Asumir la muerte

El hombre contemporáneo consume la vida pero no asume la muerte, que es su consumación: el descanso eterno, la paz perpetua. Nuestro viejo heroísmo fatuo nos impide asumir nuestra parte oscura de víctimas, el otro lado del espejo, lo dracontiano de la existencia considerado como monstruoso. Solamente en la experiencia hospitalaria de un Hospital entrevemos la otra visión o versión del mundo, el auténtico heroísmo de médicos y enfermeras que no se enfrentan al mal belicosamente, sino que lo afrontan positivamente para sanarlo o salvarlo.

Llegó el otoño y yo pensaba que había cogido una astenia estacional, pero tenía una anemia estacionaria causada por cierta pérdida de sangre. Ingresé en el impresionante Hospital Miguel Servet de Zaragoza, el panteón de los enfermos aragoneses, bajo el patronazgo de nuestro famoso médico y teólogo, propugnador de la salud física o corporal y la salvación anímica o espiritual. Allí me han sometido en su inframundo a sus benévolas máquinas infernales y me descubrieron la causa: un tumor cancerígeno, un cáncer de colon, con un puntito negro en el hígado, cuya operación preparamos para su próxima ejecución. Inmediatamente te rodean como un cordón sanitario médicos y enfermeras, la familia y los amigos, los cofrades de la residencia y los recuerdos fundantes de los padres ya fallecidos.

A estas alturas de la vida ya no me asusto y lo asumo y encajo bien. Ya he vivido, que sea lo que Dios quiera. Noto que esta enfermedad tan simbólica como real confiere una cierta autoridad moral, siquiera desautorizada y desmoralizada físicamente. Estoy bien, un poco débil o debilitado, pero tranquilo, observo que al estar enfermo te quieren un poco más. Por eso sería un buen momento existencial para realizar el tránsito trascendental al otro ámbito radical (el trasmundo). Pero aprovecho para participar en la presentación de mi último librejo de poemas –Poética del sentido- en la Biblioteca de Aragón, acompañado por los amigos aragoneses pero también vascos. Nuestro bailarín Miguel Ángel Berna puso un colofón brillante, al ofrecernos una preciosa escenificación de mi propia filosofía del contraste o de los contrastes.

En nuestra existencia se trata de vivir la vida sana y enferma, la juventud y la vejez. Lo mejor al respecto es implicar la existencia en su devenir, plantando fuerte en la adversidad, así pues asumiéndola para tratar de trasfigurarla. En este contexto la figura de Miguel Servet resulta arquetípica, ya que condensa en su vida y muerte la libertad personal y el destino o necesidad impersonal, la fe religiosa y la caridad humana. Por lo demás, nuestro patrono afirmó que todos tienen/tenemos parte de verdad y error, por eso se trataría por tanto de compartirla (y no de partirla). Un mensaje política y socialmente muy relevante en nuestra actual circunstancia nacional e internacional
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