Matrix: mitología y arte vasco

(Mitología vasca)

La mitología vasca gira en torno a la diosa Mari, personificación de la madre Tierra (Ama Lur). Por ello ha sido calificada como una mitología matrial, matriarcal o matricial, en la que la matrix o matriz es el principio y el fin, el agujero de salida y de entrada o llegada final, el origen y el destino, el nacimiento y la muerte. En esta cosmovisión vasca la energética exterior (indar) tiene una matriz mágica a modo de interior místico (adur), de forma que toda exterioridad es una exteriorización de una impronta o potencia interior.

En el contexto mitológico vasco cabe decir entonces que la realidad promana de cierta surrealidad, así como lo lleno proviene del vacío y el ser procede de la nada potencial. El ser procede de la nada y vuelve a la nada: ahora bien, esta nada no es meramente literal sino simbólica, un vacío potencial y no vacuo, una surrealidad virtual pero no irreal, en un sentido que cabría aproximar a la nada o vacío búdico como a la nada o vacío cuántico, como he podido mostrar en mi librito “Los mitos vascos” (Deusto).

De esta guisa, la concepción tradicional vasca del mundo obtendría ciertos rasgos preindoeuropeos que la diferenciarían de la concepción indoeuropea o clásica del mundo. La diferencia estriba en que la filosofía clásica o indoeuropea es la filosofía del ser como principio de la realidad, mientras que la intrigante filosofía tradicional vasca proyecta una concepción del no-ser, nada o vacío como fundamento del ser y de lo real. Curiosamente ha sido el escultor Jorge Oteiza quien más partido plástico ha sacado a semejante concepción vasca del mundo, recogida de la obra antropológica de José Miguel de Barandiarán, en la que la diosa Mari se sitúa en su caverna o cueva paleolítica o neolítica a modo de espacio cóncavo, desde el que teje y desteje los hilos del universo.


(Arte vasco)

Oteiza ha captado bien el trasfondo matricial de la mitología vasca, realizando una escultura basada en la nadificación o vaciamiento de las cosas, ahuecando la materia y deshabitando su espacio. El resultado es un arte que deconstruye la realidad exterior hasta su surrealidad interna, revirtiendo la exterioridad en interioridad vacía o vaciada. La realidad como ser, típicamente indoeuropea y occidental, clásica, se somete aquí a un proceso de ahuecamiento o vaciamiento, cuyo resultado final es el principio u origen: la abertura matricial frente al relleno, la concavidad frente a la convexión, el espacio vacío por cuanto vaciado de tiempo o temporalidad.

A partir de la mitología vasca matrial, Oteiza funda una escultura matricial fundada en una especie de mater-materialismo o materialismo abstracto o abstraído, formalizado o sutilizado. Nos las habemos con una visión ontológica de la materia vaciada de sí misma y reconvertida en espacio metafísico, concebido como un cobijo sagrado frente al tiempo exterior. Aquí se inscribe también la escultura de su discípulo Basterretxea, el cual parte de la línea hasta llegar al círculo envolvente o espacial que expurga el mero tiempo lineal.

A diferencia de Oteiza o Basterretxea con su materialismo espacial, que expulsa el tiempo lineal, la escultura de Chillida parte del mismo gesto espacial y redondo o rotundo, pero coimplicando el tiempo a modo de encarnadura antropológica o mundanal. El espacio chillidiano es un espacio temporalizado y atemperado, tal y como lo muestran los títulos de muchas de sus obras, encontrando un cierto paralelismo antropomórfico en A. Ibarrola, así como un eco lejano en Cristina Iglesias con su espacialismo ya habitado de urdimbres humanas.

Curiosamente la diosa de la mitología vasca, la numen Mari, personifica el espacio abierto del universo, su inicio y su fin, el submundo y el trasmundo, el seno o útero matrial-femenino de salida inicial y entrada final. Sin duda hay una cierta correlación o continuidad entre la mitología matrial vasca y el arte matricial vasco. En ambos casos puede hablarse de un mater-materialismo de fondo, caracterizado por un materialismo ablandado por cuanto vaciado o ahuecado matricialmente.


(Matrix)

La mitología vasca ofrece la implicación matricial del mundo, ya que gira en torno a la Matrix o matriz de lo real personificado en Mari y su antro de origen y fin. El arte vasco de Jorge Oteiza a Eduardo Chillida ha simbolizado ese principio matricial en el ahuecamiento o vaciamiento de la materia bruta, hasta reconvertirla en mater-materia o materia matricial.
Resulta interesante al respecto cómo en la filosofía de Eugenio Trías, este recoge el principio matricial y lo proyecta como un espacio-luz. Posteriormente ese espacio se conecta con la noción crucial de “límite”, en el sentido de que dicho espacio matricial representaría el límite del origen y el límite del final, como una especie de frontera detrás y delante. El relleno del ser, es decir, el mundo en su devenir encuentra así un tope en el pre-ser y en el pos-ser de esa Matrix o matriz, que simbolizaría el límite de espaldas y de frente.

Pues bien, concebimos finalmente ese límite como la implicación existencial, más acá y más allá de toda explicación del mundo y, por lo tanto, como un límite abierto por abajo (de donde provenimos) y por arriba (a donde procedemos). Yo mismo simbolizaría un tal límite radical en la figura del “Intxixu” realizada por Basterretxea, una figura daimónica o demónica que, a modo de duende vasco, exhibe una especie de gran peine boca abajo, símbolo de la roturación y del cardado del mundo.

Se trataría del peine o peineta de la diosa Mari, la cual peina y repeina las hebras de sus cabellos –que son los hilos del universo- como una Diosa destinal del origen y del fin. La secularización de semejante peine roturador y cardador del destino podría entreverse en el “Peine del viento” de Chillida, el cual delimita también destinalmente la tierra y el mar, lo sólido y lo líquido, el mundo de aquende y el mundo de allende, a través del peinado y filtrado terrestre o telúrico de lo selvático o silvestre marino.


(Conclusión)

Concluyamos afirmando que la trama del arte vasco encuentra en J. Oteiza su núcleo, al proyectar una espacialidad abierta y una especie de inmovilismo extático que comparte con las figuras y figuraciones pictóricas de Valentín de Zubiaurre: el cual no representa la lírica de lo vasco, como pensaba Ortega, sino la épica de lo cotidiano y la ética o el comportamiento ritual. Entre el pintor y el escultor fundan una “espacialidad extática”, caracterizada por la impronta ceremonial y una solemnidad casi litúrgica, las cuales se asocian con un gesto tradicional vasco. Su equivalente filosófico estaría personificado por Miguel de Unamuno y su filosofía religiosa de signo católico-protestante.


(Bibliografía mínima)
---Andrés Ortiz-Osés, Los mitos vascos, Universidad de Deusto, Bilbao 2010.
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