también propone el Papa Francisco. Una Iglesia que no tema salir y ser herida, que no le tenga miedo a este mundo con sus desafíos actuales sino que sepa abrir nuevos caminos para comprenderlos, secundarlos o ayudar a purificarlos cuando, efectivamente, sea pertinente y no por incapacidad de comprenderlos.
Y, en medio de estos y otros acontecimientos que sin duda viviremos, que sigamos apostándole a la paz en nuestra querida tierra colombiana. El 2017 fue un año donde no hubo soldados heridos o muertos, no hubo masacres, ni secuestros, prácticamente no hubo muertes como fruto del conflicto armado. Solo por eso, el tratado de paz, valió la pena. Pero la paz no es un tratado sino un horizonte por seguir construyendo en todas las instancias y dimensiones de la vida pública y personal. Esta es una tarea irrenunciable y no puede dejar de ser nuestro empeño en este 2018. Los obstáculos son muchos. Las dificultades se presentaran en muchos aspectos. Seguirán existiendo enemigos de la paz. También muchos “ingenuos” o “mal informados” o “confundidos” que podrán obstáculos a la paz. Pero ojala que no seamos los cristianos los que formemos esos grupos. Por el contrario, que el Dios de la paz nos regale la lucidez suficiente y la audacia necesaria para decir la palabra oportuna, actuar en el camino correcto, apoyar las opciones adecuadas.
El Dios anunciado por Jesús es un Dios de misericordia, de reconciliación, de verdad, de perdón, de un nuevo comienzo. A este Dios decimos seguir, mostrémoslo con nuestros pensamientos, palabras y obras. Merecemos una Colombia en Paz y el 2018 es un año más que el Señor nos regala para hacerla posible. No defraudemos su confianza. Por el contrario, empeñémonos por ser y testimoniar este Dios del reino, de la vida, de la paz.
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